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Libro El sacrificio del Señor

Lenaert Plovier

TESTAMENTO DE LENAERT PLOVIER, QUE LE DEJÓ A SUS HIJOS, MIENTRAS SE ENCONTRABA PRESO EN AMBERES POR CAUSA DE LA PALABRA DEL SEÑOR, DONDE DIO SU VIDA A PRINCIPIOS DEL AÑO 1560 d. de J.C.

Queridos y muy amados hijos, cuando su padre fue arrebatado de ustedes no fue por ningún delito. Fue por el testimonio de Jesús y porque yo los amo a ustedes hasta la muerte. Deseo que cuando hayan alcanzado los años de entendimiento, busquen la salvación, como Cristo nos ha enseñado (Mateo 6.33). Por tanto, les he escrito una breve amonestación para que cuando hayan llegado a los años de entendimiento, la recuerden y puedan buscar su salvación.

Martirio de Lenaert Plovier

Por tanto, queridos hijos, procuren obedecer a su madre y honrarla, porque escrito está: “Honra a tu padre y a tu madre, (…) para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Igualmente el que maldijere a su padre o a su madre, morirá” (Éxodo 20.12; Efesios 6.2–3; Éxodo 21.17). No sean tercos ni rebeldes ni enojadizos, sino más bien amables. Tampoco mientan, porque escrito está que la “boca mentirosa lleva al hombre a la muerte”; porque el mentiroso no tiene parte en el reino de Dios. No, su parte estará en el lago que arde (Sabiduría 1.11; Apocalipsis 21.8). Sean laboriosos con las manos, para que ayuden a su madre a ganarse la vida (Génesis 3.19; Efesios 4.28). No sean tardíos en aprender a aplicarse a los libros para que cuando hayan alcanzado los años de entendimiento puedan buscar su salvación. Sean siempre modestos en sus palabras, como corresponde a los niños.Y cuando hayan llegado a los años de entendimiento, tomen un Testamento y vean lo que Cristo nos ha dejado y nos ha mandado. “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3.16–17). “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente.” “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Tito 2.11–12; Deuteronomio 8.3; Mateo 4.4).

He aquí, queridos hijos, que la palabra del Señor es alimento para el alma, por la cual el alma debe vivir. El que no gobierna su vida según estas palabras va a enfrentar el juicio eterno, como Cristo dice: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3.3). Por tanto, Cristo dice: “Arrepentíos, y creed en el evangelio.” “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego” (Marcos 1.15; Mateo 3.10). Por tanto, queridos hijos, procuren escapar del castigo; porque los que no obedecen el evangelio “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor” (2 Tesalonicenses 1.9).

Oh, queridos hijos, he aquí el castigo que sobrevendrá al que no obedece el evangelio: separación eterna de la presencia de Dios, y eterna perdición. Así que, queridos hijos, prepárense mientras puedan. Algunas tribulaciones pueden sobrevenirles a los que buscan obedecer el evangelio, pero ésas no durarán por mucho tiempo en comparación con las que son eternas. Porque “es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14.22). Por tanto, Pedro dice: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pedro 4.12–13). Hasta el propio Cristo, nuestro Maestro y Señor, tuvo que entrar en el reino de Dios a través de tribulación y aflicción; asimismo, “el discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor. Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor” (Mateo 10.24–25). Por tanto, él dice que no vino para traer paz a la tierra, sino espada. Él vio de antemano que el mundo no soportaría el evangelio, así como desde el principio no pudieron soportarlo. Fue por eso que persiguieron a los profetas desde el principio, a pesar de que afirmaban que tenían a Dios por Padre. Sin embargo, no pudieron soportar las cosas buenas que los profetas les dijeron, ni sus amonestaciones. Por ello, los persiguieron, sí, los apedrearon y los mataron. Ni siquiera conocieron al propio Cristo, que hizo tantos milagros y señales entre ellos, sino que lo crucificaron. Oh, queridos hijos, escuchen de corazón lo que Pablo dice: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3.12). Y no dejen, a causa de un poco de aflicción, de buscar su salvación; “pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación”. Por cuanto escrito está: “He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.” “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra. He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona. Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios.” “Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios.” “No sufrirá daño de la segunda muerte.” “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.” “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 2.10; 3.10–12; 2.7, 11; 3.5, 21).

Sí, queridos hijos, he aquí las maravillosas promesas que se dan a los que vencen. Por tanto, no teman a los hombres que pueden afligirnos sólo por poco tiempo. Después de estas tribulaciones descansaremos de todos nuestros trabajos, bajo el altar, junto con los que han sido muertos por causa de la palabra de Dios. Compareceremos con miles de santos, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos, clamando a gran voz y “diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero.” “Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno”; porque el Señor será su luz, “y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos.” “No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 14.13; 6.9; 7.9–10, 16–17; 22.5).

Por tanto, queridos hijos, presten atención; contemplen estas maravillosas promesas dadas a los que vencen y no a los que apostatan de la fe, porque éstos serán escritos en el polvo (Apocalipsis 2.7; Jeremías 17.13). Por tanto, queridos hijos, procuren temer al Señor mientras les dé tiempo; porque él vendrá cuando nadie lo espera. Velad, pues, y esperen su venida (Isaías 55.6; Mateo 25.13).

Éste es el testamento que les dejo. Escrito por mí, en la prisión de Amberes, donde me encontraba encerrado por el testimonio de Jesús. Su padre,

LENAERT PLOVIER.

Jerónimo

La última carta de Jerónimo a su esposa, escrita la noche después de que fue condenado. Lo mataron el 2 de septiembre, 1551 d. de J.C.

Que la gracia y la paz de Dios el Padre, la misericordia insondable del Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y la bondad y la comunión del Espíritu Santo estén contigo.Y que tesean deconsuelo eterno, gozo y alegría; y fuerza en tus cadenas, tribulaciones, sufrimientos y maltrato; y fortaleza en tu fe, amor y tribulación. Sea él alabado por siempre. Amén.

Yo deseo que tú, mi esposa muy amada y escogida en el Señor, tengas la verdadera, genuina y penitente fe que obra por el amor. También que tengas un pensamiento firme, inconmovible y constante acerca de tu fe y la mía. También te deseo al Cristo crucificado como tu novio, pues te ha escogido como hija, novia y reina. A este Rey, el Altísimo, al eterno Padre celoso y al amoroso Dios te encomiendo ahora, mi querida en el Señor, para que él sea tu consolador y novio, ya que él me llamó y me lleva a mí primero. Con esto estoy contento, ya que es la voluntad del Señor. ¡Eterna alabanza y gloria sean dadas al Señor por su gran poder que ha manifestado en nosotros.

Por eso, muy querida en el Señor, no te quejes ni te aflijas mucho porque él me lleva primero. Él ha hecho todo para nuestro bien, para que yo pueda ser un ejemplo para ti y para que me puedas seguir con el valor con que iré antes que tú, por la gracia de Dios, el que a ambos nos ha hecho dignos de sufrir por su nombre. Mi estimada corderita, con humildad te ruego que no escuches a los papistas u otros teólogos, sino que con firmeza sigas a tu novio, tu novio que no cambia. Sigue sus pasos y no les tengas miedo a las amenazas, ni dejes que las torturas te atemoricen; pues los papistas y teólogos no pueden hacer más de lo que el Señor les permite. Ellos no pueden dañar ni un cabello de tu cabeza si no es la voluntad del Padre celestial (Mateo 10.30).

Por eso, no temas, sino continúa firme y constante en la doctrina de Cristo y en la única verdad. Pues el Señor no te desamparará, sino que te preservará como la niña de su ojo; sí, como su hija, ya que es imposible que los escogidos de Dios sean engañados, pues sus ovejas oyen su voz y le siguen; pero no oyen la voz de extraños. Por esto nadie puede arrebatárselas de la mano; pues él es el pastor y protector. Por eso, pelea con valor por la gloria de Dios, mi corderita escogida, así como Cristo peleó con valor por la salvación de nuestra alma. Por tanto, ten ánimo, si bien tienes que estar en el foso de los leones por un poco más de tiempo. Tu liberación se acerca; no tarda, sino que viene. Y cuando venga el que vendrá con poder, él te recibirá como su novia y reina; pues es su placer tener a sus escogidos consigo, ya que se deleita en verlos. Y el día del Señor se acerca (Habacuc 2.3; Salmo 45.14; Isaías 13.6).

Por eso, mi querida esposa en el Señor, lucha con valor y no temas al hombre. Más bien, di con Susana que mejor cayeras en manos de hombres que en las manos de Dios; pues “¡horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Susana 24; Hebreos 10.31). Estate lista para encontrarte con el Señor con amor ardiente como lo has hecho hasta ahora por la gracia del Señor, quien obra en ti. Y pelea con valor, pues la corona de vida está preparada para ti, ya que todas las cosas les han sido prometidas a los que vencen, y también heredarán todas las cosas, pues Cristo dijo: “Bienaventurados sois cuando (...) digan toda clase de mal contra vosotros, (...) porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mateo 5.11–12). Él dijo también: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”. El Señor dijo también que cuando nos traen ante señores y príncipes, y nos torturan y matan, pensarán que le están rindiendo servicio a Dios (Juan 16.2). Por eso, confía sólo en Cristo y el Señor no te desamparará, y la corona de vida estará preparada para ti.

