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Libro El sacrificio del Señor

UNA CARTA DE JANNIJN BUEFKIJN, (NATURAL DE VERURCKE, A QUIEN LE DECÍAN HANS KEESKOOPER) LA CUAL ÉL ESCRIBIÓ MIENTRAS ESTUVO EN LA PRISIÓN EN GANTE, EN EL AÑO 1550 d. de J.C.

A mis queridos amigos les deseo una sana manera de vivir, una fe viva y espiritual, esperanza y una verdadera confianza evangélica en Dios el Padre y en el Señor Jesucristo, nuestro único ayudador y Salvador. Pues les mando buenas nuevas y un saludo cariñoso, para que por esa fe y confianza en Dios puedan crecer en una vida nueva y pura, la cual se percibe y se encuentra en toda su riqueza en el santo evangelio. Bienaventurados son los que se purifican y santifican conforme a lo que dice el evangelio.Y sin esa purificación y santificación nadie verá ni a Dios ni al Señor. Sigan, pues, el consejo del Señor Jesús, que dice: “Escudriñad las Escrituras” (Juan 5.39).Y esto es lo que hice yo, y eso es lo que les dijimos a los señores del Concilio Imperial. Y ellos no pueden, con verdad, acusarnos de nada. Nos preguntaron, uno por uno, y a mí primero, si habíamos sido bautizados.

—Sí, señores —les dije yo.

Pregunta: “¿Desde hace cuánto tiempo?”

Respuesta: “Cuatro años, señores.”

Pregunta: “¿Y qué cree con relación al bautismo que recibió en su infancia?”

Respuesta: “Absolutamente nada.”

Pregunta: “Acerca del sacramento de los sacerdotes, ¿no cree usted que la carne y la sangre están presentes, y que son Dios?”

Respuesta: “No, señores. ¿Cómo puede eso ser carne y sangre y Dios?”, les pregunté a esos sacerdotes de Jezabel. “Cubran toda esta mesa con ostias, y yo las soplo todas al suelo como si fueran polvo. Por eso digo que no es Dios, pues Dios no puede tocarse ni comerse literalmente.”

Ellos entonces me preguntaron si yo me mantenía firme en eso. Yo les contesté:

—Sí, señores. No creeré otra cosa hasta que me muestren algo diferente con la Biblia.

Con eso me sacaron del concilio, y llevaron a otro. Los llevaron uno por uno hasta que diez hicieron esta confesión. Uno de ellos no se había bautizado todavía, pero él confesó que es bueno el bautismo. También les dijo que él se lo había pedido al maestro una vez.

—¿Y por qué no te bautizó? —le preguntaron entonces los señores.

Él, apenas un muchacho, un niño querido, contestó:

—Señores, cuando el maestro me presentó la fe, y me había interrogado, bien pudo ver que yo todavía estaba bastante joven, y me dijo que escudriñara aun más las escrituras; aun así, yo deseaba que me bautizara. Él me preguntó entonces si yo sabía que el mundo mata y quema a tales personas. Yo le contesté: ‘Sí, lo sé muy bien’. Me dijo entonces: ‘Por eso te ruego que tengas paciencia por ahora, hasta que yo venga de nuevo. Escudriña las escrituras, y pídele sabiduría al Señor; pues tú todavía eres bastante joven.’Y de esa manera nos despedimos.

—¿Te pesa no haberte bautizado? —le preguntaron los señores.

—Claro que sí —dijo él.

Entonces le preguntaron:

—Si a ti no te hubieran encarcelado, ¿ya te habrías bautizado?

—Claro que sí —contestó él.

Con eso lo sacaron del concilio.

Vean, estimados amigos, que éstos son señales y milagros bellos; abran los ojos, y presten atención cuando los jóvenes se entregan así por la verdad, entregando el cuerpo para ser encarcelado y hasta matado. Nosotros les hemos dicho a los señores que deben traer a todos los sabios, y les enseñaremos con la Biblia que todos son falsos profetas que han engañado al mundo durante casi mil trescientos añoscon susmentiras.Ydisputaremos conellosen público sobre el cadalso, en medio del mercado, y no en secreto. Pero los sacerdotes no lo harán, y hacen todo lo posible por evitarlo. Pero ellos llamaron a los sabios para que disputáramos en la asamblea, estando presentes todos los señores del concilio, y también cuatro de los sacerdotes más sabios de Gante. Yo estuve presente y lo oí todo.

Por eso, escudriñen las escrituras como el Señor ordena que se haga, y hagan conforme a lo que se les manda. Si no, se condenarán y serán echados en el fuego eterno donde será el lloro y el crujir de dientes. Los sacerdotes les prohíben leer estas escrituras, bajo sentencia de ser odiados todos los días de su vida, y ser quemados en la hoguera, lo cual es sólo por un momento, como bien saben. Por eso preferimos hacer lo que el Señor ordena, y descansar en él, aunque por ahora somos despreciados y expulsados por los hombres de este mundo miserable. Eso es mejor que hacer lo que los hombres mandan y llegar a ser enemigos eternos de Dios en el horrible abismo del infierno. Por tanto, escudriñen las escrituras con un corazón recto ante Dios, y el Señor les dará entendimiento. Que el Señor esté con ustedes. Les mando mi amor.

De mí, Jannijn Buefkijn, encarcelado en Gante por el testimonio de Jesús. Les deseo la salvación a todos los que buscan al Señor con un corazón sincero. Escrito en la oscuridad con materiales inferiores.

UNA CARTA DE JERÓNIMO SEGERS, ESCRITA EN LA PRISIÓN EN AMBERES, A SU ESPOSA LIJSKEN, QUE TAMBIÉN ESTABA ENCARCELADA ALLÍ, EN EL AÑO 1551 d. de J.C.

Siempre teme a Dios

Entre paredes de prisión, resguardado y confinado Porque de Cristo yo hablé, muchos males he soportado. Mas el Señor lo permitió Que también fuerzas ya me dio.

Te deseo a ti la gracia, la paz, el gozo, la alegría, el consuelo, una fe firme y la seguridad, junto con un amor ardiente a Dios, mi querida esposa, Lijsken Dircks, con quien me casé ante Dios y su santa iglesia, y así la tomé como esposa, según el mandamiento del Señor. Que el consuelo, la alegría y el gozo se aumenten y multipliquen para ti, mi estimada esposa.

Con diligencia le oro al Señor, que él te consuele, y quite de ti lo que te sea demasiado doloroso.Yo bien sé, mi corderita escogida, que te afliges mucho por mí. Pero aparta de ti el dolor, y mira atentamente a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, y sigamos caminando en toda justicia y santidad como hijos de paz, y aprovechemos este tiempo de la gracia, y consideremos la gran misericordia que el Señor nos ha mostrado. Mi querida esposa, recuerda cuán fiel es el Dios que servimos. Él no permitirá que seamos confundidos. Recuerda con qué fidelidad él guió a los hijos de Israel con su brazo extendido. Los sacó de Egipto y de la casa de servidumbre de Faraón, y los hizo pasar el Mar Rojo. Recuerda cómo tenían que prepararse ellos antes de que pudieran salir, y cómo comieron ellos el cordero de la pascua con el pan sin levadura. Tenían que comer de pie el cordero de la pascua.Y la masa para el pan sin levadura la envolvieron en su ropa y salieronrumboaldesierto.Y el ángeldelSeñor salió delante de ellos, de día como pilar de nube, y de noche como pilar de fuego, y así les dio luz. Pero cuando ellos se vieron acosados por Faraón y su ejército, empezaron a murmurar contra Moisés; pues no tenían su confianza firme en el Señor, de que él los sacaría. Pero el Señor le dijo a Moisés lo que él haría, y cómo él manifestaría su poder en Faraón y su ejército. Él le ordenó a Moisés tomar la vara y golpear el mar. Cuando Moisés golpeó el mar, se secó, y se dividieron las aguas. Eran como muros a su derecha y a su izquierda, y pasaron por el mar en tierra seca. Faraón los siguió con su ejército, y se ahogó, junto con sus capitanes y su gente. Mas Israel pasó sin problemas, y alabaron y agradecieron a Dios, porque él los había sacado de la casa de servidumbre de Faraón. Pero ellos aún no estaban en la tierra prometida; entraron en ese desierto terrible donde no había pan. Y era poquito el pan que habían traído de Egipto; sólo la masa sin levadura que habían envuelto en sus ropas cuando salieron. Entonces se turbaron, pues no tenían qué comer; mas el Señor los alimentó con pan del cielo.

Así también, mi esposa muy querida, todavía no hemos vencido aunque hemos confesado la verdad, nos hemos separado del mundo, y hemos renunciado toda concupiscencia y todos nuestros deseos. Nosotros también tenemos que luchar contra los enemigos, es decir, tenemos que contender contra los emperadores y reyes, y los príncipes de este mundo. Y siempre tendremos que sufrir en este mundo, pues Pablo dijo que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3.12). Tenemos que vencer al mundo, el pecado, la muerte y el diablo. No con espadas carnales ni con lanzas, sino con la espada del Espíritu que es la palabra de Dios, con el escudo de la fe con el cual podremos apartar todo dardo de fuego de Satanás, con el yelmo de salvación en la cabeza, con la coraza de justicia, y los pies calzados con la preparación del evangelio. Si nos fortalecemos con estas armas, pasaremos el desierto con Israel, y resistiremos a todos nuestros enemigos y los venceremos, pues serán confundidos todos los que resisten la verdad (2 Timoteo 3.8). Ahora, cuando los hijos de Israel salieron del desierto, ese desierto terrible y horrible donde las serpientes eran muy venenosas, después de haber peregrinado en él cuarenta años, habían pasado muchos peligros y tomado ciudades y países antes de cruzar el Jordán. Aun así, todavía no poseían la tierra prometida, pues no habían cruzado el Jordán. Sin embargo, el Señor de lejos le mostró la tierra prometida a Moisés. Mi estimada esposa, yo también he visto de lejos la tierra prometida. Pronto espero entrar en esa ciudad bella de la cual escribió Juan, esa ciudad adornada sobremanera: sus doce fundamentos son doce piedras preciosas, y sus paredes y calles son de oro puro y transparente. Y la ciudad tiene doce puertas; cada puerta es una perla. Y no hay noche allí, pues el Señor su Dios la ilumina (Apocalipsis 21). Y el Señor le dijo a Moisés que él no podría introducir a la gente en la tierra prometida; pero Josué sí la introdujo en ella. El Señor los pasó por el Jordán en seco, les ordenó guardar sus mandatos y leyes, y dijo que él echaría a sus enemigos de delante de ellos. Pero cuando ellos se olvidaron de sus mandamientos y leyes, el Señor los entregó en mano de sus enemigos, y fueron derrotados. Después que habían pasado el Jordán, aún no poseían la tierra prometida donde abundaba leche y miel. Ellos tenían que tomarla por fuerza, destruyendo a todos sus enemigos y quemando las ciudades.Así también nosotros tenemos que tomar la tierra prometida a la fuerza, pues Cristo dice que el reino de los cielos sufre violencia. Hasta ahora me doy cuenta de cómo es esta batalla. Nadie sabe cómo luchar hasta que no lo haya probado, y ¡qué sutileza usan para engañarnos!

Sabe que recibí tu carta por medio de mi mamá. Yo la leí con lágrimas. Yo te agradezco que me consuelas tanto con ella, y me regocijo al saber que estás tan tranquila.

Permíteme informarte, mi querida y escogida esposa Lijsken, que yo he estado ante el margrave. Le acompañaban dos dominicanos, dos jueces y el secretario de la corte penal. Me preguntó si ya había cambiado mi forma de pensar, y agregó que él había convencido a estos dos buenos señores que vinieran e intentaran ganarmi alma, por si mearrepintiera.Yo lecontestéque no dejaría mi fe, ya que era la verdad. Entonces me preguntaron cuál era mi fe. Les dije a los monjes: “Pregúntenle al margrave, pues ya le he dicho a él cual es mi fe.” Ellos me atormentaron mucho, pero yo no les decía nada. Me preguntaron cómo sabía yo que era la verdad, y si Dios había hablado verbalmente conmigo. Al no poder sacar más de mí, leyeron mi confesión, es decir, que yo no veneraba ni respetaba el sacramento. Yo dije:

—No es nada más sino un dios de pan.

Los sacerdotes estaban enojados de que despreciara así a su dios. Todos quisieron hablar conmigo. Les dije:

—Yo no los oiré, ni hablaré con ustedes; pero dejen que mi hermano venga aquí, y yo hablaré con ustedes, y confesaremos nuestra fe.

Ellos entonces me preguntaron si yo no era suficientemente fuerte en mi fe, ya que pedía que viniera mi hermano.

—Sí, mi fe es lo suficiente fuerte —les contesté—; pero es para que ustedes no puedan pervertir nuestras palabras.

—No pervertiremos sus palabras —dijeron ellos entonces.

—Yo muy bien los conozco a ustedes con su picardía —les dije.

—Está bien, se le concederá —dijo el margrave.

Comprendí que al decir eso indicaba que debía traer una Biblia consigo.

Los sacerdotes dijeron que cuando se bautizan los infantes, tienen fe.

Yo me reí, y dije:

—Entonces ¿por qué no van ustedes a Turquía, y bautizan a los turcos? Si es por eso que se llega a ser creyente, como afirman ustedes, todos ellos llegarían a ser creyentes.

—Aunque se bautizaran los turcos —contestaron ellos—, todavía seguirían siendo turcos.

A como podían, trataron de hacerme apostatar y volver a ser hijo de la Iglesia Romana. El margrave y los jueces sentían una compasión tan torcida por mí, que dijeron:

—Si le perdonáramos la vida, y usted se arrepintiera y volviera a ser un buen hijo de la Iglesia Romana, tendríamos esperanzas por usted; pues ha llegado a esto al estar aún en su juventud e inocencia. Y yo sé por quien —(él quiso decir Jelis de Aix-la-Chapelle)—; y porque usted desciende de padres tan buenos, y su madre casi se está muriendo del dolor.

—Aunque la puerta estuviera abierta —les contesté—, y ustedes me dirían: ‘Vaya; sólo tiene que decir: «Lo siento»’, ni aun así me iría, pues bien sé que yo tengo la verdad.

—Yo mandaré a que lo quemen vivo, si usted no hace caso —dijo entonces el margrave.

Yo me reí de nuevo, y dije:

—Todo lo que me hagan por causa de mi fe, lo sufriré de buena gana.

—Su esposa es el peor hereje en esta ciudad —dijo él.

No puedo agradecerle al Señor lo suficiente por toda la gran fuerza y el poder que me da en esta aflicción. Yo ahora sé que el Señor está con nosotros, pues él tan fielmente nos ayudó a salir de toda nuestra angustia (Salmo 91.15). ¡Él es un Capitán tan fiel! Él les da a sus siervos tal valor, y los fortalece, de modo que no tienen temor (Job 5.22). Ellos ni temen ni tiemblan, pues le tienen tan gran amor a su Padre celestial. Pablo dice: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre,

o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8.35–39).

Por eso, mi queridísima esposa Lijsken, aprovecha bien el tiempo, sé paciente en la tribulación, sé constante en la oración, y de continuo medita en las bellas promesas que tenemos por todos lados si perseveramos hasta el fin. Y guardemos bien este tesoro; pues tenemos este tesoro en vasos de barro (2 Corintios 4.7). Y no podemos ocultarlo, sino que brota por todas partes; es demasiado precioso como para poderse esconder. Nos regocijamos mucho por este tesoro, el cual es nuestra fe, esperanza y amor. Y éstos no nos dejarán desprovistos, aun cuando nos echan solos en calabozos oscuros, separados el uno del otro. El tesoro es tal que no se puede esconder; uno llama al otro, y derrama su tesoro de modo que sea manifiesto. ¡Nosotros estamos tan contentos! ¡Que el Señor reciba las eternas alabanzas y acciones de gracias! Hablamos los unos con los otros, cantamos juntos, y nos alegramos tanto en confortar y fortalecernos los unos a los otros. El Señor nos da tal fuerza y poder que nunca podremos agradecerle lo suficiente por la abundante gracia que nos muestra (Malaquías 3.16). “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven” (2 Corintios 4.16–18).

Por tanto, mi querida esposa, nunca dejes de servirle al Señor tu Dios con todo tu corazón, y de seguir sus pasos: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos.Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial (…); porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos (…) sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor” (Marcos 12.30; 1 Pedro 2.21; 2 Corintios 5.1–2, 4, 6).

Por eso, mi estimada esposa, sé diligente en conducirte en temor todo el tiempo de tu peregrinación (1 Pedro 1.17). No con un temor y temblor que nos hace temer al mundo y temblar ante él, pues rugen contra nosotros. Más bien debemos temerle al Señor de tal modo que guardemos sus mandatos y estatutos, y debemos así pasar el tiempo de nuestra peregrinación en el temor de Dios, y recibir el fin de nuestra fe, la salvación de nuestra alma. Entonces nos regocijaremos para siempre con el Señor, y nos encontraremos con él en la resurrección de los muertos (Isaías 51.11; Filipenses 3.11). Y no le temas al mundo; pues Dios ha contado aun los cabellos de tu cabeza, y los del mundo no tienen ningún poder, excepto el que les es dado de arriba (Mateo 10.30; Juan 19.11). Y Cristo dice: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10.28).Allí llorarán, y crujirán los dientes, donde su gusano no muere y no tienen reposo de día ni de noche (Lucas 13.28; Isaías 66.24; Apocalipsis 14.11). Que el omnipotente, eterno y poderoso Dios te fortalezca y te consuele de tal modo con su palabra bendita que puedas permanecer fiel hasta el fin. Así llegarás a estar bajo el altar con los demás hijos amados de Dios, donde toda lágrima será enjugada de los ojos (Apocalipsis 2.10; 6.9; 21.4). Allí se acabará toda tribulación, y nuestro cuerpo vil será glorificado y llegará a ser semejante a la gloria de Dios (Filipenses 3.21). Entonces nuestro lloro se convertirá en risa y nuestro dolor en alegría (Juan 16.20). Entonces nosotros, los que por un poco de tiempo hemos sido despreciados y rechazados, sí, perseguidos y dispersados, y matados con gran afrenta, dolor y reproche por el testimonio de Cristo Jesús, triunfaremos para siempre y viviremos eternamente con el Señor. Seremos vestidos de ropas blancas, de la manera que lo describe Juan en Apocalipsis acerca de las almas de los que fueron muertos porlapalabradeDiosy porel testimonio que ellos manifestaron.Y ellos estaban bajo el altar, “y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos” (Apocalipsis 7.9; 20.4; 6.9–11).

¡Y qué glorias tendremos! cuando estemos con esa gran multitud de la cual escribe Esdras, y Juan describe en Apocalipsis, diciendo: “Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. (...) Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Apocalipsis 7.9–10, 14–17). Esdras también declara de la misma multitud que ellos estaban de pie en el Monte de Sion, vestidos de blanco, y que en medio de ellos estaba uno que era más alto que cualquiera de los otros, y les daba una palma a cada uno, y les ponía coronas en sus cabezas (2 Esdras 2.42–43, 46). Y Juan dice: “Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio,conlas arpasde Dios.Ycantanel cánticode Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero” (Apocalipsis 15.2–3). Mira, mi querida esposa, qué promesas gloriosas encontramos por todos lados, las cuales Dios les dará a todos sus amados y verdaderos hijos que aquí le sirven fielmente, que mueren para gloria del Señor y que han lavado y emblanquecido sus vestiduras en la sangre del Cordero (1 Corintios 2.9).

Mi esposa muy querida, yo no puedo agradecerle lo suficiente al Señor por toda su gran bondad que me ha mostrado. Él me da tanta fuerza y poder que ni aun puedo describirlos. Yo he experimentado que el Señor es mi pronto auxilio en las tribulaciones. Él no desampara a los que ponen su confianza en él, porque el que confía en el Señor no será avergonzado (Isaías 45.17; Romanos 9.33). Él nos guardará como la niña de su ojo; nos librará de todo el poder del diablo, y de la tiranía de este mundo. Sí, él nos guardará de caer en el infierno, si permanecemos fieles a él hasta el fin. Pues Cristo dice: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24.13).

Mi queridísima esposa, sigue siéndole fiel al Señor hasta la muerte. Pues la corona no se da al principio, ni en medio, sino al final. Si le sigues fielmente al Señor, él no te desamparará; te dará la corona de vida eterna, y te dará entrada en su reino (Santiago 1.12). Él te coronará con gloria y honor; y enjugará toda lágrima de tus ojos.

Estimada Lijsken, si es que él enjugará toda lágrima, entonces quiere decir que primero aquí tenemos que derramar lágrimas (Mateo 5.4). Si nos quitará el sufrimiento, entonces primero tenemos que sufrir en este mundo. Tenemos que luchar y contender contra feroces leones, dragones y áspides (Salmo 91.13). Sí, contra esta maligna y perversa generación de víboras (Mateo 3.7) y gobernantes serpientes; contra las sutiles serpientes del mundo y la perversa descendencia de Caín. Pues Pablo nos dice que nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra los gobernadores de las tinieblas y los principados y potestades de este mundo; contra espíritus que operan en el aire, los cuales son la serpiente antigua y Satanás (Apocalipsis 20.2); que Pedro dice que es como león rugiente, y anda alrededor buscando a quien devorar (1 Pedro 5.8). Por tanto, defiéndete con diligencia con oración y súplicas al Señor, y mantén la doctrina de Cristo Jesús nuestro Salvador para que puedas recibir el fin de tu fe, la salvación de tu alma. Con Pablo, pelea la buena batalla de la fe. Con esto te encomiendo, mi querida y amada esposa y hermana, al omnipotente, eterno y poderoso Dios, y a la palabra de su rica gracia, para que puedas estar firme contra todas las puertas del infierno. Amén.

Una carta de Jerónimo Segers a los hermanos

Les deseo el gozo eterno, la paz y la gracia de Dios el Padre, y la insondable misericordia, favor y amor del Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el cual fue enviado por la gracia de Dios el Padre, para que se salven los que hacen su voluntad y son nacidos de nuevo con él, por medio de su evangelio que nunca perecerá. También les deseo el profundo e indecible consuelo, poder, fuerza y comunión del Espíritu Santo, que fue enviado del cielo por ambos, para que reciban eterna consolación, gozo y alegría todos los verdaderos, penitentes y obedientes hijos de Dios que han enmendado su vida, y así han resucitado con Cristo a una vida nueva, por medio de su evangelio. Que este único Dios los fortalezca a todos en su eterna verdad, y los sostenga con la poderosa palabra de su gracia en toda justicia, santidad y verdad hasta el fin, y guarde vuestro entendimiento, corazón y mente en Cristo Jesús. A él sea alabanza, honor, gloria, poderío y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Mis queridos y escogidos hermanos y hermanas, y todos los amantes de la eterna verdad auténtica, les deseo la verdadera y penitente fe que obra por amor y es de valor ante Dios; y una pura, casta y santa conducta y andar en el temor de Dios, y un amor ardiente a nuestro Dios y Padre celestial, a los vecinos y a la eterna, comprensible e inmutable verdad. Yo le pido al Señor sin cesar de día y de noche, que Dios les abra los ojos del entendimiento y les ilumine el corazón con conocimiento, para que así ustedes puedan saber que esto es la verdad, y que él los fortalezca con su divina palabra, y los confirme en la fe, para que puedan caminar en la verdad con toda humildad y mansedumbre, y para que puedan ser una luz a todos y continuar firmes hasta el fin. También le pido al Señor que él los guarde de todos los lobos rapaces que han salido de entre nosotros y aun de entre ustedes mismos se levantarán lobos rapaces que procurarán acabar con el rebaño, y de todos los maestros falsos, heréticos y satánicos. Ellos se levantan bajo el nombre de Cristo, y salen con una semejanza de santidad como si fueran enviados por Cristo, pero en realidad han salido del diablo y han sido enviados por él (Hechos 20.29; 2 Corintios 11.15).

Por eso, mis queridos hermanos, velen y oren, pues les es muy necesario. Y recuerden después de mi partida que desde la prisión les advertí de los falsos profetas. Así, con la ayuda de Dios, les he escrito en breve, y con Pedro les he exhortado, sabiendo bien que muy pronto tendré que deshacerme de esta vestimenta mortal y dormir con mis hermanos y hermanas en Cristo. Aunque a ustedes se les ha enseñado, y están firmes en la verdad presente, no obstante pienso que les es de provecho que los amoneste aun un poco más, y así tal vez alguien puede ser perfeccionado, edificado y fortalecido. ¡Alabado sea el nombre del Señor!, y que ustedes se acuerden de mí, como les he sido ejemplo en lo que el Señor me dio y he andado entre ustedes en toda humildad (Tito 2.7).

Por eso los amonesto ahora, queridos hermanos en el Señor, y les ruego con Pablo, por las misericordias de Dios, que presenten su cuerpo en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es su culto racional. Y no se conformen a este mundo vil, malvado y perverso, sino sean transformados por medio de la renovación del entendimiento, para que comprueben cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Romanos 12.1–2; Efesios 5.17).

Mis estimados hermanos, les pido con toda sinceridad que todos ustedes enmienden su vida, dejen el mundo y sus concupiscencias, y observen la vida de Cristo, cómo anduvo él antes de nosotros. Pues Juan dice: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Juan 2.6).

Observen bien, queridos amigos, que no es suficiente sólo ser bautizados en el nombre de Cristo, que seamos llamados hermanos en Cristo y que llevemos el nombre de cristianos. No, nada de esto puede salvar; pues Juan dice: “Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo (...). El que practica el pecado es del diablo (...). En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo” (1 Juan 3.7–8, 10). Y Cristo dijo: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15.14). Y otra vez: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama”, y, “el que me ama, mi palabra guardará” (Juan 14.21, 23). Pues Juan dice: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2.4). Ustedes bien saben que el mentiroso no tiene parte en el reino de Dios (Apocalipsis 21.8). Por eso, no sean cristianos de boca ni de lengua, sino de hecho y en verdad (1 Juan 3.18). Pues es en vano llevar el nombre de Cristo, si no nos conformamos a él en palabra, obra y pensamiento. Pablo dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8.29). Si Cristo los ha llamado y predestinado, sean diligentes para que lleguen a ser como él, para que puedan ser cristianos verdaderos cuando lleguen a la tribulación en la cual nosotros ya estamos. Porque aunque somos nosotros los que estamos en ella ahora, pueda que mañana ustedes también estén aquí. Por eso, velen y oren, pues no conocen ni el día ni la hora. Y sean diligentes en agradarle a Dios, “porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (1 Tesalonicenses 4.1; 2 Corintios 5.10).

Ahora bien, ya que se debe temer al Señor, les aconsejo y les ruego con humildad que ajusten su vida al evangelio. Pues de nada vale llevar el nombre de cristiano, y ser llamado hermano; pero el hacer los mandamientos de Dios, sí. Pues yo he visto muchos entre nosotros que se jactan de ser cristianos, que aman a Dios con la lengua, mas con sus hechos lo niegan (Tito 1.16), lo cual debemos lamentar mucho. Ellos son como las monedas falsas, que por fuera a la verdad parecen oro puro, pero al probarlas en la piedra de toque o en el fuego, no son nada más que cobre por dentro. Así andan entre los piadosos, como si fueran verdaderos cristianos. Pero cuando el Señor empieza a probarlos con tribulaciones, fácilmente se ve que han construido sus vidas sobre la arena y que aman el vientre más que a Cristo. Esto parece ser el caso con aquellos que cayeron presos con nosotros. Por tanto tiempo se hacían pasar por hermanos piadosos, pero ahora su forma de hablar muestra lo contrario (Mateo 13.21; 7.26; Romanos 16.18).

Por tanto, queridos hermanos en el Señor, todo el que desea ofrecer un sacrificio aceptable al Señor, que nos ponga por ejemplo (Santiago 5.10). Sean seguidores nuestros, y ya no sean tan perezosos ni tibios en el amor para que cuando los encarcelen a ustedes, no vayan a tener que lamentarse de que no hayan vivido una vida mejor; pues el diablo nos tienta con esto de día y de noche. Por eso les advierto, con amor fraternal, que tengan cuidado de sí mismos mientras tengan la oportunidad. Pues Pablo dice: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2.11–14; Efesios 5.2).

He aquí, estimados amigos, Cristo ha escogido a personas que no son vanas ni frívolas, sino que con paciencia siguen haciendo lo bueno, buscando la vida eterna. Para eso nos ha llamado y escogido Dios, que seamos santos y sin mancha delante de él en amor; pues tal iglesia santa ha escogido él, que no tenga ni mancha ni arruga, sino que ande en santidad y sea sin reproche delante de él en amor (Romanos 2.7; Efesios 1.4; 5.27). Por eso, sean santos en toda su conducta; pues escrito está: “Seréis, pues, santos, porque yo soy santo” (Levítico 11.45). Vean, mis queridos hermanos, que es hora de que presten atención, pues el hacha está puesta a la raíz de los árboles. Todo árbol que no produce buen fruto será cortado y echado en el fuego (Mateo 3.10). “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7.21). Pues al estar muertos al pecado, y purificados por el conocimiento de la verdad, no deben estar vacíos para que el diablo no tome consigo a los siete espíritus y entre en ustedes, y el postrer estado venga a ser peor que el primero (Romanos 6.11; Mateo 12.45).

“No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”; y “Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo;” y no sean hallados en oscuridad, amados hermanos, no sea “que aquel día os sorprenda como ladrón.” (Romanos 6.12–13; Mateo 24.20; 1 Tesalonicenses 5.4). Si ustedes hacen esto, serán hijos de luz y del día. Porque no son hijos de Dios los que se jactan de la fe y no la cumplen con obras, pues Cristo dice: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13.17). Porque al que lo sabe, y no lo hace, se le compara a un hombre insensato; y el siervo que sabe la voluntad de su señor, y no la hace, recibirá muchos azotes (Mateo 7.26; Lucas 12.47). Pero los que creen de corazón, y hacen lo que creen, son los verdaderos hijos de Dios y serán considerados como creyentes en el reino de Dios. Por eso les aconsejo y les suplico con Pedro, que, “poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados” (2 Pedro 1.5–8, 11, 9). Por eso, purifiquen el alma obedeciendo la verdad, y amen sinceramente a los hermanos con un amor entrañable de un corazón puro: “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1.22–23). Ciñan los lomos de su entendimiento, sean sobrios, y pongan toda su confianza en Dios. Tengan ferviente amor entre ustedes y sean de un mismo sentir. No sean altivos, sino asóciense con los humildes. Ninguna palabra corrompida salga de su boca, ni gasten su tiempo en conversaciones vanas, que sólo engendran más impiedad; sino hablen lo que es para edificación y que pueda dar gracia a los oyentes. “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal” (Colosenses 4.6). Pedro dice: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios” (1 Pedro 4.11), para que ustedes puedan serles un ejemplo a todos; pues Cristo dice: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres (…). Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Vosotros sois la luz del mundo (...). Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5.13–16). Y Pedro dice: “Teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo.” (1 Pedro 2.12, 3.16).

Él sigue diciendo: “Porque: El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal” (1 Pedro 3.10–12). Por eso, presten atención, no sea que el rostro enojado de Dios los mire. En los últimos días los impíos exclamarán: “Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero” (Oseas 10.8;Apocalipsis6.16).YCristo dice:“Porque osdigoque si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 5.20). Y otra vez: “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18.3).

Estimados hermanos, si no tienen tal humildad, sean diligentes en llegar a tenerla, pues las palabras de Cristo no son mentiras. Él dice: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tunombre hicimosmuchos milagros?Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7.22–23; Lucas 13.26). Y Pablo dice: “Porque si vivís conforme a la carne, moriréis” (Romanos 8.13). ¡Ay, amigos! Bastantes de ustedes son como los burros y las mulas, que son tan perezosos que se les tiene que hacer caminar con patadas o al pegarles con un palo. Eso no es andar en el amor. Levanten “las manos caídas y las rodillas paralizadas” (Hebreos 12.12). Ustedes ya han dormido lo suficiente, pues Pablo dice: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (Efesios 5.14). “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3.1–2).

Estimados hermanos en el Señor, “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. No seáis, pues, partícipes con ellos. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad). Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas” (Efesios 5.1–5, 7–9, 11). Yo los amonesto, como a colaboradores, pues el Señor dice: “En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”. No ofendamos en ninguna cosa, “para que nuestro ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (2 Corintios 6.1–10).

Estimados amigos, mi boca se ha abierto a ustedes por el amor fraternal, y les pido con humildad que haya en ustedes el sentir que hubo también en Cristo Jesús, y que muestren tal amor entre ustedes por medio de sus obras. “Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros.” Porque “el que no ama a su hermano, permanece en muerte”. “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” Mis estimados hermanos en el Señor, “no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (2 Corintios 6.11; Filipenses 2.5; 1 Juan 3.11, 14, 17–18; 4.8). Siempre recuerden a los pobres, y que cada uno dé según su habilidad, con alegría; pues Dios ama al dador alegre, y Pablo dice: “el que hace misericordia, con alegría” (Tobit 4.7; 2 Corintios 9.6–7; Romanos 12.8). Consideren, a ver si no es cierto, que si tuvieran un amor tan ferviente como lo tenían por el mundo, no podrían hallar un poco de dinero para los pobres, como antes lo hallaban para tomar o para derrochar en los juegos de azar. No es que les quiero poner una carga u oprimirlos, mis amigos, sino que cada uno demuestre su amor en esto, según su habilidad. Y de todos modos, no podrán llevarse sus posesiones. Pueden tomarme a mí por ejemplo: ellos se llevaron todo, sí, todo el dinero que teníamos, y aun nos preguntaron si no teníamos más.

Es muchísimo mejor que les ayuden a los pobres con el dinero quetienen,enlugardequeloconfisquenlas autoridades.Ysiustedes estuvieran dispuestos a dar su vida por los hermanos, ¡cuánto más les deben ayudar con sus bienes terrenales! Que sea como está escrito: “Y no sobró al que había recogido mucho, ni faltó al que había recogido poco” (1 Juan 3.16; Santiago 2.16; Éxodo 16.18).Y también estén seguros de que todo se haga honradamente, que sea por liberalidad y no por codicia, y que la ofrenda le sea aceptable al Señor. “Porque la ministración de este servicio no solamente suple lo que a los santos falta, sino que también abunda en muchas acciones de gracias a Dios” (2 Corintios 9.5, 12). Sean diligentes, pues, en mostrar su amor así, para que el Señor sea glorificado y alabado por ello, y que ustedes puedan ser aprobados en todo como siervos de Dios (1 Pedro 4.11). Lean lo que Pablo les dice a los corintios; él les enseñará qué hacer en este asunto. Y con humildad les pido que después que lo hayan leído, también actúen según ello, pues esto es necesario.

Además, les pido a todos ustedes, recién casados, que vivan juntos en toda humildad, sencillez y armonía. Esposas jóvenes, sométanse a su marido en el temor de Dios. Y ustedes, esposos, amen a su esposa como a su propio cuerpo. Apóyenla y ayúdenla con toda humildad y bondad. Instrúyanla en amor y amonéstenla con la palabra del Señor. Pues ustedes no saben cuándo el Señor los separará (1 Pedro 3.1; Efesios 5.22; Mateo 25.13). Ténganme a mí y a mi esposa como ejemplos de cuán pronto nos separó el Señor, para su gloria. Por eso, vivan juntos en toda humildad mientras el Señor permita que estén juntos; pues el tiempo es corto aquí, ya que a él le agrada que sus escogidos estén a su lado (Job 14.1). Y además, yo les pido, estimados hermanos, que con toda diligencia busquen recibir los intereses (Mateo 25.27); pues confío en el Señor que al ver y oír esto, muchos llegarán a la verdad. Yo también haré mi mejor esfuerzo para con los que vienen aquí a verme. Y recojan la pobre manada esparcida, por la cual estoy muy preocupado; pues no saben dónde irse ni dónde morar, y están más afligidos que nosotros aquí (Hechos 8.1–4). Pero cobren ánimo, estimados hermanos en el Señor. Y, a pesar de que nosotros disfrutamos más libertad que ustedes, sean pacientes en la persecución. Antes que ustedes hayan acabado de recorrer las ciudades de Israel, el Señor los libertará (Mateo 10.23). Por lo tanto, sean diligentes en congregarse y en animar y amonestarse los unos a los otros con la palabra del Señor para que el amor no llegue a enfriarse entre ustedes (Mateo 24.12).

Amonesten e instrúyanse los unos a los otros de esta forma en el amor de Dios. Y les pido que no se olviden de nosotros en sus oraciones. No olviden mandarle una carta a mi esposa de vez en cuando para animarla, pues ella estará presa bastante tiempo todavía. Yo también les puedo decir que estoy muy gozoso, y no puedo agradecerle lo suficiente a Dios el gran amor que nos ha mostrado, ya que a ambos nos hizo dignos de sufrir por su nombre.

También le agradezco el poder y la fuerza que muestra en nosotros y las promesas que nos da. Hace mucho tiempo le pedía al Señor que yo fuera contado por digno de sufrir por su nombre, aunque no me considero lo suficientemente bueno. Es por esto, pues, que me regocijo así, pues mi hora ha llegado y seré librado de esta carne.

Fortalézcanse así en el amor de Dios, “esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén. Saludaos los unos a los otros con ósculo santo” (Judas 21, 24–25; 1 Corintios 16.20).

Dejen que todos los amigos oigan esta carta, pues les he escrito con amor fraternal, y lo siento que no puedo escribirles más.Yo los encomiendo a todos al Señor. Saluden a G. S. H. D. en el Señor, a quien amo con sinceridad, y también a todos los hermanos en el Señor. Deseo que sea bien recibida esta breve amonestación (Hebreos 13.22), pues mi espíritu me movió a amonestarlos un poco.

