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Normas para una vida santa

Prefacio

Estas normas aparecieron primero en alemán bajo el título Regeln eines Gottseligen Lebens en la primera parte de la obra Geistliches Lust-Gartlein Frommer Seelen. Luego fueron traducidas al inglés por Joseph Stoll.

Del inglés las tradujimos al español, añadiendo una introducción. En esta edición castellana hemos procurado simplificar y abreviar algunas de estas normas, adaptándolas a las necesidades actuales. Más que todo, hemos procurado dar al Espíritu Santo su debido lugar en la vida del cristiano. En ninguna manera queremos que alguien piense que por las normas uno se hace cristiano... sin el nuevo nacimiento, sin una relación viva y personal con Jesucristo cada día, sin el poder del Espíritu Santo para librarse del pecado. Fijemos los ojos en Jesús. ¡A él sea la gloria!

—La publicadora

Introducción

Con la ayuda del Señor, nos atrevemos a presentarte algunas normas para tu bienestar eterno. Esperamos que las mismas puedan estimular el crecimiento en tu vida espiritual.

En cuanto a las normas, hay tres maneras de verlas, dos erróneas y una correcta.

Muchas personas de hoy en día creen que pueden seguir a nuestro Señor Jesucristo sin prestar la menor atención a las normas. “¿Normas? ¿Para qué?” dicen. “Jesús me libró de todas esas normas.”

¿Será correcto? Jesús mismo da la respuesta: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama” (Juan 14.21). Sus mandamientos son nuestras normas.

Por otro lado, otras personas creen que por cumplir con ciertas normas serán salvas. “No miento”, dicen ellos. “No maltrato a nadie. No tengo ningún vicio y vivo bien con mi esposa. Soy buena gente. ¿Acaso me excluirá Dios del cielo?” ¿Cuál es la respuesta? Otra vez oigamos la voz de Dios: “Por gracia sois salvos por medio de la fe (...) no por obras para que nadie se gloríe (Efesios 2.8–9). De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” Juan 3.3).

Entonces, ¿para qué sirven las normas? Las normas sirven en la vida cristiana de la misma manera que sirven en la familia. Seamos hijos nacidos o hijos adoptados, no llegamos a ser hijos porque obedecimos a nuestro padre; obedecemos porque somos hijos. Obedecemos porque es nuestro deber obedecer y porque amamos a nuestro padre. Y así es en la vida cristiana. La obediencia viene a ser la demostración de nuestra fe y el sello de nuestro amor. “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2.4). Es decir, no es cristiano el que no cumple las normas del Padre celestial.

Veamos, pues, algunas normas para el cristiano en tres áreas: los pensamientos, las palabras y las obras.

Los pensamientos

1. Al despertarte por la mañana, dirige tus pensamientos hacia Dios. Considera que hoy podría ser tu último día. Y al acostarte, toma un momento para pensar en que no sabes si te volverás a despertar en este mundo, o si será en la resurrección que te despertarás. Así, vemos la importancia de orar diariamente. En la mañana y de nuevo en la noche, arrodíllate delante de Dios, alabándole por su cuidado continuo y pidiéndole su ayuda para seguir venciendo el pecado.

2. Guárdate de pensamientos perversos, ociosos o impuros (Proverbios 4.23). Tal y como es tu pensar así será tu hablar, tu conducta y toda tu manera de vivir.

3. Medita a menudo en las cuatro últimas ocurrencias: en la muerte —no hay nada más conclusivo que ella; en el día del juicio —no existe cosa más pesada; en el infierno —no hay lugar más horrible; y en el cielo —no hay lugar más lleno de gozo. El que medita en estas cosas evitará mucho pecado y será diligente en el camino de la salvación.

4. El domingo medita en las obras maravillosas de Dios: primero, en la creación de Dios y su gobierno en ella; luego, en nuestra redención. Guarda el día de reposo como un día de oración, de escuchar y estudiar la palabra de Dios. Guárdalo como un día de conversaciones y pensamientos acerca de cosas espirituales. De esta manera puedes glorificar a Dios en el día de reposo. Si alguno no santifica el día de reposo, es probable que despreciará también los demás mandamientos de Dios.