Con esto te encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia, y me despido de ti en este mundo, pues no creo que veré tu cara ya más aquí; pero espero verte bajo el altar de Cristo dentro de pocos días. Por eso, mi querida esposa en el Señor, aunque el mundo nos tiene por mentirosos y nos separa corporalmente, aun así nuestro Padre misericordioso nos volverá a unir otra vez bajo su altar, junto con nuestro hermano; no lo dudo porque confío en él, pues he encomendado a nosotros tres en sus manos para que él haga su divina voluntad con nosotros. Y así sea su nombre alabado y bendecido para la salvación del alma, y la consolación y fortaleza de todos los que confían en él y aman su nombre. Esto también hará, no lo dudo, porque él no desampara a los suyos que confían en él. Por esto voy con corazón gozoso para ofrecer mi sacrificio para la alabanza del Señor. Si me hubieran dado el privilegio de ir a verte, lo habría hecho. Pero Joaquín no me lo permitió. Pero Cristo nos unirá pronto otra vez bajo el altar. Esto no lo podrán impedir los hombres. Con esto te digo “hasta luego”, hasta que nos veamos bajo el altar. Te encomiendo al Señor. Enrique el grande te saluda mucho en el Señor. Mi estimada esposa en el Señor, la hora de nuestra partida ha llegado; y así voy antes de ti, con gran gozo y alegría, a nuestro Padre celestial (Juan 20.17). Y con humildad te ruego que no te aflijas por esto, sino que te regocijes conmigo (Romanos 12.15). Sin embargo, por una cosa estoy triste, y eso es que te dejo entre estos lobos; pero yo te he encomendado a ti, y al fruto, al Señor. Y sabe con certeza que él te guardará hasta el fin. En esto descanso satisfecho. Sé valiente en el Señor.

Adrián Corneliss

VARIAS CARTAS ESCRITAS EN LA PRISIÓN POR ADRIÁN CORNELISS, INCLUYENDO UNA ORACIÓN, UNA AMONESTACIÓNY UNA CONFESIÓN DE ADRIÁN CORNELISS, VIDRIERO, QUE ESTUVO PRESO EN LEYDEN,Y TAMBIÉN MATADO ALLÍ POR EL TESTIMONIO DE JESÚS, EN EL AÑO 1552 d. de J.C.

Su oración a Dios

Oh, Dios de los cielos y de la tierra, que has hecho todo de la nada, que me has dado miembros que se conforman a la imagen de tu Hijo, los quiero ofrecer ahora a tu santo nombre, pues tú eres Dios, delante del cual toda rodilla se doblará en el cielo y en la tierra. Escucha mi oración y deja que mi incienso sea aceptable delante de ti. No quites tu gracia de delante de mí, que soy un hombre sucio de labios inmundos. Purifica mi boca para que tu nombre sea alabado por ella.

Inclina tu oído hacia mí y verás cómo caen sobre mí; pero es mejor caer en manos de hombres que pecar contra ti; pues tus ojos son como llama de fuego y tu palabra más penetrante que una espada de dos filos que alcanza hasta partir el alma y el espíritu, y las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay nada escondido de tus ojos. Por eso, digo con David, tu santo profeta, que es mejor caer en manos de hombres que en tu ira (Mateo 11.25; Génesis 1.27; Romanos 12.1; Filipenses 2.10; Isaías 6.5; Susana 23; Apocalipsis 1.14; Hebreos 4.12–13).

Oh Señor, guíame de la tierra de Harán, donde no tengo herencia ni tan siquiera para poner mis pies, pero pido que me des la tierra prometida por gracia, no por mis propias obras ni mis propios méritos (Hechos 7.4–5). Sálvame de esta generación, al igual que hiciste a Lot. Presérvame, oh Señor, de los dientes de los leones, que son muchos; guárdame de los lobos de la tarde que no dejan nada para la mañana, cuyos pies se apresuran a derramar sangre inocente (Sofonías 3.3; Proverbios 1.16). Señor, presérvame al igual que lo hiciste con Sadrac, Mesac y Abednego. Que el fuego de blasfemias que procede de su boca no me haga daño (Daniel 3.27). Oh, Señor, escucha mi oración como escuchaste la de Tobit, de Sara y de Elías. Recíbeme como una ofrenda viva, santa y agradable a ti, y que los profetas de Jezabel sean confundidos y que ya no seduzcan más a los tuyos (Tobit 3.1, 11; 1 Reyes 18.36; 19.4). Señor, presérvame de la mujer mala al igual que lo hiciste con José, y haz que yo prefiera perder mi capa, o sea mi primer cuerpo. Pues leemos que “El que se une con una ramera, es un cuerpo con ella” (Génesis 39.7; 1 Corintios 6.16). Presérvame, Señor, pues pongo al cielo y a la tierra como testigos de que muero inocentemente. Pues cualquiera que busca salvar su vida la perderá, pero el que pierde su vida por ti, Señor, y por el evangelio, la preservará (1 Macabeos 2.37; Mateo 16.25). Por esto, con Eleazar, prefiero morir con gloria antes de vivir manchado de abominaciones (2 Macabeos 6.19).

Señor, mira; la ira de la gran multitud se enciende sobre nosotros, y quitarán a algunos de entre nosotros. Alimentarán a los perezosos con cosas sacrificadas a ídolos; pero tú, Señor, me preservas. Le das pan a tu siervo en tiempo de necesidad y agua cuando tiene sed. En el día de aflicción tú perdonas los pecados (2 Esdras 16.68; Eclesiástico 2.11). Y tú le dijiste a tu profeta amado que aunque una madre olvidare a su hijo a quien había dado a luz, tú nunca nos olvidarás, pues está en tu palabra, Dios (Isaías 49.15). Tú has hablado por medio de tu querido apóstol Pablo, diciendo: Salid de en medio de esta generación perversa, y no toques lo inmundo. Entonces nos salvarás, y serás nuestro Padre y nosotros seremos tus hijos e hijas (2 Corintios 6.17–18). Ahora nosotros salimos fuera del campamento y participamos de tu oprobio (Hebreos 13.13). Señor, enséñanos a orar según tu voluntad para que podamos orar en espíritu y en verdad, y para que de verdad te llamemos Padre. Pues el hijo debe honrar a su padre y el siervo a su amo (Malaquías 1.6). Concédenos ser participantes de la palabra que dice: Éstos son aquellos que no han amado la vida, sino que la han entregado a la muerte, pues aquellos que son muertos por hombres tienen una esperanza mejor, la cual es la resurrección de los muertos. Tú pruebas a los escogidos; los pruebas en el fuego como el oro y los recibes como un sacrificio de ofrenda (Salmo 66.10). Señor, ahora permite a tu siervo partir en paz. Padre santo, santifica a tu hijo para que yo pueda ser hallado irreprensible cuando tú vuelvas. Guárdame, Padre santo, por tu santo nombre. Amén (Lucas 2.29; Juan 17.11).

Una amonestación de parte de Corneliss a los amigos

La rica gracia y la paz de Dios nuestro Padre celestial estén con ustedes. Él nos purificó por el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, y nos alumbró el corazón y abrió los ojos de nuestro entendimiento por la esperanza del evangelio. Además, nos advirtió, diciéndonos que rechacemos la inmundicia y la lujuria del mundo y que nos conservemos limpios de la corrupción del mundo delante de Dios el Padre, quien desea que todos sean salvos y que lleguen al conocimiento de la verdad para que en el tiempo de la revelación tengamos esperanza y consolación, y seamos contados entre los escogidos. El Padre y su bendito hijo Jesucristo los preparen para esto, desde ahora y para siempre. Amén (Tito 3.5; 2 Corintios 4.6; Efesios 1.18; Tito 2.12; Santiago 1.27; 1 Timoteo 2.4).

Nosotros, conciudadanos de los santos y de la casa de Dios, construida sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, siendo Jesucristo mismo la principal piedra del ángulo en quien todo el edificio va creciendo para ser un templo santo en el Señor, a las doce tribus dispersadas por edictos crueles y persecuciones severas, saludos (Efesios 2.19–21; 1 Pedro 2.6; Santiago 1.1). Así que, mis amados hermanos, no se cansen porque ahora sufren por un tiempo, huyendo de una ciudad a otra. Sólo recuerden, amados amigos, que todo esto conduce a su gozo. Tomen por ejemplo a Tobit que, junto con su esposa e hijos, tuvo que huir y esconderse desnudo. Igualmente Matatías con sus hijos y aquellos que le amaban, cuando dijo: “¡Todo el que sea piadoso de buen ánimo, que haga su testamento y me siga!” (Mateo 10.23; Romanos 8.28; Tobit 1.19; 1 Macabeos 2.27).

También tomen por ejemplo a Abraham, a Isaac y a Jacob, que vivieron en tiendas de campaña, como también lo hicieron otros. Pues aquí no tenemos ciudad permanente. Ellos vagaron de aquí para allá en pieles de ovejas y de cabras, con hambre, necesidad y aflicciones, de los cuales el mundo no era digno (Génesis 12). Miren, amados hermanos, no crean que sean los únicos o que hayan sido desechados por Dios cuando alguna tempestad los acecha; más bien, recuerden que con mucho sufrimiento alcanzaremos el reino de Dios (Eclesiástico 2.10; Hechos 14.22). Si los que ya mencionamos se hubieran acordado de la tierra de donde salieron, ciertamente habrían tenido oportunidad para volver, pero declararon claramente que buscaban una patria, una ciudad que tiene fundamentos cuyo constructor es Dios. Por lo tanto, Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos (Éxodo 3.6). Así también, mis amados amigos, él no se avergonzará de nosotros, pues él dice, por medio del piadoso profeta Isaías: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49.15). Consideren, pues, cómo el Padre se ha relacionado con todos los hijos piadosos de Dios y cómo los ha preservado y los ha sostenido con su mano poderosa. Esto lo vemos en Abraham, pues cuando salía a una tierra extraña, muchas veces tenía a Dios por consolador. Le dio valor a Jacob cuando huía de su hermano Esaú. Alimentó a Ezequías por tres días y tres noches cuando se quejaba de la blasfemia de Senaquerib (2 Reyes 19.6). Salvó a los judíos por mano de Judit, cuando fueron cercados por Holofernes (Judit 13.18). Rescató a los tres jóvenes del calor del horno, y estuvo en el foso de los leones con Daniel, para que los leones no lo devoraran (Daniel 3.25; 6.22). Libró a los israelitas de la esclavitud de Faraón y libró a Rahab de la sombra de muerte (Josué 6.25). Salvó a Susana por mano de Daniel y libró a Pedro de la prisión. Libró a Juan de la isla de Patmos y confortó a Pablo por medio de la visión en el camino a Damasco. Él consuela a los apóstoles por medio del Consolador, el Espíritu Santo. Él cambió la gran aflicción de José en gran gozo en Egipto. Asimismo, Dios cambiará la aflicción de todos ustedes en gran gozo, como él mismo lo declara: “Vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo. También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo” (Juan 16.20–22).