Escrito en la prisión por mí,

JERÓNIMO SEGERS.

Una carta de Jerónimo Segers, escrita a su esposa Lijsken Dircks

La gracia y la misericordia de Dios el Padre, la bondad y el amor del Hijo, y la comunión y la paz del Espíritu Santo que nos envió el Padre, en el nombre del Señor Jesucristo, para consolar y hacer regocijar a todos los verdaderos y fieles hijos de Dios, a quienes impulsa, enseña y dirige; el mismo guarde tu corazón, entendimiento y mente en Cristo Jesús para alabanza y gloria del Padre, para la salvación de tu alma afligida y para la edificación de todos los hermanos que temen al Señor y lo aman. A este único sabio Dios sea la gloria, el honor, el poder y la fuerza por la eternidad. Amén.

Yo te deseo, mi estimada esposa, un verdadero, genuino y piadoso amor; una verdadera, sincera y penitente fe que obra por el amor; una firme esperanza y confianza en Dios, y una firmeza en tu fe en Dios el Padre y el Señor Jesucristo. Te encomiendo a él y a la palabra de su gracia, y ya que no puedo hablar contigo, mi estimada esposa Lijsken. Con la ayuda de Dios te he escrito un poco de la palabra del Señor; pues aunque estemos ausentes el uno del otro en la carne, estamos presentes en el Espíritu. Yo de día y de noche te llevo en mis oraciones, pidiéndole al Señor que te fortalezca con su Espíritu de verdad, pues yo bien sé que tendrás mucho conflicto todavía antes que seas liberada. Yo también sé que serás tentada en gran manera por los zorros astutos y los lobos rapaces, sí que son incluso leones y dragones; una generación de víboras que no perdonará tu alma, sino que la destruirán, la devorarán y la asesinarán.

Por eso, Pablo dice: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas. (…) De hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Colosenses 2.8; Efesios 4.14). Sí, Cristo mismo nos advirtió acerca de esto, diciendo que en los últimos días se levantarán muchos falsos profetas, y muchos falsos Cristos, y engañarán, si fuera posible, aun a los escogidos. Pero esto es imposible, ya que el Señor los conserva con su brazo fuerte, y las puertas del Hades no podrán dañarlos (Mateo 24.24; 16.18).Y Pablo dice: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó” (1 Timoteo 4.1, 3). Y: “Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia” (Efesios 5.6). Cristo también nos ha advertido de la doctrina de los fariseos; sí, de aquellos que entran vestidos como ovejas “pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 16.6; 7.15–16). Y es como dice Pablo: “Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia” (2 Corintios 11.14–15). Porque ellos tienen una santidad fingida, y mentirán.

Por eso ve, mi querida corderita, con qué fidelidad nos han advertido Cristo y sus apóstoles de esa serpiente falsa y sutil, para que no nos dejemos ser engañados por la serpiente antigua que es el diablo y Satanás, que sólo busca la condenación eterna de nuestra alma. Pedro dice que es como león rugiente, buscando a quien devorar, al cual debemos resistir firmes en la fe (Apocalipsis 12.9; 1 Pedro 5.8). Por eso te pido, mi estimada esposa, de todo corazón, ya que los profetas fielmente nos han advertido de los falsos profetas que enseñan sólo doctrinas de demonios, y nada más buscan arruinar y devorar las almas, que no les pongas cuidado ni hagas lo que te digan. Pablo dice: “Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas” (Efesios 5.11). Sí, Juan dice que el que no tiene la doctrina de Cristo, no tiene a Dios (2 Juan 9). Y Pablo dice: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1.8). Si ellos no tienen a Dios, y sólo tienen una doctrina falsa, herética, malvada y diabólica, ¿cómo pueden enseñarnos algo bueno? Es por eso que Cristo y sus apóstoles nos advirtieron tan fielmente que no debemos dejarnos engañar por esos lobos rapaces y su filosofía sutil y astuta. Pues nunca habrá otro fundamento que el que está puesto, que es Cristo, sobre quien tú has fundado y edificado tu vida. Y nunca se predicará otro evangelio verdadero que el que ya se predica, en el cual tú crees y por el testimonio del cual estás encarcelada.

Por eso te pido, estimada esposa Lijsken, por las misericordias de Dios, que constantemente mantengas la palabra del Señor ante tu vista, y no te dejes mover de tu fe por la astucia de hombres que esperan engañarte; pues yo sé que aún sufrirás muchas tentaciones. Por eso, mi querida, no pongas tu esperanza en los hombres; pues dice el profeta que maldito es el varón que confía en el hombre. Sí, el temor del hombre pondrá lazo, dice el sabio (Jeremías 17.5; Proverbios 29.25). Y no te preocupes por la tortura de la carne y la sangre; pues esto es el calor del sol, sí, es la tormenta por la cual es probada la obra del Señor (Mateo 13.6; 7.25). Por eso, confiesa a Cristo ahora, y él nos confesará delante de su Padre celestial. Pues él probará la tercera parte con fuego, como oro en el horno, y todo lo que queda es oro puro (Mateo 10.32; Zacarías 13.9; 1 Pedro 1.7). Ya en parte has pasado la prueba, y has permanecido firme en ella. Eterna gloria, alabanza y honor sean al Señor por eso, y deseo que el misericordioso Dios te fortalezca para que así como has comenzado, seas hallada como oro puro delante de Dios y de toda su iglesia.

Así que, mi querida, continúa firme en la doctrina de Cristo. Ya llegó el día del cual habló Cristo en que seríamos llevados ante gobernadores y reyes para testificar de su nombre, y que seríamos rechazados por todos los hombres. Pero el que persevere hasta el fin será salvo(Mateo10.18; 24.13).Y Cristodice: “Si amí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; (...). Y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. (…) Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. (…) Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí” (Juan 15.20; 16.2, 4, 3). Mira, mi estimada esposa, Cristo nos advirtió que ellos nos tratarían de esta manera. Por eso, mi querida, no temas ni te desanimes, aunque ahora estés con Daniel en el foso de los leones. Confía en el Señor y él te preservará de modo que no te destruyan. Él también te librará de sus dientes para que no te devoren. No lo desampares y él no te desamparará, pues él dice: “El que a vosotros desecha, a mí me desecha”; el que los persigue, a mi me persigue; el que los toca, toca la niña de mi ojo (Lucas 10.16; Hechos 26.14; Zacarías 2.8).

Entonces, si no es a nosotros que persiguen, sino al Señor, lucha con valor como soldado piadoso de Cristo, y combate para su gloria.Y así como él luchó hasta morir, hazlo también por la gracia de Dios. Pues Pablo dice: “Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente” (2 Timoteo 2.5). Por eso, mi querida, cíñete toda la armadura de Dios y no te avergüences de confesar su palabra ante los hombres. Más bien, siempre recuerda las palabras de Cristo: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.” Pero el que ama algo más que a Dios, no puede ser su discípulo. Y “ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”. Pablo dice: “Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (Efesios 6.11; Mateo 10.32; Marcos 8.38; Mateo 16.25; 10.37; Lucas 9.62; 2 Timoteo 2.11–12).

Por eso, querida, no te apartes del Señor, pues no somos nada más que polvo y ceniza. Sí, sólo carne mortal que morirá en deshonra pero resucitará en gloria (Génesis 18.27; 1 Corintios 15.43). Por eso, sé paciente en la tribulación; pues éste es el verdadero camino que lleva a la vida eterna. Todos los santos de Dios, los profetas y apóstoles, y aun Cristo mismo, anduvieron por él, y todos bebieron de esta copa. No te fijes en la muerte, sino mira más allá de la muerte, para que no venga otro y lleve tu corona. Mi querida, ten ánimo en la tribulación, sufre con paciencia, y espera la liberación de la misma manera en que el agricultor espera sus frutos. Porque: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Santiago 1.12). Cristo dice: “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5.10). “He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren”, dice Santiago (Santiago 5.11). Cristo también sufrió por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigamos en sus pasos. “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento” (1 Pedro 2.21; 4.1). Con esto concuerda Juan, que dice que ya que Cristo puso su vida por nosotros, nosotros también debemos poner nuestras vidas por los hermanos (1 Juan 3.16).

Por eso, mi escogida y amada, no te desanimes ante sus amenazas. Más bien, alaba y glorifica al Señor por esto, pues Cristo dice: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan (…). Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mateo 5.11–12). Mi querida, esto no dice que debemos estar tristes, sino que debemos estar gozosos de que somos dignos de sufrir por su nombre. Pablo dice: “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (Romanos 8.15–18; 1 Corintios 2.9). Y Pablo dice que no es suficiente sólo creer en él, sino que también debemos sufrir por su nombre (Filipenses 1.29).

Por eso, mi querida, sé una novia dispuesta, y prepárate para el conflicto; porque “no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10.13). Pues aun cuando una madre olvidara a su hijo, “yo nunca me olvidaré de ti”, dice el Señor (Isaías 49.15). Él te cuidará como la niña de su ojo (Zacarías 2.8). Por tanto, no les tengas miedo a los hombres que perecen como la hierba (Isaías 51.12), sino viaja con valor con Josué y Caleb a la tierra prometida. Espera con Noé el día del Señor; pues Cristo dice: “Mis ovejas oyen mi voz (…) y me siguen”; pero no escuchan la voz de los extraños. Por eso, nadie las arrebatará de su mano, ya que es imposible que los escogidos de Dios sean engañados. Como dice Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” Nadie; ni cualquier tormento de este mundo. “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (Juan 10.27; Romanos 8.35, 28; 2 Corintios 4.17). Ya que es la voluntad del Señor, espero que esta prueba sea para tu bien; pues el Señor ha señalado el tiempo de cada uno, el cual no podremos prolongar. Por eso, no temas, pues Dios es tu capitán; él es tu fuerza; él es tu guía (2 Esdras 16.76); no te apartes de él, y él no te desamparará. Pon tu confianza en él, y no serás confundida (Salmo 31.1). Sé fiel hasta la muerte; la corona de vida está preparada para ti (Apocalipsis 2.10). Yo deseo ofrecer mi cuerpo para la gloria de Dios. Sí, de buena gana, no sólo mi cuerpo, sino que si cada miembro, aun cada pelo, fuera un cuerpo, yo, por el poder de Dios, ofrecería todos para honra y gloria del Señor para obtener sus promesas. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y (…) sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él” (1 Juan 3.1–2). Además, Pedro dice que seremos participantes de la naturaleza divina; también estaremos donde Cristo mismo está, y con él juzgaremos todas las naciones; asimismo seguiremos al Cordero dondequiera que vaya; además, cantaremos la nueva canción en el Monte Sion, “porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Pedro 1.4; Juan 12.26; Mateo 19.28; Apocalipsis 14.4; 2 Esdras 2.42; 2 Corintios 5.1). ¿Quién exaltaría más que esas bellas promesas esta carne contaminada y corrompida, que es nada más un montículo de tierra? ¡Ve qué promesas tan bellas les ha dado Cristo a los suyos que permanecen firmes hasta el fin! Y no hay otra manera de llegar a la vida eterna; pues todas las almas justas desde el principio han tenido que sufrir así para entrar en el reino de Dios (Génesis 4.8). Por eso, mi esposa que quiero muchísimo, ya que no hay otra manera, sé una novia dispuesta, preparada para recibir a tu novio. Y así serás coronada con alabanza y honor.

Así, mi muy querida, te he escrito unas cosas con que puedas fortalecerte un poco por la palabra del Señor. Cristo dice: “Vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; (...) pero confiad, yo he vencido al mundo. Vuestra tristeza se convertirá en gozo, (...) y nadie os quitará vuestro gozo;” “Porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (Juan 16.20, 33, 22; 1 Juan 4.4). Y Juan dice que nuestra fe es la victoria que ha vencido al mundo (1 Juan 5.4). Siempre recuerda la esposa de Lot (Génesis 19.26), y el hombre de Dios que fue muerto por el león porque comió pan contrario al mandamiento de Dios, siendo engañado por el falso profeta (1 Reyes 13.1). Así también nunca te dejes engañar por los profetas falsos; sino lucha con David contra Goliat, y lo devorarás como pan; pues el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos que son fieles lo toman por fuerza. Josué y Caleb tomaron la tierra prometida por fuerza, pero aquellos que no eran fieles no pudieron entrar. Por eso, no te desanimes aunque seas probada aquí por un poco de tiempo, pues es la voluntad de Dios.

Por consiguiente, recibe de buena gana de su mano cualquier cosa que él te envíe, pues Pablo dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8.28). Pues Cristo quiere mostrar su maravilloso poder y fuerza en ti, contra los dragones y la generación de víboras; además, contra los lobos rapaces que a diario resisten a Cristo y luchan para destruirte. Pero sé valiente y confía en Cristo; él no te desamparará, porque él es tu fuerza. Él cuida de ti (1 Pedro 5.7). Él es tu protector por quien vencerás a todos tus adversarios; porque él te alimentará con el pan de vida, sí, te alimentará con el pan del conocimiento y te dará a beber del agua de la sabiduría, y te confortará en toda tu tribulación, y pondrá en tu corazón una fe firme que ellos no podrán resistir (Sabiduría 15.3). Porque el que ha empezado esta buena obra en ti, por su gracia y poder, también la llevará a cabo y la terminará para la salvación de tu alma y la edificación de todos los que temen al Señor (Filipenses 1.6). A este Dios que puede sacarte de toda tu tribulación, preservarte de todas las trampas del diablo y de toda doctrina falsa, sean la alabanza, el honor, el poder y el dominio, por toda la eternidad. Amén.

Mira, mi estimada esposa, ya que no puedo ayudarte con mi llorar ni con mi sangre, te he escrito unas cosas para confortarte, y como un recordatorio o un testamento por el cual puedes recordarme a mí y cómo anduve contigo. Porque deseo sellar esta carta con mi sangre, dando a entender así que no es nada más sino la pura verdad por la cual deseo entregar mi vida para la gloria del Señor y la edificación de todos los que le temen.Yo le pido al Señor que él permita que me sigas, ya que creo que por su gracia moriré antes que tú. Y yo espero en Dios que él permita que me sigas de esta manera, y tengo confianza en ti que me seguirás en la muerte con firmeza, por la gracia de Dios. Yo también le pido al Señor que permita que el fruto crezca para su gloria para que sea hallado digno de sufrir por su nombre. Así yo le he encomendado el fruto al Señor que puede guardarte a ti y al fruto mejor que pudiera yo. Y yo no dudo que el Señor te guardará. Deseo que mi sangre sea el sello de esta carta.

Así yo te encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia para que él te guarde en toda justicia, santidad y verdad. Y aunque nos separen aquí, yo sé que estaremos juntos en la vida eterna, y con firmeza confío en el Señor que así sea. Por eso con gusto entregaré mi ofrenda.

Ojalá yo pudiera sufrir para ti. Con alegría ofrecería mi cuerpo por ti. Me da lástima que no podré escribirte más. Con esto te encomiendo al Señor. No te preocupes por el niño, pues mis amigos lo cuidarán bien; además, el Señor lo cuidará. Enrique de Deventer te saluda mucho en el Señor, a quien él le ruega de día y noche por ti, para que puedas continuar firme hasta el fin.

Otra carta de Jerónimo Segers a su esposa

Que la gracia, paz y el gozo en el corazón, por medio del conocimiento de Cristo Jesús, estén contigo, mi estimada esposa Lijsken. Yo te deseo, mi estimada esposa Lijsken, un amor ferviente a Dios y una mente gozosa en Cristo Jesús. Sabe que yo me acuerdo de ti de día y de noche en mis oraciones, suplicando e implorándole a Dios por ti; pues estoy muy afligido por ti, pues tienes que estar encarcelada tanto tiempo. Y yo desearía, si fuera la voluntad de Dios, que te soltaran; pero el Señor lo ha querido de esta manera, pues piensa probarte y revelar su poder y fuerza en ti, contra todos aquellos que resisten la verdad. Por eso yo no puedo hacer nada contra la voluntad de Dios, no sea que lo tiente. Más bien yo le alabo y le agradezco que él a ambos nos tenga por dignos de padecer por su nombre. Para eso han sido elegidas sus ovejas escogidas; pues él las ha redimido de entre los hombres como primicias para Dios (Apocalipsis 14.4).

Además, mi querida, hasta este momento me he regocijado mucho, alabando al Señor y dándole las gracias que nos preparó para este propósito. Pero cuando tú me dijiste que tu dolor era aun más que podías expresar, lloré muchísimo; y me tiene afligido, pues es una gran aflicción. Y yo entiendo que es porque a menudo me decías que nos alejáramos de Assuerus, lo cual no hice. Por esto he llorado muchísimo y lo siento mucho. Sin embargo, yo no puedo hacer nada contra la voluntad del Señor (Romanos 9.19). Y si hubiera sido su voluntad, él nos habría librado. Pero él nos ha puesto límites, los cuales no podemos pasar (Job 14.5; Tobit 13.2). Ya que no podemos escapar, no estemos tristes por lo que Dios está haciendo. Más bien, como dijo Cristo, debemos gozarnos y alegrarnos porque nuestro galardón es grande en los cielos. También, como dice Pedro, glorifiquemos a Dios por ello (Mateo 5.12; 1 Pedro 4.16). Mi querida, esto no se dice para que estemos afligidos. Por tanto, sé paciente en tus tribulaciones y sufrimientos, pues Pablo dice que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien. Es por eso que tengo confianza en el Señor que esto de que tienes que estar encarcelada mucho tiempo también será para tu bien. Recibe, pues, con alegría cualquier cosa que te mande, pues él no dejará que seamos tentados más de lo que podemos resistir. Por eso, participa en los sufrimientos de Cristo, pues todos los que no son castigados son bastardos y no hijos (Hebreos 12.8). Y Santiago dice: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Santiago 1.12).

Sé, pues, seguidora de Cristo. Con paciencia y gozo toma tu cruz, siguiéndole con alegría, ya que él ha sufrido tanto para darnos nuestra salvación. Suframos, pues, para su gloria. Ya que nos ha llegado nuestra hora, con gozo procuremos alcanzar la corona de vida que nos ha sido preparada.

Por eso te pido, mi amor, que ya no estés afligida; pues el Señor te guardará como la niña de su ojo. Aunque una madre se olvidara de su hijo, “yo nunca me olvidaré de ti”, dice el Señor. También dice: “Mis ovejas oyen mi voz, y me siguen, y nadie las arrebatará de mi mano”. Por eso, querida, estate tranquila y confía en el Señor; él no te desamparará. También me di cuenta, en parte por mi hermana, de que tú estás afligida porque no eras más paciente conmigo. Mira, mi estimada corderita: tú nunca fuiste obstinada conmigo, y todo el tiempo que vivimos juntos cumplimos nuestro deber. Por eso, no te aflijas. Estate tranquila. Cristo no pondrá eso a tu cuenta, pues él no recordará nuestros pecados. Yo le doy las gracias al Señor que has vivido con tanta humildad conmigo. Con alegría estuviera dispuesto a estar encarcelado un año para ti, comiendo sólo pan y agua. Sí, aun moriría diez veces, si con eso pudieras ser puesta en libertad. ¡Ay, que yo pudiera ayudarte con mis lágrimas y sangre! Con qué alegría sufriría por ti, pero mi sufrimiento no puede ayudarte. Por eso, estate contenta. Yo oraré aun más por ti. He escrito esta carta con lágrimas, habiendo oído que tu dolor es grande. Te pido que me escribas para que me digas cómo estás. Con esto te encomiendo al Señor.

Una carta de Jerónimo Segers a su esposa

Deseo que tengas la gracia y la paz de Dios el Padre y la misericordia y el amor del Hijo, y que el poder y la comunión del Espíritu Santo te fortalezcan la fe, el corazón, la mente y el conocimiento en Cristo Jesús. Amén. Esto le deseo a mi esposa querida, a quien tomé como esposa ante Dios y su santa iglesia.

Así como Abraham tomó a Sara como esposa, Isaac a Rebeca, y Tobías a la hija de su tío, de la misma manera te tomé como esposa, según la palabra y el mandato de Dios, y no como este mundo perverso y ciego. Por esta razón yo alabo y le agradezco al Señor de noche y de día que él nos guardara tanto tiempo, hasta que pudimos conocernos en parte, y llegamos a conocer la verdad. Por eso nos dicen que vivimos en adulterio porque no nos casamos como lo hace esta generación idólatra, de una manera idólatra, carnal, vana, orgullosa y en glotonería, que es una abominación ante los ojos de Dios. Por eso nos calumnian, como lo hacían con Cristo (Mateo 12.24).Y aunque ellos puedan decirte que te dediques sólo a tu costura, eso no nos impide. Pues Cristo nos ha llamado a todos, y nos mandó a que escudriñáramos las escrituras, porque ellas testifican de él. Y Cristo dijo que María había escogido la mejor parte, pues ella escudriñaba las escrituras (Mateo 11.28; Juan 5.39; Lucas 10.42). Es más, mi querida, aunque ellos te pregunten dónde están tus señales y lenguas, esto no debe impedirte; pues los creyentes a quienes Pedro y Juan bautizaron no hablaron en lenguas, sino que para ellos les bastaba haber creído en Cristo (Hechos 2.38).Y tampoco Esteban, que fue lleno del Espíritu Santo, habló en lenguas. Ni los obispos y maestros que estaban con Pablo hicieron milagros ni hablaron en lenguas. Ahora bien, ellos enseñaron la palabra de Dios irreprochablemente. Y Pablo dice que el Espíritu Santo distribuye sus dones en la iglesia: A uno, el don de sanidad; a otro, profecía; a otro, el hablar en lenguas; a otro, el hacer milagros; a otro, el don de la exhortación; a otro, el ser misericordioso; a otro, una fe firme. Y todo esto lo hace el Espíritu Santo, por quien se ayudan mutuamente para su propia edificación, y así llegan a ser un templo santo; sólo que cada uno permanezca en la condición en que estaba cuando Dios lo llamó (1 Corintios 12.7; Efesios 4.16; 2.21; 1 Corintios 7.20). Y para nosotros es suficiente que Cristo oró no sólo por sus discípulos, sino también por los que iban a creer por la palabra de ellos (Juan 17.20).

Mira bien, mi querida esposa en el Señor, con qué alegría los lobos rapaces asesinarían al alma de los humildes con las mentiras y sutilezas que emplean para engañarte para que puedan matar tu alma eternamente. Por eso, ten mucho cuidado de ellos y no los escuches, pues son muy astutos. Pero como dice Cristo: “Mis ovejas oyen mi voz”, “mas al extraño no seguirán, porque no conocen la voz de los extraños”, “ni nadie las arrebatará de mi mano”. Mira, mi querida, Cristo nos advirtió de este tiempo; estemos alertas para que la serpiente sutil no nos engañe. Yo también he estado una vez ante los señores (la vez que te llamé), y les hablé de tal manera que me dejaron en paz. Y aunque a los otros los llamaron ante la corte dos veces después de esto, a mí no me han vuelto a hablar. Una vez yo también tuve una discusión con los sacerdotes acerca del llamamiento de los ministros y yo les reconvine con la palabra del Señor de tal manera que ellos se enojaron tanto que empezaron a golpear la mesa con los puños y no supieron qué decir. Ellos dijeron que Pedro fue Papa y que Andrés leyó la primera misa. Yo les contesté que ellos no podían probármelo y les dije que eran espíritus engañadores y que tenían doctrinas de demonios. Con eso, se marcharon.

Además, mi querida esposa en el Señor, siento mucho que lloraste; pues cuando me di cuenta de que estabas afligida, le oré al Señor con más fervor, de día y de noche. Y quiero que sepas con certeza que el Señor te guardará como a la niña de su ojo. Todo el tiempo alabo al Señor y me regocijo en gran manera de que él nos haya hecho dignos de sufrir por su nombre. Cuando leí tu carta y supe cómo estabas, y que me saludabas con el Cristo crucificado, mi corazón y mi espíritu saltaron de alegría de tal modo que no pude seguir leyendo la carta, sino que me arrodillé ante el Señor (Efesios 3.14), le alabé y le agradecí por su fuerza, consolación y gozo, aunque estaba afligido por los hermanos, y porque tú tienes que estar encarcelada tanto tiempo. Yo te he entregado, junto con el fruto, en las manos del Señor, sabiendo sin duda que él te guardará hasta el fin y te dará el mismo gozo que me da a mí. Yo experimento tal gozo y alegría en sus promesas que nunca pienso en estos tormentos, sino sólo en las grandes promesas que él les ha dado a todos los que permanecen firmes hasta el fin. Yo siento tal alegría, consuelo y gozo como nunca había sentido, sí, tal gozo que no lo puedo describir. Nunca creí que fuera posible que una persona tuviera tal gozo en la cárcel, pues de día y de noche apenas puedo dormir por ese gozo, y siento que ni puedo darle las gracias al Señor ni alabarle lo suficiente. Parece que no he estado aquí ni un día (Eclesiástico 43.30). ¡Ojalá que pudiera quebrar el corazón en pedazos y dártelos a ti y a nuestros hermanos! Desearía ayudarlos con mi sangre. ¡Con alegría sufriría por ellos!

Mi querida en el Señor, ahora siento el poder, la fuerza y el paternal cariño con que él preserva a los que confían en él y buscan sólo su gloria. Sí, qué fuerza, consuelo y gozo les da; y en qué afrenta y desgracia hace caer a los que confían en los hombres y desamparan a Dios y lo niegan. Así reciben una conciencia que los tortura, un corazón afligido y un horror terrible. Sí, no les esperan sino la condenación eterna y el dolor del fuego, y que se les digan las terribles palabras: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno” pues “la ira de Jehová está contra los que hacen mal” (Mateo 25.41; Salmo 34.16). Por eso, mi querida esposa en el Señor, miremos a Jesús, el consumador, cómo él entró antes de nosotros en la muerte para salvarnos. Pues la corona de vida está preparada para nosotros; nos sentaremos con él en su trono y nos vestiremos de ropas blancas. Con esto te encomiendo al Cristo crucificado para tu consuelo y gozo. Que él te guarde, te satisfaga con su palabra divina, te alimente con el pan de vida y de entendimiento, y te dé a beber del agua de la sabiduría y de la leche pura de la fuente de la vida. Que él guarde tu alma para la salvación. Amén.

Una carta de Lijsken, la esposa de Jerónimo

Que la gracia, la paz, el gozo y el amor que Cristo les dejó a sus discípulos estén contigo. Con toda sinceridad le pido a él que nos dé tal amor y tal firmeza que seamos hallados dignos de recibir las bellas promesas que él nos ha dado, si continuamos firmes hasta el fin. A este Cristo sea la alabanza y el honor por los siglos de los siglos. Amén.

Yo no puedo ni agradecer al Señor ni alabarlo lo suficiente por su gran gracia, su insondable misericordia y su gran amor que nos ha mostrado para que seamos sus hijos, si vencemos como él venció (2 Corintios 6.18; Apocalipsis 3.21). Bien pudiéramos decir que la fe verdadera, que obra por el amor y que nos dará entrada en la gloria si sufrimos por él, actúa por cosas invisibles (Gálatas 5.6; Romanos 8.17; Hebreos 11.1). Consideremos, queridos amigos en el Señor, cuán gran amor los mundanos tienen entre sí. He oído decir que hay unos que están en la prisión, que al ser llevados a la tortura, se regocijaban porque iban a estar más cerca de sus seres queridos, aunque no iban a poder estar juntos. Escuchen, mis queridos hermanos en el Señor, si el mundo tiene tal amor, ¡qué amor no debemos tener nosotros que tenemos promesas tan gloriosas! Yo también pienso del bello ejemplo de una novia, y cómo ella se adorna para agradar a su novio de este mundo. ¡Y cómo debemos de adornarnos nosotros, pues, para agradar a nuestro novio! Ojalá estemos adornados, como lo estaban las cinco vírgenes prudentes con aceite en sus lámparas, para salir al encuentro de nuestro novio para que podamos oír su dulce voz: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros”. Yo le pido al Señor de día y de noche que él nos dé un amor tan ferviente que no les hagamos caso a los tormentos con que nos puedan torturar. Sí, que podamos decir con David: “No temeré lo que me pueda hacer el hombre” (Salmo 118.6). Y nuestro dolor, que es leve y momentáneo, no es digno de compararse con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse (Romanos 8.18).

Y ya que es la voluntad del Señor que permanezca tanto tiempo con Daniel en el foso de los leones, y espere que lleguen los lobos rapaces y los leones rugientes, y la serpiente antigua que ha existido desde el principio y existirá hasta el fin, les ruego a todos mis queridos hermanos que me recuerden en sus oraciones. Con gusto yo haré lo mismo, según mi habilidad. Mis queridos amigos, ¿cómo podré agradecerle lo suficiente al Padre celestial, que me ha hecho a mí, oveja indigna que soy, digna de permanecer presa tanto tiempo por causa de su nombre? Yo le pido al Señor de día y de noche que esta prueba mía sea para la salvación de mi alma, para alabanza del Señor y para la edificación de mis estimados hermanos. Amén.

Nicolás Op de Suyckeruye trajo dos sacerdotes para que me instruyeran, a quienes contesté por la gracia del Señor. Ellos me dijeron que lamentaban que yo hubiera seguido esta opinión, la cual no podrían llamar fe, sino sólo una opinión, ya que nosotros no observábamos nada de lo ordenado por la Iglesia Cristiana. Yo les contesté:

—No deseamos hacer o creer nada sino lo que ordena la iglesia de Cristo; pero no tendremos nada que ver con el templo de Baal ni con otros templos hechos de mano que siguen las doctrinas y los mandamientos de hombres y no a Cristo. Con estos ni aun nos juntaremos; pues Esteban dijo que elAltísimo no habita en templos hechos de mano; él dijo que veía los cielos abiertos, y a Cristo sentado a la mano derecha de su Padre omnipotente (Hechos 7.48, 56). Y Pablo dice que nosotros somos el templo del Dios viviente; y si hacemos lo que él quiere, él morará y andará entre nosotros (2 Corintios 6.16).

Ellos dijeron que eran los enviados y los que se sientan en la cátedra de Moisés. Yo les contesté que en ese caso los ayes que se mencionan en Mateo 23 también eran para ellos. Me preguntaron entonces si yo creía que el que me había enseñado estas cosas era enviado de Dios. Yo les contesté:

—Sí, claro que sé que fue enviado de Dios.

Me preguntaron si sabía cómo debe ser el maestro.

Yo contesté:

—El maestro debe ser marido de una sola mujer, irreprensible, que tiene a sus hijos en sujeción, no un borracho ni bebedor de vino, ni fornicario (1 Timoteo 3.2).

Ellos contestaron:

—Si cometemos males, esto caerá sobre la cabeza nuestra; pero el Señor es misericordioso.

Yo les pregunté entonces si pecarían porque Dios es misericordioso, y les dije que estaba escrito que no debemos seguir pecando más y más y decir: “Dios es muy compasivo” (Eclesiástico 5.5–6). Hablamos de muchas otras cosas, pero me costaría mucho contarlas todas.

Yo les dije que ellos siempre están aprendiendo y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad (2 Timoteo 3.7). Ellos dijeron entonces que Cristo les dijo a sus discípulos: “A vosotros os es dado conocer (...), pero a los otros por parábolas” (Lucas 8.10).

Yo les contesté:

—Para aquellos que ahora lo entienden correctamente, a ellos también les es dado.

Por fin ellos se persignaron una y otra vez y me dijeron que me daría cuenta cuando llegara al juicio.

—Eso es cierto —les dije yo—. Nosotros estaremos allí como jueces para juzgar a esta generación desobediente y adúltera (Mateo 19.28).

Con esto, se marcharon. Yo también les dije que ellos habían venido de parte de Satanás para asesinar el alma.

Una vez más te deseo a ti, estimado marido en el Señor, y a mí, que el Cristo crucificado sea para siempre nuestro gozo y amor imperecederos. Amén.

Quiero que sepas, mi querido marido en el Señor, que cuando leí que te regocijas tanto en el Señor, no pude terminar de leer la carta, sino que tenía que orarle al Señor, pidiéndole que él me diera el mismo gozo, y me guardara hasta el fin para que podemos ofrecer nuestro sacrificio con gozo, para alabanza de nuestro Padre celestial y para la edificación de todos los hermanos. Con esto te encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia. Te doy muchísimas gracias por la carta que me escribiste. ¡Que la gracia del Señor esté siempre con nosotros!

Otra carta de Lijsken a su marido

Que la abundante gracia de Dios esté siempre con nosotros dos, y el amor del Hijo, su insondable misericordia y el gozo del Espíritu Santo estén con nosotros para siempre. Amén. Al que nos ha engendrado de nuevo de la muerte, a él sea la alabanza para siempre. Amén.

Yo deseo que para ambos el Cristo crucificado sea el protector y guardián de nuestra alma. ¡Que él nos guarde en toda justicia, santidad y verdad hasta el fin! Y él nos protegerá y guardará como sus hijos, sí, como la niña de su ojo, con tal que retengamos firme hasta el fin la confianza que tuvimos al principio (Hebreos 3.14). Por eso, confiemos en él, y él nunca nos desamparará, sino que nos guardará como él ha guardado a los suyos desde el principio del mundo. Y no permitirá que se nos venga ninguna tentación que no sea común al género humano (Hebreos 13.5; 1 Corintios 10.13).

Pablo dice que el Señor es fiel y no dejará que seamos tentados más de lo que podemos resistir. Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha preparado para sufrir por su nombre tal aflicción breve y pasajera, por medio de las bellas pro-mesas que nos ha dado y a todos los que se mantienen fieles en su doctrina. Puede ser que suframos un poco aquí, pero recibiremos grandes beneficios (Sabiduría 3.5).

Mi querido y estimado marido en el Señor, tú has pasado en parte por la prueba, y te has mantenido firme. ¡Que la alabanza y gloria eterna sean al Señor por su gran gracia! Y yo le pido al Señor con lágrimas que me prepare a mí también para sufrir por su nombre; pues a todos sus corderos escogidos los ha destinado para eso, ya que los ha redimido de entre los hombres para que sean primicias para Dios (Apocalipsis 14.4). Sí, nosotros sabemos, como dice Pablo, que si sufrimos con él, también reinaremos con él; si somos muertos con él, también viviremos con él (2 Timoteo 2.12, 11). Por eso, no despreciemos el castigo del Señor; “porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo”, así como nos lo ha dicho Pablo (Hebreos 12.5–6). Con esto te encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia y gloria; con la cuál él nos glorificará, si la seguimos hasta el fin. Que la gracia del Señor esté con nosotros.

Una carta de Jerónimo Segers a su esposa

Que la gracia, el gozo y la paz de Dios el Padre, y la bondad y el amor del Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y la comunión y el consuelo del Espíritu Santo nos fortalezcan, consuelen, confirmen y guarden a ambos en toda justicia y santidad hasta el fin. A él sea la alabanza para siempre. Amén.

Yo le deseo a mi escogida esposa en el Señor, y a mí mismo, el gozo eterno y la vida infinita e incorruptible. También deseo que el Señor nos permita obedecer fielmente su palabra divina y la verdad eterna hasta el fin. Y esto lo hará, ya que nos lo ha prometido si continuamos fieles en lo que nos ha dado y si estamos listos para luchar por ella para su gloria, así como él luchó por nuestra salvación y fue obediente a su Padre hasta la muerte. Si continuamos así, fieles hasta la muerte, recibiremos la corona de vida y heredaremos vida eterna con él, y él nunca nos desamparará. Pues el Señor no hace nada contrario a su palabra, ni puede hacerlo, y su palabra no pasará jamás (Mateo 24.35). Y él ha prometido guardarnos con fidelidad, si nosotros no lo desamparamos. Así nadie nos podrá sacar de su mano y él nos guardará como la niña de su ojo, sí, como sus hijos. Y mira, mi querida, con qué fidelidad guardó él a los que le sirvieron fielmente: Noé fue salvo en el arca; Lot fue sacado de Sodoma; Jacob fue guardado de su hermano Esaú que pretendía matarlo; José fue guardado de sus hermanos; los hijos de Jacob y Josué y Caleb fueron guardados de los paganos y entraron en la tierra prometida; David ante Goliat; Susana ante los testigos falsos; Daniel fue librado de los leones; y tantos ejemplos más que tardaríamos demasiado tiempo para hablar de todos. Con esto podemos ver con qué fidelidad cuida Dios a los que con sinceridad lo aman y lo temen. También vemos en qué desgracia y afrenta caen aquellos que se apartan de él, y podemos ver que el mundo de aquel entonces pereció por su maldad, y fue castigada la esposa de Lot. Esaú no pudo volver a recibir su primogenitura, y todo el pueblo de Israel pereció en el desierto. Mira, mi querida esposa, que el Señor permitió que esto pasara no sólo por causa de aquellos que habían pecado, sino también para que nosotros viéramos cómo Cristo se relaciona con los justos, y cómo los preserva, y cómo desampara y deshace a los impíos. Pues Pablo dice: “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron” (Romanos 15.4).

Por eso, con diligencia debemos estar seguros de que busquemos al Señor y lo temamos y lo amemos de todo corazón, sirviéndole fielmente, y no debemos olvidarnos de él. Pues Cristo dice: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Lucas 11.23). Nosotros a diario vemos con qué poder guarda a aquellos que confían en él, y cuán rápido caen los que dejan a Cristo y ponen su confianza en el hombre. Por eso, mi querida esposa en el Señor, confiemos en el Señor todopoderoso, pongamos los ojos en Jesús, el capitán y consumador de nuestra fe, mantengamos siempre en vista al Cristo crucificado y sigámoslo fielmente, ya que él ya pasó por ese camino.