5. Antes de comenzar cualquier cosa, reflexiona bien acerca de cuál podrá ser el resultado de ella. Considera: ¿quisieras hallarte haciendo lo que piensas hacer, si en esa misma hora la muerte te llamara a presentarte delante de Dios? No te involucres en algo que destruya tu esperanza y seguridad de la salvación. Condúcete cada día como si fuera el último de tu vida.

6. Si alguien te hace mal, ten un espíritu perdonador y olvídate del asunto. Si tomas a pecho el mal y te enojas, te haces más daño a ti mismo que a cualquier otra persona. Tú debes perdonar, y Dios juzgará al malhechor a su debido tiempo.

7. Guárdate especialmente de un espíritu descontento y rebelde. Sufres y tienes dificultad sólo cuando Dios lo permite por tu propio bien. Dios te ha bendecido con dádivas innumerables para suplir tus necesidades. Asimismo por tu bien ha distribuido penas y pruebas para que puedas permanecer humilde. En medio de la aflicción, recuerda que él te fortalecerá y que te librará en el momento oportuno.

8. Si otros te alaban, humíllate. No te alabes ni te jactes; así hacen los necios que buscan la alabanza vana. Sé honrado en todos tus tratos y otros te alabarán. Sobre todo, busca la alabanza que viene de Dios.

9. No te preocupes demasiado de asuntos ajenos. Evita lo que no tiene que ver contigo.

10. Nunca consideres pequeño ningún pecado. Todo pecado, aunque parezca muy pequeño, es una transgresión contra Dios. Un pecado pequeño, amado y nutrido puede condenarte igual que un pecado grande. Si no se repara una pequeña vía de agua, con el paso del tiempo puede hundir un barco. Asimismo un pecado pequeño, si sigues en él sin arrepentirte, puede hundirte y mandarte al infierno. Acostúmbrate, pues, a vencer cada pecado pequeño y así podrás vencer también los pecados grandes. Evita especialmente los pecados premeditados para que no provoques a Dios a ira.

11. “Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes” (Proverbios 24.17). Si amas en verdad a tu enemigo, buscarás sin falta el bien suyo. El que se alegra de la calamidad de otro no quedará sin castigo (Proverbios 17.5).

12. No permitas que la envidia ni el odio habiten en tu corazón. No guardes rencor contra nadie. Dios nos amó siendo nosotros sus enemigos; por lo tanto, él espera que amemos a nuestros enemigos por causa de él. En comparación con lo que Dios nos ha perdonado, es cosa pequeña de parte de nosotros perdonar a nuestros enemigos. Aunque podrás pensar que tu enemigo no es digno de tu perdón, bien vale la pena perdonarlo por causa de Cristo.

13. El hecho de que los incrédulos desprecian la vida santa y piadosa no te da motivo para tenerla a menos y desviarte de ella. No te olvides nunca de la seriedad del pecado, aunque la mayoría viva una vida pecaminosa. El camino hacia el infierno siempre está lleno (Mateo 7.13). Si Dios te hiciera la pregunta en el día del juicio: ¿Por qué te entregaste a la borrachera? ¿Por qué fuiste deshonrado? ¿Por qué viviste con odio y celos? ¿contestarías entonces: Señor, lo hice porque la mayoría así hizo? Dios te podría contestar: “Puesto que con la mayoría pecaste, con la mayoría irás al infierno”.

14. Si tienes que tomar una decisión importante, o si te encuentras en medio de circunstancias en que no sabes cuál será la mejor acción o respuesta, pásate por lo menos una noche en meditación. No te arrepentirás de haberlo hecho.

15. No te duermas sin considerar cómo has pasado el día y qué has hecho para el bien o el mal. Así percibirás pronto si usas o no tu tiempo en una manera constructiva.

Las palabras

1. ¡Piensa! De toda palabra ociosa que hablas, de ella darás cuenta en el día del juicio (Mateo 12.36). “En las muchas palabras no falta pecado” (Proverbios 10.19). Por tanto, evita toda conversación que no edifique. Reflexiona de antemano si lo que estás a punto de decir tiene valor, ya que es mejor callar que decir algo ocioso o falso.