Por tanto, mis amados amigos, no les teman a los hijos de los hombres, que pasan como la hierba. “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lucas 12.32). No tengan temor de esta generación tirana, amados hermanos. No teman a los que pueden matar el cuerpo; pero yo les diré a quién deben temer: teman a aquel que después de que mueran, tiene poder para echarlos en el fuego eterno. Mis amados amigos, aquí sufrimos un poco por la tribulación, pero es muy poco comparado con el castigo y el tormento eternos.

Juan dice:“TemedaDios,ydadlegloria”(Apocalipsis 14.7).Y el profeta Esdras dice: “He aquí, Dios mismo es el juez, témanle. Dejen sus pecados y olvídense de sus iniquidades; no se metan en ellas nunca jamás. Entonces Dios los guiará y los librará de toda aflicción. He aquí, la ira de una gran multitud se enciende sobre ustedes y se llevarán a algunos de ustedes y, estando ellos ociosos, les darán de comer cosas sacrificadas a ídolos. Y los que consienten en sus hechos serán como un escarnidos, y se burlarán de ellos y los pisarán debajo de sus pies. Pues habrá en todo lugar, y en las ciudades, una insurrección en contra de los que temen a Dios. Serán como hombres locos, no dejando vivo a nadie, sino que dañarán y destruirán a los que sirven al Señor. Pues ellos les quitarán sus bienes, y los desalojarán de sus casas. Entonces se conocerá quiénes fueron mis escogidos; y ellos serán probados como el oro en el fuego.” Por esto, amados y escogidos, los días de tribulación ya llegan, pero el Señor los rescatará. No tengan temor, ni duden, pues Dios es su guía, y el Señor no los dejará huérfanos; pues él tiene cuidado de nosotros y nos preservará como la niña de su ojo (2 Esdras 16.67–75; Sabiduría 3.6; Juan 14.18).

Por eso, no desmayen por esta tribulación en la cual estamos, sino confíen en el Señor, pues la tempestad pronto los atacará. Pero, mis amados amigos, recuerden que como nuestros sufrimientos abundan en Cristo, así también nuestra consolación abunda en Cristo, ya que nuestros ojos no han visto, ni nuestros oídos han oído, ni han subido en corazón del hombre las cosas que Dios ha preparado para los que le aman (Efesios 3.13; Mateo 7.25; 2 Corintios 1.5; 1 Corintios 2.9). Entonces, ¡purifíquese todo el que tiene esta esperanza en sí, así como él es puro, y que salga de esta generación perversa! Y que no tenga ninguna comunión con las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien que las reprenda, “porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto. Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo. Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (1 Juan 3.3; Efesios 5.11–14).

Amados hermanos, si aún haya alguno entre ustedes que es perezoso o dormilón, que despierte ahora, porque si no, quedará fuera con las vírgenes insensatas. Mis amados amigos, de nada sirve que algunos de ustedes conozcan el camino. Oh, amados amigos, “el conocimiento envanece, pero el amor edifica”. De nada sirve conocer el camino; hay que andar en él. Y aunque es estrecho y angosto, y exige mucho esfuerzo, aun así hay que andar en él (1 Corintios 8.1; Juan 13.17; Mateo 7.14).

Por eso, mis amados amigos que han llegado a ser partícipes del llamamiento celestial, aprovechen bien el tiempo de la gracia y no se fijen en los que son tibios o perezosos, sino más bien luchen por entrar por la puerta estrecha; pues muchos buscarán entrar por ella y no podrán (Lucas 13.24). ¿Por qué, mis amados amigos? Porque buscan entrar por otro lado que no nos ha sido mandado. Pero los que entran por Cristo, que es el camino, son los que heredarán la ciudad; y el esposo hará que se sienten a la mesa y él los servirá. Pero, amados amigos, a los tibios, que no son ni fríos ni calientes, Dios los vomitará de su boca. Ellos son los que dicen que son ricos y tienen muchos bienes, y no saben que son pobres, miserables, desnudos y ciegos. Por esto Salomón dice: “Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio. Prepara en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento.”Y Jeremías dice: “La grulla y la golondrina guardan el tiempo de su venida; pero mi pueblo no conoce el juicio de Jehová.” Ignorantes, el buey conoce el pesebre de su dueño. Ustedes dicen, mañana hará buen tiempo, y así sucede.Ay de ustedes que pueden distinguir el aspecto del cielo y de la tierra, pero no pueden distinguir lo que es bueno (Mateo 16.3). Por eso, mis amados amigos, cuídense de no ser hallados desocupados y ociosos, sino estén ceñidos sus lomos y sostengan la vara en las manos para comer la pascua. Pues tenemos una pascua que comer, que es Cristo. “Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (Éxodo 12.11; 1 Corintios 5.8).

Por eso, mis amados amigos, no se sorprendan cuando son probados por el fuego de la tribulación, como si les sucediera alguna cosa extraña. Pero sean partícipes de los sufrimientos de Cristo para que en el tiempo de la revelación puedan tener esperanza y consolación. “Ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor (...); pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello. Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?” Salomón dice: “Ciertamente el justo será recompensado en la tierra; ¡cuánto más el impío y el pecador!” (1 Pedro 4.12–13, 15–18; Proverbios 11.31).

Por eso, mis amados amigos, tengan cuidado y huyan de la sombra de este mundo, y no busquen escaparse de la cruz, huyendo a otros países para obtener gran libertad. No, amados amigos, siempre sométanse a la cruz; pues los hijos que están bajo la corrección son obedientes, temiendo que venga el Señor y los halle dormidos. Por eso se mantienen despiertos para que no sean sorprendidos con sueño, pues en el momento en que la carne halla un poco de libertad, toma aun más. Mis amados amigos, aunque les he escrito esto con confianza, acéptenlo, pues no soy señor de ustedes en esto, sino que escribo según testifica mi propia carne. Por eso, mis amados amigos, anden en sabiduría con los de afuera, manténganse entre el rebaño disperso de Israel; pues donde se derrama la sangre, hay ganancia. Utilicen sus talentos, cada uno según recibió de Dios; respétense mutuamente y luchen por ser ministros aprobados por Dios (Colosenses 4.5; 1 Pedro 1.1; Mateo 25.15; Romanos 12.10). Pongan a un lado toda malicia e hipocresía y, como recién nacidos, deseen la leche de la palabra para que crezcan por ella; si es que han gustado que el Señor es benigno, al cual han llegado, como a una piedra viva. Por eso sean edificados como una casa espiritual, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para que ustedes, como hijos obedientes, muestren las virtudes de aquel que los llamó (1 Pedro 2.1–5, 9).

Si alguno habla, que hable conforme a las palabras de Dios. Cumplan su ministerio sabiamente para que su tesoro no sea malhablado por los demás, y así como se empeñaron en alejarse de Dios, ahora búsquenlo con mucho más empeño y abunden en todo esto (1 Pedro 4.11; Baruc 4.28; Romanos 6.19). Hagan “bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe”, y asegúrense de añadirle a su “fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados” (Gálatas 6.10; 2 Pedro 1.5–9). Que no sea así entre ustedes, mis amigos. Ganen amigos por medio de las riquezas mundanas, y si son copartícipes de las cosas espirituales, compartan también las cosas temporales los unos con los otros; y que esto sea con orden, y recuerden que es más bienaventurado dar que recibir. Pues leemos en Juan 6 que algunos siguieron al Señor, a los cuales les dijo: “De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis” (Lucas 16.9; Romanos 15.27; 1 Corintios 14.40; Hechos 20.35; Juan 6.26).

Por eso, amados amigos, no trabajen “por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece”; pues “no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Pues, “las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas; pero tanto al uno como a las otras destruirá Dios” (Juan 6.27; Mateo 4.4; Deuteronomio 8.3; 1 Corintios 6.13).

Así que, mis amados amigos, si viven según el evangelio serán ramas fructíferas de la vid verdadera que es Jesucristo; bellas ramas de olivo injertadas en Cristo. Mis amados amigos, no sean movidos del evangelio por los enemigos de la cruz de Cristo, que predican el evangelio sin cruz. No los crean, pues ellos son los que aman la carne de ustedes y matan su alma, y ponen almohadas debajo de los brazos y la cabeza. Evítenlos, pues no sirven al Señor Jesucristo, sino a su propio vientre, y por medio de palabras buenas y lindas engañan el corazón de los sencillos. Pues no somos ignorantes en cuanto a los engaños de Satanás; ya que él se transforma en ángel de luz, no es de maravillarse que sus ministros también tomen esta misma apariencia (Filipenses 3.18; Ezequiel 13.18; Romanos 16.17–18; 2 Corintios 11.14–15).