Con paciencia llevemos nuestra cruz, y recordemos siempre las palabras de Cristo donde nos dice que nos matarán, y creerán que rinden servicio a Dios.Y recordemos que ya nos ha sido dicho de antemano, para que cuando nos pase, no nos ofendamos, pues el siervo no es mayor que su Señor.Y harán esto con ustedes porque no conocen al Padre ni a mí (Juan 16.3). “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Corintios 1.18). Por eso, siempre recordemos las palabras de Cristo: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos.Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10.32–33). Confiemos plenamente en él y él no nos desamparará; pues él no abandona a los suyos, sino que le oró a su Padre celestial, pidiéndole que donde él está, nosotros también estemos con él (Juan 17.24).

Por eso, deja que el mundo nos tilde de herejes y anabaptistas, y que nos condene cuanto quiera; pues Pablo dice: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 8.33–34, 32; 5.10, 1–5).

Mi querida a quien amo muchísimo, nosotros por esto debemos confiar completamente en el Señor y esperar sus promesas con paciencia, así como el agricultor espera los frutos. No nos apartemos de él, y él no nos desamparará. Yo nos he encomendado a ambos, y también el fruto, en manos de Dios, para que él haga su voluntad con nosotros, y sea glorificado su nombre por ello. También le pido al Señor que esto ayude para la salvación de nuestras almas, y para que sean consolados y tengan gozo todos los que temen al Señor. Y yo creo, sin dudar, que él nos guardará como a sus hijos;sí, como laniñadesu ojo.Yo meregocijé mucho cuando leí tu carta donde dices que le pides al Señor con lágrimas que él te prepare para sufrir por su nombre. Mi querida, no te preocupes, sino pídele al Señor con corazón humilde, que nos dé lo que es mejor para el alma, lo cual sin duda hará, y no nos dejará ser tentados más de lo que podemos resistir. ¡Que él nos guarde en toda justicia, santidad y verdad hasta el fin!

También quiero que sepas, mi querida, que me torturaron muchísimo para que les diera el nombre de las parteras que atienden los partos de nuestras hermanas; pero el Señor, que me guardó los labios, era más fuerte que todas sus torturas. Eterna alabanza y gloria sean al Señor, que no desampara a los suyos. Ellos no obtuvieron ningún nombre de mí, sólo uno o dos que ellos me habían leído de una carta y que yo se los mencioné para ver qué dirían. Pero me preguntaron si me estaba burlando de ellos, y me torturaron aun más mientras me exigían que delatara a las parteras y otros, o si no, me seguirían torturando hasta la siguiente mañana y me estirarían hasta que midiera un pie más de lo que mido ahora. Ellos le dijeron a Gileyn que me torturara en el potro, así que mientras su ayudante me estiraba con todas sus fuerzas en el potro, Gileyn me hacía beber agua a la fuerza hasta que me llenó. Ellos me tenían totalmente desnudo en el banco, pero cubrieron mi vergüenza con mi camisa. Me amarraron al banco con cuatro lazos, de tal modo que sentía como que me habían cortado la cabeza y las piernas. Pero nunca me sacaron nada más; alabado y glorificado sea el Señor. Cuando me soltaron, dos o tres de ellos tuvieron que levantarme del banco y vestirme. Sin la ayuda del Señor hubiera sido imposible soportar el dolor. Me dijeron que considerara el caso y llegara a ser un buen hijo de la Iglesia Romana, y que les diera el nombre de todos los que conocía, o si no, me tratarían aun peor. Les contesté que yo no estaba en error y que prefería morir antes de dejar mi fe. Entonces me dijeron que vendrían de nuevo; pero ellos no pueden hacer nada sino lo que el Señor les permite (Juan 19.11). Que alabanzas eternas sean dadas al Señor que nos ha preparado para esto. Que él nos siga preparando para llegar a ser hijos de su reino. Amén. Mi querida esposa, te encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia.

Una carta de Jerónimo Segers a “Enrique el grande” que también estaba encarcelado allí en el año 1551 d. de J.C.

Que la gracia y paz de Dios el Padre, y la gran misericordia y el amor del Hijo, nuestro Señor Jesucristo que fue enviado por el Padre, por gracia, para la salvación de todos aquellos que están muertos a sus pecados, y así han resucitado con Cristo a vida nueva, y el eterno e insondable gozo, el consuelo y la comunión del Espíritu Santo te fortalezcan el corazón, el entendimiento y la mente en Cristo Jesús. A él sea la alabanza para siempre. Amén.

Enrique, mi estimado hermano en el Señor, a quien amo de todo corazón, yo te deseo la verdadera y penitente fe que obra por el amor (lo cual tienes), y una mente firme y constante, y una firmeza hasta el fin en esta misma fe eficaz que salva (Colosenses 2.5; Hebreos 3.14). Yo me regocijo mucho al ver tu firmeza, y que otra vez estás alegre y contento, ¡el Señor sea alabado por siempre! Yo le pido al Señor de día y de noche que te fortalezca con su palabra divina, que te confirme en la fe, que te guarde en el foso de los leones como guardó a Daniel, y que te guarde con su brazo y te dé la nueva Jerusalén como herencia, lo cual hará, pues fiel es el que lo prometió (Hebreos 10.23).

Por eso, querido hermano en el Señor, seamos hombres en nuestra lucha contra todas esas bestias que devoran, pues la vida nos espera. Y no le tengamos miedo a sus amenazas ni nos atemoricemos con sus torturas, pues no pueden hacer nada si no es la voluntad del Padre (1 Pedro 3.14; Juan 19.11). El Señor no nos dejará ser tentados más de lo que podamos resistir. Él es nuestro capitán, ¿a quién, pues, temeremos? El Señor está con nosotros, ¿quién, pues, podrá contra nosotros? Porque él nos guardará como la niña de su ojo; sí, como sus hijos. Pues nadie puede arrebatar las ovejas de Dios de su mano, y es imposible que un escogido de Dios sea engañado (Mateo 24.24).

Por eso, querido hermano en el Señor, no te desmayes aunque ellos te gruñen de manera horrible. No te pueden hacer nada más. Peleemos con valor contra todos los dragones y leones. Cíñete la armadura de Dios, toma la espada del Espíritu, resístelos sin miedo y no le pongas atención a ninguno. Ellos se tendrán que correr, pues la espada que el Señor nos ha dado es demasiado cortante para ellos, y si él nos ayuda a pelear, ¿quién podrá prevalecer? Pues nuestro Dios es un fuego consumidor que devora a sus enemigos (Deuteronomio 4.24).

Yo por eso te pido, estimado hermano, que no te aflijas aunque te tengan en este foso de leones por muchísimo tiempo. Pues por este medio el Señor nos prueba, ya que prueba a los suyos como oro en el horno. Por eso sé paciente en tu tribulación, pues donde no hay conflicto, no hay victoria. Por eso tenemos que tener conflicto si vamos a vencer; pero el que vence heredará todas las cosas (Apocalipsis 21.7). Por eso, llevemos nuestra cruz con humildad y paciencia, y esperemos las promesas así como el agricultor espera los frutos; y siempre tengamos los ojos puestos en el Señor, y seámosle fieles hasta la muerte, porque aunque aquí tendremos que sufrir un poco, recibiremos gran recompensa. Porque él nos sentará en su trono y nos dará del maná escondido y nos hará columnas en el templo de Dios (Apocalipsis 2.10; Sabiduría 3.5; Apocalipsis 2.17; 3.12). Con esto te encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia. Que él te fortalezca en su justicia hasta el fin. También te quiero decir que me dijeron que tú habías oído que me había apartado del Señor. Esto me sorprendió mucho. Eso no es cierto, ni nunca lo será. Ellos dijeron eso para apartarte y preocuparte. Han mentido, pues no he variado en cuanto a la fe; me mantengo en lo correcto, y todavía soy del mismo parecer que cuando estábamos juntos, ¡el Señor sea alabado! Nunca he vacilado, pues prefiriera ser torturado diez veces al día, y al fin ser asado sobre una parrilla, que dejar la fe que he confesado.

Entonces, aunque ellos te digan que yo he apostatado, no les creas, pues el diablo hace esto para seducir y engañarte con ello, pues por la gracia de Dios nunca me apartaré del Señor. He estado enfermo en cuerpo por muchos días; sin embargo, mi espíritu está tanto más fuerte. Yo le pedí al Señor aun más sufrimiento, si eso me ayudaría en lo espiritual. Y él me da cada vez más fuerza y consuelo, por lo cual no le puedo agradecer lo suficiente. Con esto te encomiendo al Señor. Cuando cantas en voz alta, te escucho bien. Yo le agradezco al Señor que él todavía te da tantas fuerzas que te puedo oír cantar.

CONFESIÓN O DEFENSA DE FE DE JAN, EL ANCIANO COMPRADOR DE ROPA, CUANDO SE ENCONTRABA EN LA CÁRCEL EN AMBERES EN EL AÑO 1551 d. de J.C.

Pregunta: “¿Qué cree usted con relación al bautismo de infantes?” Respuesta: “No creo que sea nada más que una institución

humana.” Pregunta: “¿De qué manera va a apoyar o probar su bautismo?” Respuesta: “Marcos 16.” Pregunta: “¿Qué cree usted con relación a los sacramentos?” Respuesta: “No tengo nada que decir acerca de los sacramentos

de hombres, pero la cena, tal como el Señor la celebró con sus discípulos, sí la apruebo y la tengo en gran estima, pues creo que hay muchos que no saben qué significan los sacramentos.”

Pregunta: “¿Qué cree usted de la Iglesia Romana?” Respuesta: “Nada, pero estimo la iglesia cristiana, que es la iglesia de Cristo.”

Pregunta: “¿Qué piensa usted acerca de la hostia que el sacerdote sostiene en la mano? ¿No cree que nuestro Señor está presente en carne y sangre?”

Respuesta: “No, pues está escrito en Hechos capítulo 1 que él

vendrá de nuevo de la misma manera que ascendió al cielo.” Pregunta: “¿Qué piensa usted acerca del Papa?” Respuesta: “Creo que es el anticristo” (2 Tesalonicenses 2.3). Pregunta: “¿Qué piensa usted acerca de la misa, la confesión

y las ceremonias que se observan en la Iglesia?” Respuesta: “Nada, ya que el árbol del cual brotan no sirve

para nada.” Pregunta: “¿Dónde fue bautizado usted?” Respuesta: “Señores, si lo saben, ¿por qué me preguntan al

respecto?” El alguacil dijo entonces: —Lo conjuro por su bautismo que nos diga dónde fue bautizado

usted (Mateo 26.63).

Respuesta: “Mi bautismo es bueno y correcto, pero su conjuro no lo tomo en cuenta.”

Ellos entonces me leyeron los nombres y los apellidos de los que fueron bautizados conmigo y dijeron:

—Asuero nos lo ha confesado.

Entonces dije:

—Es verdad.

Pregunta: “¿Quién lo bautizó?”

Respuesta: “No es necesario decirlo.”

Pregunta: “Vamos forzarle a hablar.”

Respuesta: “Mi carne está delante de ustedes; hagan con ella lo que quieran.”

UNA CARTA O CONFESIÓN DE JOOS KINDT, ENCARCELADO EN KORTRIJCK, DONDE EN SEGUIDA PERDIÓ SU VIDA EN LA HOGUERA POR EL TESTIMONIO DE JESÚS, 1553 d. de J.C., CALCULANDO EL INICIO DEL AÑO A PARTIR DEL AÑO NUEVO

Que la gracia y la paz estén con ustedes, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo. Que él nos consuele y fortalezca con su Espíritu Santo. Así nosotros podremos resistir las asechanzas del diablo, que, como dice Pedro, anda alrededor como león rugiente, buscando a quien devorar; al cual resistan firmes en la fe. Sepan entonces, estimados amigos, que tengo mucho conflicto con esos nobles carnales, pues me atacan con su sofistería, tratando de apartarme de la obediencia a nuestro querido Señor. Sin embargo, yo confío que el Señor me ayudará, pues Dios, al consolar a los suyos, dice por medio del profeta (Isaías 49.15), que aunque una madre se olvidara de su hijo, “yo nunca me olvidaré de ti”. El Señor me muestra esto de una manera tan maravillosa. ¡Que toda lengua lo alabe! Si tuviera todo el papel que jamás haya poseído, y tiempo para escribir, no podría describir el gozo y la alegría que tengo. Sí, ¡mi alegría es indecible!

Pero N. está enfermo, y desea que ustedes rueguen con diligencia al Señor por él. Él está dispuesto a sufrir en el fuego, pero no puede resistir a los enemigos de la cruz porque ellos lo atacan con mucha argumentación sofística. El maestro de ellos, el diablo, sabe mucha sofistería, como demostró cuando tentó a nuestro Salvador en el desierto, como está escrito en el evangelio.Ahora, si él empleó astucia con nuestro Salvador, no me desanimo aunque tenga un poco de conflicto. Pues con facilidad los podría resistir si ellos usaran argumentos, pero le atacan sólo con mentiras, ya que su padre es mentiroso y tienen la misma naturaleza de su padre (como también nuestro Salvador les dijo), la cual ya he visto en ellos. No les puedo comunicar todo; pero espero que el Señor me dé gracia para que pueda escribir un poco acerca de mi debate con ellos.

Sepan que el sábado por la tarde, Ronse y Polet entraron en la cárcel y me llamaron ante ellos. Cuando llegué ante ellos, les pregunté qué querían. Ellos contestaron:

—Eso se te dirá. —Entonces preguntaron cuántos años tenía.

—Eso no lo sé —yo les contesté—. Si lo quieren saber, deben preguntarle a mi mamá.

Ronse: “Pues díganos un más o menos.”

Joos: “Entre veinte y treinta años.” Entonces su secretario escribió: “Entre treinta y cuarenta”.

Ronse: “¿Cuándo fue la última vez que usted se fue a confesar?”

Joos: “¿Por qué pregunta eso?”

Ronse: “Yo quiero saber.”

Joos: “¿Y ustedes no mandaron prenderme? Ustedes bien conocen mi situación.”

Respuesta: “Sí, nosotros la conocemos.”

Joos: “¿De quién son ustedes?, o, ¿en qué nombre vienen a mí?”

Respuesta: “En el nombre de Dios.”

Joos: “Yo no creo eso.”

Pregunta: “¿Por qué no?”

Joos: “Porque ustedes me han detenido para interrogarme; y ninguno de los que el Señor envió a salir y predicar encarceló a nadie. Más bien, él los envió y les ordenó que si llegaban a algún lugar, y no los recibían, debían sacudir el polvo de sus pies y apartarse de allí” (Mateo 10.14).

Polet: “Pero sin duda usted ha leído que Pablo entregó a algunos al diablo” (1 Corintios 5.5).

Joos: “Yo quiero que me muestren dónde dice que Pablo echó a algunos en la cárcel.”

Polet: “No sé.”

Joos: “Entonces, ¿por qué se atreven a citar las escrituras si ustedes mismos no las entienden? Y más que eso, ¿por qué encarcelan a las personas para llevarlas a su fe? Eso no es lógico, ni aun si la fe de ustedes fuera buena, pero eso no lo creo, pues no creo que ustedes sean de Dios.”

Pregunta: “¿Por qué?”

Joos: “Porque el Señor dice que quiere obediencia, no sacrificio (1 Samuel 15.22). Y ustedes no le obedecen.”

Pregunta: “¿En qué no le obedecemos?”

Joos: “Cristo ordenó que había que enseñarle el camino correcto a los que están en error; y ustedes dicen que yo me he extraviado. ¿Por qué, pues, no me han mostrado lo que es correcto? Porque yo sólo busco lo que es correcto.”

Respuesta: “Con ese propósito hemos venido.” Joos: “Debieron haber llegado al lugar donde vivía.” Respuesta: “Nosotros no sabíamos donde vivía usted.” Joos: “Lo sabían suficientemente bien como para enviar al

alguacil.” Respuesta: “Si usted hubiera sido una buena oveja, no habría sido necesario.” Joos: “Cristo dejó los noventa y nueve, y fue a buscar la que

estaba perdida.” Entonces Ronse dijo: —¿No cree usted que yo fui elegido como su superior, por

nuestro santo padre, el Papa, y nuestro señor el emperador?” Joos: “No conozco a ningún superior sino sólo a Cristo.” Pregunta: “¿Entonces usted ni reconoce al emperador?” Le contesté que según la carne estaba satisfecho que él fuera mi

superior. Entonces ellos escribieron que yo no reconocía a ningún superior en el espíritu, menos a Cristo, y al emperador en la carne. —¿Cuándo fue la última vez que fue a confesarse? —preguntó

entonces Ronse. Joos: “Yo no quiero hablar de eso aquí.” Pregunta: “¿Por qué?” Joos: “Yo hablaré ante los señores en la corte.” Me contestaron que allí arriesgara mi vida si dijera algo mal. —Díganos —me preguntaron—, ¿qué piensa usted en cuanto

al bautismo de infantes? Instándome a hablar, les contesté: —Nada. Ronse: “¿En qué bautismo cree usted entonces?” Joos: “Conozco sólo una fe y un bautismo.” Ronse: “¿Cuánto tiempo hace desde que usted fue bautizado?” Joos: “Hace más o menos seis meses.” Ellos anotaron esto. Pregunta: “¿Qué opina usted acerca de la Iglesia Romana?”

Joos: “Yo no defiendo ni el menor artículo de lo que ella afirma”.

Esto también lo anotaron. Me hicieron tantas preguntas que al fin les dije:

—He confesado mi fe con libertad, y estoy listo para entrar vivo en el fuego. Quédense contentos, pues, que saben mi creencia. —Siguieron haciéndome preguntas. Yo les dije—: Los considero como enemigos de la cruz de Cristo; por eso, apártense de mí, porque ustedes ya saben la base de mi fe, la cual libremente les he confesado. Hagan conmigo lo que quieran; porque es por la gracia del Señor que tengo estos miembros, y también estoy listo para renunciarlos por la gracia del Señor y presentarlos para su alabanza (2 Macabeo 7.11). —Ellos hablaron mucho, pero yo les dije—: Apártense de mí, y no regresen más dónde estoy, porque ustedes están en contra de Dios (Mateo 12.30). ¿No temen ustedes al Señor? Vean lo que está escrito en Mateo 13 acerca de la cizaña del campo. Ya que ustedes dicen que yo soy malo, el Señor ha ordenado que se la deje crecer hasta la siega.

Respuesta: “Si nosotros lo permitiéramos crecer, usted nos corrompería a todos.”

Polet: “¿No dice Agustín…?”

Joos: “No me hable de Agustín, porque no lo conozco; no retengo ninguna doctrina menos la de los apóstoles y de los profetas, y las palabras que nuestro Salvador trajo del cielo, de la boca de su Padre celestial, y selló con su preciosa sangre. Por esto con gusto entro en el fuego; pero a Agustín, Gregorio y Ambrosio no los conozco.”

Ronse: “¿No cree usted que nuestro Salvador bendito está en el sacramento santo?”

Joos: “No, no creo eso.”

Ronse: “¿Dónde está él entonces?”

Joos: “A la diestra de su Padre celestial, y al final él descenderá con la gloria de su Padre para juzgar al vivo y al muerto. Teman este juicio severo y enmienden sus caminos; pónganse cilicio y vestido de pelo; arrepiéntanse, y adviértanles a las personas que siguen el culto falso de ustedes. Ustedes les asesinan el alma, ya que dicen que tienen la llave del reino del cielo desde el tiempo de San Pedro y que siempre ha permanecido en su posesión. Bien dijo Cristo que ustedes tienen la llave, y que ustedes mismos no entran, e incluso impiden la entrada a los que desean entrar” (Mateo 23.13).

Ronse: “¿Quién lo bautizó a usted? ¿Lo bautizó Jelis el baptizador?”

Joos: “Usted conoce mi pasado; esté contento con eso.”

Polet: “Era Adán Pastor.”

Ronse: “O David Joris.”

Yo guardé silencio.

Ronse: “Joos, dígame, ¿quiénes eran sus patrocinadores?”

Joos: “No conozco ningún patrocinador.”

Ronse: “¿Y sus testigos?Joos: “Ya les dije que me bauticé. Estén contentos con eso; pues tengo confianza en el Señor que él guardará la puerta de mi boca para que no les diga nada, aunque me hicieran pedazos.”

Ellos siguieron haciéndome muchas preguntas. Yo les dije:

—Apártense de mí; porque ustedes no son de Dios.

—Sí, somos de él —contestaron.

—¡Váyanse! Apártense de mí —les dije—, y no regresen más. —Sucedió mucho más aun, pero tardaría mucho para escribirlo. Por fin, se marcharon, y a mí me llevaron a la celda.

El domingo me llevaron a la casa de los jueces donde la corte estaba congregada. También estaban presentes Salomé, el señor Cornelio, el decano de Kestenne, Ronse y Polet. Me pusieron en el centro, amarrado firmemente y sostenido por dos cazadores de ladrones. Yo les pregunté:

—Señores, ¿qué quieren?

Ronse: “Eso se le dirá.”

Entonces ellos leyeron la confesión de mi fe que habían escrito en la prisión, y me preguntaron si todavía creía igual. Yo contesté:

—Sí. Todavía estoy dispuesto a ser quemado por mi fe. —Ronse preguntó si yo no creía que Cristo había tomado su carne de María—. No —le contesté. Parecía que el señor Cornelio se iba a desmayar; él se bendijo y se persignó mucho, y todos se horrorizaron. Hubo un poco de discusión sobre eso; pero ellos, como dragones, exhalaban su veneno en los jueces. Cada uno se acercó a un juez y le dijo:

—Es verdad que así está escrito; pero él no tiene conocimiento; falta que entienda las escrituras. —Ellos citaron muchos argumentos falsos, llenaron los oídos de los señores y me hicieron muchas preguntas sutiles. Yo les dije:

—Ya les he confesado mi fe; estén satisfechos con eso. Y les pido, no porque sea digno, sino por la sangre colorada de nuestro querido Señor, que me dejen en paz. Ya saben cuál es mi fe, y me tienen en las manos; quédense satisfechos con eso, y hagan lo que desean hacer.

Entonces Ronse me preguntó si yo no había estado presente en algún culto, y me conjuró tres veces por mi bautismo que dijera quién estaba presente. Yo le contesté que no le diría ni una sola palabra. Ronse dijo:

—Usted ha negado su bautismo; Menno se va a entristecer de que usted niegue su bautismo.

—Mi fe y bautismo conozco —les dije—, pero con su conjuro no tengo nada que ver; por eso sé que ustedes son hechiceros.

—Nosotros podemos jurar —dijo Polet.

—Busque Mateo 5. ¿Verdad que prohíbe todo juramento?

—No —dijeron ellos.

—Sí —les dije. Entonces Polet lo buscó en una Biblia que ellos habían traído, un libro grande, y decía lo que yo había dicho.

En consecuencia, el señor Cornelio dijo:

—La Biblia es falsa; nuestra Biblia latina no dice eso.

—¿Usted me trae libros falsos? —le dije—. ¿Por qué dice que es falsa? Y es una Biblia permitida. ¿Por qué la permite circular, ya que usted la examinó?

Él contestó:

—Yo no la examiné.

Yo dije:

—Pero algunos hombres sabios en Louvain, sí.

Ronse entonces le dijo en voz baja al señor Cornelio Roose:

—Es cierto; fue examinada y era buena, pero el empleado de la imprenta la imprimió mal cuando su amo estaba en el pueblo.

Ronse me preguntó por qué yo le creía tan fácilmente a un hombre a quien tal vez nunca vería otra vez, y por qué me dejé bautizar por él; y por qué no les creía a ellos, ya que los veía a diario y me habían instruido, y por qué no creía a mi pastor que a diario me predicaba el evangelio. Yo le contesté que no le creía porque era mentiroso y que yo le había oído predicar que en ninguna parte se hallaba escrito que María era madre y virgen. Pero él dijo que ya que su Iglesia lo enseñaba, había que creerlo. Entonces le dije que yo no lo escucharía, ya que en Isaías 7.14, en Mateo y en otros lugares yo había leído algo diferente. Y habiendo oído esas mentiras salir de su boca, no lo escucharía, ni a ningún otro. Y esperaba por la gracia de Dios, nunca más escucharlos. Él dijo:

—No.

Yo dije:

—Sí, y ofrezco mi cuerpo al potro, contra el suyo.

Pero él no tenía ningún deseo para eso, y dijo:

—¡Qué! ¿Debo yo ir al potro? Usted afirma que nuestra Iglesia no es buena porque nosotros no somos sin culpa. ¿No tiene ninguna culpa usted? Hay algunos de los suyos que han cometido asesinato porque la gente no les creía, porque no aceptaban su doctrina.

Yo le contesté:

—¿Usted ha visto esto, o cualquier cosa que sea impropia, en mí? Aquí estoy en manos de los jueces para que ellos me castiguen por ello.

Ronse dijo:

—No hemos visto nada de eso en usted.

Yo dije:

—Entonces no me digan lo que hacen otros, ni tampoco considérenme malo sólo porque otros lo han sido. Nadie debe llevar la carga del pecado de otro; ustedes no deben llevar la mía, ni yo la suya. “El alma que pecare, esa morirá” (Gálatas 6.5; Ezequiel 18.20).

Ellos todavía dijeron mucho más, pero no vale la pena escribirlo. También dijeron que Cristo había dicho que los escribas y los fariseos se sentaban en la cátedra de Moisés, y que había ordenado que hiciéramos conforme a sus mandatos, pero no según sus obras. Por consiguiente, yo debía hacer lo que ellos me aconsejaban, pero no según sus obras, ya que Cristo enseñó eso (Mateo 23.1–2) Yo pregunté:

—¿Quién dijo Cristo que se sienta en la cátedra de Moisés?”

Respuesta: “Los fariseos.”

Pregunté de nuevo: “¿Y esa escritura se refiere a ustedes?”

Respuesta: “Sí.”

Yo dije:

—¿Entonces ustedes confiesan que son de su generación?

Entonces el señor Cornelio, el sacerdote de la parroquia, me preguntó por qué no creía ni un artículo de la Iglesia Romana, y por qué creía que el evangelio de Mateo era evangelio, si no está escrito en ningún lado. Sin duda yo creo que Cristo fue crucificado, lo cual la Iglesia Romana también cree, y ciertamente es un artículo. También dijo que él me mostraría que Pablo escribió antes que los evangelistas. Yo le dije entonces:

—Muéstreme que Pablo escribió antes que Mateo.

El señor Cornelio dijo:

—¿Qué tiene que ver usted con eso?

Le contesté:

—¿No debo tener nada que ver con eso? Mi vida y alma están en peligro, según lo que dice usted.

El señor Cornelio dijo:

—Ya lo vencimos.

Yo le dije:

—Cállese. Usted no es digno de que se le hable, y no quiero que en mi ausencia diga usted que me venció, o que tengo el diablo en mí, ni que me condene delante de los sencillos, y así los engañe aun más.

Entonces Ronse dijo:

—Usted está condenado, si permanece así.

Yo le pregunté:

—¿Por qué?

Ronse contestó:

—Porque usted no cree.

Yo dije:

—Yo creo; y me apego con tal firmeza a mi fe que prefiero entrar en la hoguera antes de desobedecer en un solo punto.

Pasaron muchas cosas más que tardaría mucho en escribir. Por fin me llevaron de vuelta a la prisión, donde me pusieron dos grilletes. Yo dije:

—Estoy listo, no sólo para ser encadenado, sino también para morir la muerte más vil por causa del nombre del Señor (Hechos 21.13).

El lunes, Polet y el comerciante de grasa llegaron y me preguntaron cómo estaba. Yo les dije que nunca había estado mejor, por lo cual alababa al Señor. Ellos dijeron que se alegraban mucho por eso. Entonces Polet preguntó:

—Joos, ¿cómo pueden ser buenas su causa y su iglesia? Los alemanes tienen una congregación, y los ingleses también; ¿pero dónde están los miembros de su congregación? Usted solo no es una iglesia. Díganos si usted también es un rebaño, y quiénes son sus miembros.

Entonces yo les dije cinco o seis veces:

—¡Aléjate de mí, Satanás! —después de lo cual ellos se corrieron. Entonces yo dije—:Ahora hablan ustedes; en el juicio hablará otro. —Después de esto no los volví a ver.

Me dicen que voy a ser torturado con crueldad; porque ellos piensan así obtener todos los datos de mí. Pero confío en el Señor, que él guardará mis labios. Por lo tanto, oren al Señor para que él me socorra, porque ellos tienen sed de mucha sangre; pero no pueden hacer nada más que lo que les permita el Señor. Por consiguiente, yo me encomiendo en las manos del Señor; y si ustedes oyen algo de mí que no está en esta carta, ténganlo por mentira. En señal de la verdad espero sellar esta carta con mi sangre. Que Dios dé su gracia con este fin, para que su nombre sea glorificado por medio de esto.

Otra carta o confesión de Joos Kindt

Para alabanza del Padre.

Yo, Joos Kindt, encarcelado por el testimonio de Jesucristo, ruego y amonesto a todos mis queridos amigos y a todos mis queridos hermanos en el Señor, con la gracia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que no sólo presten atención o vivan de acuerdo a mi ruego o amonestación, sino que cada uno obedezca la advertencia del Señor, y se esfuerce por corregir su vida pecaminosa, lo cual creo que hacen todos los que temen al Señor de todo corazón. Pues la escritura dice: “El que reverencia al Señor hace lo bueno” y, “La sabiduría comienza por honrar al Señor” (Eclesiástico 15.1; 1.14). Entonces, ya que el temor a Dios nos guía a la virtud, temamos al Señor; pues Cristo mismo pidió eso de nosotros, cuando dijo: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mateo 10.28). Por consiguiente los amonesto con estas palabras, y no sólo con éstas, sino con todas las escrituras, ¡y que cada uno se esfuerce por guardarlas! (Lucas 12.38). Pues Cristo dice: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7.24–27).

Por lo tanto, cada uno tenga cuidado de sí mismo, y aproveche este tiempo peligroso; como dice Pablo: “Aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5.16). Por esta razón, hagan buen uso del tiempo y exhórtense los unos a los otros, porque esto es necesario. Y que cada uno se arme bien, como nos amonesta Pablo: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne” (Efesios 6.12). Pablo tenía razón cuando enseñó esto. Yo lo estoy viviendo ahora mismo. El Señor sea alabado, que me ayuda fielmente con estas armas y, así como él prometió darnos palabras para hablar al ser llevados ante tales hombres, así ha abierto mi boca ahora. ¡Gloria a él! Por medio de la gracia del Señor me defiendo con valor con la palabra de mi Señor, y he resistido varonilmente a mis enemigos cinco veces. Y no son mis enemigos solamente, sino también son enemigos de la cruz de Cristo, como les voy a contar.

Sepan que en una tarde, en el día de San Tomás, en Babel, estando yo acostado en la celda que siempre había ocupado, miré y oí que entraron en la prisión los señores carnales y mundanos, y también el alguacil principal. Los siervos vinieron entonces y dijeron:

—Joos, salga.

Entonces yo dije en el corazón: “Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza” (Salmo 51.15). Así entré ante ellos. Entonces Ronse y Polet se quitaron la gorra, y dijeron:

—Joos, que Dios le salude —y me saludaron, inclinando la cabeza.

Yo también me quité la gorra, diciendo:

—Yo estimo a Dios digno de tal saludo. Sí, y aun más, estoy listo para devolverle estos miembros (que él me ha dado mediante su gracia) para honra y gloria de su nombre. Yo creo que el Señor es digno de todo esto, ya que él nos ha considerado de suficiente valor como para morir una mejor muerte por nosotros.

Entonces los inquisidores dijeron:

—Joos, ¿todavía no ha considerado el caso? ¿Todavía no desiste usted?

—Sí, de hacer el mal —les dije yo—. ¿Por qué no me preguntaron esto cuando yo todavía andaba en la maldad y practicaba todo tipo de injusticia?

—Usted pudiera haber ido a escuchar los sermones —contestaron ellos. También me preguntaron de mi fe, la cual les confesé con libertad. Entonces ellos dijeron—: Háblenos, y diga si todavía no ha considerado el caso.

—No les hablaré —dije yo—, pues ustedes no son de Dios. ¿Cómo creeré en ustedes? Cristo murió por mí. En eso sí creo; pero ustedes no estarían dispuestos a morir por mí, ni lo estarían estos deanes (estaban presentes Ronse y Olymaecker). Ni estos curas estarían dispuestos a dar su vida por mí. Yo estoy encarcelado por mi vida; déjenme libre y mueran por mí.

Pregunta: “¿Quién enseña esto?”

—Cristo —dije yo—. Él dice que el buen pastor ama a sus ovejas, y da su vida por ellas (Juan 10.11). Ustedes dicen que yo me condenaré si persisto en mi propósito.

—Sí —dijo Ronse.

Yo dije además:

—Es asombroso que ustedes desean matarme, sabiendo que yo sostengo un propósito por el cual seré condenado. Suéltenme hasta que lo cambie por uno mejor.

Respuesta: “Nosotros le dejaremos.”

—Sí —les dije yo—, y me van a entregar (Mateo 27.2).

—Pablo entregó a algunos en las manos del diablo (1 Corintios 5.5) —dijo Polet.

—Así también lo hacen ustedes —dije yo—. Ya me condenaron. Quédense satisfechos, sin entregarme en manos de los jueces. Pablo no lo hizo así, ni tampoco lo enseñó Cristo en Mateo 28 y en Marcos 16 dónde dice: “Id, y predicad el evangelio a toda criatura”. Cristo no dice: Sean encerrados en celdas aquellos que no creen, y que se les pongan cadenas en los pies. ¿Será que todos los que le oyeron predicar, creyeron? ¿Y será que creyeron todos los que oyeron a los apóstoles? (Romanos 10.16).

Respuesta: “No.”

Joos: “¿Entonces, será que mataron a todos los que no les creyeron a los apóstoles?”

Respuesta: “No.”

Joos: “¿Por qué, pues, ustedes, que se dicen ser sustitutos de los apóstoles, se atreven a matarnos, sabiendo que los apóstoles no hicieron eso?”

—Eso se lo diré —dijo Polet—. ¿No ha leído cómo Elías mató a los sacerdotes de Baal?

—Sí —dije yo—; y esto es lo que falta para vencerlos a ustedes; pues ustedes sirven aun más a Baal que ellos, y hacen más escándalo y banquetean con Jezabel mucho más que lo que hicieron ellos.

Respuesta: “¿Qué tiene que ver usted con eso? Siempre se está fijando en nuestras obras.”

—Cristo me ha enseñado a conocer el árbol por el fruto —respondí yo—, y él dice que el árbol malo no puede llevar fruto bueno, ni el árbol bueno fruto malo. —Dije, además—: Ya que sus obras son malas, no creo que ustedes sean buenos.

Pregunta: “¿Y es bueno usted?”

Joos: “No hay nadie bueno sino sólo Dios. Yo no digo que soy bueno, y aunque nosotros dijéramos que somos buenos (cosa que no hacemos), usted, por otro lado, diría que somos malos, por la razón que usted me dijo, estando en la sala del tribunal, que cuando los hombres no nos creen, nosotros los matamos.”

Ronse: “Yo todavía digo eso.”

Joos: “¿Cuándo vio eso en mí, ya que usted dice que yo instruí a la gente? ¿Acaso yo maté a alguien, o le lastimé un solo pelo a causa de mi doctrina, la cual usted dice que enseño como una opinión?”

Respuesta: “Nunca hemos visto tal cosa en usted.”

Joos: “Pero yo sí sé de tales cosas de ustedes. Ustedes queman o asesinan a aquellos que no se apegan a su culto falso. Ustedes justamente se han condenado a sí mismos con esto” (2 Samuel 12.7).

Respuesta: “Esto no nos ayuda en nada; disputemos acerca de la fe.”

Joos: “Yo no disputaré aquí sólo.”

—¿Entoncesustedsedaporvencido?—me dijeronellos.Y me habrían entregado a los jueces si hubiera dicho que sí.

—No —contesté yo—. ¿En qué me han vencido? No lo he dicho una vez, sino cincuenta veces: Muéstrenme un camino mejor, de acuerdo con el evangelio, y yo cambiaré de pensar.

Respuesta: “Comencemos entonces.”

Joos: “Muy bien, delante del juzgado, cerca de un gran fuego, y el que sea vencido será echado en él.”

Respuesta: “Eso no se le concederá.”

—Usted busca causar disturbios —dijo entonces uno de los alguaciles.

Joos: “Usted lo ha hecho al detenerme. Si usted me hubiera permitido trabajar, el pueblo de Kortrijck no estaría en la condición en que está ahora. No ha habido tal disturbio allí en siete años.”

Polet: “Usted no será llevado allí, y eso para que no se extienda su veneno.”

Joos: “Deberíamos comparecer en el juzgado, con muchísima gente presente, para saber si estoy en error y ustedes en la verdad. ¿O es que ustedes se avergüenzan de la verdad ante la gente? Llévenme allí y muéstrenme que estoy en error. Así la gente callará, y cuando me hayan vencido, digan: ‘Éste es el hombre que ha enseñado contrario a la fe cristiana; nosotros le demostramos con las escrituras que él está en error.’ Entonces tírenme en el fuego, y las personas serán edificadas. Si no lo hacen, no están dispuestos a que la gente sepa la verdad.”

Ronse: “Usted no será llevado allí; y si lo llevamos para allá, no lo dejaremos hablar.”

