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"¡Basta ya!"

"¡Di no a la mordida!"

"¡Fuera con los mentirosos!"

"¡El cambio que el pueblo necesita!"

"¡Acabemos de una vez con la corrupción!"

Muchos claman por justicia, lamentando la corrupción del gobierno. Los letreros insisten en que hay otras personas más capaces que podrían gobernar el país con justicia.

Pero cuando apenas terminan las próximas elecciones, o aun antes de concluirlas, se escucha los gritos nuevamente. "¡Corrupción! ¡Fraude!"

¿Por qué no se logra acabar con la corrupción? ¿Cómo podemos acabar con esta plaga?

¿Qué es la corrupción?

La mentira, el engaño, el fraude, y el robo son perjudiciales. Pero la corrupción es más que solamente una cosa perjudicial o inconveniente. Es más que el desvío de los fondos públicos y la falta de dinero para reparar los caminos. Es más que el hecho de que algún agente policial es un bandido, pero mediante la ayuda de algunos amigos influyentes no pierde su oficio. Es más que el engaño que el presidente trama para mantener su puesto.

¿Qué, entonces, es la corrupción? ¡El corazón del hombre apartado de su Dios es la esencia de la corrupción! Y de tal corazón salen los hechos corruptos que tanto nos disgustan. Jesús dijo:

Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre (Marcos 7.21–23).

Hubo un tiempo cuando no existía ninguna corrupción en el corazón del hombre. Nuestros primeros padres fueron creados perfectos. Fueron creados a la imagen de Dios y gozaban de la comunión con él. A diferencia del resto de la creación, Dios les dio el libre albedrío —la capacidad de escoger a quién dar su lealtad.

Dios le encargó al hombre algunos trabajos agradables. También le dio la oportunidad para probar su lealtad a él; le mandó no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Además, le advirtió de los resultados si escogía desobedecer este mandamiento. Iba a morir (Génesis 2.15–17).

¿Qué pasó luego? Génesis 3.1–5 nos dice que llegó el tentador, ofreciendo al hombre una alternativa a quién creer y a quién obedecer.

El tentador era astuto. Ofreció al hombre algo verdaderamente extraordinario, un adelanto, algo así como llegar a ser tan sabio como Dios. Adán y Eva escogieron hacerle caso a esta oferta del impostor. Comieron del fruto prohibido.

¿Y el resultado? La corrupción. Ya el hombre no era inocente, sin conocimiento del pecado. Ahora él conocía la emoción embriagadora de tomar su propio camino, sin importarle el mandamiento del Dios todopoderoso. ¡La corrupción! La muerte espiritual fue inmediata. Hubo separación entre el hombre y su Dios. También fue inmediato el inicio del proceso de la muerte física en los seres humanos. Empezó el dolor, la enfermedad, y la tristeza. ¡La corrupción!

¿Quién es culpable de la corrupción?

Cualquier persona que escoge desobedecer a Dios es culpable de pecado y corrupción. Dios ha puesto en nosotros la conciencia; el entendimiento de que existe lo bueno y lo malo. También nos ha dado la capacidad de escoger a cuál seguiremos. Escogemos o amar la verdad y seguir lo bueno, o aborrecer la verdad y seguir lo malo. Si escogemos amar la verdad y seguirla, somos libres de la corrupción. Pero si rechazamos lo que sabemos que Dios quiere que hagamos, ya somos culpables de la corrupción.

¿Amigo, sería posible que tú fueras una persona corrupta? Dios dice:

No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. (...) No hay temor de Dios delante de sus ojos (Romanos 3.10–12, 18).

La corrupción que existe en el corazón se manifiesta en cosas tan comunes como los pensamientos impuros, la mentira, el odio, y la codicia. La palabra de Dios explica cuán corruptas son estas cosas:

• "Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón" (Mateo 5.28).

• "Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él" (1 Juan 3.15).

• "Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda" (Apocalipsis 21.8).

• "Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia" (Colosenses 3.5–6).

Amigo, si tú no andas en santidad, eres una persona corrupta de corazón. Y no es correcto que culpes al gobierno de corrupción, cuando tu propio corazón está lleno de lo mismo.

No debes pensar que la corrupción que existe en el gobierno sea peor que la que hay dentro de tu corazón. Tampoco debes excusarte pensando que Dios va a pasar por alto tus faltas, a causa de las buenas obras que haces.

Todas nuestras justicias [son] como trapo de inmundicia (Isaías 64.6).

Si eres honrado, vas a reconocer que has pecado delante de tu Creador. La corrupción del gobierno te molesta, pero la corrupción de tu propio corazón es lo que te condenará, a menos que te arrepientas. De tu propia corrupción tendrás que dar cuenta, no de la corrupción del gobierno.

Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo (2 Corintios 5.10).

¿Cómo puedes acabar con la corrupción?

¿Acaso hay algún remedio para este problema? Sí hay, pero no es un remedio sabroso, ni barato. Costó la vida del Hijo de Dios. Y para que este remedio te sane a ti, tú tienes que morir también —morir del todo a tu propia voluntad. No se puede acabar con esta corrupción con tan sólo votar por cierto partido político. La corrupción y su remedio es cosa de cada persona individualmente delante de su Creador. Sí, se necesita un cambio radical de gobierno... ¡pero es un cambio de quién gobierna en tu corazón!

Jesús mandó:

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar (Mateo 11.28).

Esta promesa de descanso es para ti, si deseas una vida limpia y justa, pero no encuentras dentro de ti el poder para lograrlo (ya lo has intentado, ¿verdad?). No es para ti si buscas excusarte o si quieres guardar un poquito de corrupción.

Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros (1 Juan 1.8).

Tú puedes ser rescatado de tu corrupción por medio de la fe en la sangre de Jesús. Jesús murió para rescatarte del poder de Satanás y darte vida nueva. Jesús dijo:

No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo (Juan 3.7).

Este nuevo nacimiento es el principio de una nueva vida, una vida de servicio a Dios.

La vida nueva es un regalo de Dios. No puedes comprarla ni merecerla. Tu parte es arrepentirte y entregarte completamente a Dios. Su parte es darte un corazón nuevo y el poder para vencer en cada tentación. Luego te toca a ti poner toda diligencia al leer y obedecer la palabra de Dios, y de esa manera añadir a tu fe el conocimiento para comprobar la voluntad de Dios.

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2 Corintios 5.17).

Tú no puedes acabar con la corrupción del gobierno. ¡Pero Dios requiere que le dejes a él acabar con la corrupción que hay dentro de tu corazón!

—Daniel Riehl