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La iglesia cristiana-columna y baluarte de la verdad

Adivine usted este enigma: ¿Qué cosa viviente es tan grande como la tierra, llena de luz, comprada por sangre, inconquistable, y que sólo sostiene la verdad? ¡La iglesia cristiana! Sólo la iglesia cristiana puede ser todo eso. Dios en su palabra la describe así, llamándola la esposa de Cristo, Jerusalén la celestial, y la columna y baluarte de la verdad. También sabemos que Jesús fue crucificado, derramando su sangre con la cual compró la iglesia para sí mismo. Cristo asegura a sus discípulos que aun “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. ¡Qué privilegio es ser parte de esta iglesia!

Nuestra próxima pregunta es ésta: Aparte de los simbolismos ya mencionados, ¿en qué, piensa usted, consiste la iglesia cristiana? ¿Es la iglesia el edificio grande que se encuentra en frente del parque? ¿Es cierta congregación, o una organización? Precisamente, ¿qué es?

La iglesia cristiana —¡Qué frase más conocida pero todavía tan rica en significación! La iglesia cristiana es el cuerpo de creyentes salvos por la sangre del Señor y fieles a su palabra. Dios ama a la iglesia.

¿Por qué usamos el sentido singular? ¿No hay muchas diferentes “iglesias cristianas'“? Pudiéramos mencionar la iglesia católica, la bautista, la metodista, la menonita, la pentecostal, la asamblea de Dios, y muchas más. ¿No son todas buenas? ¿No puede referirse a todas como “iglesias cristianas”?

Sin duda nuestro mundo entero es mejor por causa de las iglesias. La influencia de muchas iglesias ha contribuido al bienestar de muchos por medio de sus obras bienhechoras. La norma de vivir y la moralidad de muchas comunidades han subido al establecerse allí una iglesia. De cierto, miles de personas han sido salvas, cambiadas de pecadores a santos por medio de la obra misionera de varias iglesias evangélicas. Pero, amigo, tenemos que ser francos: la Biblia es una; Dios es uno; Cristo es uno; el Espíritu Santo es uno; y la iglesia cristiana es una, no muchas. Todo el bien que una iglesia pueda hacer no compensará su desobediencia a las claras enseñanzas de la Biblia. La verdadera iglesia cristiana obedece toda la Biblia.

El propósito de este tratado no es para exaltar una denominación y declarar que ésta es la iglesia y ninguna otra. En este folleto queremos tratar la norma alta de la Biblia para la iglesia cristiana.

El Nuevo Testamento, que es el único libro de suprema autoridad para el cristiano, presenta principios claros tocantes a lo que debe ser la iglesia. Por medio de este estudio bíblico y por su propio estudio de la Biblia, usted debe poder averiguar si hay en su comunidad una iglesia que merece llevar este título excelso: La iglesia cristiana.

Como su nombre sugiere, la iglesia cristiana fue establecida por Cristo. Él la compró con su sangre (Hechos 20.28). La fe en la muerte y la resurrección de Jesucristo es la creencia más fundamental de la iglesia. Para dar valor a esta creencia en su vida, uno tiene que creer que Jesucristo es el Hijo de Dios (Mateo 16.16). Cuando Pedro primeramente confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, Jesús declaró que sobre esta roca, (sobre él mismo, el Hijo de Dios, no sobre Pedro), él edificaría su iglesia. Todo aquel que quiera ser miembro de esta iglesia tiene que confesar como Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

La pureza de la iglesia cristiana

Hoy en día entre tantas iglesias que se llaman cristianas, la iglesia verdadera se conocerá primeramente por su pureza.

“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5.25-27).

Esta descripción de la iglesia inmaculada no es solamente un idealismo, sino una realidad. Dios espera tal santidad y pureza de su iglesia, los redimidos por su sangre.

Ninguna iglesia puede ser más pura que los miembros que la componen. La primera clave, entonces, para mantener una iglesia pura, es admitir en ella solamente las personas que vivan vidas puras. Los administradores de la iglesia cristiana deben permitir ser miembros de la congregación solamente a los que son renacidos y limpiados en la sangre de Cristo. Un solo pecado en la vida de un solo miembro mancha a la iglesia entera. Para quitar esta contaminación, o tiene que arrepentirse tal persona o tiene que ser excomulgada.

“¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura” (1 Corintios 5.6-7).