Joos: “¿Por qué? Las personas tienen sus cinco sentidos, y él que tiene los cinco sentidos oirá si lo que yo hablo es bueno o malo.”

Ronse: “A usted se le impedirá hablar allí.”

Joos: “Háganlo, pues. Échenme, sin miedo, en una bolsa y asfíxienme de noche para que nadie lo vea. Con tal que lo vea Dios, que escudriña el corazón y la mente, será suficiente. Él lo verá, y se vengará. Yo se lo dejo a él, pues estoy listo para morir de cualquier modo, ya sea en el fuego o en el agua, en el juzgado

o aquí en este fuego (el fuego en el hogar). Éste no es suficientemente grande; háganlo más grande.” De nuevo propusieron que disputáramos, y dijeron que eran enviados de Dios y designados como representantes suyos.Yo dije:

—Esto no es así; porque ustedes han comprado sus beneficios, o se los han dado, o los han ganado sirviendo; pero aquellos que Dios ha enviado, desde el principio del mundo, han sido enviados de manera diferente. —Ellos dijeron que me demostrarían por medio de las escrituras que eran enviados.Yo les dije—: Demuéstrenmelo.

Respuesta: “Aquí está, que a Pedro se le dieron las llaves, y él era el Papa, y le fueron dadas a él y a sus sucesores.”

Joos: “Muéstrenme donde dice algo de sucesores.”

Respuesta: “Eso se lo mostraremos.”

Joos: “Muéstrenmelo, pues.” Entonces Ronse leyó de un Testamento, en Mateo 16, el lugar donde Cristo hace la pregunta: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?”, y leyó hasta donde dice: “A ti te daré las llaves”; pero no decía nada acerca de sucesores.

—Usted ya lo oyó, ¿verdad, Joos? —dijo él entonces—. Es bien largo: yo leería más, pero no quiero leer tanto.

Joos: “Yo quiero que siga leyendo.”

Ronse: “¿Hasta dónde?”

Joos: “Hasta donde habla acerca de los sucesores.”

Ronse: “Usted ha oído que él dice: ‘Sobre esta roca edificaré

mi iglesia’ y ‘a ti te daré las llaves del reino de los cielos’. Quiere decir que está fundada en San Pedro, y que él era el Papa.” Joos: “Cristo es el fundamento, como dice Pablo en 1 Corintios

3.11: ‘Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo’. Pedro no es el fundamento, y Cristo no fundó la iglesia sobre Pedro, sino sobre su confesión de fe, cuando dijo: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente’. Por consiguiente, Cristo es el fundamento. Pero ahora”, les dije yo, “hablemos acerca de la llave. Ustedes se pasan de la llave a la iglesia; y dicen que yo me paso de una cosa a otra. Apéguense al texto ustedes mismos, y muéstrenme, como han afirmado, que Cristo dice: A ti te daré las llaves, y a tus sucesores.”

—Nosotros se lo mostraremos —contestaron ellos—. Pero escuche; es esto —dijo Polet, y produjo un sofisma.

—No me pueden satisfacer con argumentos —respondí yo—; muéstrenmelo por medio de la Biblia.

—Nosotros lo sabemos de memoria —dijo entonces Ronse—, usted también; óiganos repetirlo de memoria.

—Léanlo —les dije.

—¿No da por igual leerlo o citarlo de memoria? —preguntaron ellos—. Joos, escuche lo que le vamos a decir.

—Si lo dicen de memoria no me van a satisfacer —les dije.

Como ellos no lo querían leer, me dirigí al alguacil principal y a Roegaergijs, y les dije:

—Señores, les solicito que me ayuden en este asunto y que los obliguen a que lo lean; si no, yo los tengo por tiranos y no jueces.

Entonces ellos dijeron:

—Léaselo.

Ronse entonces leyó en Mateo 16. Cuando no lo pudo encontrar, se puso blanco como una sábana, y dijo:

—No se encuentra.

—Esas palabras no se encuentran —dijo Polet—, pero el sentido se encuentra en Mateo 28. —Entonces leyó: “Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.

—Esto no es donde él dice: “A ti te daré las llaves, y a tus sucesores” —dije yo.

Polet: “Si quiere esas palabras exactas, pues le voy a decir que no se encuentran. ¿Por qué hace tanto escándalo por eso?”

Joos: “Usted me dijo que me lo va a demostrar.”

Ronse: “Cállese; usted no es digno de hablar.”

Joos: “¿Por qué debo guardar silencio, ya que ustedes con sus mandatos falsos han hecho que ningún superintendente, ni abogado, ni amigo puede hablar por nosotros? Si no quieren permitirme hablar, mejor me habrían dejado en la celda; pero no me voy a callar por causa de ustedes ni de cualquier otro. No soy ladrón, ni asesino,nimujeriego; ¿porqué deboabstenerme dehablar?Yo me defenderé porque mi vida está en peligro, y no guardaré silencio mientras pueda mover mi lengua; pero guarden silencio ustedes. No son dignos de hablar, ya que son asesinos del alma, enemigos de la cruz de Cristo.” De nuevo propusieron que disputáramos.

—En el juzgado —dije yo—, pero aquí no.

Respuesta: “A usted no lo llevaremos allá.”

Joos: “Está bien; hagan como mejor les parezca. Cuando primero llegué aquí les confesé mi fe, y les he dicho más de cincuenta veces, y lo digo de nuevo, que no me importan todos sus inventos ni los muchos puntos que sostiene la Iglesia Romana.”

Ronse: “¿No estima usted el sacramento? Oigamos lo que piensa acerca de eso.”

Joos: “Es un ídolo, un poco de harina; y si yo tuviera de ese aceite, aceitaría mis zapatos con ello.”

Ronse: “Podemos oír que usted es bastante atrevido.”

Entonces comenzó una contienda, y ellos pensaron vencerme; pero me defendí valientemente con la palabra del Señor, como le toca al siervo que ama a su maestro. Y el Señor me dio las palabras de tal forma que durante tres horas no afirmé ni una cosa que ellos pudieron contradecir. Entonces empezaron a discutir acerca de la encarnación. Discutieron a partir de una perspectiva de acuerdo a la letra que mata. Citaron Mateo 1.1: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David.” Entonces yo dije que en Mateo 22.41 está escrito: “Y estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. Él les dijo: ¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo? Y nadie le podía responder palabra.” También les hablé acerca de Melquisedec, y del último capítulo de Apocalipsis, donde dice que Jesús es la raíz de David; pero ellos no escucharon, sino que se apegaron a su texto muerto.

Cuando yo percibí que ellos no iban a reconocer su error, les dije:

—Si quieren hablar de la encarnación, o de cualquier otro asunto de la fe, vamos al juzgado principal.

Entonces Polet dijo:

—¿Quién va a juzgar allí para ver quién está en la verdad o en el error?

—Estos señores —dije yo.

—Ellos no entienden las escrituras —dijo Polet.

—Ellos las entienden suficientemente bien para ustedes, para que disputemos aquí, o en el juzgado —dije yo—. De hecho, tienen que entender lo suficiente para disputar en el juzgado principal. Y si no entienden las escrituras, deben tener vergüenza de ser jueces en este asunto. —Hablaron tanto que si hubiera escrito todos sus argumentos falsos, el papel no me cabría en las manos.

Yo encomiendo a todos mis estimados amigos, y a todo hermano en el Señor, en las manos de él, y les ruego a todos que se armen con sabiduría, porque es necesario. Y si llegan hasta donde estoy, que no empiecen a disputar porque, si fuera posible, ellos nos apartarían de la verdad. Quiero que sepan que estoy tan contento, que sería imposible para mí describir el contentamiento que tengo, y espero que pueda sellar esta carta con mi muerte. Con este fin, deseo que el Señor me dé su gracia para que su nombre sea glorificado; porque no busco nada sino la gloria del Señor. Sin más, los encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia. Oren al Señor por mí; con gusto oraré también por ustedes.

Ellos dicen que Cristo, por origen, es Hijo de David; si él es Hijo de David, no es Hijo del Padre: Porque nadie tiene dos padres; sería anormal. Pero él es el Hijo unigénito de Dios, y no es creado.

LA CONFESIÓN DE CLAES DE PRAET QUE POR EL TESTIMONIO DE JESUCRISTO Y SU PALABRA FUE ENCARCELADO Y QUEMADO EN GANTE, Y DIO SU VIDA COMO UN HOLOCAUSTO PARA EL SEÑOR EN 1556 d. de J.C.

La gracia y paz de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, estén con vosotros, mis estimados hermanos en el Señor.

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él.” Os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados para que Satanás no pueda atormentarlos cuando sean juzgados. Exhórtense diligentemente con amor. Yo de buena gana les escribiría una exhortación, pero no es conveniente en este momento porque el carcelero me vigila bastante de cerca, ya que tiene mucho miedo del decano. No obstante, les quiero escribir algo sobre mi interrogación y sobre la malicia y las mentiras inventadas del sacerdote por lo cual piensan condenarme, pero alabado sea Dios que él me ayuda a ganar la victoria. Yo les escribo esto por si quizá algunos que todavía son jóvenes puedan ser edificados.

Durante los primeros seis días de mi encarcelamiento, mi corazón estaba cargado, mi carne temía grandemente, y estaba con gran angustia. Dije para mí: Ahora tengo que sufrir este conflicto y muchos más. Pensé en mi esposa y en mis hijos, y Satanás andaba alrededor de mí para devorarme con muchas tentaciones raras que tardaría mucho en relatar. En la mañana del sexto día, el carcelero vino y me llamó, diciendo:

—Claes, baje y sígame —y él me guió. Mi corazón se ensanchó de la alegría que sentí para con el Señor mi Dios, y todos mis problemas y ansiedades desaparecieron delante de mí como el polvo cuando se barre la calle. Entonces pensé: ¡Oh, Dios de toda gracia! Ahora entiendo que tú eres fiel a tu promesa (Hebreos 10.23). Señor, dirige mi discurso ahora, como lo has prometido (Hebreos 10.23; Lucas 21.14). Entonces me llevó a un cuarto dónde estaba sentado el juez principal con dos jueces más, el alguacil y un hombre con una barba larga que tenía un libro grande delante de sí en que escribir. Ellos me observaron detenidamente cuando entré en el cuarto, y les hice gran reverencia y a todos les deseé la paz (Romanos 13.7). El carcelero me trajo una silla, y me dijo:

—Claes, siéntese aquí; así se le ordena. —Yo me senté con alegría y mi corazón se elevó al Señor mi Dios. Me olvidé de mí mismo y de las cosas que están en este mundo.

Entonces ellos dijeron:

—Cubra la cabeza.

—No es apropiado cubrirme la cabeza ahora —dije yo.

—¿Cómo se llama usted? —me preguntó el alguacil.

—Claes de Praet —contesté yo.

Entonces él dijo:

—Escriba eso, y que nació en esta ciudad —dijo él entonces.

—¿Usted nació aquí? —me preguntó el secretario.

—No sé nada al contrario —contesté yo.

Alguacil: “¿Dónde ha estado durante tanto tiempo, Claes? Me refiero a la última vez en que usted estuvo fuera de casa por tanto tiempo.”

Claes: “En Emderland.”

Alguacil: “¿Qué hizo cuando estaba allá?”

Claes: “Intenté investigar las oportunidades de comprar o vender, o hacer algo para ganarme la vida.”

Alguacil: “Sí, y para ver a los hermanos, percibo yo.”

Claes: “Sí, señor alguacil.”

Alguacil: “Claes, ¿usted ha recibido otro bautismo además del bautismo que recibió en su infancia?”

Claes: “Yo no puedo recordar lo que sucedió hace tanto tiempo.”

Alguacil: “¿Usted ha recibido un bautismo que sí recuerda?”

Claes: “Sí, señor alguacil.”

Alguacil: “¿Hace cuánto tiempo?”

Claes: “Aproximadamente cuatro años.” Entonces ellos se asombraron mucho.

El alguacil me preguntó una vez más:

—¿Cuánto tiempo dijo usted? —Alrededor de cuatro años —respondió el otro juez. Entonces el alguacil me miró con una mirada penetrante, y me

preguntó quiénes eran aquellos con quienes yo había asociado, y cuáles de mis hermanos también se habían bautizado.

—No es nuestra costumbre preguntar a otro: “¿De dónde es usted?”, “¿dónde vive usted?”, “¿cuál es su nombre?”, y “¿en qué trabaja usted?” —contesté yo.

Alguacil: “¿Ustedes no quieren saber esas cosas?” Claes: “No, señor alguacil.” Alguacil: “¿Ustedes lo hacen así para no meter a nadie en

problemas?”

Claes: “Sí, señor alguacil; porque nosotros bien sabemos que hay muchos que buscan derramar nuestra sangre, y el Señor nos ha hecho sabios como las serpientes” (Proverbios 1.11; Mateo 10.16). Entonces el alguacil me gruñó, y se pusieron a hablar latín entre sí.

—¿Dónde recibió su bautismo? —preguntó entonces el alguacil. Claes: “En Amberes.” Alguacil: “¿En cuál sitio en Amberes?” Claes: “Entre el portón de San Jorge y el portón Koeper.” Alguacil: “¿En cuál casa?” Claes: “En una casa nueva, pequeña.” Alguacil: “¿A cuál negocio se dedicaban allí?” Claes: “Yo no vi señas de ningún negocio allí.” Alguacil: “Sí, Claes, ¿quiénes estaban presentes? De seguro había

unos testigos presentes para dar testimonio de que usted es hermano.” Claes: “Había tres o cuatro personas presentes que vivían en

la casa, más el que me llevó a la casa.” Alguacil: “¿Quién lo llevó a ese lugar?” Claes: “Un hombre joven.” Alguacil: “¿De dónde era él?” Claes: “No le pregunté.” Alguacil: “¿Cuántos se bautizaron con usted?” Claes: “Éramos tres.” Alguacil: “¿De dónde eran los otros?” Claes. “No les pregunté”. Alguacil: “¿Cuál era el oficio de ellos?”

Claes: “Uno era albañil, creo.”

Alguacil: “¿Cómo sabía dónde encontrarse con usted el joven que lo llevó a la casa?”

Claes: “Él fijó el día en que nos encontraríamos junto al portón Koeper.”

Alguacil: “¿Cómo sabía usted que el que bautizaba estaba en la ciudad?”

Claes: “Cuando salía a comerciar, yo preguntaba por él y así me di cuenta de que estaba allí.”

Alguacil: “¿Dónde oyó usted que él estaba allí?” Entonces dijo el juez principal:

—Ellos conocen a toda su gente.

Alguacil: “¿Ellos todavía viven en la casa dónde usted fue bautizado, o tampoco sabe eso?”

Claes: “Poco después, todos ellos fueron echados de la casa.”

Alguacil: “¿Entonces usted no puede decirnos nada sobre ello,

o sí puede?” Claes: “Uno se fue a Inglaterra, a otro lo quemaron, y los demás

no sé adónde fueron.”

Alguacil: “¿Qué tipo de hombre era el que te bautizó?”

Claes: “A mí me parecía ser intachable.”

Alguacil: “Claes, ¿cómo sabe usted que el hombre que lo bautizó era intachable?” Entonces uno de los jueces respondió:

—Él dijo que le parecía a él ser intachable.

—¿Estas personas también predican, verdad? —dijo entonces el juez principal.

—Antes hacíamos todas estas preguntas, pero ya no —le comentó el alguacil. Entonces sonaron la campanilla para que el carcelero viniera a llevarme. Ellos escribieron esto en el registro.

El secretario me preguntó a cuáles personas de Gante había dejado en Emden. Yo no le respondí nada porque a él no le tocaba hacerme preguntas. Los jueces me dijeron entonces:

—Claes, le vamos a enviar hombres que le enseñarán la fe verdadera.

Claes: “Yo confío en que tengo la verdadera fe, y si ellos me confirman en ella, les daré una buena acogida; pero si quieren apartarme de mi fe, no quiero que vengan”.

Entonces ellos dijeron con urgencia:

—Claes, escúchalos a ellos; escúchalos siempre. —Después yo sinceramente agradecí a los jueces y al alguacil, ya que yo había servido de molestia para ellos. El siervo del carcelero me dijo entonces que subiera, y me fui. Estaba bastante triste porque no me habían preguntado en cuanto a mi fe. Dos siervos que se habían escondido detrás de la puerta y habían escuchado todo subieron adonde estaba yo y me atormentaron con muchas cosas, diciendo:

—Pobrecito usted, que da su vida por su fe y deja a su esposa e hijos con necesidad. No es correcto que rompa su matrimonio, ya que Dios mismo lo ha instituido.

—Yo no rompo nuestro matrimonio —dije yo—, ni lo hace mi esposa, sino que ellos son culpables de ello porque me apartaron de mi esposa; ellos debieran tener cuidado de lo que hacen.

Entonces me dijeron que sería mejor decir lo que ellos quieren oír. Yo contesté:

—Dios no me enseñó así. —Y los amonesté que tuvieran cuidadode no mancharse lasmanos con sangre.Yo leshablé seriamente y ellos se marcharon, pidiéndole a Dios que me concediera gran felicidad.

Estando sentado allí solo, llegó Satanás a tentarme, diciendo: “Pobre hombre, ¿usted está aquí por causa de su fe? Los señores ni siquiera le preguntaron acerca de su fe, sino acerca del bautismo que recibió de cierto hombre, como bien sabe.” Y él me atormentó con todo lo que pudo inventar, haciendo lo mejor posible para desanimarme. Entonces pensé yo: Ah, tentador malo, asesino, bien sé que eres el mismo que atormentó a Pedro, y de quien él nos advirtió (1 Pedro 5.8). Entonces huí a Dios y comencé a cantar un himno alegremente, y me puse contento y feliz de que había vencido la prueba (Santiago 5.13).Yo estaba allí aproximadamente diez semanas.

Entonces vino el carcelero, y dijo:

—Claes, ven acá; aquí están dos cuervos encapuchados —y me suplicó que pensara en mi esposa y en mis hijos.

Le contesté:

—Yo pienso bastante en ellos; pero Cristo ha dicho: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10.37; Lucas 14.26).

—Es verdad, si uno puede hacerlo —me dijo. Él me llevó entonces a un cuarto dónde estaban dos jacobinos. Ellos se quitaron las gorras, y yo hice lo mismo con la mía. Me saludaron, y les saludé a ellos. Uno de ellos me preguntó:

—¿Cómo se llama, amigo mío?

—Claes —le contesté—. ¿Y el nombre suyo?

—Hermano Pedro de Backer —contestó él, y me dijo que él había estado con el juez principal, y que el juez le había pedido llegar a instruirme en la verdadera fe. Yo le dije:

—Esta fe la he recibido de Dios.

Pregunta: “¿Cuál es su fe?”

Claes: “Yo creo únicamente en Cristo Jesús, que él es el vivo y verdadero Hijo de Dios, y que no hay ninguna otra salvación en el cielo o en la tierra.”

Pregunta: “¿No hay nada más que creer? ¿Qué de la Madre, la Iglesia Santa, en quien debemos creer?”

Claes: “¿Usted sabe cuál es la Iglesia Santa?”

Pregunta: “¿Y usted la conoce? Permítame saber.”

Claes: “Yo le hice la pregunta; porque usted habla acerca de ella.”

Respuesta: “La misma Iglesia que era desde el tiempo de Cristo y de los apóstoles, la cual los apóstoles defendieron y todavía defienden.”

Claes: “¿Y cuál es ésa?”

Respuesta: “La Madre, la Santa Iglesia Romana.”

Claes: “¿Es ella la iglesia apostólica?”

Respuesta: “Sí.”

Claes: “¿Los apóstoles la mantuvieron de esta forma?”

Respuesta: “Sí, al igual que nosotros.”

Claes: “¿Los apóstoles leyeron la misa?”

Respuesta: “Sí.”

Claes: “¿Dónde está escrito esto?

Respuesta: “Yo le mostraré”; y me citó de Corintios donde Pablo habla de la santa cena (1 Corintios 11.20).

—Él está hablando aquí acerca de partir el pan —dije yo—; pero, ¿leía él la misa como lo hacen ustedes?”

Respuesta: “Sí, al igual que nosotros.”

Claes: “¿Los apóstoles persiguieron y preservaron a su iglesia con fuego y espada, como lo hacen ustedes?”

Respuesta: “Sí, ellos vertieron sangre, traicionaron y mataron.”

Claes: “Pedro vertió la sangre de Malco, y Judas traicionó; pero ¿dónde está escrito que ellos mataron a alguno?”

Respuesta: “Pedro golpeó a Ananías y a Safira con la espada de su boca, y cayeron muertos.” Después él se rió y levantó el dedo. Entonces yo dije:

—Me parece que ustedes son de aquellos de quienes habla Pablo en 2 Timoteo 3.5, los cuales nosotros debemos evitar. Su locura no permanece escondida, sino que es manifestada delante de los hombres; porque ustedes se sientan, se burlan y pasan el tiempo sin hacer nada, mostrando así que son de mente corrupta. Siempre están aprendiendo y nunca logran llegar al conocimiento de la verdad. —Y yo los reprendí mucho. Ellos querían alargar la conversación, preguntándome acerca del bautismo, la encarnación de Cristo y otros artículos de fe; pero yo había resuelto no disputar con ellos sin que estuvieran presentes los jueces, dando nada más mi testimonio a como lo había hecho antes. Cuando percibieron que no les escucharía más, y que estaba al punto de salir, uno de ellos dijo:

—Claes, es triste que usted yerra tan gravemente; sin embargo, yo lo amo tanto que quisiera que fuera de un mismo pensar conmigo y que pudiera dar mi cuerpo para ser quemado. Pobre hombre, yo oraré por usted, y cuando predique, les diré a otros que oren por usted.

Claes: “Yo no quiero que usted ore por mí, ni que les pida a otros orar por mí; porque sus oraciones son vanas, y Dios no los oye mientras ustedes siguen en su maldad.”

Respuesta: “Quizás hay una o dos personas que sean buenas entre ellos.”

Claes: “Váyase, porque usted sólo quiere hablar.” Después se fue riéndose. Dijo:

—Siempre voy a pedir oración por usted, aunque no lo quiera, porque yo le quiero mucho, y volveré a venir.

Aproximadamente dos semanas después, vinieron dos del mismo grupo. Uno de ellos era muy grande y gordo, y hablaba bastante; el otro era bien sanguinario y criticón y quiso entablar una disputa conmigo, pero no quise entrar en ninguna disputa. Yo les hice muchas preguntas, como había hecho con los demás, y les hice exponer su propia maldad. Muchos prisioneros habían llegado y se pararon debajo de la ventana del cuarto y detrás de la puertapara escucharloque decíamos.Yo sabía quelosprisioneros estaban escuchando y por eso hacía más preguntas, ya que uno de mis interrogadores hablaba bastante por haber tomado demasiado.

Al haber estado encarcelado aproximadamente siete semanas, me llamaron y me guiaron a un cuarto donde estaba sentado el decano de Ronse, su secretario y otra persona. El decano me dijo que me sentara. Yo me senté a la mesa junto a él. Después me predicó un sermón largo, al cual yo escuché. Él dijo que era imposible agradar a Dios sin fe y que el que no cree está condenado. Finalmente, él me preguntó:

—¿Por qué usted se dejó ser seducido y llevado por el error? ¿Por qué apostató de la Iglesia Santa?

—Ya que está escrito que es imposible agradar a Dios sin fe —le contesté—, yo era diligente en examinar la fe, pidiéndole a Dios que me fortaleciera en ella por medio de su gracia y misericordia. Esto él ha hecho abundantemente, y quiero guardarla fielmente para su alabanza y no abandonarla a causa de ningún sufrimiento ni para ninguna cosa que está en el mundo.

Decano: “Usted cree poseer la fe, y más bien se ha apartado de ella. Ustedes son tan valientes y de buen ánimo hasta la muerte porque el diablo se transforma en ángel de luz. Usted fue instruido por algún pobre y simple mercader que le enseñó conforme a su entendimiento. Por eso usted ahora está engañado. Usted debiera dejar que lo enseñen los que han recibido la doctrina verdadera, es decir, los pastores.”

Claes: “¿Acaso son ellos los que han recibido la doctrina verdadera?”

Decano: “Sí.”

Claes: “¿Por qué, pues, viven ellos la vida de diablos, como se puede ver?”

Decano: “¿Qué le importa eso a usted? En Mateo 23.3 está escrito: ‘Todo lo que os digan (...), hacedlo; pero no hagáis conforme a sus obras’.”

Claes: “¿Entonces ustedes son los escribas y fariseos de quienes escribió Mateo?”

Decano: “Sí.”

Claes: “¿Quiere decir que todos los ayes que siguen en ese mismo capítulo también se aplican a ustedes?”

Decano: “No, no se aplican.”

Seguimos discutiendo mucho más con referencia a este mismo asunto. Él quería disputar conmigo acerca de los artículos de fe, pero no quise disputar con él; sólo me limitaba a hacerle preguntas como las anteriores. Este hombre estaba deseoso de hablar, pero muy sereno. Él esperaba que le prestara atención cuando hablaba, y también él me prestaba buena atención cuando yo hablaba. Yo pensé: Tanto he escuchado de este hombre, de cómo persigue a la iglesia, y la atribula grandemente. Quiero ver ahora, cuando hable con él, cómo puede probar por medio de las escrituras que lo que hace es correcto, ya que no lo he visto antes.

Yo le pregunté dónde encontraba escrito que debía correr tras la sangre inocente que nadie podía acusar de ningún crimen.

Decano: “Mi amigo, yo no busco la sangre de nadie.”

Claes: “Usted manda a sus siervos para ese propósito.”

Decano: “Yo no hago eso, mi amigo.”

Claes: “¿Entonces usted no persigue a nadie?”

Decano: “No, mi amigo.”

Claes: “¿No tiene alguna orden por medio de la cual usted lo manda a hacer?”

Decano: “No, mi amigo.”

Claes: “Usted ciertamente ha entregado a la ley a mis hermanos que han caído en sus manos y que permanecieron firmes en la fe; esto ha sido manifiesto a todo el mundo.”

Decano: “Yo no hago eso, mi amigo.”

Claes: “¿Por qué viene usted a sentarse con los jueces, y tiene tanto que decir, si no se involucra en el asunto? Al escucharlo a usted, uno pensaría que no tiene nada que ver con eso.”

Decano: “No, mi amigo.” Al decir esto, se frotó las manos.

Claes: “¿Quién lo hace entonces?”

Decano: “El civil o el señor que ha recibido la espada.”

Todavía discutimos mucho más acerca de esto, hasta que él no sabía qué hacer. Él preguntó acerca de Deuteronomio 17.12, que es el pasaje en que él se basaba para decir que los sacerdotes tienen la autoridad, etcétera. Yo le dije que eso era bajo la ley de venganza, pero que ahora estamos bajo la ley de la gracia (Éxodo 21.23; Romanos 6.14). También le pregunté cómo se atrevía él a hacer algo que el Señor había prohibido, refiriéndome a la cizaña en Mateo 13.30, donde dice que el trigo y la cizaña deben crecer juntos hasta la siega. Le pregunté cuál de los dos era yo, si era trigo o cizaña.

Decano: “Usted es cizaña.”

Claes: “¿Por qué no me permite crecer hasta el día de la cosecha?”

Decano: “La razón por la que el señor del campo les ordenó a sus siervos que dejaran la cizaña era para que no dañaran el trigo al arrancar la cizaña. Pero yo puedo ir por las orillas y de vez en cuando arrancar un manojo de dos, a veces seis, ocho, diez, doce, sí, y a veces cien o doscientos, sin arruinar el trigo.”

Claes: “Entonces usted es más sabio que los siervos del Señor.”

Decano: “Yo bien puedo hacer esto.”

Claes: “Cuando yo estuve de acuerdo con los sacerdotes y anduve según lo que usted decía, ¿era yo una planta buena?”

Decano: “Sí.”

Claes: “¿Y ahora soy una planta mala?”

Decano: “Sí.”

Claes: “Bien, si yo soy una planta mala, según sus palabras, ustedes mismos me han arruinado por medio de arrancar la cizaña, a pesar de que todavía afirma que lo puede hacer tan bien. Usted fue un miserable arrancador cuando arrancó las cuatro plantas de Lier, en Verle, hace cinco años. Usted se paraba en el andamio y predicaba. La gente respondió y dijo: ‘El anticristo está predicando’. Fue entonces que yo comencé a investigar la fe por la cual estas personas estaban dispuestas a morir, y examiné la escritura que usted citó de 2 Timoteo 2 y 3. En ese pasaje encontré que habla claramente que hay que separarse de tales personas como usted, y me separé de tal multitud, y lo hago hoy en día todavía. ¿Qué sucederá ahora de usted y de su arrancar? Porque entre más arranca, más arruina. Usted mismo dijo que sería mejor dejar de arrancar.”Y expuse muchas cosas de la las escrituras, hasta que él tuvo vergüenza y no sabía qué contestarme.

Por fin él dijo:

—Aquellos no eran de mi gente. Me parece a mí que usted ha escudriñado las escrituras bastante. ¿Dónde iba a la iglesia usted?”

Claes: “Donde Cristo y sus apóstoles se reunían: detrás de los setos verdes, en los bosques, en el campo, en las montañas, en la playa, a veces en las casas, o dondequiera que encontraban un lugar” (Lucas 6.17; Mateo 5.1; Hechos 1.13).

Decano: “Cristo predicó abiertamente (Juan 18.20); pero ustedes no se pueden encontrar; no se sabe dónde están, ni quiénes son.”

Claes: “Ciertamente para usted es una gran cruz el hecho de no poder encontrarlos ni conocerlos, ya que ustedes son tan conocidos. Yo espero que Dios no le permita encontrarlos; pero aunque usted a veces corte algunas ramas, yo confío en que no cortará la vid. Cristo Jesús, el Hijo viviente de Dios, guardará y alimentará sus ramas para que lleven fruto, aunque usted haga lo posible para desgajar y destruirlas.”

Seguimos hablando mucho más acerca de la Iglesia y de su gente, a quienes él exaltó grandemente.Yo le pregunté con respecto al bautismo de infantes, que si eran condenados si mueren sin ser bautizados. Él dijo:

—Sí.

Yo le pregunté si los apóstoles leían la misa y si perseguían a otros. Él contestó “sí” a todo, y me pareció que entre más preguntas le hacía, más mentía él, y le reprendí por las mentiras en que lo sorprendí. Él dijo:

—No son mentiras, sino la verdad; pero usted no cree lo que le digo. Usted permanece endurecido e incrédulo.

Según lo que decía él, la vida de los apóstoles era igual que la vida de los sacerdotes. Él dijo:

—Con respecto a su vida, su andar o su forma de vivir, es buena para con todos los hombres. Ustedes hacen a sus prójimos lo que desean que los hombres hagan con ustedes. Viven en paz, amor y unidad los unos con los otros, lo cual es muy bueno. También se ayudan mutuamente cuando tienen necesidades y sufrimientos, que es muy bueno; no puedo decir nada en contra de eso. Ustedes también expulsan de su iglesia a aquellos que viven desordenadamente, como expulsaron a Jelis de Aix-la-Chapelle. Yo sé que él vivía una vida desordenada, y no puedo decir nada en contra; todo está bien hecho. Pero, ¿de qué sirve que su gente tenga una vida ordenada, si no tiene la fe? Eso no los puede salvar.

Yo le contesté:

—Nosotros también tenemos fe, pero usted no la entiende, o no la quiere entender. Pero en el día final del Señor le será revelado a usted a quien ha servido. —Y lo reprendí severamente.

Él sonó la campana para que el carcelero lo dejara salir. El carcelero entró al cuarto y el decano se paró para irse. Yo le agradecí que hubiera llegado a este lugar por mi causa. Él dio la vuelta y me dijo:

—Yo quisiera verlo a usted en el camino correcto, pero usted permanece obstinadamente en su incredulidad; es igual a su amo.

—¿Quién es mi amo? —le pregunté.

—El diablo —él contestó.

Yo lo reprendí con muchas escrituras para que no volviera a llegar, y se fue avergonzado, porque el carcelero estaba presente, y también otros prisioneros que vinieron corriendo a la puerta. Yo le había pedido información acerca de Jelis, y él pudo decirme todo, lo que me asombró grandemente.

Tres días después, el carcelero vino una vez más para buscarme, y yo bajé de muy buena gana. Él me hizo entrar en cierto cuarto. Cuando yo entré, estaban sentados allí el juez principal con otro juez, y un pastor o sacerdote que estaba sumamente resuelto a interrogar a nuestros amigos. Él no podía escuchar nada de lo que se hablaba sin interrumpir, y sus palabras eran mordaces. Uno de los jueces nunca antes había sido juez, y constantemente le prohibía interrumpir, porque él estaba prestando mucha atención. Cuando entré al cuarto, yo les hice gran reverencia a los señores, y ellos también me lo hicieron a mí (1 Pedro 2.17). Yo me senté a la mesa, y el sacerdote hizo un largo discurso, como había hecho el decano; yo guardé silencio hasta que me hablaron a mí. Cuándo él había acabado su sermón, él me preguntó:

—¿Por qué permitió que lo sedujeran tan miserablemente de la fe al error?

Claes: “No he sido guiado al error, sino del error a la verdadera fe cristiana.”

Sacerdote: “¿Qué es entonces su fe? Permítanos oír de ella.”

Claes: “Yo creo que Jesucristo es el verdadero, viviente Hijo de Dios, y que no hay ninguna otra salvación en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra o encima de ella.”

Juez principal: “Nosotros creemos esto igualmente en nuestra Iglesia.”

El sacerdote se rió, diciendo:

—Yo también predico esto; díganos algo más, y hable libremente. Porque Cristo dijo: “Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar” (Mateo 10.19–20). Ahora, si usted ha recibido el Espíritu Santo, hable libremente a través del Espíritu Santo.

El juez principal estaba sentado allí, meneando la cabeza y sonriendo, mientras decía:

—Sí, sí, Claes, sí —antes que yo pudiera decir una sola palabra. El sacerdote continuó al instante:

—Cristo prometió a su iglesia que él estaría con ellos hasta el findelmundo(Mateo28.20).Yonohepodidoencontrar aninguno de ustedes que me pueda decir que su iglesia ha existido más de treinta años, porque antes de eso no existió, o tal vez usted sabe de algunos libros de su gente que sean más antiguos; si es así, entonces nómbrelos.

Claes: “Ya que Cristo prometió a su iglesia que él estaría con ella hasta el fin del mundo, yo no dudo que él haya sido el preservador de su cuerpo, aún lo es, y lo seguirá siendo mientras el mundo exista, según su promesa (Mateo 28.20; Efesios 5.23). A veces la iglesia fue eliminada en algunos países, a través del derramamiento de sangre y de la persecución, y por medio de la doctrina falsa del Imperio Romano, o por otra razón, pero no fue aniquilada en todo el mundo. Porque el mundo es grande, y ella podía seguir en pie en algún rincón, sin perecer totalmente. Y acerca de su petición que le nombre algún libro de nuestra iglesia: la Biblia es nuestro libro, que ha reinado en la iglesia desde la antigüedad.

Sacerdote: “¿Es suficientemente grande para ustedes, y no necesitan más de uno?

Claes: “Sí; es muy grande para nosotros.

El sacerdote se rió y dijo:

—¿Qué sucede entonces con todos los libros escritos por hombres sabios desde el tiempo de los apóstoles, que también recibieron el Espíritu de Dios así como los apóstoles? ¿Será que todos ellos han escrito en vano, como Jerónimo, Gregorio, Agustín y Ambrosio? Ciertamente estos fueron hombres buenos e íntegros, ¿ no es cierto?

Claes: “¿Son estos los cuatro pilares sobre los cuales fue fundada su Iglesia?”

Sacerdote: “Sí.”

Claes: “Yo no los conocí, sólo me contaron de ellos; eran pícaros piadosos si fundaron su Iglesia para ser lo que es hoy en día.”

El sacerdote se echó para atrás, y dijo:

—¡Cómo! ¡Cómo!

—Cristo no fundó su iglesia así —dije yo—, ni tampoco Pedro, Pablo, Esteban y Juan. Ellos prefirieron ser azotados, ser apedreados, ser muertos a espada y sufrir de otras maneras (2 Corintios 11.25; Hechos 7.58; 12.2).

El sacerdote se perturbó, y dijo:

—Díganos la verdad en cuanto a su iglesia, porque nadie sabe dónde está. Si fuera buena, ciertamente saldría a la luz. Ustedes no tienen cabeza ni autoridad, ni tampoco se conocen los unos a los otros; esto es extraño.

Claes: “Pablo nos enseña en su epístola a los efesios acerca de la verdadera iglesia, la cual Cristo ha presentado a sí mismo, que es una iglesia gloriosa y santa, sin mancha ni arruga. Nos enseña que por un solo Espíritu han sido bautizados en un solo cuerpo, y Cristo es la cabeza, y todos miembros de su cuerpo. Éstos tienen un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es por todos y en todos. Éste es el verdadero templo de Dios en quien mora el Espíritu de Dios. Ésta es la iglesia que Cristo compró y redimió con su sangre” (Efesios 5.27; 1 Corintios 12.13; Efesios 4.5, 6; 1 Corintios 6.19–20; 1 Pedro 1.19).

Sacerdote: “¿No es cierto que Cristo redimió a todos los hombres, y no sólo a éstos?”