Jamás debes contar algo como cuento veraz a menos que sepas con toda seguridad que es cierto. Una vez que se sepa que no eres escrupuloso en decir siempre sólo la verdad, nadie te creerá aun cuando dices la verdad. En cambio, si siempre te cuidas de decir sólo la verdad... ni más ni menos... cada palabra que dices valdrá más que las del mentiroso dichas bajo juramento. Además, debes darte cuenta de que “los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre” (Apocalipsis 21.8). No podrán escapar del castigo eterno.

2. Si tú deseas tener compañeros honorables, cuida que tu hablar muestre que eres digno de tal compañerismo. Por tanto, evita los insultos, el escarnio, las palabras indecentes y los chistes corrompidos. En primer lugar, hablar lujuriosamente es la prueba exterior de un corazón no regenerado: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12.34). En segundo lugar, el humor obsceno y las palabras indecorosas facilitan el cometer hechos deshonrosos.

“Pero”, podrás decir, “se necesita de qué conversar cuando uno está con sus amigos.”

Claro, pero que sea algo que edifique. La palabra de Dios no permite “ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen (...) porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia” (Efesios 5.4, 6). Por la conversación corrompida y la risa vana se contrista al Espíritu de Dios (Efesios 4.29–30).

La lengua es la gloria del hombre y el honor del cuerpo. ¿Se ha de usar mal, pues, al hablar perniciosamente? (Santiago 3.6). Por tanto, aborrece toda inmundicia; habla siempre lo amoroso y lo edificante, para que de este modo los oyentes puedan ser fortalecidos. Usa del don de hablar como un medio de reprender a los ociosos, instruir a los ignorantes y consolar a los agobiados. Dios te recompensará abundantemente con una mayor cantidad de sus dones.

3. Abstente diligentemente del hábito vulgar de jurar y de profanar el santo nombre de Dios, lo cual es una evidencia indisputable de un carácter frívolo, profano e impío. El que procura verificar sus palabras con juramentos rara vez es hombre de integridad. Si no tiene conciencia para no profanar el nombre de Dios, ¿por qué suponer que tenga conciencia para no mentir? “Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mateo 5.37). Y si quieres evitar la profanidad, no busques el compañerismo de los profanos. Allí tú fácilmente podrás caer porque te acostumbrarás a la profanidad. Reprende al amigo por su profanidad, si crees que recibirá la reprensión; si no, no hay provecho en reprenderlo (Proverbios 9.8).

4. No seas demasiado pronto en creer todo lo que oyes. No repitas todo lo que oyes, no sea que tu amigo se haga tu enemigo. Cuando oyes algún chisme o alguna queja contra otro, averigua completamente las circunstancias antes de formar tu opinión.

5. No confíes en nadie tus asuntos personales a menos que ya lo hayas hallado digno de tu confianza. Una manera de probarlo y de llegar a conocerlo bien es: confía en él algún asunto de poca importancia; si lo guarda, esto indica que es fidedigno. Con todo, no es sabio informar descuidadamente a ningún amigo de todos tus asuntos personales. Pueda que algún día él utilice en tu contra el conocimiento que tú le brindas.

6. La calumnia y el chisme son veneno para cualquier amistad. Si quieres tener amigos honorables, no hables mal de ellos. Si hay una falta en algún amigo tuyo, no hables de ella hasta que hables con él personalmente. Si en tu presencia otros hablan sin respeto de alguien que está ausente, antes de atreverte a participar en la conversación, escudriña tu propio corazón. Sin duda hallarás en ti mismo las mismas faltas (o faltas más grandes). Esto debe persuadirte a que mejores, y evitará que hables mal o con desprecio de otro.

7. Cuando necesites consejo, no busques a un consejero basándote en su prestigio o estima entre la gente. Busca a los que verdaderamente temen a Dios y que tienen experiencia en el asunto del cual quieres consejo. Si tú no aceptas los consejos de uno que está acostumbrado a la alta estima de sus compañeros, pueda que se sienta insultado y que llegue a ser tu enemigo. Los humildes son los mejores consejeros.

