Libros    Tratados    Música    Prédicas

 

Habla el dueño de la ferretería de un pueblo pequeño, hombre de negocio y de respeto en la comunidad:

Todos los hombres tienen mujeres además de su esposa. Todo el mundo lo hace. Todo el mundo lo sabe. Así somos los hombres. Realmente no es tan malo...

Habla el estudiante universitario, guapo e inteligente, de una familia de alta sociedad:

La castidad. La virginidad. ¿Por qué me hablas de esas normas anticuadas? Ya nadie las practica. Los jóvenes todos queremos libertad sexual. Hoy hacemos lo que queremos. Nada a la fuerza. Si ambas personas quieren, ¿por qué no?

Habla el autor de varias novelas populares, uno que siente orgullo en llamarse filósofo liberado:

Las viejas normas de moralidad han esclavizado a la gente. Esas normas las produjeron las religiones para mantener al pueblo bajo su control. Ya vamos avanzando hacia un mundo nuevo y mejor. No necesitamos más las religiones ni las restricciones sexuales.

* * *

Esta es la voz mentirosa de la nueva moralidad. Estas son las normas que gobiernan la generación actual.

Pero Dios no está callado. Él siempre habla, y siempre habla la verdad. Él no ha dejado de ser un Dios santo. No se ha dado por vencido ante los hombres impíos del siglo veintiuno. Y no ha anulado sus normas santas para la conducta sexual.

Dios siempre nos da su mensaje a través de la Biblia. Pero él está dando voces en una manera nueva hoy. El mensaje es el mismo; sólo el método es nuevo. El SIDA es la voz de Dios. Y la gente está prestando atención... al fin.

El mensaje de Dios es éste: "Esa nueva moralidad no es más que la vieja inmoralidad que siempre he aborrecido. Es pecado y trae muerte."

Ya nos estamos dando cuenta de que lo que Dios dice es cierto. El SIDA trae muerte. Todo el mundo lo cree ahora... y está atemorizado. Nadie sabe cuántos han contraído el SIDA. Más de 40 millones, por cierto. Y una vez infectada la persona, no hay escape. No hay remedio.

La nueva moralidad ha fracasado. La revista centroamericana Rumbo lo reconoció así: "La mejor vacuna contra el SIDA es la fidelidad". Y es cierto. Esto siempre ha sido el plan de Dios. Notemos lo que dice Dios acerca de la inmoralidad en sus varias formas:

Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia ... y cosas semejantes a éstas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gálatas 5.19–21).

El adulterio es actividad sexual que no respeta el compromiso matrimonial, el casado con alguien que no sea su cónyuge.

Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas ... cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia (Colosenses 3.5–6).

En su sentido estricto, la fornicación se refiere a actividad sexual de los que no tienen compromiso matrimonial. La Biblia muchas veces usa este término para referirse a toda clase de inmoralidad.

No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones ... heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6.9–10).

La homosexualidad es actividad sexual entre dos hombres. Dios la condena. Por ese pecado destruyó a Sodoma y Gomorra con fuego.

Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío (Romanos 1.26–27).

El lesbianismo es actividad sexual entre dos mujeres.

Ni con ningún animal tendrás ayuntamiento amancillándote con él, ni mujer alguna se pondrá delante de animal para ayuntarse con él; es perversión (Levítico 18.23).

La bestialidad es actividad sexual con algún animal.

Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor (2 Timoteo 2.22).

Pasiones juveniles es un término general. Pudiera incluir muchas cosas. Sin embargo, sabemos que las pasiones más agudas para muchos jóvenes son las pasiones sexuales. Debemos huir de ellas en todas sus manifestaciones —sean los cuentos vulgares, la masturbación, las miradas indecentes, o las caricias. Muchos creen que estos pecados no son tan graves. Pero ante Dios son pecado de todos modos. Y muchas veces conducen a los pecados más graves.

El adulterio... la fornicación... la homosexualidad... el lesbianismo... la bestialidad... las pasiones juveniles... todos son pecado. Dios los ha juzgado ya en su palabra. Llevan a la muerte. Y el SIDA es la voz de Dios anunciándolo de nuevo y confirmándolo.