Claes: “Está escrito en diferentes lugares que los incrédulos serán condenados, ¿entonces qué les beneficiaría a ellos la muerte de Cristo? ¿O de qué les sirve a ellos que Cristo murió?Yo temo que se lamentarán de que Cristo murió. Pero aquellos que han creído en la palabra del Señor, y la han seguido, heredarán el reino de los cielos, y triunfarán con el Señor en el monte de Sion. Ellos tienen la muerte, el diablo, el infierno y el mundo bajo sus pies, pese a que el mundo en su frenesí se apresura para rasgar, devorar y destruirlos. Si fueran del mundo, el mundo los amaría; pero ya que no son del mundo, el mundo los odia, como dijo Cristo” (Juan 15.19).

Sacerdote: “Ustedes no creen que Cristo sea Dios y hombre.”

Claes: “Yo creo que Cristo es verdadero Dios y hombre.”

Sacerdote: “¿Usted no cree que Cristo sea hombre por ser hijo de María?”

Claes: “No, porque si él hubiera recibido su humanidad de la carne y sangre de María, habría tenido su principio con María; pero está escrito que no tiene principio de días ni fin de vida (Hebreos 7.3).Y elVerbo no se habría hecho carne si hubiera asumido carne de María. Tampoco habría venido en la carne, como declara Juan, sino que habría venido de la carne, si la hubiera recibido de María (Juan 1.14; 2 Juan 7). Y está escrito que todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es espíritu del anticristo (1 Juan 4.3). Y si él hubiera sido un hombre carnal, no habría podido ascender al cielo; pues está escrito que carne y sangre no heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 15.50).

Sacerdote: “Pero, ¿no le dijo el ángel Gabriel a María: ‘Y ahora, concebirás y darás a luz un hijo?’” (Lucas 1.31; Isaías 7.14).

Claes: “Bien, hay que entender la palabra correctamente; porque él dijo: ‘Concebirás, y darás a luz’; ahora, lo que María concibió, no podía proceder de ella.”

Sacerdote: “¿Cuál Verbo fue hecho carne?”

Claes: “El mismo Verbo de que nos testificó Juan en su primera epístola, diciendo: ‘Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida, porque la vida fue manifestada’ (1 Juan 1.1–2; Juan 9.37; 20.27). ¿Qué más quiere saber?”

Sacerdote: “Dónde asumió Cristo su humanidad, ¿en el cielo,

o en la tierra?”

Claes: “Yo no diré nada si no lo puedo probar por medio de las escrituras.”

Sacerdote: “¿Usted no cree nada sino lo que está escrito?”

Claes: “No.”

Sacerdote: “Usted cree ciertamente que tiene un alma; ¿pero qué sabe acerca de cuán grande es su alma, cuán larga, cuán ancha,

o de qué color es?” Claes: “Eso no tiene importancia para mí. Mi salvación no depende de eso.” Sacerdote: “Usted cree que los muertos resucitarán; ¿pero cómo puede comprender uno que lo que ha perecido resucitará?” Claes: “Yo estoy bien satisfecho con la explicación que escribió

Pablo” (1 Corintios 15).

Sacerdote: “¿No cree usted que María es madre y virgen?”

Claes: “Sí.”

En esto, el sacerdote golpeó con violencia la mesa con la mano, se puso de pie, y dijo:

—Usted no me puede probar eso a mí; nosotros no encontramos nada de eso escrito en las escrituras.

Claes: “El profeta Isaías profetizó que él iba a nacer de una virgen (Isaías 7.14). Otra vez, cuando Gabriel dijo a María: ‘Concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo’, María contestó: ‘¿Cómo será esto? pues no conozco varón’” (Lucas 1.31, 34).

Sacerdote: “Es cierto que uno puede hallar ciertos versículos acerca de esto, pero, ¿que ella siguió siendo virgen hasta la muerte?”

Claes: “Yo no digo eso.”

Sacerdote: “Eso es lo que yo quiero decir. Y usted, ¿qué piensa de la Cena? ¿Usted no cree que Cristo les dio su carne y sangre natural cuando tomó el pan, dio las gracias y lo partió, diciendo: ‘Tomad, comed; esto es mi cuerpo’?”

Claes: “No.”

Sacerdote: “¿No dijo Jesús: ‘Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros?’ Y, ¿acaso no dijo, además, que él era el pan vivo que descendió del cielo?” (Juan 6.53, 51).

Claes: “El pan de que habla Cristo en Juan 6, ¿es éste el pan que ustedes dan de comer a las personas, lo que ustedes llaman el sacramento?”

Sacerdote: “Sí, ése es el mismo pan que él nos dejó.”

Claes: “Entonces, según esto, nadie que come de este pan será condenado, porque Cristo dijo: ‘Si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre’. Pero ahora comen del pan todos: prostitutas, rufianes, ladrones y asesinos, de quienes está escrito que no heredarán el reino de los cielos” (Gálatas 5.21).

Sacerdote: “Ellos se arrepienten de sus pecados antes de comer del pan, y el Señor dijo que si el impío se aparta de todos sus pecados que ha cometido, sus rebeliones no serán recordadas” (Ezequiel 18.21–22).

Con respecto a esto discutimos mucho más, pero nuestro diálogo fue muy largo como para escribirlo. Por fin yo le pregunté al sacerdote si él creía que cuando él se comía la hostia, recibía el cuerpo de Cristo en carne y sangre del mismo tamaño que tenía cuando él colgó de la cruz.

Sacerdote: “Sí.”

Claes: “¿Qué pasa con Jesús cuándo usted lo traga?”

El sacerdote se ofendió mucho. El juez principal me preguntó:

—¿Por qué no estaba satisfecho usted con su primer bautismo, y se volvió a bautizar?

Claes: “Yo sólo conozco un bautismo” (Efesios 4.5).

Sacerdote: “¡Sus padrinos bien saben que usted fue bautizado una vez! Usted les puede preguntar.”

Claes: “Aunque yo sabía que fui bautizado, ahora entiendo que se hizo sin fe; y en Romanos 14.23 está escrito que lo que no proviene de fe es pecado.”

Juez Principal: Sus padrinos creyeron.

Claes: “De lo que yo sé, los apóstoles no bautizaron a nadie, a menos que creían y confesaban su fe. ¿Qué confesé yo cuando me bautizaron en la infancia?”

Sacerdote: “Pregunte a sus padrinos. ¿Qué piensa usted de nuestro padre, el Papa, y de su dominio?”

Claes: “El Papa, con toda su baratija, la misa, y todo lo que va con eso, no sirve para nada. Ustedes los sacerdotes venden las misas a las personas, por docena, a veces veinte y treinta de un solo. Las misas no tienen filo ni punta, no cortan ni hieren. Con todo, ustedes les prometen a las personas que las misas son buenas y eficaces. ¿No es esto un engaño? Ustedes predican que uno no debe tomar al exceso, y ustedes mismos andan en las calles, borrachos como cerdos. Ustedes predican que uno no debe ser codicioso; sin embargo, ¿dónde hay más codicia que entre los sacerdotes y los monjes? Ustedes predican que uno no debe ser ocioso; pero, ¿dónde hay más ociosidad que entre ustedes? Se puede ver que prefieren andar de casa en casa con bolsa o cesto en lugar de trabajar.”

El sacerdote se puso de pie y dijo con enojo:

—Eso es lo primero que ustedes se enseñan los unos a los otros: fijarse en los fracasos del vecino.

Claes: “¿Por qué no aplicar el conocimiento que Cristo nos ha dado al decirnos que el árbol se conocerá por su fruto?”

Sacerdote: “Esto se debe entender espiritualmente”, y se salió del cuarto.

El juez principal me preguntó si yo renunciaría mi segundo bautismo, y todo lo que había dicho. Yo les contesté:

—No, señores, de ninguna manera negaré yo lo que me fue encomendado en el nombre del Señor.

Al oír esto, el juez principal se levantó; también todos los demás se levantaron y empezaron a salir. Yo les di las gracias por haberse molestado conmigo. El juez principal dio la vuelta y me preguntó de nuevo si yo renunciaría; porque si no, tendría que aceptar las consecuencias. Entonces mi corazón se conmovió para decirle a él y a los otros jueces que tuvieran cuidado de lo que estaban haciendo. Les dije:

—Señores, yo de ninguna manera renunciaré, aunque bien sé qué me sucederá según el mandato imperial; pero hay dos mandatos, el uno del Rey supremo, y el otro del emperador mortal, y los dos son contrarios. Uno dice que hay que dejar que crezcan juntos el bueno y el malo, y el otro que se debe desarraigar la cizaña. Por consiguiente, señores, yo les ruego que adviertan a los otros jueces, que consideren lo que es mejor, porque no han recibido la espada para castigar al inocente. —Yo les hablé bastante, según el Señor me dio palabras. El juez principal se quedó parado allí, con el sombrero en la mano, y el otro juez y el carcelero hicieron lo mismo, guardando silencio. Finalmente ellos pidieron a Dios que me concediera gran felicidad, y se marcharon.

Saludo con la paz del Señor de esta forma a la iglesia entera que está esparcida en todos los países; porque yo espero ofrecer mi sacrificio cualquier día. Oren a Dios que me guarde firme hasta el fin. Diariamente yo ruego por ustedes.

Escrito en ataduras.

UN TESTAMENTO QUE LE DEJÓ JORIAEN SIMONS A SU HIJO SIMÓN, CUANDO ESTUVO ENCARCELADO POR LA PALABRA DEL SEÑOR, EN HAARLEM, DONDE DESPUÉS LO MATARON, EL 26 DE ABRIL DEL AÑO 1557 d. de J.C.

Martirio de Joriaen Simons

Deseo que Dios, por su gran misericordia, conceda a mi hijo Simón que crezca en piedad. Y si el Señor permite que llegues a los años de entendimiento, que lo confieses a él. Y habiendo entendido su voluntad, que ordenes tu vida según ella para que puedas obtener la salvación eterna por medio de su amado Hijo, Cristo Jesús, junto con el Espíritu Santo. Amén.

Mi niño y estimado hijo, inclina tus oídos a la amonestación de tu padre y escucha mi relato, de cómo y de qué manera comenzó y terminó su vida.

El comienzo de mi vida fue sin provecho, pues fui orgulloso, vanidoso, borracho, egoísta, mentiroso, y estaba lleno de todo tipo de idolatría.Y cuando llegué a la madurez, y empecé a ser independiente, no busqué nada sino lo que agradaba a mi carne: una vida de ocio y lujos. Yo codiciaba las ganancias deshonestas. Busqué hacer caer a la hija de mi vecino y, ¡qué lástima!, lo logré. Y lo que hice en secreto es demasiado vergonzoso para mencionar. Sí, yo era un vaso lleno de iniquidad. Pero, mi querido hijo, cuando acudí a las escrituras, las leí, y busqué en ellas, me di cuenta de que iba rumbo a la muerte eterna, que me esperaba la pena eterna, y que me estaba esperando el lago que arde con fuego y azufre. Y esto se me acercaba, según las palabras de Pablo, que dice “que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5.21).

Cuando tomé a pecho esto, me sobrecogieron temor y espanto. Entonces tomé la Biblia como mi consejera, para darme cuenta de qué fuera lo mejor para mí: vivir por un poco de tiempo una vida desenfrenada, y esperar los eternos sufrimientos del infierno; o sufrir miseria por unos momentos (por si se puede llamar miseria), y gozar de felicidad eterna. Hallé en las escrituras: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mateo 16.26). Por eso, mi querido hijo, pensé que fuera mejor, al igual que Moisés, sufrir aflicción por un momento con los hijos de Dios, que vivir en todo lujo con el mundo, el cual perecerá. Por lo que abandoné mi comodidad por voluntad propia y sin que se me obligara, y entré en el camino angosto para seguir a Cristo, mi Cabeza. Bien sabía que si lo seguía hasta el fin, nunca andaría en tinieblas. Ahora bien, cuando empecé a dejar las malas costumbres de antes y apartarlas de mí, y quise ser una nueva criatura divina y llevar una vida buena, penitente y piadosa, de inmediato, como les ha pasado a todos los piadosos antes de mí, me odiaron e incluso me encarcelaron en Haarlem, allí por la puerta de San Juan.

Ésta, mi querido hijo, era mi vida hasta que el Señor me iluminó. En primer lugar, mi estimado hijo, con cariño te advierto, te amonesto y te ruego que huyas y te guardes de toda maldad y que camines desde tu infancia en el temor del Señor, lo cual es el principio de la sabiduría.Ysi Dios terevela su sabiduría, nodudes en caminar en ella, ya que la muerte acecha tanto a jóvenes como a viejos. Aprovecha el tiempo que Dios te da para arrepentirte. Anda en comunión con los buenos y guárdate de los perversos. Si los pecadores te quisieren engañar, no consientas, ni tengas comunión con ellos. Aparta tu pie de sus caminos, pues sus pasos conducen al infierno. Ni aun toques sus caminos, para que no te manches; pues a los malos se les acerca un fin malo, y llevarán su propia carga por dondequiera que anden. Guárdate, hijo mío, de éste y de todo mal, y recuerda que Pablo dice que “es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5.10). Pero la carne nunca te aconsejará a hacer nada bueno. Por eso es que Pablo tiene toda la razón al decir: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, (...) y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Romanos 8.6, 8). Por eso, haz morir tu carne en esta tierra. Lee lo que escribió Pablo, o pídele a alguien que te lo lea; él te dirá cuáles son las obras de la carne (Gálatas 5.19). Si tienes el tiempo y la oportunidad, úsalos con diligencia para aprender a leer y escribir, para que puedas aprender más y saber mejor lo que el Señor pide de ti.

Querido hijo, el deseo de mi corazón y mi oración al Señor para ti es: Que tu alma pueda ser guardada del torrente de la ira de Dios, que él derramará sobre todos los impíos que no quisieron seguir al Señor y que no anduvieron en sus mandamientos. La mejor manera de escapar esta ira de Dios que se acerca es por medio de buscar a Cristo Jesús, el Hijo del todopoderoso y eterno Padre, que es la cabeza y el modelo de todos los creyentes; él es el capitán y el consumador de la fe, que es Cristo Jesús. Pide consejos a él para saber qué es lo mejor y más necesario que hagas, y él te lo dirá. Llama a la puerta de su santa trinidad, y adórale. Él te abrirá la puerta y te dará lo que es necesario. Ten un deseo y apetito por la verdad, y serás satisfecho. No busques las riquezas pasajeras de esta vida; los que las tienen son afamados por la gente común como felices, pero no lo son, y Dios los rechaza. Por eso, humíllate bajo la poderosa mano de Dios para que seas exaltado en la eternidad (1 Pedro 5.5).

Mira qué le pasó a Cristo, y también a todos los justos antes y después de él. Nació en pobreza y miseria; de inmediato tuvo que huir de Herodes, que buscaba matarlo. Cuando sufría, no tenía dónde recostar la cabeza; y las gracias que le dieron por sus grandes y gloriosos beneficios fueron tildarlo de engañador, bebedor de vino y samaritano. Le dijeron que tenía demonio y, además, tenía que cuidarse para que no lo apedrearan. Al fin, cuando llegó su hora, lo condenaron a la muerte más vergonzosa.Y antes que había llegado la ley, el justo Abel tuvo que sufrir a manos de su hermano que lo mató por pura envidia y odio, pues las obras de Abel eran buenas yaceptas aDios, y lasdeCaínmalas yrechazadas.Ytodos los queridos profetas que practicaban y mantenían la palabra de Dios también tuvieron que sufrir mucho, sin acepción de personas. En los días del rey Acab, Micaías fue el único que habló la verdad entre cuatrocientos profetas falsos, y por eso le golpeó Sedequías, y lo echaron en la cárcel (1 Reyes 22.24). Elías, el único profeta verdadero entre los cuatrocientos cincuenta sacerdotes falsos de Jezabel (1 Reyes 18.19), también tuvo que sufrir mucho. Por lo que Pablo bien pudo decir, pues lo había experimentado en carne propia, que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3.12).

Esto también lo experimentaron todos los demás piadosos testigos de Cristo, y se mantuvieron firmes hasta el fin. Por eso, según las escrituras (Santiago 1.12), la corona está preparada para ellos, ya que Cristo mismo declara que el que permanece firme hasta el fin será salvo. El que vence heredará todas las cosas, se vestirá de blanco, y comerá del árbol de la vida que está en medio del paraíso (Mateo 24.13; Apocalipsis 21.7; 2.7).

Considera esto, mi querido hijo; medita de día y de noche en cómo puedes morir al mundo, y hacer la voluntad de Cristo. En primer lugar, ten cuidado de todos los falsos profetas e hipócritas, que en mis días son los sacerdotes y monjes y que estoy seguro no faltarán en tus días, con tal que el salario sea bueno. No los creas, pues engañan a los hombres y matan el alma. Mi hijo, el que te escribe esto lo aprendió por su propia experiencia e investigación. Él tomó de esa copa. No te unas a las sectas, de las cuales ya hay muchas en mis días, como los luteranos, los zwinglianos y otros que, aunque parezcan ser buenos, en realidad son malos y un veneno mortal. Busca aquella manada pequeña, cuya vida entera concuerda con los mandamientos de Dios y cuya ordenanza o sacramento es conforme a los mandamientos de Cristo y la práctica de los apóstoles. Ésta es la verdadera iglesia de Cristo, sin mancha ni arruga. Esta iglesia es carne de su carne y hueso de sus huesos. Éstos también tienen maestros en conformidad con la enseñanza de Pablo (1 Timoteo 3.2), irreprensibles en todo, con hijos obedientes y esposa creyente; apartados de litigaciones y procesos penales, de maldiciones y juramentos, de odio y envidia, de mentiras y estafas, de lascivia y adulterio. Allí todo es amor, paz, unidad y verdad, los cuales, enseña Pablo, son el fruto del Espíritu.

Mi querido hijo y niño amado, éste es mi principal y último testamento para ti, el cual deseo que leas con diligencia. Deseo que medites mucho en él, y lo compares con las escrituras, para que gobiernes tus pasos conforme a él. Atiende bien, mi hijo, a lo que te escribo: muchos llegarán a ti como buenos maestros, diciéndote que tienen la medicina para tu alma enferma; pero los que te van a ser de provecho son aquellos que tienen la verdad; únete a ellos. Delante de ti tienes fuego y agua; escoge lo que quieras, la muerte o la vida (Eclesiástico 15.16). Esto, mi querido hijo, se te hará muy duro al principio, ya que es contrario a tu primer nacimiento, que es según la carne. Pero tú tienes que nacer de nuevo y convertirte si quieres entrar en el reino de Dios. Esto no lo podrás entender mientras tienes una mente carnal; sí, mientras no llegues a ser la escoria y el enemigo del mundo. Queridísimo hijo, te ruego de nuevo, como lo hice antes, que consideres esto y te gobiernes según ello. Te dejo esto que ha salido del corazón fiel de tu padre cuando estuve a punto de partir de este mundo y morir por la palabra del Señor. Que el Señor te conceda a ti y a todos los que leen

o escuchan esto, que lo puedan tomar a pecho, vivir conforme a ello, y salvarse eternamente.

El testamento para mi hijo, escrito el primer lunes de abril, del año 1557. Confirmado por la muerte, el día 26 del mismo mes.

Tres breves cartas de amonestación por Joriaen Simons y sus compañeros de prisión

Que Dios les conceda paz, gozo y consolación en todo problema y sufrimiento a todos los que tienen que sufrir por su palabra, por medio de su Hijo amado, en el poder del Espíritu Santo. Amén.

Queremos informarles a nuestros hermanos en el Señor, y a todos los que buscan temerle a Dios con todo el corazón, que nosotros todos estamos muy animados, ¡sea alabado el Señor eternamente! Esperamos aferrarnos a la palabra de Dios, y no apartarnos de ella por ninguna cosa visible, ni por la muerte ni la vida, ya que confiamos en que no hay nada que nos podrá separar del amor de Dios. Podremos hacer todo por medio de aquél que nos fortalece. Esperamos con la ayuda de nuestro Dios asaltar muros (Romanos 8.35; Filipenses 4.13; Salmo 18.29).

Estimados amigos, regocíjense con nosotros. ¿Por qué deberíamos temer, ya que hay tantos en el mundo que, por un poquito de ganancia, se arriesgan a grandes peligros de alma y cuerpo, en mar y en tierra, sin saber si habrá ganancia o pérdida? Pero nosotros sabemos que cuando completemos esta peregrinación con la ayuda de Dios, todo será ganancia, y no puede haber pérdida. Pues no corremos inciertamente, ni peleamos como quien golpea el aire, sino que estamos seguros por la gracia de Dios que si luchamos con valentía, y eso esperamos hacer, recibiremos lo que se nos promete. Tenemos intención de devolverlo cuadruplicado. No nos quedaremos callados, sino que proclamaremos a voz en cuello lo que el Señor nos da y nos revela. Nuestra hermana Mariken también está gozosa y ha confesado su fe con valor, en la cual desea siempre estar firme mientras tenga vida. Ella está tan gozosa y animada que nos anima a todos. Nos exhortamos los unos a los otros con la palabra de Dios, en cuanto él nos da qué hablar; a veces con palabras, y a veces con himnos. Lo cierto es que paso muchas horas en las cuales ni aun recuerdo que soy preso. ¡Tan grande es el gozo que me da el Señor! Muchísimas gracias por haber hecho lo que les pedí, y también por la exhortación amorosa. Hagan lo mejor que puedan en lo que se refiere a mi H. F. Los encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia.

Joriaen Simons en cadenas

A nuestros hermanos muy queridos en el Señor, y a todos los que desean temer y seguir al Señor de todo corazón, nosotros, los presos en el Señor, les deseamos una mente valiente y firme, y que perseveren en la verdad hasta el fin. Que así sea por medio de Cristo Jesús nuestro Señor, Salvador y Redentor, con el poder del Espíritu Santo. Amén.

Hermanos muy amados en el Señor, les queremos dar a conocer que por medio de la gracia de él siempre buscamos de todo corazón lo excelente. Por eso queremos entregarnos en las manos del Señor, sea el resultado vida o muerte. Buscamos, además, de todo corazón, que el Señor manifieste su nombre glorioso por medio de nosotros, y también buscamos mantenernos enfocados en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe. Sabemos que el siervo no es mayor que su señor. Palabra fiel y digna de ser recibida por todos es que si sufrimos con él, también reinaremos con él. Todos los testigos fieles de Cristo tenían la mirada puesta en esto y en sus grandes promesas que están en el Antiguo Testamento, las cuales fueron dadas a aquellos justos que esperaban la gracia que vendría. Por eso pelearon con valor por la ley de Dios y no se mezclaban con las naciones a su alrededor. Por eso voluntariamente entregaron la vida, pues rehusaban adorar u honrar sus ídolos fundidos o tallados. El fiel Eleazar rehusó comer carne de cerdo, pues era prohibido por la ley (2 Macabeos 6.18). Por la gracia del Señor esperamos tomar sus benditas palabras como nuestro modelo: que es mejor aferrarnos al Señor. Pues aunque por medio de la hipocresía (¡y que el Señor nos libre de eso!) pudiéramos salvar la vida, aun así no escaparíamos, ni en muerte ni en vida, de la todopoderosa mano de Dios. Por eso nos entregaremos totalmente en las manos del Señor, como lo hicieron la fiel madre macabea y sus siete hijos (2 Macabeos 7.1). También así hicieron todos los fieles testigos de Cristo. Ellos hasta se regocijaban de ser dignos de sufrir por causa de Cristo (Hechos 5.41). Queridos hermanos, nuestra intención en el Señor no es nada más sino ésta. Esperamos por la gracia del Señor que podamos serles un ejemplo de piedad y constancia a todos esos niños recién nacidos que todavía se alimentan de leche.

Esto lo escribí el lunes, después de haber estado dos veces ante los señores. Me habían interrogado, preguntándome si me mantendría fiel a mi confesión.

Nuestros hermanos muy queridos en el Señor, y todos los que quieren temer y seguirle al Señor de todo corazón: Nosotros, los presos en el Señor, deseamos que el amoroso Padre celestial los guarde de todo mal, sea interno o externo, por medio de su querido y amado Hijo, Cristo Jesús, y el Espíritu Santo. Amén.

Queridos hermanos en el Señor, no desmayen, aunque ahora tengan que andar de acá para allá, lejos de amigos y parientes, casa y hogar, no sabiendo adónde irán. Esto pasa porque el calor del sol ya empieza en todo lugar a quemar la semilla que ha brotado (Mateo 13.6). Hermanos, no se desanimen; permitan que la semilla en ustedes reciba y retenga la humedad; siéntense bajo la sombra de las escrituras, y ellas les serán una protección gloriosa. Bien sabemos que por medio de muchas tribulaciones tenemos que entrar en el reino de los cielos. Cuando la cabeza sufre, todos los miembros sufren con ella. Por eso, si queremos ser miembros de Cristo, también tendremos que ser participantes de los sufrimientos de la cabeza. Si pues, sufrimos con él, también nos regocijaremos con él.

Por eso, estimados hermanos, si el Señor les da que vivan un poco más entre esta generación perversa, pasen el tiempo de su peregrinación aquí en temor. Resplandezcan como luces en este mundo malo y perverso. Permitan que su fe se manifieste por obras; de otro modo está muerta. Mantengan sus ojos fijos en Cristo Jesús, el autor y consumador de la fe. Él es la única piedra angular en Sion, y nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, que es Cristo Jesús. Retengan lo que tienen, para que nadie les quite la corona. Los encomendamos al Señor. ¡Que él los guíe a toda la verdad!

Yo, Joriaen Simons, su estimado hermano, y mis estimados compañeros de prisiones, les deseamos toda cosa buena, y nosotros también buscamos lo mejor con todo el corazón.

JACQUES D’AUCHY, ENCARCELADO EN EL AÑO 1558, PERO MATADO EN LEEUWARDEN, POR EL TESTIMONIO DE JESUCRISTO, EN EL AÑO 1559 d. de J.C.*

Una confesión de fe de Jacques d’Auchy, escrita

en la prisión de la ciudad de Leeuwarden en

Friesland, la cual selló después con su muerte.

Creo en solamente un Dios, el Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, como está escrito, en el cual creyeron Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y todos los profetas (Génesis 1.1; Hebreos 11).

Yo creo en Jesucristo, el único Hijo del Padre, que desde el principio estuvo con Dios.Y cuando se cumplió el tiempo que Dios había prometido, el Verbo se hizo carne, y fue nacido de la casa de David, de una virgen pura desposada con un hombre llamado José, de la casa de David. Esta virgen es bendita entre las mujeres. Yo creo que este verdadero hijo de Dios proclamó la palabra de su Padre por medio de muchos prodigios y señales. Después fue entregado a muerte bajo Poncio Pilato, fue crucificado y sepultado. Creo que este mismo Jesucristo sufrió por nosotros. Cuando éramos sus enemigos, él sufrió la muerte por nosotros para que los que crean en él no se pierdan, sino que tengan vida eterna. Yo creo que nuestro Salvador fue levantado de entre los muertos, como había predicho, y está sentado a la diestra de Dios el Padre (Juan 1.14; Miqueas 5.2; Gálatas 4.4; Romanos 1.3; Mateo 1.18; Lucas 1.42; Juan 15.24; Mateo 27.2; Isaías 53.7; Romanos 5.10; Juan 3.16; Mateo 28.6; Marcos 16.9, 19; Hechos 7.56).

También creo en el Espíritu Santo, como fue testificado por Juan en el quinto capítulo, y el séptimo verso de su epístola, donde dice: “Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno”. También creo en la comunión de los santos, las oraciones de los cuales pueden mucho (Santiago 5.16).

* Véase la ilustración en la página 300

También creo en la iglesia santa, en la cual están los que creen en Jesucristo. Por un espíritu fueron bautizados en un cuerpo, como dice Pablo. Cristo mismo es la cabeza del cuerpo, es decir, la iglesia santa, como está escrito (1 Corintios 12.13; Efesios 5.23; Colosenses 1.18).

Yo creo que esta iglesia santa tiene poder para abrir y cerrar, para atar y desatar; y lo que ate en la tierra también será atado en los cielos, y lo que desate en la tierra, también será desatado en el cielo. Yo creo que en esta santa iglesia Dios ha ordenado a apóstoles, profetas, maestros, obispos y diáconos (Mateo 16.19; 1 Corintios 12.28).

También creo y confieso un bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, así como fue mandado y ordenado por nuestro Señor Jesucristo, y practicado por los apóstoles, de lo cual también escribieron. También creo que todos los que han recibido este bautismo son miembros del cuerpo de Jesucristo, en la santa iglesia (Efesios 4.5; Mateo 28.19; Hechos 2.38, 41; 16.31; Romanos 6.4; Colosenses 2.12; 1 Corintios 12.13).

Acerca de la Cena de Jesucristo, yo creo y confieso lo que Cristo ha dicho acerca de esto, como está escrito: “Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” “Haced esto en memo-ria de mí.” Esto yo lo creo por la declaración de Pablo, que dice: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Mateo 26.26–28; Lucas 22.19; 1 Corintios 10.16; Juan 6.54).

Yo confieso que el matrimonio es una ordenanza de Dios, que un hombre y una mujer sean unidos en el nombre del Señor, en la santa iglesia. “Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. (…) Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.” El lecho es sin mancilla; “pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (Génesis 2.24; 1 Corintios 7; Mateo 19.5–6; 1 Corintios 6.16; Hebreos 13.4).

También confieso que la oración y el ayuno son muy provechosos, como fueron empleados por los apóstoles (Mateo 6.16; Hechos 13.2).

Yo creo que las palabras de Santiago son justas y verdaderas donde dice: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados” (Santiago 5.16). Yo creo que esto se tiene que hacer con un corazón recto.

También confieso que las autoridades superiores son ordenadas por Dios para el castigo del malo y la protección del bueno; pues no en vano llevan la espada. El Espíritu nos manda sujetarnos a ellos, y nos dice que debemos orar por ellos para que, como dice Pablo, podamos llevar una vida quieta y apacible. A las autoridades Pablo también las llama servidores de Dios. Ya que son servidores de Dios, deseo que sean misericordiosos conmigo, tal como Dios es misericordioso. Con esto yo rechazo cualquier comunión con los que buscan resistir a las autoridades con la espada y con violencia, lo cual considero ser doctrina de demonios (Sabiduría 6.3; 1 Pedro 2.13; Romanos 13.1, 4; 1 Timoteo 2.2).

También creo en la resurrección de los muertos, como está escrito, que todo hombre se levantará de entre los muertos con su propio cuerpo cuando el Señor venga en las nubes con sus santos ángeles; entonces juzgará a todos conforme a sus hechos (Daniel 12.2; Job 19.25; Mateo 25.31; 16.27).

En pocas palabras, yo creo todo lo que el cristiano verdadero debe creer en cuanto a la santa iglesia; y de todo corazón creo en los artículos de la fe, y viviré y moriré creyendo en ellos. Por este medio renuncio todas las falsas doctrinas, herejías y sectas que no estén de acuerdo con Dios y su palabra. Y si yo he errado en cualquier forma al creer falsas doctrinas, le pido al Dios todopoderoso que me perdone por su gran amor y misericordia.

También si he pecado en cualquier manera contra el emperador, el rey o algún otro, les pido que me perdonen por el gran amor y la misericordia de Dios.

Confesión de Jacques D’Auchy declarada ante el comisario y el inquisidor

Al haber estado preso por diez semanas, se llevó a cabo mi primera interrogación. En la tarde del tres de enero, 1558 d. de J.C., llegó el carcelero, diciendo que tendría que aparecer delante del comisario parapoderserinterrogadoacercademife.Yoestaba listo, con un corazón alegre, y salí con el carcelero. Cuando entré en la habitación donde estaba sentado el comisario, lo saludé humildemente. Él también me saludó, y dijo:

—Jacques, ¿usted se llama Jacques d’Auchy?

Jacques: “Sí, Señor.”

Comisario: “Jacques, yo he venido aquí por comisión del rey y del procurador general para interrogarlo en cuanto a los artículos de la fe.”

Jacques: “Bueno, señor, que sea hecho en el nombre del Señor.”

Después de que habíamos hablado mucho acerca de la fe, él comenzó a preguntarme acerca del lugar de mi nacimiento, mi residencia y mi vida desde que fui joven hasta el tiempo presente. Todo esto se lo confesé. Después el carcelero me llevó de nuevo a la prisión.

En la tarde del siguiente día, el cuatro de enero del mismo año, me llevaron de nuevo delante del mismo comisario. Al pararme delante de él, comenzó a injuriar a los pastores del redil de Cristo, a vituperarlos y a blasfemar en contra de ellos, diciendo:

—¡Qué lástima que nos dejamos engañar de esta forma!

Jacques: “Sí, mi señor.”

Comisario: “Yo estoy hablando de usted y otros que dejan a la Iglesia Madre y se dejan engañar por esos ociosos y vagabundos.”

Jacques: “Yo no me he dejado engañar por ninguno de esa índole.”

Comisario: “¿No? Cuando cree a los villanos y mendigos condenados como Menno, Leenaert, Henderick van Vreden, Frans de Kuyper, Jelis de Aix-la-Chapelle y otros pícaros, y abandona a nosotros y a la palabra de Dios, ¿no se permite ser engañado?”

Jacques: “No he abandonado la palabra de Dios, pues mi fe está fundada en la palabra de Dios y no en los hombres, ni en las doctrinas de hombres, ya que el profeta Jeremías exclama: ‘Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo’” (Jeremías 17.5).

Un poco después el comisario exclamó, diciendo:

—¡Ay!, los infieles como Menno y Leenaert. ¡Han engañado y extraviado a tantos hacia los diablos y a la perdición!

Jacques: “Señor, le pido que no diga tales palabras; pues le fuera difícil probar lo que usted dice de ellos. No nos han engañado, sino que han enseñado claramente la palabra de Dios. Yo no creo que los que creen en la palabra de Dios se vayan a perder, sino que el Señor juzgará bien todas las cosas.”

Comisario: “Yo no voy a disputar, pues yo mismo recibo instrucción de los que fueron enseñados por la Santa Iglesia. Pero yo bien conozco el carácter de ustedes y su doctrina. Si tuvieran el poder, con gusto nos degollarían, como lo han hecho en Münster, Ámsterdam y en otros lugares.”

Jacques: “¡Ay! señor, no diga tales palabras en contra de su propia conciencia; pues yo estoy convencido de que usted sabe que no es así, ya que ha formado parte del consejo por veinte años (él me lo había dicho antes). Por eso me parece que nos conoce mejor que eso; pues si nosotros tuviéramos un corazón tan malo como para intentar matar a la gente, no nos dejaríamos caer en sus manos. Pues si no nos molestara la conciencia mentir, y escondiéramos la verdad de usted, no nos podrían hacer nada, ya que usted no puede hallar a nadie que nos pueda acusar verdaderamente de haber herido o dañado a alguno.”

Comisario: “¿De dónde, pues, originan tantas sectas y herejías? ¿De dónde vienen tantos motines y rebeliones?”

Jacques: “Nosotros no tenemos nada que ver con las sectas y herejías que hay en el mundo, como las de Münster y Ámsterdam,

o las que están en otras partes. De ninguna manera nos asociamos con ellos, ni con sus doctrinas, sino que las tenemos como doctrinas de demonios. Todas estas cosas no pueden impedir que la verdad sea verdad, y los cristianos sean cristianos verdaderos. Lo mismo se aplica a las sectas y herejías que les rodeaban en la época de los apóstoles, y que se parecían en algunos puntos a la palabra de Dios.”

Después de éstas y muchas otras palabras que intercambiamos, él comenzó a suavizarse, y me dijo:

—Usted no debe estudiar tanto. Más bien debe dejarse enseñar por los que son más estudiados y sabios que usted, y debe creer en la palabra de Dios.

Jacques: “Ay, mi señor, ¿cómo no voy a creer en la palabra de Dios? Por esta misma palabra estoy preso aquí, y ahora estoy delante de usted para dar una respuesta acerca de ella.”

Comisario: “Usted no está preso por la palabra de Dios, sino por sus malos hechos.”

Jacques: “Mi señor, ¿ha escuchado a alguien quejarse de que yo lo haya maltratado o herido de alguna manera?”

Comisario: “No. No he escuchado ninguna queja en su contra.”

Jacques: “Gracias a Dios que no estoy aquí por mi iniquidad, sino por el testimonio de la fe verdadera.”

Comisario: “No es así, sino por sus crímenes, ya que usted ha pecado contra su Majestad Imperial, y ha quebrantado la ley de nuestro señor el rey.”

Jacques: “Si yo he quebrantado un mandato del rey, es insignificante, ya que yo he cumplido los mandatos de aquel Rey que es el verdadero Dios y eterno Rey.”

Comisario: “También ha quebrantado el mandato de Dios y de nuestra madre, la Santa Iglesia.”

Jacques: “Mi señor, ni usted ni ningún otro puede probarme con las santas escrituras que yo haya quebrantado el mandato de Dios.”

Comisario: “Se lo probaremos. Sigamos, pues, con los artículos de que me han encargado interrogarlo.”

Hablamos mucho más, pero tardaría mucho en contar aquí la conversación. Además, no la recuerdo bien. El comisario estaba un tanto desanimado y escuchó atentamente todo lo que yo le decía.

Entonces me preguntó cuándo había llegado a Emdem, y dónde vivía allí. Me preguntó si me habían dirigido a esta gente, y yo le contesté que sí.

Comisario: “¿Quién lo dirigió?”

Jacques: “Un buen amigo.”

Comisario: “¿En casa de quién estuvo?”

Jacques: “No sé en cuál casa estuve.”

Comisario: “¿Quién lo llevó a Leenaert?”

Jacques: “Había hombres y jóvenes, mujeres y doncellas.”

Comisario: “¿Cómo se llamaban?”

Jacques: “No podía aprenderme todos sus apellidos y nombres, ya que eran tantos, y yo no estuve allí mucho tiempo.”