8. Si algún bienintencionado te da un consejo que no resulta ser bueno, no lo culpes. A veces hasta un buen consejo falla, y no hay nadie en la tierra que pueda saber el futuro. No te burles del consejo de los hermanos no instruidos que buscan tu bienestar.

9. No te burles de las flaquezas de otro; en cambio, reconoce tus propias faltas (Gálatas 6.1). Todos tenemos nuestras debilidades, y no existe la persona de quien no se pueda decir: “Ojalá fuera diferente en aquello”. Todos o hemos sido, o somos, o podremos llegar a ser propensos a hacer cualquier cosa, así como lo son los demás. Por esto demuestra paciencia y compasión para con las flaquezas y errores de tu hermano. A la vez, no lo fortalezcas en su pecado por tu indiferencia o por tu negligencia en amonestarlo y reprenderlo como hermano.

Si tu amor por un hermano te impulsa a amonestarlo, procura hacerlo en un momento oportuno. Una reprensión dada en un momento poco oportuno fácilmente podrá causar más daño que bien, especialmente si la reprensión no está moderada con mansedumbre. La reprensión es como una ensalada: debe llevar más aceite que vinagre.

10. No te acostumbres a discutir las palabras de otro o juzgarlas, a menos que sepas que has oído y entendido correctamente lo que quiso decir.

11. No puedes tener disputas y divisiones con tus prójimos y a la vez tener paz con Dios. Si amas a Dios, tienes que amar a tu prójimo también porque Dios lo ha mandado.

12. Soporta con paciencia tus pruebas, sin quejarte, aunque parezcan insoportables. A Dios no le agradan las quejas, y te separarás de tus mejores amigos cuando se sepa que eres una persona quejumbrosa.

13. Ten por amigo al que te reprende en privado. Verdaderamente es una lástima si uno no tiene a nadie que se atreva a corregirlo cuando sea necesario. Es probable que tal hombre, por no ser reprendido nunca, piense que nunca se equivoca. Así seguirá viviendo en sus errores para su propia perdición. Ciertamente todos necesitamos enseñanza a veces. El ojo lo ve todo y procura la perfección de todo, pero a sí mismo no puede verse. Así sucede con nosotros: tenemos tanto prejuicio para nuestro propio beneficio que no podemos ver nuestros propios errores y faltas tan fácilmente como vemos los de otros. Por tanto, es muy necesario que tengamos la ayuda de otros, puesto que ellos pueden ver nuestras necesidades mucho más claramente que nosotros mismos.

Si la reprensión es dada justa o injustamente, ya sea por un amigo o por un enemigo, no te puede hacer daño si eres persona sabia y entendida. Si hay base para la reprensión, utilízala para mejorarte; si la reprensión es falsa, te podrá servir de aviso para saber qué evitar. Si eres una persona que no soporta la reprensión, o tienes que aprender la humildad o nunca hacer nada que sea malo.

Las obras

1. No hagas ningún mal, aunque tengas la facultad para ello. No hagas nada en secreto de lo que te avergonzarías delante de los hombres. Sé como José, recordando que aunque nadie te vea, Dios ve todo, y si pecas tu conciencia testificará contra ti. Aborrece todo pecado, no sólo el pecado que sea manifiesto a otros, sino también todo pecado oculto. Si escondes algún pecado, y no te arrepientes, seguramente Dios lo sacará a la luz (1 Corintios 4.5; Salmo 50.21).

2. Con toda tu fuerza, mantente firme contra tus pecados íntimos. Estos son los pecados que tu naturaleza personal tiene propensión a cometer más que cualquier otro pecado. Uno ama la alabanza de los hombres; otro ama el dinero; otro es propenso a la borrachera; otro, a los pecados de la carne; otro, al orgullo; etcétera. Has de defenderte sobre todo contra tus inclinaciones malas más fuertes. Si puedes vencer éstas, fácilmente podrás vencer las demás tentaciones. Como el cazador de aves mantiene sujeta el ave agarrándola de una pata, así Satanás tiene en su poder al hombre que se rinde a una sola tentación. Lo tiene tan completamente agarrado como si se hubiese rendido a todas las tentaciones.