Pero el pecado no se manifiesta sólo en hechos. El pecado principia en los pensamientos. Escucha lo que dice Jesús:

Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón (Mateo 5.28).

Codiciar es pecar.

¿Cómo es posible guardar la mente de la codicia en el siglo veintiuno?

¡Oh mundo insensato! La inmoralidad va en aumento y nuestras ciudades son Sodomas y Gomorras porque el mundo da rienda suelta a toda clase de lascivia. La música sensual, los programas del televisor y del cine, la ropa indecente, y la pornografía alimentan la inmoralidad. Estimulan la codicia. Y el que codicia, pronto peca en hecho. Y el que peca (sea en pensamiento o en hecho), morirá. La Biblia lo dice:

El alma que pecare, ésa morirá (Ezequiel 18.4).

Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte (Santiago 1.14–15).

¿Por qué es que el Dios santo condena la inmoralidad? Porque trae muerte. Él lo sabe. Y Dios no quiere que muramos. Quiere que vivamos... y que vivamos abundantemente. Dios nos ha hecho de manera que podamos vivir. No inventó la sexualidad sólo para ser una trampa.

Dios mismo ha hecho a cada hombre y mujer con la sexualidad. Guardada en su propio lugar, es buena y bella. Me gusta comparar la sexualidad de la persona con las cuerdas finas, tensadas del arpa. Tócalas sabiamente, con cuidado, y brotará una música muy fina y hermosa. Pero tócalas descuidadosamente, bruscamente, locamente, y se reventarán. No habrá música sino un gran desastre y caos. Dios así hizo la sexualidad del hombre.

No hay nada más bello y sano en este mundo que la unión matrimonial. ¿Por qué? Porque Dios lo hizo así. Porque en el matrimonio gobierna un amor duradero vinculado con responsabilidad. Porque los cónyuges se aman y se comprometen a suplir la necesidad el uno del otro. Ese amor no admite egoísmo. Produce armonía y libertad, una música fina y agradable.

En los hechos inmorales cada persona busca satisfacerse, sin importarle la otra persona. El que se mete con una mujer ajena, por ejemplo, quiere placer pero no quiere responsabilidad. No la ama; la usa. Peca contra ella. Y ese pecado produce soledad... temor... inseguridad... y un sentido de inferioridad. Es una deshumanización cruda y cruel, una música sin armonía.

El hombre inmoral no sólo peca contra la mujer; peca contra sí mismo. La misma Biblia lo confirma:

Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca (1 Corintios 6.18).

¿Será posible que en este versículo Dios pensaba en el SIDA?

Aun antes que hubiera SIDA, la promiscuidad producía terribles enfermedades. Las produce aún. También produce vidas quebrantadas y familias rotas. Produce celos y pleitos. Y produce muerte. Muchas veces produce muerte física. Siempre produce muerte eterna... castigo eterno... separación de Dios. Por esta razón nuestro amante Padre nos ha prohibido los hechos inmorales, al igual que un padre no permite a su niño cargar un cuchillo. Sin embargo, la gente que no teme a Dios sigue locamente jugando con la muerte. Siguen lejos de Dios, cargados de culpa, temor, y fastidio... y no saben por qué.

Amigo lector, nuestro Dios es un Dios santo. Es un Dios de ira justa, y habla fuertemente contra la inmoralidad. El SIDA muestra su indignación.

No es una nueva moralidad lo que se está practicando hoy. Es la vieja inmoralidad que Dios abomina. Escuchemos la Biblia. Ella nos habla con franqueza y claridad:

Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros.... Porque sabéis esto, que ningún fornicario ... tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. No seáis, pues, partícipes con ellos (Efesios 5.3–7).

Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (Apocalipsis 21.8).

Hay un escape si tú has vivido en la inmoralidad. Cristo ofrece esperanza. Cristo da vida. Él no quiere que nadie se pierda. Él nos ofrece la vida... vida nueva en Cristo. Nos ofrece una vida libre de la esclavitud del pecado y de la muerte. Si te arrepientes, dejando tus pecados, él te ofrece una vida sana, satisfactoria y hermosa. Oye su invitación:

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga (Mateo 11.28–30).

—Pablo Yoder