Comisario: “Cuando usted entró en la casa, ¿dónde estaba Leenaert? ¿De qué predicaba?”

Jacques: “Predicaba la pura palabra de Dios.”

Comisario: “¿De cuáles artículos predicaba?”

Jacques: “Él nos enseñó que debemos arreglar nuestra vida, y que debemos quitar el viejo hombre y vestirnos del nuevo. Él nos enseñó poderosamente que los que andan según la carne y según sus pasiones no tienen parte en el reino de Dios.”

Comisario: “¿No habló de nada más?”

Jacques: “Señor, me costaría mucho recordar todo lo que dijo él, al igual que le costaría a usted, pienso yo, retener un sermón que fue predicado hace dieciocho meses o dos años.”

Comisario: “¿Allí recibió su segundo bautismo?”

Jacques: “Yo he recibido sólo un bautismo, y éste según la ordenanza de Cristo.”

Comisario: “¿No recibió usted el bautismo cuando era infante?”

Jacques: “No sé qué me hicieron en mi infancia; no recuerdo eso.”

Comisario: “¿Sus padres no le explicaron que usted fue bautizado, y acaso usted no tiene padrinos?”

Jacques: “Sí, creo que me dijeron, y también hay algunas personas a las que he llamado padrino y madrina, pero no fue según la escritura.”

Comisario: “¿No fue suficiente eso? ¿Ha recibido usted, además de eso, algo más de Leenaert? ¿Recibió agua o bautismo o como lo considera usted, según sus propias ideas?”

Jacques: “Recibí de él el bautismo según la palabra de Dios.”

Comisario: “¿No considera bueno el bautismo que recibió cuando era niño?”

Jacques: “Si yo lo hubiera considerado un buen bautismo, no habría recibido otro, pues está escrito que hay solamente un Dios, una fe y un bautismo, y no dice que hay muchos bautismos” (Efesios 4.5).

Comisario: “¿Recibió usted el bautismo que Leenaert le administró en la casa donde estaban reunidos?”

Jacques: “Si.”

Comisario: “¿Fue antes o después de la prédica?”

Jacques: “Después de la prédica.”

Comisario: “¿No habló acerca del bautismo?”

Jacques: “Sí, y enseñó por las santas escrituras qué es el bautismo y qué significa. Con humildad amonestó a los candidatos que observaran bien lo que les había enseñado. Les hizo ver la cruz y la persecución que resultan cuando uno da este paso. Les mostró muchas otras cosas de las santas escrituras.”

Comisario: “¿No temía usted al decreto del emperador?”

Jacques: “No; ni ahora lo temo.”

Comisario: “Jacques, le irá muy mal a no ser que se arrepienta de sus hechos malos.”

Jacques: “Señor, yo espero misericordia del Señor; pero no sé que haya ofendido al rey ni al emperador, para tener que buscar misericordia. Y si su decreto es en contra de la palabra de Dios, me parece que si cumplo el mandato de Dios, no voy a ofender a nadie.”

Comisario: “Jacques, Jacques, piense en lo que dice el decreto.”

Jacques: “Mi señor, bien sé que tiene más autoridad en este mundo que la palabra de Dios para matar a los que creen en su nombre y se apartan de la injusticia, como está escrito que debe ser” (Isaías 59.15; Mateo 10.17). ¿Pero qué significará todo esto cuando usted haya hecho conmigo según el decreto y me haya matado? No tendrá nada más que un cuerpo vil y mortal, que está sujeto a la corrupción; pero en cuanto al alma, no la puede tocar, y cuando usted aparezca delante del juicio de Dios, sabrá qué me ha hecho” (Mateo 10.28).

Comisario: “Jacques, yo no deseo matarlo, Dios lo sabe. Me pesaría verlo sufrir en lo mínimo.”

Jacques: “Señor, eso se verá al final. ¿Por qué pues, derrama usted sangre inocente aquí cuando, como ya me dijo, ni entiende la fe? ¿Por qué, pues, no ordena que los que no pueden reconocer que su fe sea verdadera y buena, sean desterrados del país, reteniéndoles la vida y los bienes, como se hace en Alemania, y también en Oostland, países que no juzgan la palabra de Dios para derramar sangre?”

Después de muchas otras palabras, él me preguntó:

—¿Qué cree usted acerca del sacramento del altar?

Jacques: “¿Se refiere usted al partimiento del pan?”

Comisario: “Sí.”

Jacques: “Lo confieso y lo creo según lo ordenó Cristo, como lo

practicaron los apóstoles, y como se lo escribe Pablo a los corintios.” Comisario: “¿Cómo lo interpreta?” Jacques: “Como está escrito; no quiero comentar acerca de la

palabra de Dios.” Esto lo satisfizo, y él lo escribió en su papel. Comisario: “¿Qué piensa acerca de la misa, la confesión y la absolución del sacerdote?” Jacques: “En cuanto a la misa, no la conozco, ni la contienen

las escrituras; nunca he leído este nombre en la palabra de Dios.” Comisario: “¿Entonces qué escribo acerca de esto?” Jacques: “No sé. Lo que usted quiera, mi señor.” Comisario: “¿No va a confesar simplemente que cree en las

ordenanzas de la verdadera y Santa Iglesia, según la enseñanza de las escrituras y como lo debe creer todo buen cristiano?” Jacques: “Sí, mi señor, con todo mi corazón.” Él escribió todo esto. Comisario: “¿Quiénes fueron sus instructores en esta doctrina, y con quienes conversó al principio, y en cuál lugar?”

Jacques: “Hablé con muchos en Amberes. Platicamos acerca de las escrituras. Pero las instrucciones y fundaciones principales las leí en la santa palabra de Dios.” También esto lo apuntó.

Comisario: “Ahora, aquí hay otro punto importante: ¿Alguna vez ha sido usted ministro, diácono para los pobres, o exhortador, o ha tenido algún otro cargo en las asambleas de los hermanos?” Según lo que pude ver, así estaba escrito en su papel. Al principio no sabía qué quería decir al afirmar que este era un punto muy importante, por esto le contesté: “No; no me siento cualificado para eso, sino soy sólo un miembro humilde de la congregación.”

Comisario: “¿Nunca estuvo en una reunión antes de recibir

el bautismo?” Jacques: “Sí, como dos o tres veces por lo menos.” Comisario: “¿En cuál lugar, y en cuáles casas?” Jacques: “No sé de quiénes eran las casas.” Comisario: “Qué tipo de casas eran, ¿grandes o pequeñas?” Jacques: “Nosotros nos reunimos donde mejor se pueda, y

cuando el momento se preste. Recuerdo haber estado en casitas muy pobres, que más bien parecían establos en lugar de casas.” Él escribió todo esto en su papel.

Comisario: “¿Asistió usted las reuniones con los hermanos después que recibió el bautismo?”

Jacques: “Mi señor, esta pregunta se contesta sola; bien puede suponer que si estaba con ellos antes, seguí asistiendo las reuniones aun más después.”

Comisario: “¿Su esposa es de la misma doctrina que usted? ¿Ella fue rebautizada?”

Jacques: “Es suficiente contestar las preguntas acerca de mí mismo, sin tener que contestar las que se tratan de mi esposa. Si ella estuviera aquí, las contestaría por sí misma, pero como no está, le digo que la estimo como una mujer que teme al Señor.” Esto pareció satisfacerlo.

El sábado en la mañana, el ocho de enero del dicho año, 1558, fui llevado a la misma habitación, ante el inquisidor que había sido puesto por el rey de España, con todo poder para atar o desatar, soltar o ejecutar. Cuando entré ante él, lo saludé humildemente. Él también me saludó y me dijo:

—Jacques, estoy muy agradecido por una cosa que me lo dijo el procurador general: que usted está listo para confesar su maldad si se le puede convencer por las escrituras que ha quebrantado la ley de Dios y que está en error. ¿Todavía tiene la misma intención y acepta las escrituras?

Jacques: “Sí, y estoy listo para escuchar toda la buena instrucción según la palabra de Dios.” Él tenía la confesión que había hecho delante del comisario, y me preguntó:

—Todavía confiesa que Leenaert le bautizó?

Jacques: “Mi palabra no es sí y no, sino que sí, sí, y a como lo confesé, aún lo confieso abiertamente.”

Inquisidor: “¿No era suficiente el bautismo que recibió en la infancia, sin tener que recibir otro?”

Jacques: “No creo que el bautismo que recibí cuando era infante fuera según la Biblia y la ordenanza de Dios.”

Inquisidor: “Se lo voy a probar. ¿No cree que los niños nacen en pecado original?”

Jacques: “Es cierto que David dice que fue concebido en pecado, como lo son todos los infantes. Pero el pecado no les es imputado, ya que Cristo murió para quitar el pecado, como testifica Pablomuchas veces en sus epístolas.Y como por un hombre entró el pecado en el mundo, y la muerte por el pecado, así su gracia abunda por medio de Jesucristo” (Romanos 5.12, 15).

Inquisidor: “¿Cómo son purificados los infantes, si no es por el bautismo?”

Jacques: “Son purificados por la sangre de Cristo, ya que él es el Cordero que quita los pecados del mundo.”

Inquisidor: “¿Cómo son purificados del pecado original?”

Jacques: “Mi señor, ya se lo he dicho, es decir, por la sangre del cordero de Dios, quien murió por nosotros cuando todavía éramos enemigos e incrédulos.”

Inquisidor: “¿No crees que los infantes lleven su pecado desde Adán, hasta que sean purificados por el bautismo?”

Jacques: “Esto se me tiene que probar por medio de las escrituras. Yo creo la palabra del profeta que dijo: ‘El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo’” (Ezequiel 18.20).

Inquisidor: “Así no se debe entender, sino que el niño es impuro hasta que reciba el bautismo.”

Jacques: “¿Son purificados los infantes por la señal externa del agua?”

Inquisidor: “No; pero tienen que ser purificados con agua, y después con el Espíritu Santo.”

Jacques: “¿Cuál purificación viene primero, la externa o la interna?”

Inquisidor: “La externa. Y después de pronunciarse estas palabras: ‘En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo’, son purificados en el interior.”

Jacques: “Mi señor, usted dice esto sin el apoyo de la Biblia, pues Cristo dice que son hipócritas los que primero limpian lo de afuera; pues hay que primero limpiar lo que está por dentro, y lo de afuera también será limpio” (Mateo 23.25–26).

Inquisidor: “Usted está en error y no entiende las escrituras, y se ha dejado engañar por un par de vagabundos.”

Jacques: “Mi señor, no dependo de los hombres; y no se me ha dado el entenderlo de otra manera.Y los hombres no me pueden dar fe, pues está escrito por los profetas: ‘todos (…) serán enseñados por Jehová’ (Isaías 54.13) Y Jesucristo dice que ningún hombre puede venir a él si no le trae el Padre (Juan 6.44). Pero ahora, mi señor, pruébeme sólo con las escrituras que el bautismo de los infantes es plantío y ordenanza de Dios y que fue practicado por los apóstoles, y lo creeré.”

Inquisidor: “La ordenanza la dejó Jesucristo, cuando dijo: ‘El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios’” (Juan 3.5).

Jacques: “Cristo no está hablando a los infantes, sino a un doctor de la ley; ni tampoco habla de pequeños infantes recién nacidos, pues dice después en el mismo capítulo: ‘Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu’” (versículos 6–8).

Después que yo leí esto en su testamento alemán, impreso en Zurich, le dije:

—Mi señor, si el bautismo externo de infantes es el nuevo nacimiento, sabemos de donde viene, pues lo vemos con los ojos.

Inquisidor: “¿Cómo lo entiende usted, pues?”

Jacques: “Yo entiendo que es el nuevo nacimiento de aquel que estaba en el viejo Adán, en el cuerpo del pecado; que debemos quitarlo y crucificar el cuerpo de pecado, junto con sus pasiones y deseos, para poder nacer a una vida nueva, según el nuevo hombre, Cristo Jesús, como lo testifica ampliamente Pablo.”

Inquisidor: “Esto se refiere a los adultos; pero los niños que son impuros tienen que ser limpios por el agua para que obtengan la salvación.”

Jacques: “¿Qué cree usted acerca de los niños que no reciben el bautismo aquí, según esta fe a la que usted se adhiere, recibida del Papa?”

Inquisidor: “Que todos se van con el diablo.”

Jacques: “¡Ay!, mi señor. Está escrito: ‘Si juzgan, juzguen con justo juicio’. Y Cristo dice: ‘Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados’ (Mateo 7.2). Usted condena a los infantes inocentes, aun cuando Cristo dice que de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19.14).

Inquisidor: “Esos niños eran bautizados, o por lo menos habían recibido la circuncisión, que les sirvió en lugar del bautismo.”

Jacques: “La escritura no dice que fueron circuncidados, y usted no puede acertar si fueron niños judíos o gentiles.”

Inquisidor: “Los habitantes de Jerusalén y los alrededores eran todos judíos.”

Jacques: “Lucas dice otra cosa, diciendo (Hechos 2.5) que en Jerusalén, en Judea, había personas de todas las naciones bajo el cielo.”

Inquisidor: “¿No es una lástima que ustedes anden tan apartados de las escrituras? ¿Acaso no dice Pablo que Cristo limpió su iglesia por el lavamiento del agua?”

Jacques: “Pablo dice: ‘En el lavamiento del agua por la palabra’ (Efesios 5.26). Ahora pues, ¿se puede limpiar a un infante por medio de la palabra? ¿O solamente por el lavamiento del agua? Pues ellos no pueden creer la palabra.”

Inquisidor: “Entonces ellos están condenados, ya que no creen.”

Jacques: “No hable así; pues son inocentes y pobres en espíritu, y de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5.3).

Él volvió a decir:

—Primero ellos tienen que ser purificados por el bautismo del agua para poder obtener la salvación.

Jacques: El apóstol Pedro claramente enseña que de la manera que el arca de Noé preservó de la muerte y de la ira de Dios a los que habían abandonado la compañía de los inicuos y el mundo para entrar en ella, así nos salva el bautismo. Pero él no le da importancia al bautismo para quitar la inmundicia de la carne a no ser que haya testimonio de una buena conciencia delante de Dios. Yo no creo que los infantes tengan testimonio de una buena conciencia, ya que no conocen ni el bien ni el mal (1 Pedro 3.21).

Él no respondió nada, sino que me miró fijamente. Después de unos momentos dijo:

—¿Es Calvino el que escribe: ‘Testimonio de una buena conciencia’? Éstos son los falsos profetas que los engañan, pero el texto original no dice eso.”

Jacques: “No estoy preso por la doctrina de Calvino.”

Yo le pedí vez tras vez que me dejara leer exactamente cómo lo escribieron los apóstoles, sea en su testamento personal que tenía allí, o en su Biblia en latín, la cual era bien pequeña, traducida e impresa por Rombertus Stephanus, en París. Pero aunque le rogué, no me dejó leerlo. Por esto le dije:

—Mi señor, usted no debiera impedir que yo pruebe la palabra, ya que usted la acaba de contradecir.

Después de decirme otras cosas, él me dijo:

—Ya que usted no cree en los santos maestros, así como San Ambrosio y San Agustín (y un montón de otros santos que me mencionó) ni en las ordenanzas instituidas por la Santa Iglesia, ¿qué, pues, va a creer?”

Jacques: Creo solamente en la ordenanza de Cristo; o pruebe que los apóstoles bautizaron a infantes, y yo creeré.

Él intentó convencerme al hablarme de los casos donde toda la casa fue bautizada, en las cuales, dijo, bien pudiera haber habido infantes.Yo respondí que las escrituras no dicen que había infantes en esas casas, sino que claramente comprueban que los de la casa escucharon y creyeron la palabra. Así está escrito acerca del carcelero, y también de Cornelio el centurión y todos los que eran de su casa, quienes recibieron el Espíritu Santo al igual que los apóstoles; es decir, los que escucharon la palabra (Hechos 16.34; 10.45)

—Por esto, mi señor, no me puede comprobar que hubiera infantes allí.

Inquisidor: “No insistiré en que sí había infantes allí, o que no había infantes allí, ya que hay duda; pero usted debe creer lo que los padres y los doctores santos han ordenado en la Iglesia y lo que han practicado hasta ahora.”

Jacques: “¿Será que ellos instituyeron esta ordenanza con buena intención, o sea, que lo instituyeron porque era una ordenanza de Dios contenida en las escrituras?”

Inquisidor: “Ellos lo hicieron según la palabra de Dios, con buena intención.”

Jacques: “Mi señor, usted bien sabe que era muy prohibido para los israelitas hacer algo según su propia opinión; solamente podían hacer lo que Dios les mandaba (Deuteronomio 4.2). Pues Saúl fue rechazado por Dios, porque no había actuado según la palabra de Dios que le había sido mandada, sino que siguió su propia opinión” (1 Samuel 15.23).

Después de muchas otras palabras que nos intercambiamos, él se despedía, diciendo:

—Jacques, le ruego que considere bien este asunto, pues está en error y ha sido engañado.

Jacques: “No estoy ni en error ni he sido engañado, y ya he considerado el asunto. Usted no me puede probar por las escrituras que el bautismo de infantes es una ordenanza de Dios; por esto no lo creo.”

Inquisidor: “¿Por qué quiere que yo se lo pruebe, ya que usted no cree en los santos maestros de la Iglesia Católica ni en sus ordenanzas?”

Jacques: “Mi señor, está escrito: ‘Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada’” (Mateo 15.13). Después de muchas otras palabras se fue, diciéndome:

—Adiós, Jacques; considere bien el asunto y ore con diligencia al Señor. —También me despedí de él y le dije que yo siempre pensaba clamar y orarle al Señor por ayuda (Salmo 116.4).

Intercambiamos muchas otras palabras que no he escrito porque no las recuerdo bien y me dio fiebre. Se me olvidó escribir lo que él dijo tratando de comprobar que la circuncisión era una figura del bautismo, y que por eso el bautismo se tiene que usar de la misma manera. Le probé, por medio de las escrituras, que la circuncisión era una figura del pacto y sólo significaba que los niños eran parte del pacto y que a ellos les pertenecía la promesa (Génesis 17.11). Pero Pablo nos enseña que no es judío o hijo deAbraham el que lo es exteriormente, o según la carne, sino el que lo es en el corazón. Como dice Cristo, los que hacen las obras de Abraham son los hijos de Abraham, aunque sean gentiles según la carne (Romanos 2.28–29; Juan 8.39).Y yo le mostré que el bautismo simboliza la verdadera regeneración, tal como Cristo le mostró a Nicodemo. También significa que quita el hombre viejo, en vida nueva. Necesitamos ser regenerados. Donde no hay regeneración, no hay necesidad de una señal. Más bien, sería una burla de Dios (Juan 3.5; Romanos 6.4). Él me preguntó:

—Pues, ¿los infantes no deben tener parte en este sacramento?

Yo le dije que los sacramentos nos fueron dados para usarse en la santa iglesia para los que tienen oídos para oír y corazón para comprender y entender los sacramentos, y no para los infantes. Conversamos mucho más acerca de esto, y le mostré el abuso que ellos tienen en su bautismo, contrario a las escrituras. También hablamos acerca del bautismo que administran las parteras, que ellos lo ven como algo bueno, pero aun así rebautizan a los que ya lo recibieron.* Entonces le dije que ellos eran anabaptistas.

El lunes, el 10 de enero del mismo año, de nuevo me llevaron ante el mismo inquisidor quien, después de decirme varias palabras, me preguntó:

—¿Ya tomó una decisión acerca del bautismo?

Jacques: “No tengo nada más que decir que lo que ya le he dicho. Ya que usted no me puede probar con las escrituras que el bautismo de infantes es una ordenanza de Cristo, no puedo creer en ello, sino que me aferro al bautismo que Jesucristo ordenó y mandó a sus apóstoles.”

Inquisidor: “Esto le han enseñado los falsos profetas, de los cuales la escritura dice que vendrán, y que han salido de nosotros.”

Jacques: “Tales falsos profetas se conocerán por sus frutos, dice el Señor. Y acerca de su declaración que ellos salieron de ustedes, Pablo, cuando estuvo en Mileto, les mostró a los ancianos de Éfeso (Hechos 20.30) que de entre ellos y entre su rebaño se levantarían hombres perversos que enseñarían perversidades. ¿No es así, mi señor?”

Inquisidor: “Sí.”

Jacques: “¿No es entonces, mi señor, muy perverso y contrario el bautismo que ustedes practican, ya que Cristo mandó bautizar a los que creen y fueron instruidos y enseñados? Y los apóstoles bautizaron solamente a aquellos que recibieron la palabra; pero ustedes bautizan solamente a aquellos que no creen, y no pueden ser ni instruidos ni enseñados, ni reciben la palabra, ya que son infantes. Esto me parece muy contrario, como empezar la casa por el tejado.”

* Las parteras tenían autoridad de bautizar si miraban que el niño no tenía buena vitalidad al nacer. Esto era porque creían que un niño que muriera sin bautizarse iría directo al infierno.

Inquisidor: “Esto es porque usted está en herejía, hijo, y no cree a los santos maestros; ve como le va. Bueno, entonces hablemos de otro punto.” Él había visto y leído la confesión que leí delante del comisario, como dije antes; ahora me preguntó: “¿Qué cree acerca de la eucaristía?”

Jacques: “¿Qué es eso?”

Inquisidor: “El sacramento del altar.”

Jacques: “¿Se refiere usted a la cena del Señor o el partir del pan?”

Inquisidor: “Sí, es la misma cosa: la eucaristía, el sacramento

o la cena.”

Jacques: “Mi señor, no es el mismo nombre; pues mire cómo lo llamaron los apóstoles: Lucas dice que partieron el pan de casa en casa, no el cuerpo de Cristo” (Hechos 2.46).

Inquisidor: “Eso lo que dice Lucas en ese pasaje es la palabra de Dios que distribuyeron a todos.”

Jacques: “Mi señor, así dicen también David Joris y otros herejes que ya no parten el pan. Pero note que cuando Pablo estaba en Troas y se habían reunido de noche, y un joven cayó del piso superior, Lucas dice que Pablo continuó su mensaje hasta la medianoche, hasta que un joven se cayó por una ventana, y cuando hubieron subido, habiéndolo resucitado Pablo, partieron el pan y lo comieron. No comieron la palabra. Después de esto, Pablo habló con los discípulos hasta que rayara el alba, y se fue” (Hechos 20.7).

Cuando él oyó esto, me miró fijamente y no sabía qué decir. Me dijo:

—¿No cree que cuando el sacerdote pronuncia las palabras, nuestro Señor está en el pan, en carne y en sangre, igual a como los judíos la tenían y la crucificaron?

Esta pregunta me la hizo muchas veces y, como no quise disputar con él, le dije:

—Señor, si me lo puede probar por medio de las escrituras, lo creeré.

Él siguió urgiéndome diciendo:

—Diga que sí o no. ¿Que cree acerca de esto?

Jacques: “Lo que las escrituras testifican en cuanto a este asunto.”

Inquisidor: “Yo le pregunto si usted no cree que él esté en el

sacramento, en carne y en sangre, igualmente como estuvo en la cruz.” Yo vi que se estaba alterando un poco, y esperé un rato para

dar mi respuesta.

Inquisidor: “¿Qué dice, pues?”

Jacques: “Nada, señor.”

Inquisidor: “Yo sé que nada está diciendo, pero ¿por qué dura tanto en contestarme que sí o que no?”

Jacques: “Mi señor, está escrito: ‘Sea pronto para oír, tardo para hablar’” (Santiago 1.19).

Inquisidor: “Bueno pues, Jacques, diga que sí o que no; si usted cree que él está en el pan, en carne y sangre, diga que sí.”

Jacques: “Mi señor, si yo quisiera decirle que sí, ¿cómo podría yo probarle por medio de las escrituras que él esté allí en carne y sangre después que el sacerdote pronuncia las palabras? Nunca lo he leído en las escrituras, y como no puedo probárselo, no le puedo decir que sí.”

Inquisidor: “Entonces no cree en ello, ¿oigo bien que no?”

Jacques: “No creo nada más que lo que las escrituras testifican, y ¿cómo estaría él en el pan, mi señor? Ya que está escrito que él ascendió al cielo y se sentó a la diestra de su Padre, hasta que haya puesto a sus enemigos bajo sus pies” (Marcos 16.19).

Inquisidor: “¿No cree que él pudiera estar a la diestra del Padre y a la misma vez estar en el pan?”

Jacques: “Yo creo que él es todopoderoso; pero no puede contradecir su propia palabra. Pues él es verdadero, y solamente él es la verdad misma” (Juan 14.6).

Inquisidor: “¿Creerá entonces esta escritura: ‘Tomad, comed, esto es mi cuerpo que fue entregado por vosotros’? ¿No cree que sea su cuerpo?”

Jacques: “¿Cuál cree que fue su cuerpo: el que fue entregado para sufrir por nosotros y se sentó a la mesa y habló, o lo que él sostuvo en la mano, ese pan? ¿Será que el pan fue entregado por nosotros y murió en la cruz por nuestros pecados? ¿No representaba el pan su cuerpo?”

Inquisidor: “Los dos.”

Jacques: “Nunca he leído que había dos Cristos, sino que sólo un Hijo de Dios.” Esto se lo había dicho antes muchas veces.

Inquisidor: “Estos dos son uno; y el vino también es su sangre después que el sacerdote pronuncia las palabras.”

Jacques: “¿Será que el vino llega a ser su sangre después que la palabra ha sido pronunciada? ¿Y para siempre se mantiene sangre y no vino?”

Inquisidor: “Después que las palabras han sido pronunciadas, el pan es su verdadera carne y el vino es la verdadera sangre de Cristo, y ellos siempre serán carne y sangre.”

Jacques: “¿Qué quería decir Cristo cuando les dijo a los discípulos: ‘Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid’? (Mateo 26.28–29). Mi señor, Cristo lo llama su sangre del nuevo pacto. Con todo, les declara a los apóstoles que todavía es el fruto de la vid. ¿No ve que lo llama así aun después que había dicho que es su sangre?”

Inquisidor: “¿Dónde se halla escrito esto?”

Entonces tomé el testamento alemán que tenía delante de él y le leí el pasaje. Después que se lo había enseñado y leído, me dijo:

—Usted no debe gobernarse según su propio entendimiento, sino según la exposición de los santos maestros, así como San Agustín, Ambrosio y otros de la Iglesia anciana.”

Jacques: “Estoy bien satisfecho con la exposición de Pablo, sin tener que buscar muchas otras exposiciones.”

Inquisidor: “¿Dónde habla Pablo acerca del sacramento del altar?”

Jacques: “Pablo les indicó a los corintios qué es la cena del Señor y el partir del pan.”

Inquisidor: “Muéstremelo.” Todavía tenía su testamento, y le leí el décimo capítulo de la primera epístola a los corintios, donde dice Pablo: “Como a sensatos os hablo; juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” (versículos 15–16).

Apenas había leído esto cuando me respondió rápidamente:

—Esto va en contra suyo, pues el apóstol claramente prueba que hay carne y sangre en el pan y el vino, y que somos partícipes del cuerpo de Cristo.

Jacques: “Mi señor, si me permite, leeré un poco más y verá que Pablo no está hablando del cuerpo de Cristo en carne y sangre que fue colgado en la cruz, sino que está hablando de su iglesia, que es su

cuerpo, pues cuando dice que tenemos comunión y somos partícipes del cuerpo de Cristo, él dice: ‘Nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan’” (versículo 17). Inquisidor: “El apóstol aquí habla de otro cuerpo, su iglesia.”

Jacques: “Yo no veo que Pablo haya hecho alguna distinción entre los dos cuerpos, sino que habla de solamente un cuerpo de Cristo.”

Inquisidor: “¿Qué cree acerca de comer su cuerpo y beber su sangre?”

Jacques: “Lo que Pablo indica, que es la comunión o la participación en el cuerpo de Cristo.”

Inquisidor: “Mi hijo, ¡cuán engañado está usted! ¿Cree que por la comunión llega a ser partícipe en el cuerpo y en la sangre de Cristo, sin comer y beber de él?”

Jacques: “Mi señor, no estoy engañado, sino que mi fundamento está en la palabra de Dios.”

Inquisidor: “¿Entonces qué cree acerca de esta comunión?”

Jacques: “El apóstol nos dice en el mismo capítulo: ‘Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no son partícipes del altar?’ (versículo 18). He aquí, mi señor, aquí está el símil con el cual Pablo lo indica a los corintios; ¿no lo entiende así usted, señor?”

Inquisidor: “Sí.”

Jacques: “Señor, yo no creo que usted piense que los que participaron del altar verdaderamente comieran el altar, sino que solamente comieron los sacrificios que estaban en él.”

Inquisidor: “¿Acaso no cree que lo mismo rige con el sacramento?”

Jacques: “Mi señor, me parece que cuando comemos el pan, mostramos por eso que formamos parte del cuerpo de Cristo. Con todo, solamente comemos el pan y no a Cristo. De la misma manera, los israelitas no comieron el altar, sino solamente los sacrificios. Sin embargo, al comer de los sacrificios, eran partícipes del altar.”

Él me miró fijamente y me dijo:

—¡Qué error! ¿Y no cree que al comer el pan consagrado comemos el cuerpo de Cristo?”

Jacques: “Pablo no lo enseña ni lo entiendo así.”

Inquisidor: “Es triste ver que ustedes no creen en la palabra de Dios que dice: ‘Esto es mi cuerpo; esto es mi sangre; haced esto en memoria de mí’.”

Jacques: “Yo creo en la palabra de Dios; Cristo claramente indica que él ya no estaría presente en la carne, ya que él nos dijo que lo debíamos hacer en memoria de él. Pablo también dice: ‘Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga’ (1 Corintios 11.26). Por esto sabemos que no está aquí en cuerpo en cuanto vemos que aún no ha llegado.”

Inquisidor: “Él ciertamente está presente en cuerpo, según la palabra de Cristo, y todos los santos maestros lo enseñaron así.”

Jacques: “Yo estimo más a Pablo que a todos los otros maestros, y me adhiero solamente a la exposición de Pablo.”

Inquisidor: “Debe creer también a los santos maestros y a la Iglesia Católica.”

Jacques: “Yo creo en las santas escrituras, y solamente en la palabra de Dios.”

Inquisidor: “Si usted cree en la palabra de Dios, también tiene que creer que (cuando el pan es consagrado y las palabras han sido pronunciadas) el que lo recibe en el cuerpo, recibe el cuerpo y la sangre de Cristo, ya que Cristo lo dice y él no miente, sino que dice la verdad.”

Jacques: “Yo verdaderamente sé que Cristo dice la verdad, pero tenemos que entender su manera de hablar cuando dice: ‘Yo soy el pan vivo que descendió del cielo (...); y el pan que yo daré es mi carne’ (Juan 6.51). ¿Lo cree usted?”

Inquisidor: “No. ¿Lo cree usted?”

Jacques: “No se lo voy a decir, ni vamos a seguir disputando acerca de esto, pues usted dice que tenemos que creer lo que dice Cristo; he aquí, él dice: ‘Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador’ (Juan 15.1). Pablo también dice que la roca de la cual tomaron los hijos de Israel fue Cristo” (1 Corintios 10.4).

Inquisidor: “No, no, estas palabras no se deben creer así, sino que solamente son símbolos de Cristo.”

Jacques: “Así también lo es esta expresión.”

Inquisidor: “Pero éste es un sacramento que nos fue dejado como un recuerdo del cuerpo de Cristo.”

Jacques: “Mi señor, considera a Israel según la carne; el cordero que comieron se llamó la Pascua. Era un recuerdo perpetuo de que por la mano poderosa de Dios habían salido de Egipto, de la casa de esclavitud. Así también el pan que partimos es un recuerdo de Cristo quien nos ha redimido del pecado y de la muerte eterna, librándonos de la esclavitud de Satanás y del enemigo.”

Inquisidor: “Sí, según las opiniones de Calvino y Zwinglio y tales herejes que han introducido doctrinas nuevas; pero nosotros hemos andado en esta fe por más de mil cuatrocientos años. ¿Por qué, pues, no nos cree?”

Jacques: “Mi señor, ¿debería yo creerlo por la cantidad de tiempo? Había muchos herejes, así como los saduceos, los nicolaitas, los gentiles y muchos otros que erraron por aun más tiempo. Vuelva solamente a las escrituras, según el ejemplo del buen rey Josías” (2 Reyes 22.11).

Inquisidor: “¿Así lo cree usted, mi hijo? No, no.”

Jacques: “Mi señor, así le dijeron a Jeremías cuando no andaban por el camino bueno (Jeremías 18.18). También usted sabe bien cómo los israelitas abusaron de la gracia de Dios, haciendo un becerro de oro que adoraron, diciendo: ‘Estos son tus dioses que te sacaron de la tierra de Egipto’ (Éxodo 32.4). Esto es lo que su gente dice del pan. Es Cristo que ha muerto por nosotros.”

Él se enojó y me preguntó:

—¿Somos acaso idólatras porque adoramos a Cristo?

Jacques: “Si él está en el pan, no; pero si no está allí, ¿qué más serán?”

Inquisidor: “¿Qué, pues, cree usted acerca de esto? Solamente diga una palabra, sí o no.”

Jacques: “Mi señor, usted ha oído que yo creo que él se sienta a la diestra de su Padre en el cielo.”

Inquisidor: “Pero, ¿en el pan?”

Jacques: “Mi señor, yo le he dicho que creo acerca de esto según el testimonio de Pablo.”

Inquisidor: “¿Entonces usted no cree, pienso, que la carne santa de Cristo se tome como un sacramento?”

Jacques: “¿Acaso todos los que reciben el pan reciben también el cuerpo de Cristo?”

Inquisidor: “Sí, completamente, quienquiera que sea.”

Jacques: “Si lo recibe un ladrón, homicida, villano, o alguna otra persona que está llena de traición, engaño e iniquidad, y que no siente ninguna pena ni tristeza por sus malas obras, y aún piensa seguir en una vida tan inicua, ¿recibe el cuerpo y la sangre de Cristo el tal?”

Inquisidor: “Aunque sea el hombre más malo del mundo, aunque sea turco o pagano, si llega a tomar del sacramento, recibirá el cuerpo y la sangre de Cristo, al igual que cualquier otra persona, aun si fuera una bestia.”

Jacques: “¿Cómo, mi señor, pudiera ser posible que los incrédulos, los injustos, los viles a los cuales les es prometida la condena eterna, reciban el cuerpo y la sangre de Cristo? Esto daría a entender, contrario a toda la escritura, Dios quiera o no quiera, que ellos tienen vida eterna, y las bestias al igual que los humanos, pues el Señor prometió que cualquiera que come su carne y bebe su sangre tiene vida eterna. Así los impíos tendrían parte en el cuerpo de Cristo y de Belial, de luz y de oscuridad, y esto es imposible, como dice Pablo” (Juan 6.54; 2 Corintios 6.15).

Inquisidor: “¿Cómo? ¿No entiende usted lo que Pablo dice, que el que come de este cuerpo recibe su juicio?”

Jacques: “Cuidado, mi señor, no quebrante las escrituras, pues Pablo dice este pan, y no dice este cuerpo” (1 Corintios 11.27).

Inquisidor: “Bueno, entonces cualquiera que come de este cuerpo o de este pan, y bebe de esta copa indignamente, recibe condena sobre sí mismo.”

Jacques: “Mi señor, el que recibe su juicio esta lejos de recibir el cuerpo de Cristo, sino que es la sentencia de su muerte que recibe.”

Inquisidor: “Entonces usted ciertamente cree las palabras de Jesucristo: ‘El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna’ (Juan 6.54). Por esto usted ciertamente debe creer que podemos comer y beber de él como él dice.”

Jacques: “Yo creo las palabras de Jesucristo, pero no de la misma manera que los judíos las creyeron. Ellos se ofendieron y dijeron: ‘¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?’ Aun sus discípulos se lo dijeron.”

Inquisidor: “Lo dijeron porque no lo entendieron bien.”

Jacques: “Esto lo creo; pues si lo hubieran entendido bien, no lo habrían dicho y sus discípulos no lo habrían abandonado por estas palabras como lo hicieron.”

Inquisidor: “Entienda bien, mi hijo, esto es porque ellos entendieron que su carne tenía que ser asada o cocinada al igual que otra carne; pero él estaba hablando acerca de comer el sacramento, porque si no, el comer no hubiera ayudado nada. ¿Pero no cree usted que nosotros comemos de su carne sacramentalmente, un sacramento que nos dejó en forma de pan y vino, sustancias en las cuales se transforma a sí mismo?”

Jacques: “Entonces él dejó atrás cosas que no sirven para nada.”

Inquisidor: “¿Cómo es eso?”

Jacques: “Por esta razón, mi señor: cuando sus discípulos lo entendieron tan mal, al igual que usted y otros, él les dijo que la carne para nada aprovecha, sino el espíritu es el que da vida; las palabras que yo os he hablado, dijo él, son espíritu y son vida (Juan 6.63). Entonces, ¿qué provecho nos es comer de su carne?”

Inquisidor: “Esto es porque no lo entendieron bien, como ya le he dicho.”

Jacques: “Mi señor, yo verdaderamente creo que si lo hubieran entendido bien, no habría sido necesario que él les indicara que aludía a su palabra.”

Inquisidor: “¿Cómo sabe usted que él hablaba de su palabra?”

Jacques: “Mi señor, yo sé que era de su palabra, porque está escrito que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, que nos vivifica en Dios para la vida eterna” (Mateo 4.4).

Inquisidor: “¡Cómo esos engañadores le instruyeron en sus doctrinas!”

Jacques: “Mi fundamento no descansa sobre hombre, sino sobre la palabra de Dios.”