3. Si deseas evitar el pecado tendrás que apartarte de toda ocasión y oportunidad que te guíe hacia el mal. El que no se aparta de las condiciones que conducen al mal no puede esperar vencer el pecado.

Las malas compañías conducen al pecado. De ellas se oye la plática indecente, por la cual uno fácilmente puede descarriarse y corromperse. “Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15.33). Ya que las malas asociaciones son la red del diablo con la cual lleva a muchos a la perdición, evita el compañerismo con los impíos y lujuriosos. La Biblia dice: “Si los pecadores te quisieren engañar, no consientas” (Proverbios 1.10).

Los que pasan mucho tiempo con compañeros pecaminosos fácilmente se corrompen por medio de ellos. Adoptan su manera de hablar e imitan su carácter antes de que se den cuenta. Las malas compañías demandan la conformidad. Al estar en compañía de ellos hay que pecar o sufrir el escarnio. Tomando en cuenta esto, el piadoso evita el compañerismo de los impíos. Por ejemplo, si no deseas ser atraído a la fornicación y a la impureza, huye diligentemente de ocasiones y personas que facilitan la entrada en estos pecados. Para escapar de la borrachera, no busques la amistad de un borrachín. ¿De qué te servirá tal amigo que puede arruinar tu vida y aun destruir tu salvación? La experiencia nos enseña que mueren más personas por causa de la borrachera que por causa de la espada del enemigo. Más personas perecen por el vino que por ahogarse en agua. ¡Cuídate de las fascinaciones del pecado! No sabes cuán pronto puedes estar entrampado por Satanás.

4. Cuando seas tentado por otros o por tu propio impulso a hacer daño a tu prójimo, detente a considerar cómo te sentirías si otros te trataran de la misma manera. No trates a otros de una manera que no te gustaría que ellos te trataran a ti. “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7.12).

5. Al enfrentarte a una gran empresa, no pierdas la fe que Dios tiene el poder para proveer lo necesario para ti. No inicies nada sin primero pedir la bendición de Dios, pues sin su aprobación son vanas todas nuestras preocupaciones y labores (Salmo 127.1–2). Ruégale al Señor que bendiga tus esfuerzos. Luego échale manos a la obra con un espíritu gozoso, encomendando todo a la providencia sabia de Dios. El siempre cuida de los que le temen y suple sus necesidades.

6. No procures mantenerte en ningún oficio prohibido por Dios. Pues ¿qué ventaja hay de las riquezas ganadas a expensas de tu alma? (Mateo 16.26). Aunque pudieras hacer grandes ganancias temporales por medio del fraude, de este modo perderías la bendición de una conciencia limpia. ¿Y quién puede soportar una conciencia intranquila? Por tanto, sé diligente como el apóstol Pablo, siempre procurando tener una conciencia limpia para con Dios y los hombres (Hechos 24.16).

7. No seas orgulloso ni altanero a causa de haber sido bendecido con bienes de este mundo o con características personales sobresalientes. El Dios que te ha dado estos dones te los puede quitar, y puede ser que lo haga, si por medio de orgullo o desprecio de otros abusas de lo que él te ha dado. Aunque posees ciertas cualidades de las cuales podrías sentirte orgulloso, estas se contrapesan con tus muchas faltas. El que se conoce bien ciertamente hallará suficientes flaquezas humanas en sí que le será sumamente difícil tenerse por mejor que otros.

8. Sé un verdadero siervo de Cristo, no sólo por asistir a los cultos de la iglesia, sino también en todo aspecto de tu vida. Evita todo pecado, y con un espíritu verdaderamente obediente cumple todos los mandamientos de Dios. No te quedes satisfecho con una reputación de ser piadoso; procura tener un carácter igualmente bueno. Ay del hombre que desea ser tenido por piadoso cuando no lo es.