Mis amados amigos, el ladrón no viene sino para robar y para matar. Y tengan cuidado, no sea que sean engañados por ellos y caigan de su firmeza (Juan 10.10; 2 Pedro 3.17). Por esto, manténganse firmes en lo que tienen. ¡Que nadie les quite la corona! Y el que está firme, tenga cuidado que no caiga; pues ¿qué tienen ustedes que no han recibido? Pues “toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Apocalipsis 3.11, 1 Corintios 10.12; Santiago 1.17).

Por eso, exhórtense a diario, amados amigos, y mucho más al ver que el día del Señor se acerca, mientras se dice hoy (Hebreos 3.13). Cuídense los unos a los otros. Mis amados amigos, al congregarse, no hagan muchas preguntas en cuanto a los demás, o dónde viven; en estas cosas sean ignorantes. Sean niños en cuanto a la malicia, pero sean ancianos en cuanto al entendimiento, y cuídense de lo que hablan con la que duerme en sus brazos (1 Corintios 14.20; Miqueas 7.5). Mis amados amigos, si tienen entendimiento, respóndanle a su vecino; si no, pongan la mano sobre la boca, no sea que digan algo que no es bueno y sean avergonzados (Eclesiástico 5.12). “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4.29–30).

Mis amados amigos, con esto pienso terminar. No se sientan mal que les he escrito un poco. Deseo que sea para edificación. He sido diligente con el pequeño don que Dios me ha dado.

Escrito por mí, Adrián Corneliss, vidriero, su hermano indigno que no merezco ser llamado hermano (1 Corintios 15.9). Escrito en la cárcel, sentado en los cepos con dos compañeros, y uno que está en una celda aparte, y dos hermanas que están por debajo de nosotros. Diariamente esperamos la redención de nuestra carne; y creo que nuestra peregrinación está por terminarse, y espero que pronto lleguemos al descanso.

Los encomendamos al Señor, amados hermanos. Recuerden a los presos; nosotros los recordamos a ustedes en nuestras oraciones (Hebreos 13.3). Saluden por nombre a los amantes de la única salvación. No los menciono por nombre porque los tiempos son peligrosos.

Déjenme informarles cómo nos fue la última vez. Cuando nos iban a sacrificar el lunes, un sacerdote llegó el domingo y nos habló diciendo:

—Tienen que morir.

Respuesta: “Así también hicieron los judíos que dijeron: ‘Tenemos una ley, y por esta ley usted tiene que morir’. Así también nosotros, pues ése es el decreto del emperador.” Pero le preguntamos al sacerdote si las cosas que ellos hacían eran correctas. Él respondió:

—No todo; pues también tenemos unos abusos en nuestra Iglesia.

—Un poco de levadura leuda toda la masa (1 Corintios 5.6) —le dijimos nosotros.

—Tiene que estar leudada —respondió él.

Por esto podemos percibir que las cosas entre ellos no están bien. Pero cuídense de los tales, pues no son enviados por Dios (Jeremías 14.15). Saluden a todos los amantes de la palabra divina.

Confesión de Adrián Corneliss ante el magistrado y los sacerdotes, junto con un relato de su captura.

Mis amados hermanos, a las doce tribus que están esparcidas por Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, con todos los que claman al Señor con un corazón puro, cada uno en su lugar, saludos (Santiago 1.1; 1 Pedro 1.1; 1 Corintios 1.2; 2 Timoteo 2.22). Quiero todavía escribirles un poco, esperando despedirme con esto. Déjenme contarles cómo me fue con relación a mi encarcelamiento.Yo había venido a Leyden y conversaba con un hermano. Nos preguntábamos porqué detuvieran tanto tiempo a nuestros amigos. Acordamos que yo iría a ver a Jan de Delft, el siervo del magistrado, para preguntarle qué pasaba con los presos y si serían sacrificados pronto. Él respondió:

—No he escuchado nada acerca de esto.

Yo entonces le dije:

—Este encarcelamiento largo le da bastante trabajo, ¿verdad?

Jan: “Yo estaría satisfecho con que terminara pronto.”

Adrián: “Casi no puede salir, ¿verdad?”

Jan: “Sí, así es.”

Adrián: “Usted debiera tener un descanso.”

Jan: “Sí, ¡hace tiempo!”

Adrián: “Jan Jans, me gustaría hablar un poquito con usted acerca de ciertas cosas.”

Jan: “Tengo algo que hacer todavía. Sólo espéreme un poquito; después hablamos.”

Esperé un rato, y él volvió antes de atender a los presos o darles de comer. Él vino y me habló amablemente y aceptó mis palabras con tal suavidad (Salmo 55.21) que no pude menos que creer que él también aceptaría nuestra fe.

—Jan Jans, ¿qué piensa? —le dije yo entonces—. ¿Dejaría este trabajo y libraría a los presos? Yo le aseguro que no saldría perdiendo, pues está en su poder hacer esto. Usted tiene las llaves.

Antes que yo le dijera esto, él les había preguntado a nuestros amigos en la prisión:

—¿Les dejo abierta la puerta alguna vez para que escapen?

—¿Por qué haría eso? —respondieron nuestros amigos.

Por esto yo le hablé con aun más valor, recordando las palabras acerca de Pablo y el carcelero (Hechos 16.29). Tal vez el Señor igualmente le había mostrado misericordia a este hombre. Habiendo sido animado por mis amigos, él y yo hablamos largo tiempo. Él me preguntó si conocía a ciertas personas. Le dije:

—No, pero sí he oído hablar de ellas. —Hubo uno que él mencionó que yo conocía bien—. Sí, yo lo conozco bien —le dije. Él me preguntó de donde era yo.Yo respondí—: Soy natural de Schoonhoven —pero no le dije que ahora residía en Delft. Pero a pesar de mi prudencia, Satanás, como bien se sabe, era aun más astuto (Génesis 3.1). Cuando habíamos caminado juntos un buen rato, llegamos de nuevo a la prisión. Entonces me preguntó—¿Quiere hablar con los presos? —Entré sin miedo y, llegando donde estaban nuestras amadas hermanas, conversé con ellas, pero ni ellas ni yo mostramos que nos conocíamos desde antes. Este siervo caminó hacia otro siervo y le habló. Entonces pude ver en lo que me había metido.

Alguien me pudiera preguntar: “¿Por qué entró?” Amados amigos, mi carne y mi sangre no me impulsaron a entrar allí. En vano corremos. Es como dice el profeta: Podemos huir, pero no podemos escapar (Salmo 139.7). Por esto, todos llegaremos adonde fuimos destinados. Yo había sentido que mi viaje a Leyden no sería un buen viaje.

El otro siervo entonces me preguntó si quisiera subir a ver a los demás. Pensé que de todos modos la situación no se pudiera empeorar, y subí. Ellos entonces cerraron la puerta y uno fue a buscar al alguacil. Yo duré mucho conversando con mis amigos, y después bajé de nuevo. Abrieron la puerta, y el alguacil del turno nocturno estaba parado allí. Él dijo:

—Vas a tener que quedarte aquí un rato. —Yo pregunté si debía subir. Él respondió:

—Sí.

Entonces le dije:

—Cristo tuvo doce apóstoles, y uno era un Judas; pero aquí había sólo dos, y uno era un Judas.

Pero de todos modos, sea alabado Dios por su gracia. Sin mucha espera, me encerraron arriba solo, y de inmediato comencé a cantar el himno: ¡O Waerheydt hoe zijt gy nu vertreden! (Isaías 59.14).

No pude descansar mucho, ya que llegó mucha gente. De inmediato me quitaron el Nuevo Testamento y el canto de nuestros cuatro amigos que yo había compuesto. Después me encerraron con

E.S. Poco después el alguacil llegó con todo el concilio. Cerraron las puertas, y se decía que había una docena de nosotros en Leyden; por esto persistieron mucho, creyendo que habían apresado a un gran hombre o capitán; pero no fue así.

—¿Dónde está su espadín? —preguntó entonces el alguacil.

—Mi amo me ha enseñado a no llevar espadín —respondí yo.

Alguacil: “¿Quién es su amo?”

Adrián: “Cristo es mi amo.”

Alguacil: “Cristo es el amo de todos nosotros.”

Adrián: “Si Cristo fuera su amo, no pelearían contra él; pero dura cosa es para ustedes dar coses contra el aguijón” (Hechos 9.5).

Alguacil: “Nosotros somos responsables por nosotros mismos.” Entonces me preguntaron dónde había dormido.

Adrián: “Yo dormí bien. ¿Usted durmió mal?”

Alguacil: “No. Y yo voy a exigir que usted me lo diga.” Uno de los señores me preguntó si había sido rebautizado. Yo respondí:

—No, yo fui bautizado correctamente sólo una vez.

Alguacil: ¿Quién lo bautizó?

Yo le pregunté si él también quería bautizarse.

Alguacil: “No tenga vergüenza de decirme dónde se bautizó. Yo le diré dónde y por quién fui bautizado: aquí en la Iglesia de San Pedro.”

Adrián: “Si usted quiere ser bautizado, se lo digo.”

Alguacil: “Por el momento no tengo el deseo.”

Adrián: “Tampoco es apto.”

Alguacil: “¿Dónde está el siervo con sombrero que lo acompañó?”

Adrián: “No sé nada de un siervo con sombrero.”

Alguacil: “Nosotros lo vimos caminando con usted.”

Adrián: “Señor alguacil, usted miente. Si usted es siervo de Jesucristo, no debe mentir” (Efesios 4.25). Entonces me enseñaron el canto acerca de mis amigos y me preguntaron quién lo había escrito.

—Yo lo escribí —respondí yo.

Entonces me preguntaron si lo había compuesto. Les dije que lo había escrito, pero no dije nada de haberlo compuesto. El ayudante del alguacil dijo entonces:

—¿Estuvo usted en mi casa un viernes y me enseñó un coro acerca de María Magdalena?