Inquisidor: “¿Por qué, pues, no va a creer, como su madre la Santa Iglesia, que después que se pronuncian las palabras, el pan y el vino se cambian?”

Jacques: “Mi señor, ya le he dicho que es porque no hay nada así escrito en las escrituras, pues ni el pan ni el vino fueron cambiados.”

Inquisidor: “Ciertamente fueron cambiados.”

Jacques: “Mi señor, yo se lo he probado que él todavía lo llamó fruto de la vid aun después que las palabras fueron pronunciadas.”

Inquisidor: “¿No cree usted, Jacques, que Jesucristo sea todopoderoso, y que él tenía el poder para darles de beber de su sangre a los discípulos?”

Jacques: “Yo sé, mi señor, que él es todopoderoso y que él tenía el poder para hacerlo. Y aunque lo hubiera hecho, mi señor, ¿ha prometido que ustedes también hagan tales milagros?”

Inquisidor: “Pero, ¿no es posible que Cristo nos deje esto en el sacramento como un testamento?”

Jacques: “Sí, mi señor, si lo hubiera dicho; pues él tiene poder sobre los vientos y los demonios. Él puede cambiar agua en vino y hacerse invisible (Mateo 8.26; Juan 2.9; Lucas 4.30). En pocas palabras, yo creo que él es todopoderoso, pero el hombre pecador no tiene ese poder.”

Inquisidor: “¿Dice usted que no? ¿Y si pronuncia las mismas palabras de Cristo?”

Jacques: “El poder no está en las palabras; pues entonces sería lo mismo que la brujería.Y si cualquiera le dijera a un enfermo: ‘Sé sano’ de la misma manera que Cristo lo dijo, esto no lo sanaría.”

Inquisidor: “¿Entonces no cree que Jesucristo esté en el pan?”

Jacques: “Mi señor, yo creo que usted ha oído mi resolución con relación a lo que creo acerca de esto. Cristo dijo que debemos hacerlo en memoria de él: ahora, si él estuviera presente, ¿cómo se podría hacer en memoria de él?”

Inquisidor: “Cómo lo han engañado esos villanos, Zwinglio y Calvino, esos profanadores del sacramento que pervierten toda la escritura y la tuercen para que diga lo contrario.”

Jacques: “Mi fe no está fundada sobre la doctrina de Calvino ni de Zwinglio.”

Inquisidor: “¿Sobre qué, pues?”

Jacques: “Sobre la palabra de Dios y la fundación de los apóstoles.”

Inquisidor: “¿Cómo? Usted no cree en la palabra de Dios.”

Jacques: “Mi señor, ¿cómo no voy a creer en la palabra de Dios? Por esta misma palabra estoy preso y estoy aquí frente a usted en cadenas como testigo de ella.”

Inquisidor: “Mi hijo, es por la palabra de Satanás y no la de Dios.”

Jacques: “Mi señor, tenga cuidado de lo que dice, no sea que blasfeme, pues yo no he citado la palabra de Satanás para mi doctrina y mi fe, sino la pura palabra de Dios. Pero usted me refiere palabras y exposiciones de hombres.”

Inquisidor: “Son las palabras de los santos maestros de la Iglesia, a quienes usted rechaza; he aquí el motivo de su error.”

Jacques: “No las rechazo, sino que las dejo a un lado, pues yo hallo suficiente material en la Biblia para poner un buen fundamento, agua suficiente para beber en la fuente pura, sin recurrir a los ríos y pozos, los cuales en su mayoría son muy sucios y puercos.”

Inquisidor: “Bueno, esto no nos trae más cerca que antes; ya es tarde. Como usted no cree lo que nuestra madre, la Santa Iglesia, le manda, debe pensar y considerarlo bien. Está en tal error que si usted muriera en este estado, estaría condenado con todos los demonios a las profundidades del infierno.”

Jacques: “Mi señor, está escrito que el juicio le pertenece sólo a Dios. ¿Cómo, pues, le quita el lugar a Dios? Dios me juzgará.”

Inquisidor: “Jacques, esto está claro, pues usted no cree, y el que no cree está condenado, dice Cristo” (Marcos 16.16).

Jacques: “Está escrito: ‘No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con un justo juicio’ (Juan 7.24). Si yo no lo creyera, no usaría la palabra de Dios para defenderme.”

Inquisidor: “Todos los herejes lo hacen. Bueno pues, ore fervientemente a Dios que pueda volver a la Iglesia Santa.”

Jacques: “Yo confío que por la gracia de Dios he llegado a ser miembro de la iglesia verdadera y santa que ha sido limpiada y comprada con la sangre de Jesucristo.”

Después se levantó y me dijo:

—Adiós, Jacques. Procure llegar a una buena conclusión; pues el tiempo que le queda es corto. Considere bien el asunto.

También me despedí de él y le dije que yo estaba siempre dispuesto a seguir lo mejor, lo que se me demostrara por medio de la palabra santa y por ninguna otra cosa.

Hablamos mucho más sobre este mismo tema, por el espacio de como dos horas; pero lo he olvidado. Él escuchaba atentamente y no se enojaba fácilmente; a veces hablábamos en flamenco y a veces en francés; pero yo hablé más en flamenco porque había unos oyentes por la puerta.

Aquí hay dos artículos por los cuales fui más atormentado. Cada vez que volvía, me traía una escritura ambigua con la cual trataba de atraparme. Pero, gracias a Dios, siempre salí victorioso. He aparecido ante ellos como dieciocho o veinte veces, y si yo escribiera todos los discursos que tuve con ellos en cuanto a estos dos artículos, necesitaría una resma de papel; tantas fueron las comparaciones y símiles antibíblicas que me presentaron, pero yo siempre los refería a las escrituras. Si hallan algo en mis himnos que no concuerda con mis escritos, no necesitan sorprenderse; pues aunque escribiera mucho, no podría escribir todo lo que se habló entre nosotros. Así me atormentaron.

El viernes en la tarde, el catorce de enero del 1558, otra vez me llevaron ante el inquisidor. Yo aparecí ante él y me saludó alegremente; parecía que el vino lo había alegrado. No trajo ningún libro esta vez. Después de intercambiar algunas palabras, él me dijo:

—Jacques, he venido aquí simplemente para darme cuenta de cuál sea su decisión. No volveré a disputar más acerca de los artículos de la fe, como la misa, la confesión, las indulgencias, el purgatorio y la oración a los santos, ni ninguna otra ordenanza de nuestra madre, la Santa Iglesia.

Jacques: “Mi señor, estoy muy contento, pues no busco disputar, sino solamente deseo creer lo que debemos creer en cuanto a los artículos de la fe.”

Inquisidor: “De acuerdo. No debemos disputar, pues Pablo dice: ‘Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo” (Tito 3.10).

Jacques: “Mi señor, ¿cómo me puede corregir por ser hereje ya que no me ha declarado culpable de herejía?”

Inquisidor: “¿No? ¿No es cierto es usted hereje, porque contradice la fe cristiana?”

Jacques: “Yo no contradigo la fe, pues mi propósito en la vida es apoyarla. Lo que sucede es que usted y yo no entendemos igualmente las escrituras, y nadie puede juzgar cuál es la manera correcta a no ser que sea espiritual, lleno del Espíritu de Dios” (1 Corintios 2.15).

Entonces, riéndose, me pregunto:

—¿Acaso tiene usted el Espíritu de Dios?

Jacques: “Mi señor, usted no debe preguntarme esto en burla; pues no me estoy jactando. Sin embargo, confío por la gracia de Dios que no soy guiado por el espíritu de Satanás.”

Inquisidor: “No obstante, usted está engañado y en error, y Pablo dice que a los tales hay que desechar después de una y otra amonestación.”

Jacques: “Ya que ustedes nos tienen como herejes, Dios quiera que obedezcan el consejo de Pablo: evítennos, apártense de nosotros, no nos persigan hasta la muerte ni derramen nuestra sangre en cada esquina.”

Inquisidor: “Jacques, Dios sabe que yo no busco su muerte.”

Jacques: “Mi señor, mi Dios bien lo sabe, y se verá al final.”

Inquisidor: “Sí, solamente podemos hacer lo que se nos ha mandado hacer.”

Jacques: “¿Por quién?, mi señor, ¿por Dios, o por los hombres?”

Inquisidor: “Dios nos manda guardarnos de los falsos profetas.”

Jacques: “Es cierto, mi señor, que Cristo nos amonesta tener cuidado de los falsos profetas, pero nos da una señal por la cual podemos conocerlos. Es igual al árbol; se conoce por sus frutos. ¿Qué frutos ha visto en nosotros para que digan que somos falsos profetas?”

Inquisidor: “Cada día se ven suficientes.”

Jacques: “¿En qué?”

Inquisidor: “Tienen una doctrina falsa que extravía a las personas y las lleva a la condenación.”

Jacques: “Mi señor, que nuestra doctrina sea falsa es nada más su opinión; sin embargo, no pueden saber si somos falsos profetas sin observar el fruto de nuestras obras, pues Cristo dice: ‘Por sus frutos los conoceréis’ (Mateo 7.16). No dice que se conocen por su fe.”

Inquisidor: “Ustedes se justifican por obras.”

Jacques: “No; pero es imposible recoger uvas en los espinos e higos en los abrojos. Un árbol malo no puede echar fruto bueno, según el testimonio del Señor.”

Inquisidor: “Bueno, Jacques, como le dije, no he venido para disputar, sino para oír su decisión.”

Jacques: “Tampoco yo quiero disputar, pero le quiero responder que usted nos acusa falsamente de herejía y engaño.”

Inquisidor: “Bueno, dejemos eso. ¿A qué conclusión ha llegado en cuanto a su confesión? ¿Todavía se atiene a las doctrinas que confesó delante del comisario?”

Jacques: “Sí.”

Inquisidor: “¿Entonces no se dejará instruir?”

Jacques: “No busco nada más que seguir lo mejor, lo más justo y lo más virtuoso. Yo no soy obstinado en mi fe; si conociera una mejor manera de llegar a la vida eterna que la que tengo, la aceptaría.”

Inquisidor: “Bueno, entonces, ¿qué cree usted acerca del bautismo y del sacramento, de los cuales hablamos?”

Jacques: “Mi señor, voy a creer solamente lo que se me puede comprobar por medio de las escrituras, y nada más.”

Inquisidor: “Entonces usted no cree en los santos maestros de la Iglesia Católica, ¿lo oigo correctamente?”

Jacques: “Creo solamente en las escrituras.”

Inquisidor: “Por esta razón está en la herejía, porque cree más en sí mismo que en los santos maestros.”

Jacques: “No me glorío, sino en la cruz de Cristo; pero no me apoyaré en ningún hombre, pues está escrito: ‘Maldito el varón que confía en el hombre’” (Jeremías 17.5).

Inquisidor: “Yo eso lo sé, pero usted tampoco cree en la palabra de Dios.”

Jacques: “Mi señor, no diga eso, pues no es cierto.”

Inquisidor: “¿No? Si nuestro Señor, al tomar el pan, dice: ‘Éste es mi cuerpo’, y al tomar la copa dice: ‘Ésta es mi sangre’, ¿por qué no lo cree? ¿Por qué lo duda?”

Jacques: “Mi señor, yo creo en las palabras de Cristo y no tengo dudas acerca de ellas.”

Inquisidor: “Sí, según su propia opinión, y con un significado diferente.”

Jacques: “Mi señor, espero que lo entienda de la misma manera que los apóstoles lo entendieron, tal como Pablo lo explica” (1 Corintios 10).

Inquisidor: “Así usted afirma.”

Hablamos mucho más acerca de este artículo, y también del bautismo, y después acerca del purgatorio y el decreto; hablamos como por una hora y media. Después me dejó, mostrándose muy tranquilo y amigable, pero no sé si de verdad lo sentía en el corazón.

El 20 de enero del mismo año, me trajeron de nuevo delante del mismo inquisidor. Me preguntó:

—¿A qué conclusión ha llegado acerca de lo que hablamos, lo del bautismo y del sacramento? ¿Qué cree usted acerca de esto?

Jacques: “No tengo nada más que decirle, pues ya se lo dije antes.”

Inquisidor: “¿Entonces lo que oigo es que se mantiene obstinado y rebelde?”

Jacques: “Mi señor, no me gustaría ser rebelde en contra de mi propia conciencia. No me puede probar por medio de las escrituras lo que cree, a saber, que el bautismo de infantes es una ordenanza de Dios y una costumbre apostólica. Tampoco puede probar que el pan y el vino literalmente se hacen carne y sangre cuando el sacerdote pronuncia las palabras sobre el pan. Todo esto me parece brujería y no lo puedo entender así.”

Inquisidor: “Usted no puede dudar que el cambio del pan sucede por el poder de Dios, pues se lo he probado por las escrituras de Dios; pero usted no lo quiere creer.”

Jacques: “Mi señor, no diga eso; pues si me lo hubiera probado por las escrituras, lo habría creído con gozo, pues mi salvación se encuentra en la santa palabra de Dios.”

Inquisidor: “Yo le he referido la palabra de Dios; pero usted no cree en nada menos que sus creencias y opiniones fanáticas.”

Jacques: “Mi señor, le ruego que no piense así; si yo lo entendiera de otra forma, no querría resistir la palabra de Dios en contra de mi consciencia. Pues, pensando en mi estado actual, es decir, estoy preso y la muerte me acecha de un día para otro, sería el hombre más miserable y desafortunado que ha vivido sobre la tierra si yo voluntaria y deliberadamente escogiera el dolor y el sufrimiento, solamente para obtener la condenación eterna.”

Inquisidor: “Sí, mi hijo, cuídese de lo que hace; pues si muere en esta fe y doctrina que cree, está condenado con todos los demonios.”

Jacques: “Oh, mi señor, ¿cómo puede hablar así? Está escrito: ‘No juzguéis, para que no seáis juzgados; porque con el juicio con que juzgáis’, dice el Señor, ‘seréis juzgados’” (Mateo 7.1–2).

Inquisidor: “Yo lo juzgo según la verdad.”

Jacques: “Mi señor, no diga eso, pues usted no sabe lo que juzga.”

Inquisidor: “Sí sé lo que juzgo.” Tomó un tintero que estaba sobre la mesa, y me dijo:

—Estoy seguro, como que yo sostengo este tintero, que si usted persiste en esta doctrina y muere en ella, nunca verá la faz de Dios, sino que será eternamente condenado.

Jacques: “Mi señor, no me juzgue así; pues usted le está quitando el lugar a Dios, le está robando su honor, pues el juicio le pertenece a él solamente.”

Inquisidor: “¿Cree usted que yo no sé lo que digo? ¿No sabe que yo puedo ver que usted anda en error? Ningún hereje entrará en el paraíso.”

Jacques: “Mi señor, usted cree que nosotros estamos en error, pero lo que ustedes creen acerca de nosotros, eso mismo creemos nosotros acerca de ustedes.”

Inquisidor: “Es fácil saber por medio de la palabra de Dios quien está en error y en herejía.”

Jacques: “Verdad. Es fácil saber para aquellos a quien el Señor les ha dado la gracia y la sabiduría. Y por esta razón le pido, mi señor, que no se ofenda si le hablo claramente y le abro el corazón a usted.”

Inquisidor: “No me ofendo.”

Jacques: “Mi señor, ustedes creen que somos falsos profetas y engañadores, pero así creemos que lo son ustedes; ustedes creen que erramos, pero así creemos que ustedes yerran; ustedes creen que nosotros engañamos a la gente, pero así creemos que ustedes la engañan. Por eso no nos aferramos a nuestra vida, sino que dejamos todo lo que tenemos en este mundo para mostrarles la verdad a ustedes y sellar con nuestra sangre la fe que tenemos en Dios.”

Inquisidor: “Sin embargo, todo esto nada más los condena.”

Jacques: “Si fuera cierto que todo esto nos condena, seríamos los más dignos de conmiseración bajo el cielo (1 Corintios 15.19); pues somos rechazados y desechados, somos una abominación para el mundo (1 Corintios 4.9). Huimos de un lugar para otro, sufrimos continuamente en la carne, no tenemos descanso. Y, según lo que usted me dice, también sufriremos después de esta vida. No, no, mi señor, nosotros tenemos otra promesa y testimonio muy distinto en la palabra de Dios.”

Inquisidor: “Es que están engañados; pero esto no les ayudará en nada.”

Jacques: “¿Dónde, pues, están los que siguen a su Maestro para alcanzar la vida eterna en medio de sufrimiento y aflicción, siendo odiados por causa de su nombre, como dijo Cristo?” (Mateo 10.22).

Inquisidor: “Esto fue escrito a los apóstoles solamente.”

Jacques: “¿Por qué, entonces, dice Pablo que todos los que viven una vida piadosa sufrirán persecución? (2 Timoteo 3.12) Y el profeta dice que las aflicciones del justo son muchas, pero el Señor lo libra de todo mal” (Salmo 34.19).

Inquisidor: “Esto significa que el diablo siempre les afligirá y les tentará bastante.”

Jacques: “Pablo habla de la persecución y no de la tentación. Tampoco creo que Cristo hablara de la tentación cuando dijo que en sus sinagogas os azotarán y os perseguirán hasta la muerte, y pensarán que rinden servicio a Dios; su padre, su madre y sus amigos os aborrecerán y hasta matarán a algunos de vosotros” (Mateo 10.17, 21; Juan 16.2).

Inquisidor: “Esto fue escrito solamente a los apóstoles.”

Jacques: “¿No hablaba Cristo de todos los que creen en su nombre?”

Inquisidor: “Él hablaba solamente acerca de los apóstoles que sufrirían cuando iban de lugar en lugar, proclamando el evangelio; pero después ya no los iban a perseguir.”

Jacques: “¿Por qué será que las iglesias sufrieron tanta persecución tan cruel? No eran apóstoles.”

Inquisidor: “¿Cómo dice?”

Jacques: “De la forma que Lucas lo relata en Hechos 17.13, y Pablo en 1 Tesalonicenses 2.14. Usted mismo sabe, mi señor, lo que escribió Eusebio, uno de los maestros ancianos, en el capítulo ocho de su cuarto libro. Al escribir acerca de los sufrimientos y desprecios enfrentados por la iglesia primitiva, ¿no dice él que la gente los tenía por ladrones, homicidas, infanticidas y abominables, y aun decía que cometían incesto con sus madres y hermanas, que derramaban sangre humana en sus cultos de adoración, y que sacrificaban a los niños a los ídolos? También los tenían por personas sediciosas, villanos condenados y enemigos de Dios y de cada criatura, y por el mundo fueron culpados de aun muchas otras iniquidades. ¿No es así, mi señor? También los escritores de la antigüedad, Cipriano y Tertuliano, escribieron acerca de esto.”

Inquisidor: “Así es; todo esto es cierto. Pero lo hicieron aquellos que no tenían ningún conocimiento del evangelio.”

Jacques: “De verdad creo que si hubieran creído en el evangelio, no los habrían perseguido ni los habrían calumniado de esa forma. Pero siempre ha sido así, pues precisamente los que dicen tener la palabra de Dios son los que persiguen a las personas que verdaderamente buscan a Dios para servirle de todo corazón. Esto lo vemos también en Israel; los que debían confirmar el honor y la ley de Dios mataban a los profetas que fueron enviados a ellos, y a los que conocían a Dios con un corazón puro” (Jeremías 18.18).

Inquisidor: “Por esta razón los inicuos siempre están entre los buenos y el tamo sigue con el grano bueno hasta el final.”

Hablamos mucho más acerca de este asunto. Al final me preguntó si había tomado una decisión con relación al bautismo y el sacramento. Le respondí de la misma manera en que le había respondido las otras veces. Entonces me dejó, rogándome que le pidiera entendimiento a Dios para que volviera, como dijo él, a la Santa Iglesia Católica.

El 27 de enero del año ya mencionado, me llevaron de nuevo ante el mismo inquisidor. Después de decir unas pocas palabras, me preguntó a qué conclusión había llegado en cuanto a lo que me había dicho, con relación al bautismo y el sacramento. Yo le respondí de la misma manera en que le había respondido las otras veces, que yo no conocía una manera mejor que solamente adherirme a mi primera confesión, ya que no podía hallar en las escrituras las cosas que me mostraba y me obligaba a creer.

Inquisidor: “¿Entonces se mantendrá obstinado, y rehusará creer de otra manera?”

Jacques: “No soy obstinado, sino que no hallo en las escrituras lo que usted me obliga a creer.”

Inquisidor: “¿No halla en las escrituras lo que debe creer acerca del sacramento?”

Jacques: “Sí, pero no de la manera que usted lo cree; pues no lo puedo entender así.”

Inquisidor: “La razón es que usted no quiere entenderlo.”

Jacques: “¿Cómo puede decir usted que yo intencionalmente resisto a Dios en contra de mi propia conciencia? En tal caso sería peor que los seres irracionales.”

Inquisidor: “¿Por qué, pues, no lo entiende?”

Jacques: “Pues, porque no me es dado el entenderlo de otra manera, y no se sorprenda por esto, pues está escrito en los profetas, donde el Señor dice: ‘Y todos (…) serán enseñados por Jehová’” (Isaías 54.13).

Inquisidor: “Sin embargo, me parece a mí que cuando yo le expongo las escrituras, usted rehúsa creer y las contradice por su propia opinión y por su obstinación.”

Jacques: “No las puedo entender así. No crea usted que si yo creyera de manera diferente buscaría placer y entretenimiento estando aquí preso y encadenado día tras día, habiendo dejado a mi esposa y a mi familia, para mi propia destrucción, esperando la muerte cualquier día. Eso sería muy contrario a la naturaleza humana.”

Inquisidor: “Bueno, pues, crea solamente en la palabra de Dios, como está escrito, y estaré satisfecho, sobretodo, que cuando comemos el pan, participamos del cuerpo de Cristo, y cuando bebemos del vino, participamos de su sangre, como testifica Pablo a los corintios” (1 Corintios 10.16).

Jacques: “Esté satisfecho, pues; yo creo lo que Pablo testifica allí.”

Inquisidor: “¿Cree usted que hay comunión en el cuerpo de Cristo?”

Jacques: “Sí.”

Inquisidor: “Entonces no puede ser partícipe del cuerpo sin comer de él; por esto ciertamente usted debe reconocer que es el cuerpo de Cristo lo que come.”

Jacques: “Pablo no dice eso.”

Inquisidor: “¿Cómo puede ser partícipe del cuerpo sin comer de él?”

Jacques: “¿Cómo llegaron a ser partícipes del altar los israelitas que no comieron el altar, sino que solamente comieron los sacrificios?” (1 Corintios 10.18).

Inquisidor: “Mire cómo le han instruido Calvino y Zwinglio.”

Jacques: “Yo no me aferro a la doctrina de Calvino y Zwinglio.”

Inquisidor: “¿A cuál, pues? ¿A la de Menno Simons?”

Jacques: “Mi doctrina y mi fe no están fundadas sobre los hombres, sino sobre la palabra de Dios.”

Inquisidor: “¿Quién, pues, es la cabeza y el capitán de ustedes?”

Jacques: “Cristo.”

Inquisidor: “¿Pero quién les instruye aquí en la tierra? ¿Quién es su maestro?”

Jacques: “La palabra de Dios.”

Cuando yo percibí que él no sabía a qué iglesia pertenecía yo, no se lo quería decir.

Inquisidor: “Yo sé que usted tuvo que haber sido instruido por los hombres.”

Jacques: “No estamos fundados sobre hombres, sino sobre la roca viva.”

Inquisidor: “¿No tienen, pues, pastor u obispo?”

Jacques: “Sí.”

Inquisidor: “¿Quién es?”

Jacques: “Cristo, el Hijo de Dios.”

Inquisidor: “¡Usted bien sabe lo que yo quiero decir! Lo que pasa es que no me lo quiere decir. ¿Tienen algunos seguidores de Calvino y Zwinglio? ¿Está usted opuesto a Menno Simons?

Jacques: “Yo no creo que haya mucha diferencia entre la fe mía y la de Menno Simons.”

Inquisidor: “¿Cree usted, al igual que Menno, que Cristo no asumió nuestra carne en la Virgen María?”

Jacques: “Mi señor, usted dijo que no iba a disputar acerca de esto. ¿Será que cambió de parecer?”

Inquisidor: “Dígame, pues, qué cree usted en cuanto a esto.”

Jacques: “Yo creo que él es el Hijo de Dios en todo aspecto, en carne y en espíritu. Pero en cuanto al origen de su carne, lo dejo en el misterio de Dios; los apóstoles no disputaban acerca de eso.”

Inquisidor: “Sí, sí.” Hablamos muchas otras palabras, la cuales no he escrito aquí.

El lunes, el primero de febrero del mismo año, 1558, fui llevado de nuevo ante el mismo inquisidor. Después de intercambiar algunas palabras, me preguntó:

—¿Le ha pedido sabiduría al Señor?

Jacques: “Sí, y se la necesito pedir diariamente.”

Inquisidor: ¿Cómo, pues, está tranquila su conciencia?”

Jacques: “Muy bien; gracias a Dios.”

Inquisidor: “¿Cuáles son sus creencias acerca del bautismo y el sacramento, de los cuales hablamos?”

Jacques: “Sostengo las mismas creencias que claramente le declaré antes.”

Inquisidor: “¿No va a creer de otro modo?”

Jacques: “Yo creería de otro modo si me fuera dado el creerlo así. Pero no hablaré como hipócrita en contra de mi corazón y mi conciencia; pues está escrito que el Espíritu de Dios nada tiene que ver con el engaño” (Sabiduría 1.5).

Inquisidor: “Entonces, según entiendo, ha tomado una decisión firme en cuanto a esto.”

Jacques: “Sí, hasta que sea instruido de otra manera. Mi señor, ¿cree usted que el bautismo y el sacramento son las únicas cosas que me molestan acerca de su Iglesia?”

Inquisidor: “¿Qué más hay que le molesta?”

Jacques: “Muchas ordenanzas e instituciones en su Iglesia no se mencionan en las santas escrituras.”

Inquisidor: “No tenemos ordenanzas ni instituciones que no se le puedan probar por medio de las escrituras.”

Jacques: “¿Dónde se encuentra las palabras misa,o purgatorio, o orar por los muertos?”

Inquisidor: “Le probaré lo del purgatorio y que debemos orar por los muertos.”

Jacques: “¿Dónde está escrito en las santas escrituras?”

Inquisidor: “¿Recibes los libros de los macabeos?”

Jacques: “Sí, como libros apócrifos.”

Inquisidor: “¿Qué quiere decir apócrifos?”

Jacques: “Los antiguos usaban ese nombre para indicar que no son libros auténticos de los cuales se pueden sacar reglas u ordenanzas.”

Inquisidor: “Es verdad que los doctores tuvieron dificultades con ellos, pero no por eso los puede rechazar.”

Jacques: “Sí, mi señor, la razón que no los recibo no es solamente porque no creo lo que el hombre ha dicho, sino también porque no creo que los apóstoles y Jesucristo los recibieran ni se refirieran a ellos.”

Inquisidor: “Sí, sí, pero, ¿dónde ha hallado que Cristo o sus apóstoles se hayan referido a algo escrito en los libros de los reyes?”

Jacques: “Suficiente.”

Inquisidor: “¿Dónde, pues?”

Jacques: “Señor, en primer lugar está escrito en Mateo (12.1) que los fariseos censuraron a Cristo porque sus discípulos arrancaron espigas para comer en el día de reposo. Y Cristo les contestó: ‘¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los que con él estaban tuvieron hambre; cómo entró en la casa de Dios, y comió los panes de la proposición, que no les era lícito comer?’ Por esto yo digo que si Cristo se refirió a lo que está escrito en los libros de los reyes, muestra que los recibe como auténticos.

Inquisidor: “¿Halla algo en el libro de Josué?”

Jacques: “Sí, mi señor.”

Inquisidor: “¿Qué es?”

Jacques: “Mi señor, usted bien sabe que Santiago en su epístola

(2.25) habla acera de un testimonio del libro de Josué, a saber, el segundo capítulo, cuando habla acerca de Rahab la ramera, que fue salva por sus obras producidas por la fe.”

Inquisidor: “¿Entonces usted no recibe los libros de los macabeos sólo porque Cristo y sus apóstoles no se refirieron a ningún testimonio de ellos?”

Jacques: “No, y porque contienen una doctrina que es contraria a toda la escritura, a saber, la de sacrificar por los muertos y orar por ellos” (Deuteronomio 13.1).

Inquisidor: “Si yo quisiera tomar el tiempo, pudiera probarle todas nuestras ordenanzas con las escrituras, tales como la misa, la confesión, el adorar a imágenes, el invocar a los santos, entre otras.”

Jacques: “Yo no lo creo, y aunque estuviéramos de acuerdo en todos los puntos, aún no querría unirme con usted, a no ser que me pruebe por medio de las escrituras que es bueno derramar sangre

inocente por la fe, como lo hace.”

Inquisidor: “Eso se hace por los errores.”

Jacques: “Y aunque entendiéramos mal las escrituras, no puedo hallar que se debe matar a alguno por su fe.”

Inquisidor: “Sí, le puedo probar que a los herejes se debe matar; pues está escrito que si se levanta cualquier hereje o falso profeta, se le debe matar.”

Jacques: “Sí, yo he leído el capítulo trece de Deuteronomio, donde dice que si se levantara algún profeta falso u otra persona entre ellos que los extraviara en pos de otros dioses, a quienes no conocían antes, debían apedrear al profeta falso.”

Inquisidor: “Bueno, entonces puede ver que aquí hay un testimonio que nos dice que se puede matar a los herejes.”

Jacques: “Mi señor, ya no rige la ley, sino el evangelio; y aunque rigiera la ley, nosotros no tratamos de enseñarles a seguir a otros dioses, sino a aquel que creó el cielo y la tierra, y a su Hijo Jesucristo.”

Inquisidor: “Esto mismo lo hacen por sus ordenanzas.”

Jacques: “A los israelitas no se les permitió matar a nadie por la diferencia en el uso de las ordenanzas, ya que creían en el mismo Dios. Pero nada de eso corresponde a nuestro propósito; pues lo que se mandó en la ley no se manda en el evangelio de Cristo.”

Inquisidor: “¿No? ¿Cómo puede ser?”

Jacques: “Porque, mi señor, en la ley se mandaba ojo por ojo, diente por diente, amar a su vecino y odiar a su enemigo. Pero Cristo nos manda lo contrario: no resistir al que es malo, y amar a nuestros enemigos” (Mateo 5.38; Levítico 24.20; 19.18).

Inquisidor: “Verdad, pero no dijo que no se debía matar a los herejes.”

Jacques: “¿Qué quiere decir Cristo, pues, cuando él dice que no debemos sacar la cizaña que está entre el buen trigo, no sea que al arrancar la cizaña también se arranque el trigo? Por esto él manda dejar los dos juntos hasta la cosecha; pero la cosecha no ha llegado todavía” (Mateo 13.29, etcétera).

Inquisidor: “Usted no entiende bien esto, pues es fácil ver cuál es el trigo y cuál es la cizaña.”

Jacques: “Sí, para el que conoce la semilla.”

Inquisidor: “Sí, es cierto.”

Jacques: “Señor, está escrito que los hombres carnales conocen solamente las cosas carnales, pero las cosas que son espirituales las conoce sólo el Espíritu de Dios” (1 Corintios 2.11).

Inquisidor: “Esto es muy cierto.”

Jacques: “Por esta razón, mi señor, me gustaría preguntarle algo.”

Inquisidor: “¿Qué es?”

Jacques: “¿Tiene usted al Espíritu de Dios, o lo tiene el consejo?”

Inquisidor: “No le contestaré esa pregunta.”

Jacques: “¿Cómo, pues, pueden ustedes juzgar las cosas espirituales? Las cosas que hablamos se han de juzgar por el Espíritu de Dios.”

Inquisidor: “Usted es juzgado solamente porque ha quebrantado el decreto del príncipe.”

Jacques: “Si su decreto no hubiera sido contrario al decreto de Dios, no lo habría quebrantado.”

Inquisidor: “No es contrario al mandato de Dios.”

Jacques: “Me gustaría que usted me probara por medio de las escrituras que el decreto del emperador o del rey es recto y justo.”

Inquisidor: “Yo creo que usted piensa que todos nuestros padres fueron engañados, y que su secta es salva. ¿Qué dice? Ya pasaron como mil doscientos o mil trescientos años desde que el emperador Teodosio proclamó el edicto o mandato que debían matar a los herejes, a saber, los que habían sido rebautizados, tales como los de su secta.”

Jacques: “Sí, mi señor, usted dice que nuestra secta ha existido solamente como veinte o treinta años, pero siempre ha sucedido que los que quieren vivir vidas justas en Cristo Jesús tienen que sufrir persecución, según las palabras de Pablo.”

Inquisidor: “Así hablan todos los herejes.”

Jacques: “Pablo lo dijo primero, y él no fue hereje.”

Inquisidor: “Estoy de acuerdo en que él no fue hereje, pero todos ellos usan las palabras de Pablo. Sin embargo, yo le digo que los decretos que mandan matar a los herejes no son una invención reciente, sino que han estado establecidos por como mil cuatrocientos años.”

Jacques: “Pero se tiene que saber si el emperador Teodosio, del cual habló, hizo bien conforme a la voluntad de Dios cuando emitió tal edicto.”

Inquisidor: “Sí, ciertamente era bueno, ya que él bien sabía que eran herejes.”

Jacques: “Mi señor, en su opinión eran herejes; pero en la opinión de los que dieron su vida por el testimonio de su fe, él mismo era hereje y tirano.”

Inquisidor: “¿Cómo lo sabe usted?”

Jacques: “Esto es muy evidente, pues a los que nos exponen a muerte por nuestra fe no los estimamos mejores que los herejes y tiranos. Se puede creer que aquellos que mató el emperador Teodosio también lo estimaron así. Por esto, este asunto sólo lo puede juzgar el Espíritu de Dios.”

Inquisidor: “No, no, usted no debe creer que tantos estudiados, como los había en aquellos días, lo habrían permitido si hubiera sido malo matar a los herejes.”

Jacques: “Yo no me baso en las ordenanzas ni en la sabiduría de los hombres. Me adhiero a la instrucción de Cristo y sus apóstoles. Ellos constantemente nos amonestan a separarnos de los falsos profetas y a desechar a los herejes. Pero no nos amonestan a perseguirlos y matarlos” (Mateo 7.15; Tito 3.10).

Inquisidor: “¿Hijo, sabe usted por qué no los mataban?”

Jacques: “Creo que fue porque no agradaba a Dios.”

Inquisidor: “No, no, Jacques, fue porque no eran suficientemente poderosos, y no tenían rey, ni príncipe, ni magistrado.”

Jacques: “Cristo tenía suficiente poder para poder llamar a más de doce legiones de ángeles para que lo rescataran. Los apóstoles tenían suficiente poder por medio del Espíritu Santo. Sin embargo, fueron llamados a ser un rebaño de ovejas y corderos, tan sencillos como palomas, y cambiados a ser como niños pequeños” (Mateo 26.53; 10.16; Juan 10.27).

Inquisidor: “Es cierto que así era en aquel entonces.”

Jacques: “¿Y acaso deben ahora, mi señor, los hijos de Dios ser diferentes en naturaleza de como eran entonces? ¿Deben tener la naturaleza de lobos?”

Inquisidor: “De ninguna manera; no digo eso.”

Jacques: “Sin embargo, a mí me parece, mi señor, que los que se jactan ahora de ser hijos de Dios tienen la naturaleza auténtica de lobos rapaces.”

Él me miró de manera penetrante y me dijo:

—¿Por qué piensa así?

Jacques: “Porque a su pueblo, Cristo lo tenía como un rebaño de ovejas y corderos. Al mirar alguna bestia que se acerca, y al percibir que es un lobo, es parte de la naturaleza de las ovejas huir. Aunque hubiera mil de ellas en contra de un solo lobo, no persiguen al lobo para devorarlo y derramar su sangre. Sin embargo, los que se jactan formar parte del hato de Cristo hacen exactamente lo contrario. ¿De dónde, pues, reciben esta naturaleza?”

Inquisidor: “Esta comparación no sirve para nada, y las alegaciones son inservibles; pues el pueblo de Dios no se compara con un rebaño de ovejas.”

Al ver que él rechazó esto, le pregunté:

—¿Es necesario que los hijos de Dios sean nacidos de Dios como dice Juan? (Juan 1.13) ¿No deben ser de la misma naturaleza y disposición que su Padre y Señor?”

Inquisidor: “Sí, pero, ¿por qué?”

Jacques: “Porque está escrito que el Hijo de Dios fue llevado como cordero al matadero, y no abrió su boca; por esto sus hijos deben ser de esta misma naturaleza, ya que son nacidos de Dios” (Isaías 53.7; Lucas 18.32).

Inquisidor: “¿Eso? Así tuvo que suceder.”

Jacques: “¿Por qué?”

Inquisidor: “Para que se cumplieran las escrituras.”

Jacques: “Así también debe ser con sus hijos, para que las escrituras se cumplan.”

Inquisidor: “¿Cuál escritura?”

Jacques: “Ésta: ‘Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor.’”

Inquisidor: “Eso lo dijo a los apóstoles.”

Jacques: “Yo creo que él lo dijo de todos sus hijos, y que fue escrito para nuestra instrucción.”

Inquisidor: “No, no, mi hijo; usted tiene que entender que los apóstoles fueron enviados a proclamar y a predicar el evangelio a toda criatura. El Señor predijo que iban a enfrentar muchos sufrimientos y que los matarían. Pero después de haber ganado un príncipe a la fe, iban a descansar, y más bien matarían a los herejes en su país.”