9. No pienses que es suficiente que sólo tú sirvas a Dios; preocúpate por que los demás bajo tu cuidado también le sirvan. El deber de cada padre no consiste solamente en el servicio personal a Dios, sino también en influir sobre su familia para que ésta haga lo mismo. Dios ha mandado: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6.6–7). Así hizo Josué, un héroe valiente que temía a Dios. El advirtió al pueblo de Israel que él y su casa le servirían al Señor a pesar de lo que los demás hicieran (Josué 24.15). Tú también debes estar muy preocupado que toda tu casa verdaderamente adore a Dios y le sirva.

10. Detesta la ociosidad como una tentación de Satanás y como la causa de muchas clases de iniquidad. Sé diligente en cumplir tus tareas para que no seas hallado ocioso. Satanás tiene gran poder sobre los ociosos para llevarlos a muchos pecados. El rey David cayó en adulterio al estar ocioso sobre el terrado de su casa (2 Samuel 11.2–5).

11. Practica la modestia en tu vestuario, y no tengas nada que ver con la pompa y el lujo en él. Es una gran vanidad gastar en un traje la cantidad de dinero que por lo general se requiere para vestir a dos o tres personas. Al envejecerte te acordarás de los días cuando procurabas adornarte, y sentirás sólo remordimiento por haberte deleitado en tal ostentación vana en otro tiempo.

Lee mucho en la palabra de Dios y hallarás muchas advertencias contra el orgullo. Ningún otro pecado fue castigado más duramente que éste. Los ángeles orgullosos y rebeldes fueron transformados en demonios. Nabucodonosor, un rey que había sido poderoso, fue hecho como un animal bruto y comió hierba como un buey. Jezabel, una reina dominante, fue devorada por los perros como resultado de su orgullo.

12. El enojo es una herramienta que el diablo usa muy a menudo para hacer mucho daño en las relaciones humanas. Aunque el cristiano es tentado con el enojo, con la ayuda del Señor lo puede vencer. Si te sientes tentado con el enojo, detente meditando en cuán amoroso, paciente y misericordioso ha sido Cristo contigo. Perdona a otros así como Cristo te perdonó. Sé paciente con todos como lo fue Cristo, nuestro ejemplo perfecto.

13. No tengas una amistad íntima con nadie a menos que sea persona temerosa de Dios. Ninguna amistad, comoquiera que fuera establecida, podrá durar mucho si no estuviera fundada sobre el temor de Dios.

Por tu bien es mejor que tus amistades no lleguen a ser demasiado íntimas. Si tu amistad llega a ser exclusiva y celosa, no puede durar mucho tiempo. Sé amigo de todos tus hermanos en Jesucristo, sin menospreciar a ninguno de ellos.

Si acaso se presentara algún desacuerdo entre tú y tu amigo, no lo desprecies por esta razón ni reveles sus secretos (Proverbios 11.13). De esta manera pueda que lo ganes de nuevo como amigo.

14. Nadie en realidad es dueño de lo que está a su cuidado, sino que uno sólo es un mayordomo. Por tanto, reparte de tus bienes a los pobres y necesitados, sabiamente y de buena gana (Romanos 12.13; 1 Corintios 9.17).

15. Preside con bondad y mansedumbre sobre los que están bajo tu cargo en vez de someterlos bajo temor y terror. La justicia de Dios no soporta por mucho tiempo la tiranía; un opresor no gobierna muchos días. Administrar la justicia en una manera demasiado severa es realmente una injusticia.

Además de justicia, Dios requiere mansedumbre y humildad de los que tienen autoridad. Por lo tanto, gobierna a tus súbditos con amor y misericordia, para que te amen y no sólo te teman.

16. Finalmente, sé amigable para con todos y no seas un peso para nadie. Vive en santidad ante Dios; vive moderadamente para contigo mismo; vive honradamente ante tus vecinos. Que tu vida sea modesta y reservada, tu conducta cortés, tus amonestaciones amistosas, tu perdón de buena gana. Sé leal a tus promesas; y que sea sabio tu hablar. Reparte alegremente las abundancias que recibes.

 

“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7.1).