Adrián: “Usted también ha mentido; pues mi Amo no me ha enseñado ningún coro.”

Ayudante del alguacil: “¿Una exhortación, pues?”

Adrián: “Eso no es cierto.”

—Este hombre está borracho —dijeron los siervos y los otros.

Sí, mis amados hermanos, entonces recordé las palabras de Pedro, en Hechos 2. Y de la manera en que los apóstoles estaban borrachos, yo también, pues no había probado vino ni pan en todo el día. Ellos estaban casi por salir pero no hallaban dónde ponerme; pues Juan de Delft (el siervo), dijo:

—A E.S. ya lo convencimos, pero ahora éste lo contaminará de nuevo. —No obstante, me echaron con él. Todo esto sucedió el mismo lunes que me arrestaron.

El siguiente jueves volvió el alguacil con dos jueces, y un comisario de la Haya; me hicieron muchas preguntas que no pude contestar y también insistían en saber dónde había pasado la noche. Yo no les dije, y me hicieron muchas otras preguntas. También preguntaron:

—¿Conoce a Jelis de Aix-la-Chapelle?

—Yo nunca he estado en Aix-la-Chapelle —les contesté.

Ya que siguieron preguntándome sobre esto, al fin les dije:

—Sí, lo conozco.

Entonces me preguntaron dónde había estado con él. Yo contesté:

—No les puedo decir eso. —No les dije más.

—Vamos a forzarle a hablar —dijeron ellos.

—Señores —respondí—, yo siempre he procurado no saber mucho para que si me apresaran no tendría mucho que decir.

Entonces ellos sacaron las cartas que yo les había mandado y también el himno; era fácil ver que era la misma letra, pero no lo confesé. Yo pensé: Todavía hay tiempo para decirles, pues voy a tener que decirles algo cuando me torturan. En cosas personales, se las declaraba cuando me torturaron. Pero mantuve secreta cualquier información de otros. No tenía razón de acusarlos a ellos, y por eso nunca quise saber dónde vivían mis amigos cuando hablaba con ellos. Y déjenme decirles que muchos no hacen caso a este detalle, sino que andan preguntando acerca de éste o aquél; ¡y se resienten si no se les dice lo que quieren saber! Mis amados amigos, si ustedes supieran cuánto sufrirían por esta información si los encarcelaran, no andarían haciendo tales preguntas. Entonces, si quieren hacer preguntas, pregunten acerca de la fe que puede salvar la vida. Mis amados amigos, por favor acepten esto, pues lo he escrito porque los amo. Toda la tortura que he sufrido fue para que dilatara información acerca de otros. Por eso, entre menos se sabe, mejor es. El comisario entonces examinó mi Nuevo Testamento y dijo:

—Esto es un Testamento prohibido.

—También con eso miente —yo respondí.

Entonces calló. La tarde avanzaba y se fueron, prometiendo considerar mi caso cuando fuera de día.

El sábado en la mañana todos llegaron antes de las ocho y me llevaron a la cámara de tortura donde estaba el verdugo. Entonces me preguntaron si había cambiado de parecer y si contestaría sus preguntas. Yo comencé a amonestarlos. Ellos dijeron:

—No hemos venido aquí para que usted nos enseñe, sino para preguntarle si va a contestar nuestras preguntas. —Pero yo había decidido no hacer eso. El verdugo entonces me quitó la ropa y me amarró las manos detrás de la espalda. Había un torno allí.Amarraron un bloque a mis pies, me levantaron y me dejaron suspendido. Suspendido allí, me interrogaron, pero yo no les contesté. Ellos me bajaron de nuevo y me preguntaron dónde había trabajado desde que salí de Flandes.

—En Delft —dije. Entonces me hicieron otras preguntas, pero rehusé contestárselas. Me suspendieron de nuevo y me soltaron el bloque. El verdugo entonces puso un pedazo de madera o de hierro en medio de mis piernas, que habían amarrado, y se paró en él. Al bajarme de nuevo, el alguacil me preguntó si yo y seis de mis amigos habíamos estado en Leyden en cierta fecha que él especificó. No lo confesé. Otra vez el verdugo me suspendió, me vendaron los ojos y me azotaron con varas. Después que me bajaron el alguacil dijo:

—Hable, ¿o se lo tengo que decir?

Yo no quería acusar a nadie. Me suspendieron otra vez, me jalaron la barba y el pelo, me golpearon y me azotaron la espalda; pero como tenía los ojos vendados, no pude ver quién lo hacía. Hubieran podido haber preguntado: “¿Quién es el que te golpeó?” (Lucas 22.64). Esto continuó hasta que había sido golpeado con siete u ocho varas. Cuando me bajaron y yo no les contesté por mucho tiempo, ellos, temiendo que me iba a desmayar, me echaron agua; también me habían echado agua mientras estaba suspendido. Me senté, y como no hablé por mucho tiempo, el alguacil dijo:

—¿No lo va a decir? Yo se lo voy a decir, pues: usted durmió en la casa de Esteban Claess.

Adrián: “Es cierto.”

Alguacil: “Usted llegó aquí a la prisión con seis de sus amigos, y exhortaron a los presos a que fueran valientes y que mantuvieran la fe. Y usted alquiló un bote por seis pesos. ¿De quién era el bote, y quién era el que estaba en el otro bote, y quién le dio medio peso al capitán, el cuál también fue encomendado con su cofre porque él iba con usted?” Y él sabía el nombre del otro, y sabía también qué habíamos hecho, y que una mujer andaba con nosotros, y que habíamos leído. También sabía que dos personas habían estado sentados allí, sin sombrero. Además, sabía dónde nos habíamos embarcado. Yo entonces dije que era cierto, y ellos lo escribieron. Les aclaré que las dos personas no tenían nada que ver con los demás que andábamos en el bote, pero de nada sirvió, y así quedó el asunto. Ellos entonces me enseñaron unas cuatro o cinco cartas.

—Sí —dije—, las escribí.

Con esto dijeron:

—Aquí tenemos al autor de los carteles. ¡Y no es bueno que usted ultraje al emperador de esa manera!

—No estoy ultrajando al emperador —respondí—. Por más grandioso que sea el emperador, el Emperador supremo es aun más grandioso. Tráiganme una Biblia. Les probaré que es cierto lo que escribí.

—¿Por qué escribió esas cartas? —me preguntaron.

—Las escribí porque me angustié —les dije—, y para que ustedes no siguieran manchando las manos de sangre, y puedan arrepentirse como hicieron los de Nínive (Jonás 3.5). —Así quedó el asunto.

Después me preguntaron qué creía con relación al sacramento del altar. Les dije que no sirve para nada.

Pregunta: “¿Cuánto tiempo hace que no lo ha comido?”

Respuesta: “Hace cuatro años.”

Pregunta: “¿Ha pertenecido a esta doctrina por tanto tiempo?”

Respuesta: “No.”

Pregunta: “¿Por qué no lo comía, pues?”

Respuesta: “Aun en mi ignorancia sabía que no servía para nada.”

Entonces me dejaron, habiéndome interrogado desde las ocho de la mañana hasta las once y media.

Eso fue lo que dije en esa ocasión. Estimados amigos, no se desanimen aunque lo que he escrito presenta un aspecto algo oscuro y triste. El Señor ayuda a los suyos. Si él no me hubiera ayudado, no habría podido aguantarlo; pero todo lo podemos en aquél que nos fortalece, esto es, Cristo. Y como los sufrimientos de Cristo abundan en nosotros, así también nuestra consolación abunda por medio de Cristo (1 Corintios 10.13; Salmo 46.1; Filipenses 4.13; 2 Corintios 1.5).

Aquí dejaré el asunto. Llevo en mi cuerpo las marcas de nuestro Señor Jesucristo, de las cuales habló Pablo (Gálatas 6.17).

El domingo en la mañana llegaron y me leyeron mi interrogación, preguntándome si era cierta. Entonces recordé las palabras del profeta: Son “lobos nocturnos que no dejan hueso para la mañana” y, “sus pies corren hacia el mal, y van presurosos a derramar sangre” inocente (Sofonías 3.3; Proverbios 1.16). Entonces le pregunté al alguacil si no estaba repleto de sangre inocente, ya que él era tan diligente en el camino de la iniquidad. Él respondió:

—Yo no te quito la vida.

Yo dije:

—El edicto del emperador nos quita la vida, pero ustedes deben estar satisfechos con lo que tienen y no pedir más. ¿De qué forma nos pueden probar que tienen el derecho de quitarnos la vida? Está escrito: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano” (Mateo 18.15–17). Aquí la escritura no dice nada acerca de quitarle la vida.

Alguacil: “Tenemos otra escritura en que Pablo dice que las autoridades no existen en vano, porque Dios las estableció” (Romanos 13.1).

Adrián: “Sí. Para proteger a los buenos y castigar a los malos (1 Pedro 2.14); pero me parece que el orden está invertido, que son para el castigo de los buenos y la protección de los malos.”

Alguacil: “Le probaremos por los libros que le podemos quitar la vida.”

Adrián: “No lo pueden hacer con el evangelio.”

Ayudante del alguacil: “¿Qué sabe usted del evangelio?”

Adrián: “Está escrito: ‘Arrepentíos, y creed en el evangelio’ (Marcos 1.15).”

Ayudante del alguacil: “Hay ocho evangelios escritos.”

Adrián: “Yo estoy satisfecho con cuatro; si éstos no me pueden enseñar, tampoco lo podrán los otros.”

Alguacil: “¿Quiere que le mandemos hombres estudiados para que lo instruyan con la palabra de Dios?”

Adrián: “Estoy dispuesto a ser instruido con la palabra de Dios.”

Alguacil: “Bien dicho.”