La excomulgación es el último paso de la disciplina de la iglesia. La disciplina es la única manera para limpiar a una iglesia contaminada.

Hay falsos maestros que dicen que “la iglesia visible” no le importa a Dios; que a él le importa solamente “la iglesia invisible”. La iglesia invisible y universal se compone de todos los cristianos en todo el mundo, los de corazón limpio que siguen las enseñanzas de la Biblia. Es cierto que ser miembro de alguna congregación de creyentes no garantiza que uno es cristiano o miembro de la iglesia de Jesucristo. Pero el plan de Dios es que todos los miembros de la iglesia universal se congreguen en congregaciones locales. Juzgando por sus obras, los administradores de la iglesia deben excluir de la congregación a todo aquel que no es miembro en verdad de la santa iglesia del Señor Jesús.

En todo el Nuevo Testamento leemos acerca de la iglesia organizada en congregaciones. El apóstol Juan en el libro de Apocalipsis escribe a la iglesia en Efeso, a la iglesia en Pérgamo, a la iglesia en Tiatira, etc. El Señor hoy día también se dirige a congregaciones organizadas, no sólo a individuos aislados. La iglesia cristiana, pues, es tan visible como el hombre cristiano. Solamente una iglesia visible, una congregación, llena el requisito de ser “la luz del mundo” (Mateo 5.14). En toda comunidad la gente debe poder decir: “¡Allí está una verdadera iglesia cristiana!” Qué lástima que esto no pueda decirse en la gran mayoría de las comunidades.

El Señor tiene tanto interés en su iglesia que él dio muchas instrucciones en el Nuevo Testamento tocante a su bienestar. Note ahora algunas de estas instrucciones relacionadas a cómo mantenerla pura.

La predicación de la palabra es un método que Dios ordenó para preservar la pureza de la iglesia.

“Te encarezco.., que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4.1-2).

La disciplina de la iglesia es otro método. Esto se lleva a cabo tanto para salvar al errante como para advertir a los demás. Si al pecador le excluimos del cuerpo de Cristo, entonces su influencia no obscurecerá la luz del testimonio que brilla de la iglesia.

Hay tres clases de disciplina que se aplican a tres clases de pecado en la iglesia.

En el caso de ofensas personales el errante debe ser amonestado tres veces.

“Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano” (Mateo 18.15-17).

Uno que causa divisiones en la iglesia debe ser amonestado dos veces.

“Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo” (Tito 3.10). El pecador que abiertamente comete graves pecados debe ser excomulgado sin ninguna amonestación.

“No os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis... Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Corintios 5.11, 13).

El juicio o la disciplina de la iglesia son para la salvación del que peca. Le ayuda a entender cuán grave es su pecado.

“Siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Corintios 11.32).

El juicio y la misericordia del Señor se unen en la disciplina de la iglesia. La iglesia que no la practica es injusta y cruel. No puede ser la verdadera iglesia cristiana.

“La iglesia del Dios viviente [es] columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3.15).

La separación del mundo

El pueblo de Dios en todas las épocas se ha guardado separado del mundo. Cuando no se puede ver una distinción clara entre la iglesia y el mundo, la iglesia no puede considerarse como la verdadera iglesia cristiana. Las enseñanzas del evangelio de Cristo se oponen directamente a la naturaleza humana.

“La amistad del mundo es enemistad contra Dios” (Santiago 4.4).

La iglesia de Cristo, siendo tan santa y pura, mostrará su separación del mundo en su modo de vivir, de hablar, de vestirse y aun en su pensar.

“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12.1-2).

La desconformidad a este siglo significa en lenguaje claro la separación del mundo. La renovación de nuestro entendimiento cambiará completamente nuestra manera de pensar. Cuando la mente cambia, todo cambia. Todas las atracciones del mundo pierden su atracción. Al convertirse uno no deseará otra cosa sino sólo servir al Señor y obedecer su santa voluntad. Tal deseo le hará apartarse del mundo sin más esfuerzo de su parte.

Un área donde nuestra separación del mundo se hace muy evidente es en la no resistencia al que es malo.

“No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa;.., y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses .... Amada vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5.39—45).

¿Quién, amando al enemigo, lo matará en la guerra? La iglesia cristiana no incluirá como miembro a ninguno que sea parte del ejército ni de la policía. Tampoco recibirá a uno que recibe cualquier oficio público donde tiene que ejercerse la fuerza de la ley. Todo pleito, lucha, y contienda se irán de la vida de uno que se convierte. Nada de esto tendrá parte alguna en la vida del miembro de la iglesia cristiana.

La Biblia enseña una clara separación entre la iglesia cristiana y el estado civil. Los que gobiernan en los asuntos del mundo tienen una obra muy distinta de la misión de la iglesia. Lea Romanos 12 y 13. Estos capítulos ponen en oposición la obra de los dos. Al cristiano Dios le manda que no se vengue, sino que venza con el bien el mal. Pero el estado ha sido establecido por Dios para hacer cumplir la ley. Como cristianos debemos obedecer toda ley que no se oponga a la ley de Dios. Pero no podemos llevar la espada que castiga al malhechor porque Cristo nos manda guardar la espada en su lugar (Romanos 13.4; Mateo 26.52).

Los administradores de la ley son siervos de Dios, pero no hijos de él, como lo son los cristianos. El que vota en las elecciones se hace parte del gobierno del estado. ¿Cuál será peor, ser alcalde, o hacer a otra persona alcalde? En un gobierno democrático toda la población gobierna —a menos que no vote. Así que, no votar es la única posición que la iglesia cristiana puede tomar. La política es de este mundo.

Las ordenanzas de la iglesia cristiana

La iglesia cristiana reconoce ciertas ordenanzas bíblicas. Las ordenanzas son símbolos terrenales, dados como mandatos inequívocos de la Biblia, que nos recuerdan principios celestiales. Son las siguientes:

El bautismo con agua.

Esta ordenanza es dada numerosas veces en el Nuevo Testamento:

“Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28.19).

“El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Marcos 16.16).

Significa espiritualmente la aspiración de una buena conciencia hacia Dios.

“El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo” (1 Pedro 3.21).

La santa cena.

Cristo la instituyó y dijo:

“Haced esto en memoria de mí” (Lucas 22.19).

“Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11.26).

El sufrimiento y la muerte de Cristo son la base de nuestra salvación. Cristo quiere que no olvidemos esta gran verdad. La santa cena pierde su valor espiritual cuando se celebra con pecadores.

“El que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen. Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados [el uno por el otro]; mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo” (1 Corintios 11.29-32).

El lavatorio de los pies

es una ordenanza que Jesús instituyó inmediatamente después de la última cena de la pascua. Él dijo: “Si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Juan 13.14).

En este humilde acto de servidumbre, el Señor soberano puso el ejemplo perfecto de la humildad y la igualdad para sus seguidores. La humildad y la igualdad son esenciales para la unidad y el amor en la iglesia. Sin éstas la iglesia pierde su misma alma. La perdición de esta ordenanza es uno de los primeros pasos que conduce a esta triste fatalidad.

El velo de la mujer cristiana

es señal de su sumisión a la autoridad del hombre, de Cristo, y de Dios, quienes constituyen su cabeza. Según 1 Corintios 11, tener la cabeza descubierta le es vergonzoso. Sin el velo ni aun puede orar ni profetizar. El velo no posee poder mágico, pero la obediencia sí le trae poder divino y bendición sublime. Permanece el mandato divino: “Que se cubra” (1 Corintios 11.2-16).

El matrimonio

es también una ordenanza con mucha significación espiritual. Tiene la historia más larga de cualquier ordenanza, pues Dios la instituyó en el Edén. Es para la pureza de la raza humana, su felicidad, y la propagación de la humanidad. Mientras los cónyuges vivan, su matrimonio nunca puede ser anulado.

“No son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo 19.6).

La Biblia prohíbe el divorcio y las segundas nupcias (Mateo 5.32; Marcos 10.11-12; Romanos 7.1-3).

El ósculo santo

muestra el amor, la unidad, y la santidad que existen en la hermandad cristiana. Este mandato se encuentra cinco veces en el Nuevo Testamento (Romanos 16.16; 1 Corintios 16.20; 2 Corintios 13.12; 1 Tesalonicenses 5.26; 1 Pedro 5.14). El ósculo santo no es el beso común que se usa para mostrar afección natural. Entre miembros de la iglesia cristiana, el ósculo santo se practica hermano con hermano, y hermana con hermana como señal de amor santo.

La unción con aceite.

Esta ordenanza es para la sanidad del cuerpo. El aceite no sana, sino “el Señor lo levantará”. Tampoco la fe lo sana. Más bien con la oración de fe encomendamos al enfermo al Señor. Pedimos que el Señor lo sane, si es su santa voluntad, ungiéndolo con aceite conforme a Santiago 5.13-16.