Adrián: “Pero no hablaré con ellos menos en la presencia de la corte y de aquellos que están presos conmigo.”

Esto no les gustó y se fueron. El alguacil salió de inmediato hacia Delft.

Tres semanas después, el alguacil llegó a la prisión donde estábamos sentados nosotros tres y nos preguntó si no estábamos comenzando a cansarnos de esto. Dijimos:

—No.

Entonces dije yo:

—Santiago dice que debemos tomarlo como ejemplo de aflicción y paciencia (Santiago 5.10). —Los sorprendió muchísimo que no nos intranquilizamos. Entonces dije al alguacil—: “De la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación” (2 Corintios 1.5).

Alguacil: “Pienso que esto debiera cansarlos.”

Adrián: “¿Y usted no se cansa de derramar esta sangre?”

Él no contestó. Entonces nos preguntó si debiera mandarnos hombres estudiados. Respondimos:

—Siempre estamos listos para ser instruidos con la palabra de Dios.

Alguacil: “¿No quieren ser instruidos sino con la palabra del Señor?”

Respuesta: “Siempre estamos dispuestos a cambiar nuestra fe por una mejor para que no se pueda decir de nosotros que somos obstinados. Y nuestros adversarios deben hacer lo mismo.”

Alguacil: “Así es; déjense instruir. Pueda que su estadía aquí sea corta.”

Respuesta: “Usted no sabe si su propia estadía será larga. Aunque ahora nosotros estamos como abandonados, pronto el Señor nos tendrá misericordia.”

Así se quedó. Entonces él dijo:

—Vamos a enviar a alguien para verles. —Lo llamamos mientras bajaba las gradas, pidiéndole traer una Biblia o un Testamento cuando volviera.

En la tarde llegó un sacerdote con dos siervos. Llegó con finura y nos ofreció sus productos, pensando vendernos algo, y sus palabras eran suaves. Cuando uno de nosotros hablaba, él respondía con mucha palabrería. Entonces le dije que el Señor nos había advertido de la levadura de los fariseos y de aquellos que andan con ropas largas.

Sacerdote: “La ropa no tiene nada que ver.” Entonces le dije que sus cosas, como el bautismo de infantes, las campanas que retiñen, la misa y toda ostentación no aprovechan para nada. A esto respondió que el santo bautismo de infantes era bueno. Yo le pregunté dónde hallaba la autorización para eso.

Sacerdote: “En el capítulo 16 de la primera epístola a los corintios.”

Adrián: “Allí está escrito que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio de los santos. Estas personas claramente no eran niños. Los niños no se pueden dedicar al servicio de los santos, sino más bien tienen que ser servidos.”

Él nos preguntó acerca del carcelero y su casa y si no había infantes allí.

Respuesta: “No.”

Sacerdote: “¿Y cómo sabe?”

Adrián: “Allí está escrito que el carcelero se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios. Los infantes no pueden regocijarse en la fe, pues no tienen fe.” Entonces otra vez no hallaba qué decir. Le pasó lo mismo cuando hablamos de Lidia, la vendedora de púrpura.

Sacerdote: “Cuando yo era joven, mi fe era tan perfecta como la es ahora.”

Adrián: “¿Qué dijo usted entonces?”

Él no contestó. También dijo:

—Cuando yo nací, tenía la mano pero no era consciente de eso; así también mi fe, la cual tenía escondida dentro de mí; y el pecado original que tenía fue quitado por la regeneración del agua, lo cual sucede en la pila bautismal.

Le pregunté si el agua había sido crucificada por él, o si fue Cristo.

Sacerdote: “Cristo.”

Adrián: “¿Y aun así usted busca su salvación en el agua?” Él se quedó callado. Dirk Jans le preguntó dónde está escrito que se deben bautizar las campanas.

Sacerdote: “Esto fue instituido por la Santa Iglesia.” También le preguntó a él acerca de la lectura de la misa. Él contestó que tenía a Dios en la misa, corporalmente, en carne y en sangre. Entonces le dije que era engañador.

Sacerdote: “¿Acaso Dios no dijo: ‘Tomad, comed, esto es mi cuerpo;’y ‘bebed de ella todos, porque esto esmisangre;’y ‘todas las veces que comiereis este pan y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis’?”

Sobre este punto discutimos mucho. Yo le pregunté si había leído 1 Timoteo 4.

Sacerdote: “Sí.”

Entonces le pregunté si había traído un Testamento consigo.

Sacerdote: “Sí, aquí está un Testamento en latín.”

Adrián: “No hemos estudiado en las universidades latinas, sino en la celebrada escuela del evangelio, en la cual el Espíritu de Dios es el maestro” (Juan 16.13).

Él dijo que lo podía leer en holandés. Entonces leyó el pasaje donde habla acerca de los que prohíben casarse y mandan abstenerse de ciertos alimentos (1 Timoteo 4.3.). Yo le pregunté de quién fue escrito esto. Él contestó que no sabía.

Adrián: “Si usted es maestro, debe saberlo.”

Sacerdote: “Tiene que ver con el fin del mundo.”

Adrián: “Allí habla de los últimos tiempos. Ahora, ¿me quiere decir que no estamos en esos tiempos?”

Acerca de esto no contestó nada, sino que dijo que él no había prohibido el matrimonio ni los alimentos.

Nosotros le dijimos:

—Su padre, el Papa, lo ha hecho, y ustedes han hecho como Amán, haciendo mandatos para quitarnos la vida a nosotros y a nuestra gente, y han colaborado con el emperador al darle diez mil libras de plata.

Sacerdote: “Yo no hice eso.”

Adrián: “¿Son cristianos ustedes? Los cristianos no deben perseguir a nadie.”

Sacerdote: “Nosotros no los perseguimos a ustedes.”

Entonces le pregunté si la iglesia cristiana persigue a las personas, o si sufre la persecución.

Sacerdote: “Sufre persecución.”

Le pregunté cómo sufría él, y que si más bien no éramos nosotros los que sufrimos persecución.

Sacerdote: “Nosotros sufrimos persecución del diablo.”

Entonces le pedimos que nos dijera dónde está escrito que se permite matarnos por nuestra fe. Él dijo que fue ordenado para las sectas malas. Nosotros dijimos:

—No pertenecemos a ninguna secta.

Sacerdote: “Pero se sospecha que usted sí pertenezca a una secta mala.”

Entonces Dirk Jans le preguntó:

—¿Acaso ahorcan a las personas sólo porque se sospecha que hayan robado, aunque no lo han hecho? Tampoco es correcto quitarnos la vida antes de juzgarnos.

Por fin, el sacerdote se fue. Lo habíamos acallado en muchas cosas que él no entendía. Yo también le dije que él era uno de aquellos que le roban la gloria a Dios al oír las confesiones de los penitentes porque presumen perdonar pecados. En esto le ganamos otra vez, y se fue. Deseo que pronto ofrezcamos juntos nuestro sacrificio.

Mis amados amigos, cuídense los unos a los otros y anden con prudencia, pues los hombres están tan enojados y se esfuerzan mucho por detener a nuestros hermanos, dondequiera que los hallen. Por esto, anden con más sabiduría que la que algunos de ustedes tienen por costumbre. Pues si el Señor lo permitiera, ellos los tratarían con violencia si los arrestaran. Por eso, tómenlo bien, pues hay tan poquitos obreros en la mies. Cuiden, pues, a los que hay. Cuando se reúnen para hablar de la palabra de Dios, no pasen su tiempo en pláticas vanas ni en fábulas de viejas, sino ejercítense en la santidad para que puedan resistir en el día malo, y estén firmes y protegidos en todo aspecto. Y siempre trabajen con diligencia, en honor, para construir el templo espiritual hasta que regrese el Señor (1 Timoteo 4.7; Efesios 6.13; 1 Pedro 2.5). El que es santo, que sea aun más santo; el que es puro, que sea aun más puro. Pablo les escribió a los tesalonicenses que no necesitaban que él les escribiera, pero que sí debían crecer más y más (Apocalipsis 22.11; 1 Tesalonicenses 4.9–10). Así también ustedes, amados hermanos. Lean la exhortación que les he escrito, pues sin duda se la enseñarán. Saluden a los amigos en el Señor, especialmente a nuestro Hermano G., que es un ministro fiel; todos los que están presos lo saludan, y también saludan a toda persona que es amante de la verdad. Los encomendamos al Señor; sepan que nosotros todavía estamos animados. El Señor sea alabado siempre.

Mis amados amigos, necesito escribirles un poco más. No había suficiente papel antes. Amados amigos, el papel es algo muy especial cuando estamos en la cárcel. Pero como Habacuc me trajo un poco más, les voy a escribir unas pocas líneas más acerca de las cosas que nos ocurrieron en nuestro encarcelamiento que se me olvidaron antes. Sucedió que el siervo que me traicionó nos trajo comida.Yo entonces le pedí que me perdonara, si lo había ofendido de alguna manera. Yo le hablaba con bondad muchas veces, según se nos manda (Mateo 5.44). Él respondió:

—Ni usted ni ninguna de su gente me ha hecho mal.

Mis palabras bondadosas y el amor que le mostré le hicieron sentirse avergonzado de que me hubiera entregado, y que yo le hablara con tanta bondad (Romanos 12.20).

Unas pocas cosas más acerca del sacerdote que nos vino a instruir. Yo le pregunté si él tenía fe. Me dijo que sí.

Adrián: “Yo creo que si tuviera que compartir esta celda con nosotros por un mes, negaría su fe.”

Sacerdote: “Quizá no.”

Entonces él comenzó a hablar acerca de la fe, y dijo que no es posible entender la fe.