La apostasía

Hemos tratado brevemente la enseñanza de Cristo y los apóstoles en cuanto a la iglesia cristiana. Tal vez esta pregunta le asombre ahora: “¿Por qué no vemos ninguna iglesia hoy día que practique estas normas bíblicas?” o “¿Por qué hay tan pocas que las practican?” La contestación a esta pregunta se la damos en pocas palabras: es por causa de la gran apostasía. Apostasía quiere decir “caída de la iglesia de las altas normas bíblicas”. Esta caída es una tragedia. Trae gran engaño que hace perder a millones de almas.

La apostasía de la iglesia fue predicha aun en los primeros años de la iglesia primitiva. Cristo mismo dijo:

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos” (Mateo 7.21). El apóstol Pablo advierte:

“El día del Señor... no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (2 Tesalonicenses 2.2-3). Hablando a la iglesia infante de Efeso, Pablo dijo apenado:

“Yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos” (Hechos 20.29-30).

Y otra vez a Timoteo escribió:

“Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4.1).

Amigo, vivimos en esos postreros días. En todos lados se ven iglesias que no practican las altas normas de la Biblia. A éstas mismas se refirió el apóstol cuando dijo: “Algunos apostatarán”. Las profecías se han cumplido. La venida del Señor ya se acerca. ¡Vele, cristiano! “Velad y orad, para que no entréis en tentación.” El peligro de dejar la fe es más grande ahora que nunca, pues abundan las iglesias falsas, y las otras tentaciones diabólicas no disminuyen.

La esperanza de la iglesia cristiana

Casi todas las iglesias han apostatado, y ahora, ¿qué diremos? ¿Lamentaremos y diremos que no hay esperanza? ¡Nunca! pues hay esperanza. Mientras las iglesias van cambiando de mal en peor, la Biblia permanece lo mismo. Dios es el mismo, y su Espíritu Santo está con nosotros si sinceramente queremos volver a Dios. El mismo Señor Jesucristo puede salvar a pecadores hoy día. Él quiere edificar su iglesia de hoy día sobre la misma base que tenía la iglesia primitiva. Y ésta, la iglesia cristiana que aún mantiene la norma bíblica, es la única luz en este mundo oscuro; es la única sal que preserva la tierra de la ira de Dios. Levantémonos y edifiquemos. La obra es grande.

Si su pueblo o aldea todavía no tiene una iglesia cristiana en el sentido bíblico, déjenos darle tres puntos que son claves al avivamiento verdadero. Estos tienen que preceder el establecimiento de una iglesia bíblica en cualquier comunidad.

1.  Limpie usted su propio corazón y vida de todo pecado. No pase por alto nada. No se justifique ni en el pecado más pequeño. Sea honrado consigo mismo. Ayune y ore, pidiéndole al Señor que le muestre cualquier rasgo de pecado que quedare en su vida todavía. Escudriñe el Nuevo Testamento, y aplique a su propia vida todo lo que el Espíritu Santo le revela allí. Arrepiéntase de todo pecado, no importa cuán pequeño parezca. Confiéselo y déjelo por completo. Ahora el avivamiento ha principiado. Usted ha sido avivado.

2.  Ore y ayune por otras almas —su familia, sus vecinos, sus compañeros de trabajo. Hable de su interés con otras personas que quieren ver un avivamiento y el establecimiento de una iglesia bíblica en su comunidad. Purifíquense como un grupo, no importa que sean pocos, y oren regularmente por una iglesia bíblica. Sigan escudriñando la Biblia juntos y obedezcan cualquier enseñanza que encuentren allí.

3.  Busque una iglesia bíblica. Tal vez sepa de una en otra parte. Pueda que no sea fácil, o que no la encuentre pronto, pero el que busca con corazón sincero será recompensado. No se satisfaga hasta que encuentre una que enseñe y practique todos los mandamientos y ordenanzas de la Biblia. Cuando la encuentre, dé gracias a Dios. Es él que le ha guiado. Ahora su deber será someterse a ella, pues la iglesia bíblica es la portavoz de Dios en el mundo.

Con la ayuda de los hermanos en esta iglesia podrá establecer una iglesia cristiana en su comunidad que brillará como luz al mundo y que alcanzará a muchas más almas perdidas.

“Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16.18).

—Dallas Witmer

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