—Si la fe no se puede entender —dije yo—, ¿cómo podemos ser salvos? —No pudo contestarme. Entonces hablamos acerca del llamado de los que predican, y las palabras de Pablo donde dice que los maestros deben ser intachables. Un poco más adelante en el pasaje dice que deben ser dados a la hospitalidad. Entonces dije:

—Usted prefiere ser una visita en lugar de hospedar a una visita

o recibir al extraño. —También dije—: Si yo llegara a su casa,

¿me recibiría?

Sacerdote: “Posiblemente.”

También hablamos sobre el bautismo de infantes. Él trataba de justificarlo por las casas enteras que creyeron. Le pregunté a quién se dirigen las escrituras. “¿No es cierto que ellas se dirigen a aquellos que tienen oídos para oír y corazón para entender?”

Sacerdote: “Sí.”

Entonces le pregunté si alguna parte de la escritura les pertenecía a los infantes.

Sacerdote: “No.”

Adrián: “Si la escritura no les pertenece a los infantes, entonces el bautismo tampoco les pertenece.”

Entonces no pudo decir más acerca del bautismo de los infantes. También habló acerca de comer la carne de Cristo y beber su sangre, y que Cristo les dio su carne a los apóstoles para comer, y sangre para beber. Entonces le dije que él era peor que los judíos.

Sacerdote: “¿Por qué?”

Adrián: “Los judíos murmuraron y dijeron: ‘¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?’, pero ahora ustedes la comerían. Téngalo por seguro”, le dije al sacerdote, “que Cristo no dijo este pasaje con el sentido que ustedes le dan.” Le digo que el sacerdote se habría ido pronto si lo hubiera podido hacer con dignidad, pues no pudo convencernos en nada.

HANS DE VETTE Y OTROS ONCE EJECUTADOS POR EL TESTIMONIO DE JESUCRISTO, EN GANTE, FLANDES, EN 1559 d. de J.C.

Una confesión escrita por Hans de Vette, en Gante,

donde fue encarcelado con otros once, en el año

1559 d. de J.C., con relación a su interrogatorio

En el primer viernes después de Pentecostés fueron encarcelados en Gante, por causa de la palabra del Señor, las siguientes personas: Pieter Coerten de Meenen, Kaerle Tanckreet de Nipkerck, con Proentken, su esposa, de Belle, Jacob Spillebout, Abraham Tanckreet y Maeyken Floris de Nipkerck, Anthonis van Cassel, Hans de Smit, Marcos su hermano, Hans de Vette, con Maritgen, su esposa, de Waesten, y Tanneken, la esposa de J. de S. Éstos habían sido entregados por traición al procurador general que, con tres cazadores de ladrones, los arrestó, estando ellos en sus domicilios por la noche.

Al día siguiente vinieron las autoridades y nos preguntaron, de forma individual, nuestro nombre y el lugar de procedencia de cada uno. Se lo dijimos. Luego nos preguntaron si confesábamos otro bautismo que no fuera el de infantes, y también si habíamos recibido otro bautismo. Todos repudiamos el idólatra bautismo de infantes, y todos, menos Marcus de Smit, confesamos que habíamos recibido el bautismo cristiano. Él confesó que aún no lo había recibido, pero que si tuviera la oportunidad, lo recibiría de todo corazón. Entonces nos preguntaron si deseábamos que nos instruyeran unos doctos. Ellos nos enviarían a algunos, y preguntaron si deseábamos a eclesiásticos o seculares. También nos dijeron que no nos apresurarían. Sin embargo, ya que casi siempre nos hicieron las mismas preguntas por separado, yo, el escritor de esto, les dije que por la gracia del Señor no deseaba ninguna otra instrucción que la que había recibido, aunque un ángel viniera del cielo (Gálatas 1.8).

A pesar de esto, al cabo de aproximadamente ocho días, enviaron al fraile Pedro de Backer (que en parte nos había espiado), con uno de sus compañeros, y dos falsos profetas. Creo que eran jacobinos. Después que habíamos comparecido ante ellos e intercambiado algunas palabras, caímos en el tema del bautismo de infantes. Él lo declaró ser una doctrina instituida divinamente, diciendo que la circuncisión era una figura de ello. Dijo también que los apóstoles habían bautizado a familias completas y que Cristo lo había mandado (Juan 3). Pero cuando le demostré que no había dicho la verdad y que los apóstoles no habían bautizado a nadie sin fe, como aparece claramente en los Hechos de los apóstoles, se esforzó por cambiar el tema, alegando que era imposible que concordáramos. Sin embargo, le dije que deseaba terminar primero un tema antes de pasar a otro. Le supliqué que se arrepintiera, demostrándole que su adoración era una idolatría putrefacta, contraria a todos los mandamientos de Dios, y que era una planta humana. También le dije que los mandamientos de Dios son suficientes para nosotros, que no hace falta agregarles ninguna mentira y que no sirve de nada considerar lo que Dios no ha mandado. Entonces me dijo que yo estaba engañado y que me había fijado demasiado en sus abusos. Dijo que era cierto que había algunos abusos en su Iglesia, pero que las cosas principales se cumplían bien. Luego de mucho intercambio de palabras, nos despedimos.

Al cabo de unos días, vino el decano de Ronse, inquisidor en la región de Flandes, acompañado del referido Pedro de Backer que ya nos había visitado, y otros falsos profetas. Cuando comparecí ante ellos, el decano me preguntó cómo me llamo. Le contesté que mi nombre es Hans de Vette. Entonces me preguntó si yo era casado. Le contesté: “Sí”. Me preguntó si mi esposa también es de Waesten. Contesté: “Sí”. Me preguntó hace cuánto me había casado. Le dije: “Hace poco tiempo”. Me preguntó en cuál Iglesia y cuál era el párroco que me había casado. Le pregunté si en las escrituras se decía algo de que se requiriera un párroco para esto. Me dijo que en el mundo las rameras y los bribones se juntan sin párrocos. Entonces le dije que me había casado según la dirección de las escrituras, como Pablo permitía, a fin de evitar la fornicación, ya que era mejor casarse que quemarse (1 Corintios 7.2, 9). En cambio, las rameras y los bribones prefieren quemarse a casarse, como se ve y se escucha por todas partes y en miles de casos en este mundo impío. Entonces dijo que ese era un asunto de poca importancia y que si yo no había hecho más nada entonces las cosas podrían haberse arreglado fácilmente. Sin embargo, sólo debía decirle dónde me había casado. Le dije que no tenía intenciones de decirle eso. Entonces me conjuró por el Dios vivo que debía decírselo, pero no le contesté. Inmediatamente después, me preguntó por qué yo no había continuado en la fe de la Iglesia Romana y en su adoración. Mi respuesta fue que me había separado de ella para no ser partícipe de sus plagas, ya que las tinieblas no pueden tener comunión con la luz, ni Cristo con Belial, ni la justicia con la injusticia, etc. Por tanto, tenemos que salir de en medio de ella (Apocalipsis 18.4; 2 Corintios 6.14, 17).

Luego me preguntó qué pensaba de los siete sacramentos, unos de los cuales me nombró. Le contesté que los consideraba completamente inútiles, por toda la idolatría abominable que ellos observaban. Pero como el Señor nos ha mandado confesar su nombre ante los hombres, le dije que le confesaría mi fe a él. Me dijo que estaba bien, por lo que comencé a hacer mi confesión. Le dije que creía en un solo Dios, el Creador del cielo y la tierra, los mares y las aguas, y todo lo que hay en ellos; y que él creó al hombre a su imagen. Sólo a él tenemos que servir, honrar, adorar y amar con toda el alma, con todas las fuerzas y con toda la mente, porque sólo él es bueno. Renunciamos a todos los ídolos, ya sean de oro, plata, piedra, metal, madera, pan o cualquier otra sustancia, ya que son rechazados y prohibidos en las sagradas escrituras; por cuanto sabemos que un ídolo no es nada en el mundo (1 Corintios 8.4).

Mientras yo seguía hablando, el decano de Ronse me dijo que me estaba extendiendo demasiado para él escribirlo todo.

—Nos haces trabajar demasiado —dijo—, si te pones a confesar tu fe desde el principio de la Biblia. Yo también creo —dijo—, lo que has dicho aquí; pero, ¿qué dices del sacramento del bautismo como se administra en nuestra Iglesia, al cual todos deben venir para ser salvos?

Le contesté que consideraba inútil el bautismo de infantes, porque no era ordenado por Dios. Él me dijo que la circuncisión era una figura del bautismo, y que todos los niños que no estuvieran circuncidados en el Antiguo Testamento o no sean bautizados en el Nuevo Testamento tienen que ser condenados. Entonces le dije, según sus propias palabras:

—En tal caso, las niñas en el Antiguo Testamento tienen que ser todas condenadas.

Él se enojó y dijo que lo que yo había dicho era sólo argumentación. Le dije que debía avergonzarse de decir que los niños eran condenados, a quienes pertenece el reino de los cielos, según dice el Señor. Me dijo que yo estaba mintiendo en esto.Y otro sacerdote me dijo que uno de los discípulos de Pablo escribe que él había aprendido el bautismo de infantes de su maestro, Pablo. Ahí mismo les dije que Pablo escribe que no nos dejemos mover fácilmente de nuestro modo de pensar, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera de ellos. Y si viniera un ángel del cielo y nos anunciara algo diferente de lo que está escrito en el santo evangelio, el tal sea anatema (2 Tesalonicenses 2.2). También le dije que me mostrara dónde el Señor había mandado que bautizaran a los niños o que me demostrara que los apóstoles bautizaron a los infantes, lo cual no pudo hacer.

Otra vez me preguntó cuánto tiempo hacía que había sido bautizado. Le contesté:

—Todavía no hace un año.

Me preguntó dónde y por quién había sido bautizado, pero no se lo dije. Entonces me conjuró tres veces por el Dios vivo y por el bautismo que yo había recibido que debía decírselo. Le dije que Caifás también conjuró a Cristo. Me contestó que Cristo habló. Le dije que Cristo habló por sí mismo, pero que cuando le preguntaron por sus discípulos no habló.

Luego me preguntó qué pensaba con relación al sacramento del altar. Le dije que lo consideraba como una idolatría putrefacta e inmunda y como una abominación ante Dios. Me preguntó:

—¿Cómo? ¿No crees que él esté presente en carne y sangre, así como anduvo en la tierra o como permaneció colgado en la cruz?

—Lejos esté de mí —le dije—, creer que la carne y la sangre de Cristo están aquí en la tierra; por cuanto el propio Cristo les dijo a sus apóstoles que siempre tendríamos pobres con nosotros, pero que no siempre lo tendríamos a él (Mateo 26.11).

Después me dijo que él no está presente en el sacramento como tal, pero que sí está presente en forma de sustancia espiritual, y que yo no comprendía el asunto. Me dijo que ese razonamiento había sido establecido hacía muchos siglos; porque dijo que cuando Cristo tuvo su cena, tomó el pan, se lo dio a sus discípulos y les dijo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo”. A esto le contesté que el pan que Cristo les dio a sus discípulos, se lo dio como un emblema de su cuerpo que iba a ser quebrantado por ellos. Le dije que Cristo mismo se representa en muchos lugares en la Biblia por medio de figuras o ejemplos. Por ejemplo, en Juan (15.1) él dice: “Yo soy la vid verdadera”. Sin embargo, en realidad él no era una vid, sino que se compara con una vid. Por tanto, el pan que Cristo partió para sus discípulos fue espiritualmente una figura de su cuerpo. Él dice en Juan 6 que la carne y la sangre para nada aprovechan; “las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”. El decano me dijo que eso no tenía relevancia.

—Porque si Cristo no estuviera presente —dijo él—, ¿cómo podríamos comer juicio por ello?

Entonces le contesté:

—Si fuera la carne y la sangre de Cristo, no comeríamos juicio por ello, porque el propio Cristo dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna” (Juan 6.54). Por tanto, estas palabras no deben entenderse literalmente, sino espiritualmente. Si alguien, siendo aún borracho o avaro o idólatra o algo semejante, participara de la cena del Señor con la iglesia, cuya cabeza es Cristo, el tal sería indigno para partir el pan con los miembros, porque eso sería faltar en discernir el cuerpo de Cristo (1 Corintios 11.29).

Entonces me dijo que había muchos entre nosotros que eran borrachos, adúlteros y cosas semejantes, y que los conocía bien. Entonces le pregunté:

—¿Quiénes son?

—J. de R. —me dijo.

Entonces le pregunté dónde vivía. Me contestó:

—No te lo diré.

Le dije que yo sabía bien que si hubiera alguno de ellos en nuestra iglesia, y se conociera, el tal sería excluido y quitado de entre nosotros según las escrituras (1 Corintios 5.11).

Luego me preguntó quién me había bautizado. Cuando no pudo saberlo de mí, me conjuró, pero no le dije nada. Entonces su secretario dijo:

—Te aposto una copa de vino que lo dirás antes de que hayan pasado quince días. —Pero yo no apostaría.

Entonces me preguntó cuántas veces había tenido la cena del Señor. Le contesté que la había tenido varias veces, cuando se daba la oportunidad, con mis queridos hermanos.

—¿Con quiénes? —me preguntó—. ¿Cuáles son sus nombres?

Le di el nombre de uno de ellos, a quien él había mencionado específicamente en su pregunta. Me preguntó con relación a los demás, si los consideraba mis hermanos, o si eran simplemente amigos y novatos en la fe.

—Porque he aprendido todo este flamenco —dijo—, de los novatos [encomelingen, i. e., “recién llegados”], amigos y hermanos.

—Yo creía que usted es de Brabante —le dije—. ¿Entiende bien el flamenco?

—Yo ni sé lo que soy —me dijo—. Tal vez era niño expósito.

—Bueno —dije—, el Apocalipsis de Juan (13.1) habla de una bestia que subió del mar. Tal vez usted pertenezca a esa raza.

Luego me preguntó si yo no creía que Jesucristo había tomado la carne y la sangre de María. Le contesté que creía que el Verbo que era en el principio con Dios, y por quien el mundo fue creado, fue hecho carne. Entonces me dijo que según la carne, él era hijo de David. Le respondí:

—Si él es hijo de David, ¿por qué el propio Jesús dice: “¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor?”

Me dijo que Cristo sólo les alegó esto a los fariseos a modo de argumento.

—En cambio, Mateo, —dijo él—, describe su generación desde Abraham hasta María.

Le contesté que Mateo remonta la generación de Cristo sólo hasta José, el esposo de María, de quien Cristo nació; y Lucas dice que se creía que Jesús era el hijo de José.

—Pero —dijo él—, ¿no crees que María sea la madre de Cristo?

—Sí —le dije—. Cristo dice: “Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre” (Mateo 12.50).

Luego dijo que Cristo era descendiente de la mujer. Pero le dije que las mujeres no tienen en sí descendencia; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer (1 Corintios 11.12). Entonces dijo que Cristo nació de la sustancia y la sangre de María. Pero le contesté que Cristo les dijo a los judíos que él era de arriba y ellos de abajo; “vosotros sois de este mundo”, dijo, “yo no soy de este mundo” (Juan 8.23). Además, el apóstol dice: “El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo” (1 Corintios 15.47). Entonces les dije que ellos debían arrepentirse de su injusticia, persecución y doctrina falsa e idólatra. Ellos dijeron:

—Poseemos la doctrina verdadera.

Les dije que Pablo, sin embargo, nos manda apartarnos de los que mandan abstenerse de alimentos que Dios ha creado para que los que creen participen de ellos, y de los que prohíben casarse, teniendo su conciencia cauterizada. Les dice que es mejor casarse que quemarse. Sin embargo, ustedes, contrario a las escrituras, mandan a abstenerse de alimentos y prohíben casarse, y prefieren quemarse a casarse (1 Timoteo 4.2–3; 1 Corintios 7.9).

Decano: “Nosotros no prohibimos el casamiento.”

Hans: “Sí, prohíben el casamiento. Ustedes saben que debido a su mandamiento uno no puede ni comer carne ni casarse durante la Cuaresma ni en muchos otros días, y han entrado en un pacto que les prohíbe casarse. Sin embargo, ustedes cometen tanta fornicación que da vergüenza hablar de ella, como diariamente se ve en los hijos ilegítimos que traen a sus casas. Y Pablo dice que no debemos comer con los tales, o sea, con los fornicarios ni con los borrachos, sino que ellos deben ser entregados a Satanás para destrucción de la carne” (1 Corintios 5.5).

Decano: “Nosotros no somos tan malos. No queremos entregarlos a Satanás; somos mejores.”

Hans: “Pobre hombre, ¿acaso serán mejores que Pablo? Pero de nada sirve todo lo que les he dicho, porque no se arrepentirán.

Pero si desean discutir con nosotros en el mercado o en cualquier otro lugar público, nosotros estamos listos, con la esperanza de que algunos de los ignorantes puedan ser atraídos a la fe.”

Decano: “Esto no será así. ¿Quién los juzgaría en esos lugares? ¿Los barqueros, los pescadores y gente así por el estilo? Eso sería como provocar una revuelta. Pero somos tontos al discutir tanto con ustedes. La mejor manera de resolver esto sería simplemente explicarles nuestra fe y, si no la creen, pronunciar sentencia.”

Hablamos de muchas otras cosas también, por ejemplo, la adoración de los santos, el Papa de Roma, la confesión, el ayuno, el purgatorio y el sueño de los santos, lo cual sería demasiado extenso escribir. Lo anterior lo he escrito apelando a la memoria, ya que tuvimos muchas discusiones acerca de estas cosas. Pero como esto pasó hace tiempo, tal vez no pueda escribirlo todo palabra por palabra. No obstante, ahora sé bien que es inútil decirles nada y que ellos son arrogantes y desvergonzados. En ocasiones les respondí muy brevemente, proponiéndoles discutir con ellos en público, lo cual siempre rechazaron. A menudo les repetían las mismas preguntas a nuestros hermanos que nos acompañan en la cárcel. Nuestros hermanos aún están de buen ánimo, gracias a Dios. En realidad, les tememos a los falsos profetas mucho más antes de hablar con ellos que después que hablamos con ellos. Pero el Señor sabe darles palabra a sus elegidos en estas horas, como él ha prometido, más de lo que podemos imaginar. Los que parecen débiles cuando no están en cadenas, son tan valientes que resulta asombroso verlos y escucharlos.Alabado sea el Señor por los siglos de los siglos.Amén.

El decano también me preguntó si nosotros orábamos por él. Le dije:

—Sí.

—¿Cómo me llaman ustedes? —preguntó él—. ¿Me llaman Saulo?

—A veces hemos escuchado que lo llaman el inquisidor —le contesté (todos se rieron)—; otras veces lo llaman el decano de Ronse.

—Ése es mi nombre —él dijo.

Hablamos mucho más después de esto. Sin embargo, en parte por la falta de papel, me abstengo de escribir más. Pero pido que todos los que vean esto lo reciban en buena parte y, si es posible, permitan que una copia sea enviada a nuestras amistades enAmberes y otra a nuestras amistades en el Oeste.

Capítulos

Introducción

Esteban y otros

Miguel Sattler y otros

Martirio de cuatro señoras

Cartas y confesiones escritas en la cárcel

Lenaert Plover y otros

Otro formato

Bajar El sacrificio del Señor en formato .pdf