Jacques: “Mi señor, la escritura no dice esto, ni puedo creer que sea parte de la naturaleza de un cordero matar y devorar a un lobo. Ustedes dicen que son el rebaño de Cristo y que nosotros somos lobos hambrientos. Pero ustedes nos matan; esto no me parece correcto.”

Entonces riéndose, me dijo:

—Jacques, ¿no era Pedro un cordero de Cristo?”

Jacques: “Mi señor, si él fue escogido de Dios, también pertenecía al rebaño” (Mateo 10.1).

Inquisidor: “Diga, sí o no.”

Jacques: “No solamente creo que fue un cordero del rebaño de Cristo, sino que hasta creo que era pastor.”

Inquisidor: “Entonces él, siendo un cordero, mató a dos personas.”

Jacques: “¿A quiénes?”

Inquisidor: “A Ananías y Safira.”

Jacques: “¿Cómo los mató, ya que no tenía ni palo ni espada? ¿No fue más bien el Espíritu del Señor?”

Inquisidor: “Sin embargo, él lo hizo.”

Jacques: “Señor, no le dé la gloria a los hombres, como si lo pudieran hacer por su propio poder. Ellos fueron muertos por el Espíritu del Señor. Además, no fue por las mismas razones que ustedes matan a la gente, sino que fue porque mintieron al Espíritu Santo” (Hechos 3.12; 5.3).

Inquisidor: “Bueno, hijo, esto no nos ayuda en nada. Fíjese bien en esto, refórmese y conviértase a la fe de sus padres, pues usted está en error. Crea como deben creer los cristianos legítimos, y no intente tantas cosas.”

Jacques: “Pablo dice que la fe es don de Dios” (Efesios 2.8; Romanos 12.3; 1 Corintios 12.9).

Inquisidor: “Sí. Verdaderamente es don de Dios.”

Jacques: “Entonces el hombre no lo puede dar.”

Inquisidor: “Tiene razón. Necesitamos pedírsela a Dios.”

Jacques: “¿Por qué entonces tratan de hacerme creer a la fuerza, por medio de las amenazas de muerte?”

Inquisidor: “Le estamos dando tiempo para que se convierta.”

Jacques: “Señor, ¿cuánto tiempo? Seis, siete u ocho días, como he visto en Brabant; ¿puede uno cambiar su fe tan rápido?”

Inquisidor: “Yo no sé nada acerca de Brabant, pero aquí les damos por lo menos seis semanas para ver si creen cuando se les presenta la palabra de Dios.”

Jacques: “¿Por qué dice, mi señor, que si creen? Usted habla como si pudieran creer por su cuenta, pero a la vez asegura que la fe es don de Dios. Los apóstoles habían escuchado al Señor Jesús, quien estaba lleno de sabiduría y verdad, por dos o tres años, y aún no podían comprenderlo bien. Eso se entiende al leer de los discípulos que iban en camino a Emaús (Lucas 24.13). Pablo también escuchó a los apóstoles y discípulos, pero aun así no pudo comprender, sino que los puso en la cárcel (Hechos 9.1). Pero cuando le pareció a Dios, les manifestó su voluntad, en el tiempo que él había preparado, y no en un momento planeado por los hombres.”

Inquisidor: “Eso fue porque no tenían esta doctrina, y como era al principio, no lo podían comprender.”

Jacques: “Era porque no les fue dado el entenderlo, o porque no fueron atraídos por el Padre (Juan 6.44). ¿Por qué no esperan también ustedes hasta que Dios haga su voluntad con nosotros?”

Inquisidor: “Usted lo ha escuchado ya por mucho tiempo, y aún tiene más tiempo para considerarlo. Tiene tres semanas desde este día para considerar el asunto.”

Jacques: “Mi señor, ¿quiere decir que dentro de tres semanas me matarán?”

Inquisidor: “Puede cambiar de mente antes.”

Jacques: “Pero si no me es dado el entenderlo de otra forma y no puedo comprenderlo de otra manera, ¿cómo cambiaré de mente?”

Inquisidor: “Por esta razón se le da más tiempo, para ver si Dios le muestre misericordia para que se convierta.”

Jacques: “Mi señor, en este momento estoy pensando en los hijos de Israel que fueron asediados en la ciudad de Betulia y sufrieron por la falta de agua. Sus esposas e hijos fallecían por falta de agua. Ellos dijeron: ‘Ya no hay esperanza de parte de Dios; entreguemos la cuidaden manosde losenemigos’(Judit 7.23–29). Así ustedes también dicen: ‘No hay esperanza que él vuelva; entreguémoslo a la muerte’. Y son como Ozías, el gobernante de la ciudad. Él creía que les daba buenos consejos al decirles a los habitantes de la cuidad que debían esperar cinco días más, y si en esos cinco días no venía ayuda de parte de Dios, entregarían la ciudad a los enemigos. Mi señor, ¿acaso no fueron ellos duramente reprendidos por la viuda llamada Judit quien les acusó de tentar a Dios y de ocupar el lugar de Dios entre los hijos de los hombres, como si comprendieran sus propósitos? (Judit 8.12).”

Inquisidor: “Eso no se puede comparar con este caso.”

Jacques: “Mi señor, me parece ser lo mismo; pues ustedes dicen que si no viene ayuda de Dios dentro del tiempo que han fijado, nos van a entregar a la muerte. Y según lo que dicen, todos estamos condenados con los diablos.”

Inquisidor: “Jacques, no hay duda acerca de eso.”

Jacques: “¿Cómo espera usted, mi señor, escapar del juicio de Dios al entregarnos a la condenación? ¿Por qué no nos dejan en manos de Dios hasta el final? Porque mientras vivimos aquí hay esperanza de que nos reformemos, ya que ustedes creen que estamos condenados. Pero después de la muerte no hay esperanza.”

Inquisidor: “Yo no lo mando a la condenación; pues no soy el que lo juzga ni seré culpable de su muerte.”

Jacques: “Mi señor, cuando Susana fue condenada a la muerte injustamente, ¿quiénes recibieron el castigo, los jueces, o los testigos?”

Inquisidor: “Los culpables.”

Jacques: “Mi señor, los jueces fueron reprendidos por Daniel; pero los testigos fueron reprendidos y castigados.”

Inquisidor: “¿Cree usted que yo soy testigo en este caso? Yo simplemente he venido para instruirlo.”

Jacques: “Mi señor, yo lo considero como el testigo principal, pues por su testimonio los jueces me condenarán a la muerte o me soltarán, ya que para este propósito ha sido enviado aquí y puesto por el rey.”

Inquisidor: “Yo no quiero que ellos lo condenen por mi testimonio, ni tampoco lo quiero juzgar.”

Jacques: “Mi señor, cuando los jueces le pregunten en cuanto a mí, ¿qué les contestará? ¿No les va a decir que yo soy hereje y que merezco la muerte?”

Inquisidor: “No.”

Jacques: “Mi señor, le pregunto, ¿qué les va a decir?”

Inquisidor: “Que ha sido engañado y seducido del camino verdadero.”

Jacques: “El ser seducido, el errar y el ser un hereje, mi señor, me parece todo lo mismo.”

Inquisidor: “Bueno, Hijo, no crea que yo haya venido aquí para condenarlo a la muerte. Usted va a ser condenado solamente por la confesión que le hizo al comisario. En cuanto a mí, yo no quisiera que lo condenen por mi palabra ni quisiera yo tener nada que ver con eso.”

Jacques: “Mi señor, no en vano me he dedicado a mi negocio y me he sentado en el consejo por siete u ocho años. Yo comprendo de qué se trata todo esto. Pero la razón que yo le digo esto es para advertirle que no se manche las manos de mi sangre. Porque yo bien sé para qué lo mandaron aquí.” Después de esto se levantó y se fue. Las palabras que acabo de relatar las volvimos a hablar muchas veces después.

El lunes, 7 de febrero de 1558, otra vez me llevaron ante el mismo inquisidor. Cuando aparecí ante él, me saludó y me preguntó:

—¿Cómo está? ¿Todavía tiene calentura?

Jacques: “Estoy bien, gracias a Dios; la calentura me dejó hace como tres semanas.”

Inquisidor: “¿Está tranquila la conciencia?”

Jacques: “Sí, gracias a Dios.”

Entonces dio un gran discurso, demasiado largo para relatarlo en breve. Más que todo me rogó que volviera a la Santa Iglesia Católica y que creyera como debiera creer el cristiano, sin investigar tantas cosas complicadas y sin querer ser tan sabio. Entonces respondí:

—Yo no investigo nada sino lo que se me permite creer; y estoy bien contento con solamente creer lo que el buen cristiano debiera creer (Eclesiástico 3.21).

Inquisidor: “De verdad usted dice que quiere creer como debe creer el buen cristiano; sin embargo, tiene una fe herética.”

Jacques: “Yo no tengo tal fe, sino que mi fe está fundada sobre la pura palabra de Dios. Si usted se conformara con la palabra de Dios, también estaría satisfecho con mi fe.”

Inquisidor: “Es verdad que usted cita la palabra de Dios, pero en el corazón la entiende de otro modo.”

Jacques: “Hablamos según nuestra creencia; y ya que les referimos las escrituras, que son la palabra de Dios, para la base de nuestra fe, ¿por qué no están contentos con eso? Pues solamente le corresponde a Dios, y no a los hombres, el escudriñar el corazón.”

Inquisidor: “¿Qué cree usted acerca de Jesucristo? ¿De dónde tomó su carne?”

Jacques: “¿Le enseña la escritura que me debe hacer esta pregunta?”

Inquisidor: “Es que Menno dice que trajo su carne del cielo.”

Jacques: “Yo no lo he oído decir eso.”

Inquisidor: “Pero aun así lo cree él.”

Jacques: “La creencia de Menno es que el verbo llegó a ser carne, según el testimonio de Juan 1.14, o como dice el texto en su testamento, ‘fue hecho carne’.”

Inquisidor: “¿Qué cree usted acerca de esto?”

Jacques: “Yo creo que Cristo es el Hijo del Dios viviente.”

Inquisidor: “¿De dónde tomó su carne?”

Jacques: “No sé, menos que fue nacido del Padre.”

Inquisidor: “¿No cree usted que él tomó su carne en el vientre de la Virgen María?”

Jacques: “Mi señor, si usted me puede probar que Jesús y sus apóstoles obligaban a alguno a confesar esto, se lo confesaré. Cuando Pedro confesó a Cristo, que él era el Hijo del Dios viviente, Cristo no le preguntó de quién fue hecho, sino que dijo que sobre esta roca iba a construir su iglesia (Mateo 16.18). Otra vez, cuando el eunuco de Candace le dijo a Felipe que él creía que Jesucristo era Hijo de Dios y que deseaba ser bautizado sobre esa fe, Felipe estaba satisfecho, sin inquirir acerca de dónde Cristo tomó su carne” (Hechos 8.36).

Inquisidor: “No era necesario en aquel entonces, ya que no existía ninguna dificultad acerca de esto.”

Jacques: “¿Por qué hay necesidad ahora?”

Inquisidor: “Pues, hay tantos herejes.”

Jacques: “Hubo suficientes herejes en los días de los apóstoles. La razón es ésta: Satanás siempre causa alguna controversia vana para corromper el entendimiento de los hombres y para llevarlos al error.”

Inquisidor: “¿Entonces no confesará que él tomó su carne y su sangre en la Virgen?”

Jacques: “Esto no lo quiero investigar, pues está más allá de mi entendimiento este asunto de qué fue hecho el Hijo de Dios; pues fue una obra milagrosa. Sin embargo, para que usted no crea que yo sea hereje, yo le confieso que él es el Hijo de Dios en todo aspecto: en poder, en fuerza, en espíritu, en carne y en sangre, concebido de la misma sustancia del único Padre, a saber, el Dios eterno, como lo testifica la escritura. Él estaba con el Padre desde la eternidad, y cuando el tiempo de la promesa se cumplió, la palabra eterna se hizo carne y fue concebida del Espíritu Santo en una virgen, y nacido de la dicha Virgen María.”

Inquisidor: “Él tomó su carne de la nuestra, y fue hecha de la misma. ¿Tiene algo que decir acerca de esto?”

Jacques: “Estoy contento creer lo que la escritura dice en cuanto a esto, sin más investigación.”

Inquisidor: “¿No dicen las escrituras que él tomó nuestra carne sobre sí?”

Jacques: “Nunca lo he leído, y no quiero disputar más. Además, usted dijo que no iba a disputar acerca de esto. ¿Por qué, pues, me hace tantas preguntas acerca de lo mismo?”

Inquisidor: “Lo hago para saber si su fe es como la de Menno Simons.”

Jacques: “Usted ya sabe que yo no uso el testimonio de los hombres como fundamento para mi fe.”

Como comprendió que ya no podría sacarme más, me preguntó:

—¿Cuál es su resolución?

Jacques: “Yo le he declarado mi fe, y por medio de ésta he tomado mi decisión, hasta que se me pruebe lo contrario.”

Inquisidor: “Yo se lo he probado suficientemente, pero usted no cree en nada, sino solamente en su imaginación y obstinación, y ha dejado a la Santa Iglesia.”

Jacques: “Mi señor, yo no he abandonado a la Santa Iglesia; pues si la hubiera reconocido como santa, nunca la habría dejado para unirme a otra.”

Inquisidor: “Sin embargo, Satanás le ha engañado, y usted cree que no somos la Santa Iglesia. La Iglesia ha quedado igual a como siempre ha sido desde el tiempo de los apóstoles. Ha sido mantenida por los santos maestros hasta la actualidad.”

Jacques: “Si es la misma iglesia que existía en el tiempo de los apóstoles, los pastores y obispos deben ser iguales a como eran en aquel entonces.”

Inquisidor: “Pues, sí, lo son.”

Jacques: “Bueno, mi señor, muéstreme en toda su Iglesia solamente un obispo o pastor que sea irreprensible en la doctrina y en la vida, como lo fueron Pablo, Timoteo o Tito, y yo lo seguiré de todo corazón.”

Inquisidor: “¿Tienen tales pastores entre ustedes?”

Jacques: “Mi señor, usted dice que somos la congregación de Satanás y que su Iglesia es igual a como fue en el tiempo de los apóstoles. Muéstreme algunas de estas personas para yo poder conocerlas.”

Inquisidor: “¿Dónde cree que hallará a este tipo de varones? Ellos tenían al Espíritu Santo que ahora no es dado.”

Jacques: “¿No es dado? ¿Cómo pues, dice Pablo que el que no tiene el Espíritu de Dios no es de él?” (Romanos 8.9).

Inquisidor: “Esto tiene otro significado.”

Jacques: “¿Qué significado tiene, mi señor?”

Inquisidor: “Está hablando de los que no andan conforme al Espíritu.”

Jacques: “Solamente estoy pidiendo que los obispos y pastores anden conforme al Espíritu de Dios y que sean guiados por él; que sean santos, justos, vigilantes e irreprensibles en la doctrina, en la vida y en su comportamiento, como enseña el apóstol Pablo que deben ser.”

Inquisidor: “Fácilmente le pudiera nombrar tales obispos y pastores, pero usted no los conoce.”

Jacques: “¿Dónde están?”

Inquisidor: “En Italia y en España.”

Jacques: “¿Será que la iglesia de Dios se encuentra allá y no aquí?”

Inquisidor: “También hay un cardenal u obispo en Inglaterra que verdaderamente es irreprochable en cuanto a la doctrina y su comportamiento.”

Jacques: “Mi señor, quíteme estas cadenas para que pueda ir a verlo para saber si es cierto.”

Él se rió y dijo:

—No, no. Tiene que creer lo que se le dice.

Jacques: “Mi señor, está escrito: ‘Maldito el varón que confía en el hombre’ (Jeremías 17.5). ¿Debo yo confiar solamente en lo que usted me dijo?”

Inquisidor: “¿Cree usted que yo miento?”

Jacques: “No digo eso, pero lo quiero ver antes de creerlo.”

Inquisidor: “Sí, sí, pero no lo puede ver ahora.”

Jacques: “Como no lo puedo ver, tampoco lo puedo creer.”

Inquisidor: “¿Por qué se fija tanto en sus obras y vida, ya que tienen la doctrina de los apóstoles?”

Jacques: “Esto se me tiene que probar, y difícilmente me puede probar por medio de las escrituras que ellos tienen la doctrina de los apóstoles.”

Inquisidor: “No obstante, ellos la tienen. Lo que pasa es que usted está endurecido y no la puede comprender.”

Jacques: “Esta afirmación no tiene el apoyo de las escrituras. Y si ellos son árboles que crecen de las raíces de los apóstoles, muéstreme sus frutos para yo conocerlos.”

Inquisidor: “¿Puede usted saber si la fe es verdadera por medio de las obras?”

Jacques: “Mi señor, nuestro maestro nos ha enseñado que podemos conocer a los falsos profetas por sus frutos (Mateo 7.16). Cuando hallamos uvas en las vides, no nos atrevemos decir, como ustedes, que las cortamos de las espinas.”

Riéndose, dijo:

—¿Eso decimos nosotros?

Jacques: “¿No dicen ustedes que nosotros somos árboles viles e inútiles que deben ser echados al fuego? Al mismo tiempo, usted me ha declarado que nuestros frutos son buenos, pero que nuestra fe es la que es mala.”

Inquisidor: “Es cierto; ustedes hacen buenas obras ante los hombres, pero su interior no vale nada, pues su fe no es buena.”

Jacques: “Nuestras obras proceden de nuestra fe; del vaso no puede salir nada sino lo que está por dentro. Por esto el Señor tildó de generación de víboras a los que afirmaban que el fruto era bueno pero que el árbol era malo, al decir: “O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo’ (Lucas 6.45; Mateo 12.33–34).”

Inquisidor: “¿Así que usted dice que nuestros obispos y pastores no pueden tener una fe buena, sin tener hechos buenos?”

Jacques: “Mi señor, puedo contestar con Pablo: ‘Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra’ (Tito 1.16). Y a tales pastores no los voy a seguir.”

Inquisidor: “No, no, Jacques. No son abominables como usted cree, aunque también son pecadores, al igual que todos nosotros.”

Jacques: “Mi señor, usted sabe que no es cierto, pues me daría vergüenza descubrir los hechos de esta gente que se jacta de ser la luz y la sal de la tierra, y los líderes de los ciegos e ignorantes.”

Inquisidor: “¿Cuáles hechos vergonzosos? Dígame francamente.”

Jacques: “Mi señor, ya que me lo pide, se lo diré. Usted sabe bien que el Papa, quien se dice ser santo y Dios sobre la tierra, y los cardenales y obispos también cometen una prostitución contra la naturaleza y demasiado vergonzoso para hablar de ella, siendo parecido a los hechos vergonzosos de Sodoma y Gomorra. Sin mencionar el orgullo, la ostentación y la maldad de que estas personas “santas” son culpables.”

Inquisidor: “Es cierto que hay algunos que cometen grandes abominaciones delante de Jehová. Pero, Jacques, no podemos condenar a los buenos por culpa de los malos, pues no todos son malos. También hay algunos que son justos.”

Jacques: “Yo creo que los justos son pocos; pues desde mi juventud he vivido en medio de los sacerdotes, canónigos y monjes, y sería una vergüenza relatar la maldad tan abundante que he visto entre ellos.”

Inquisidor: “Mi hijo, no todos son así.”

Jacques: “Mi señor, hasta el momento no he visto ni uno que ande conforme a las palabras dichas a los obispos y pastores. Usted sabe mejor que yo lo que ocurrió hace dos o tres semanas en esta ciudad de N., en el convento de los jacobinos.”

Los monjes jacobinos habían echado de su convento al prior, pues él los corrigió por su impureza y su maldad.

Inquisidor: “Jacques, a pesar de que ha habido Papas, obispos, sacerdotes y monjes malísimos, también ha habido justos. ¿Acaso no sabe usted que no hay buen grano sin paja? Sí, hay buen grano, y sí, hay buenos pastores; lo que pasa es que usted no los conoce.”

Jacques: “Muéstreme un solo pastor justo, así como le pedí, que viva según las escrituras, y yo lo seguiré.”

Inquisidor: “Aunque yo se los nombre, usted no los conoce y no me creerá. Pero aunque fuera cierto que son malos, ellos tienen la fe verdadera.”

Jacques: “Yo me atengo al testimonio de Pablo, que la luz no tiene ninguna comunión con las tinieblas” (2 Corintios 6.14).

Inquisidor: “¿Quiere decir usted que el hombre que comete pecado no puede tener la fe verdadera?”

Jacques: “Si cualquier hombre que ha recibido el conocimiento cede ante las tinieblas, su fe no durará mucho, o pronto será oscurecida.”

Inquisidor: “¿Quién le ha dicho esto?”

Jacques: “Pablo les escribe a los romanos que algunos detienen con injusticia la verdad. Pues lo que de Dios se podría conocer, Dios ya se lo había enseñado.Aunque conocían a Dios, no le glorificaron como a Dios ni fueron agradecidos. Por esto Dios los entregó a la inmundicia, en la oscuridad de sus corazones” (Romanos 1.18).

Inquisidor: “Pablo está hablando acerca de los filósofos que acudían a los cielos, a las estrellas y a los planetas para recibir dirección.”

Jacques: “Me es igual si son filósofos u otros, pero Pablo muestra que por sus obras y por la ingratitud, su corazón se hallaba lleno de oscuridad. También dice: ‘Por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso’, lo cual también sucedió” (2 Tesalonicenses 2.10–11).

Inquisidor: “¿No hizo mal Judas al entregar a Jesucristo?”

Jacques: “La escritura dice que habría sido mejor que nunca hubiera nacido” (Mateo 26.24).

Inquisidor: “No obstante, él tuvo una fe verdadera. ¿Qué me dice de esto?”

Jacques: “Cuándo tenía una fe verdadera, ¿antes o después?”

Inquisidor: “Antes y también después, aunque fue ladrón.”

Jacques: “Aunque su corazón fue malo, sus hechos parecían buenos, de tal manera que nadie creyó que fuera él el que haría tal cosa, sino que todos preguntaban: ‘¿Seré yo?’” (Marcos 14.19).

Inquisidor: “Piense en Demas. ¿Acaso él no tenía una fe verdadera? Sin embargo, su corazón estaba enredado en las cosas del mundo. Aun así, Pablo lo tenía como hermano” (Colosenses 4.14).

Jacques: “Es cierto que en un tiempo Pablo lo tenía como her-mano y compañero en la obra del Señor, pero después dijo que Demas lo había desamparado, amando el mundo, y ya no lo llamó hermano y compañero” (2 Timoteo 4.10).

Inquisidor: “Esto no lo puede saber.”

Jacques: “Las escrituras no dicen nada acerca de esto.”

Inquisidor: “Eso no prueba ni un lado ni el otro. Usted debe creer que el pecador puede tener la fe y el evangelio. ¿Creé usted que no debemos escucharle ni creer su palabra?”

Jacques: “Mi señor, ¿puede probar que había pecado en la vida de Pablo después que recibió la verdad?”

Inquisidor: “¿No está escrito: ‘Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso’?” (1 Juan 1.10).

Jacques: “Es cierto, pero también en la misma epístola está escrito: ‘Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios’ (1 Juan 3.9). Y Pablo dijo: ‘Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?’” (Romanos 6.2).

Inquisidor: “Pablo solamente está haciendo una pregunta. ¿Creé usted que él no pecó?”

Jacques: “Usted sabe que Pablo dijo que Cristo vivía dentro de él. ¿Acaso Cristo cometía pecado? (Gálatas 2.20). Él también exhorta a los corintios a que lo imiten de la misma forma que él había imitado a Cristo. Llamó a Dios y a los hombres como testigos de que él se había conducido en una forma santa, justa e irreprensible entre ellos (1 Corintios 11.1; 1 Tesalonicenses 2.10). ¿De cuál pecado, pues, mi señor, acusa usted a Pablo?”

Inquisidor: “Sin embargo, él era pecador. Esto no lo puede negar.”

Jacques: “No lo quiero negar; pues él mismo dice que era el primero entre los pecadores. Era blasfemador y perseguidor antes de creer, pero no lo fue después de haber recibido el conocimiento de la verdad (1 Timoteo 1.15). Bueno pues; lo que yo le pido son pastores que son irreprensibles en su vida, doctrina y forma de hablar.

Yo bien sé que todo ser humano es nacido en el pecado; pero el que practica el pecado no ha conocido a Dios” (Salmo 51.5; 1 Juan 3.6). Inquisidor: “Usted no debe malentender el pasaje; pues el pecador sí tiene el conocimiento de Dios.”

Jacques: “Sí, con la boca lo tiene. Si no, no sería cierto lo que el apóstol Pedro dijo, que el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, y busca a tientas el camino” (Tito 1.16; 2 Pedro 1.9).

Inquisidor: “No. Solamente dice que es parecido a un ciego.”

Jacques: “Mi señor, con su permiso; él dice que tal ciego busca a tientas el camino. Esto demuestra que no lo ha hallado. Entonces, ¿debería yo seguir a tal persona?”

Inquisidor: “¿Es tan justo, santo e irreprochable su Menno?” Jacques: “No lo conozco suficientemente como para haber visto en él algún pecado.” Inquisidor: “¿Con quién, pues, se ha relacionado usted? ¿No

puede decir nada acerca de su maestro? ¿Será irreprochable?” Jacques: “Mi señor, ¿puede usted acusarlo de algo?” Inquisidor: “No conozco a ese pícaro.” Jacques: “Entonces no lo difame, pues lo hallaría muy difícil

comprobar lo que usted dice acerca de él.” Inquisidor: “No sería difícil para mí hacerlo; pues él ha seducido a suficientes personas como para merecerse ese apodo.” Jacques: “Mi señor, tenga cuidado que no sea usted mismo el que seduce a las personas.” Inquisidor: “¿No es cierto que él es natural de una aldea en

Zelanda?” Él nombró la aldea, pero no recuerdo cuál era. Jacques: “No sé dónde nació.” Inquisidor: “¿Qué tipo de hombre era él? ¿Qué tipo de barba

y qué tipo de ropa usaba?” Jacques: “Mi señor, usted está inquiriendo mucho sobre él, y

creo que lo quisiera traicionar. ¿No conoce otra manera, señor?” Inquisidor: “No le deseo ningún mal.” Jacques: “Yo oigo lo que usted me dice, pero, ¿no es cierto que

le gustaría que él estuviera aquí en mi lugar?” Inquisidor: “Sí, si se convirtiera.” Jacques: “Y si él no cambiara de pensar, ¿no lo quemarían en

la hoguera?”

Inquisidor: “Eso se lo dejaría al juez.”

Jacques: “¿No es cierto que usted le desea mal? ¿Le gustaría que le hicieran esto a usted?”

Él percibió que no me podía contestar, y que dos o tres personas estaban escuchando a la puerta, además del carcelero que estaba siempre al lado de los prisioneros. Por eso, comenzó a darme una charla larga, diciendo que yo no debería inquirir tan profundamente sobre las escrituras, sino solamente debería dejarme instruir por los que han estudiado más que yo. Dijo que debería creer que el pecador que vive una vida impía puede tener la misma fe que otro, y que yo debería seguir sus palabras sin seguir sus hechos.

Jacques: “¿Tengo que creer esto por las escrituras, o sin las escrituras?”

Inquisidor: “Se lo he probado por medio de las escrituras.”

Jacques: “¿Cuáles escrituras?”

Inquisidor: “Por los casos de Judas y Demas, quienes tenían fe pero siempre vivían vidas impías.”

Jacques: “Mi señor, me parece que nuestras palabras son como un juego de niños. ¿No le he respondido acerca de esto, y le he probado que no nos conviene tener como líderes y pastores a los que han apostatado de la fe?”

Inquisidor: “¿Dónde piensa usted hallar pastores sin tacha como usted los exige? ¿No puede ver que el mundo está lleno de perversidades?”

Jacques: “Aunque usted no conozca a ninguno, yo sí los conozco y los voy a seguir.”

Inquisidor: “¿Dónde están?”

Jacques: “Usted no los conoce. ¿No se acuerda que el profeta creía que todos los justos habían sido muertos por Acab y Jezabel? El Señor dijo que había todavía siete mil que no habían doblado sus rodillas ante el ídolo Baal” (1 Reyes 19.10).

Inquisidor: “Era por la persecución en aquel tiempo que se habían dispersado tanto.”

Jacques: “Hoy en día, también por la persecución, están dispersos, y el mundo no los conoce.”

Inquisidor: “Pero, ¿será que usted tiene que seguir a Menno,

o a algún otro individuo que parece vivir una vida piadosa, y abandonar a todos los otros obispos y pastores que andan en un camino no tan justo?”

Jacques: “Mi señor, ¿creé usted que si el rey Acab hubiera abandonado el consejo de los cuatrocientos profetas, y hubiera seguido el consejo de Micaías, él se habría extraviado?”

Inquisidor: “No se habría extraviado porque Micaías era profeta de Dios.”

Jacques: “¿No decían lo mismo los otros? ¿No golpearon al pobre Micaías en la mejilla porque él profetizó en contra de ellos? ¿No le dijeron: ‘¿Crees que el Espíritu de Dios se ha apartado de nosotros?’”?

Inquisidor: “Ellos se jactaban del Espíritu Santo, pero falsamente, pues no lo tenían.”

Jacques: “Acab no lo sabía, pues cuando Micaías había profetizado solito ante los cuatrocientos profetas, el pobre hombre de Dios fue echado en la cárcel y le daban solamente pan y agua hasta que Acab volviera de la batalla en Ramot de Galaad. Acab se dio cuenta que el consejo de los cuatrocientos profetas le costó la vida, como lo había predicho Micaías.”

Inquisidor: “Los hechos en estos pasajes ocurrieron en épocas pasadas.”

Jacques: “Pablo dice que todo fue escrito para que nosotros aprendiéramos, y las mismas cosas suceden en el tiempo presente” (Romanos 15.4).

Inquisidor: “Bueno, ¿entonces usted no escuchará a ningún pastor si no practica lo que enseña?”

Jacques: “No, pues está escrito: ‘La lámpara del cuerpo es el ojo; así que (…) si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas’” (Mateo 6.22–23).

Inquisidor: “Entonces usted no seguirá el mandamiento de Jesús, cuando dice que debe seguir sus palabras y no sus hechos.”

Jacques: “¿A quién le dijo esto?”

Inquisidor: “A sus discípulos.”

Jacques: “¿De quién habla?”

Inquisidor: “Jesucristo dice: ‘En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos. Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; más no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen’” (Mateo 23.1–2).

Jacques: “Qué tipo de cátedra era, ¿de madera o de piedra?”

Inquisidor: “Era la cátedra que se hallaba por allí.”

Jacques: “¿Cómo será que tantos podían sentarse en una sola cátedra? ¿Será que era tan grande? ¿Acaso no se refería a la ley?”

Inquisidor: “Es la misma cosa, la ley que ellos proclamaban.”

Jacques: “La ley era un mandato de Dios y no de los hombres. Cuando Cristo dijo esto, él no los escogió a ellos para alimentar y guiar a su rebaño.”

Inquisidor: “Cuando él dijo: ‘Seguid sus palabras pero no sus hechos’, ¿no será que allí los puso como pastores?”

Jacques: “¿No ha leído lo que dijo el Señor: ‘Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos’? (Mateo 5.20). Allí fueron excluidos. ¿Cómo, pues, podrían dirigir a otros?”

Inquisidor: “Haga solamente lo que dicen.”

Jacques: “¿No existe ningún pastor que proclame la palabra de Dios entre ustedes, salvo los escribas y fariseos, contra los cuales Dios ha pronunciado tantas condenaciones? ¿No dice el profeta: ‘Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos’? (Salmo 1.1). Cristo nos amonesta a guardarnos de su levadura” (Mateo 16.6).

Inquisidor: “Usted no debe entenderlo de esta forma, sino que debe creer que el injusto puede hablar cosas buenas.”

Jacques: “Está escrito: ‘No cabe la alabanza en boca del pecador, porque no le viene del Señor’ (Eclesiástico 15.9). Y, ‘¿cómo predicarán si no fueren enviados?’” (Romanos 10.15).

Inquisidor: “Es cierto que no cabe, pero no dice que no es bueno.”

Jacques: “Si no cabe, es porque no es aceptable. Pues, ¿cuál arrepentimiento podrá proclamar el impenitente? Si un ladrón amonesta a su compañero a que no robe más, ¿surtirán efecto sus palabras? ¿No dirá su compañero: ‘Si es malo hacerlo, ¿por qué lo hace usted?’? (Romanos 2.21). ‘¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano’” (Mateo 7.5).

Inquisidor: “Usted pervierte cada escritura al sentido contrario, según su propio entendimiento. Usted no debe creer tanto en sí mismo, sino que debe someter su entendimiento al de los que son más sabios que usted.”

Jacques: “Mi señor, siempre he dicho que si se me comprueba algo mejor, lo seguiré.”

Él se levantó y dijo:

—Es hora de que me vaya. Considere bien el asunto y ore con diligencia a Dios.

Jacques: “No tengo nada que considerar, ya que no me puede comprobar algo diferente.”

Inquisidor: “¿Qué debo comprobarle?”

Jacques: “Yo le he pedido que me enseñe cuáles pastores debería seguir, y también si la vida, doctrina y conversación de ellos sea cómo lo establecen las escrituras.

Inquisidor: “Siga a aquellos que sus padres siguieron.” Al decir esto, me dejó.

Aquí terminé de escribir pues en eso llegaron muchas otras personas que se me oponían.

Esta confesión de Jacques fue traducida del francés al holandés.

“Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mateo 5.11–12).

CARTA ESCRITA EN PRISIÓN POR ADRIAEN PAN, EN EL AÑO 1559 d. de J.C.

Gracia y paz de Dios nuestro Padre celestial, por los méritos de su amado Hijo Jesucristo, con la verdadera iluminación del Espíritu Santo. Esto les deseamos a todos los amantes de la verdad eterna. Amén.

Mis amados y queridos hermanos, los amamos desde lo más profundo del corazón, y los llevamos en nuestro corazón como si fuéramos una sola alma y un solo cuerpo con ustedes, a pesar de que evidentemente estamos alejados de ustedes; no obstante, ahora más que nunca están en nuestro corazón. Les pedimos que no desmayen a causa de las tribulaciones a las que hemos sido sometidos, porque sabemos que se regocijarán al saber que todo es por causa de la verdad (2 Juan 1.1; Hechos 4.32; Efesios 3.13; 1 Tesalonicenses 3.3).

Pedro dice: “Ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, (…) pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, (…) porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado.” Pablo dice que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Sí, “cosas que ojo no vio, (...) ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. “Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación.” Mis queridos hermanos, ¡no podemos dejar de estar animados al escuchar estas palabras de consuelo! Mis queridos amigos, mientras más somos probados por la tribulación, mucho más somos consolados. Esto lo experimentamos al principio cuando fuimos apresados, cuando asaltaron la casa, como si querían destruirla con todas sus pertenencias. Luego mi corazón se fortaleció, como si yo fuera otra persona. Es cierto, mi esposa se afligió un poco antes que nos echaron mano. Pero cuando se dio cuenta de que así tenía que ser, dejó de sentir temor como quien se quita una prenda de vestir, y comenzó a cantar: “Dus weest

bedacht, ende op hem wacht; want by sal komen als een dief in der yacht”.*

* Por tanto, estad alerta y esperad; porque vendrá como ladrón en la noche.

Nosotros no creíamos que iban a llegar en ese momento y habíamos empacado nuestras cosas con el propósito de partir pronto. Pero el Señor dispuso lo contrario, alabado sea él para siempre. Mientras ellos estaban ocupados en el saqueo, quería cantar: “Noyt meerder vreught in my en was, dan nu is in desen tilden”.* Pero me abstuve de cantar porque creía que aún me esperaban muchas pruebas más. Sea alabado el Señor, que no permite que seamos avergonzados (Salmo 25.3). Ellos comenzaron a censurarnos mucho con relación a Münster y Ámsterdam, pero les dije que yo era inocente de aquello y que sufríamos sólo por la verdad. También les dije:

—Todavía no tengo treinta y tres años. ¿Cómo, pues, pude haber estado allí?

Algunos me injuriaron, otros se lamentaron, pero les dije:

—No lloren por nosotros, sino por ustedes mismos y por sus hijos.

Creo que pudiéramos haber dicho con David: “No temeré a diez millares de gente, que pusieren sitio contra mí. (…) Me rodearon como abejas; se enardecieron como fuego de espinos; mas en el nombre de Jehová yo las destruiré” (Salmo 3.6; 118.12).

Mis queridos hermanos, no decimos esto para jactarnos, sino para gozarnos y darle las gracias a Dios por el poder y la fortaleza que nos concede; y para el gozo de todos los amantes de la verdad que van a oír esto. Oren por nosotros para que podamos continuar firmes hasta el fin. Rogamos que reciban nuestras cortas líneas en buena parte. Hoy es el decimoquinto día de nuestro encarcelamiento y es el 9 de mayo. Mi esposa y yo les mandamos muchos saludos a ustedes y a los que nos conocen, como también a quienes pregunten por nosotros.

Otra carta escrita por Adriaen Pan, después que fue condenado

Gracia y paz de Dios nuestro Padre celestial, por los méritos de su amado Hijo Jesucristo, con la verdadera iluminación del Espíritu Santo. Esto les deseamos a todos los amantes de la verdad eterna. Amén.

* Tengo más gozo ahora que jamás tuve en mi vida.

Mi querido N., te recuerdo incluso al final de mi vida, y oro al Dios todopoderoso, pidiendo que te consuele con su Espíritu Santo y te instruya con toda la sabiduría espiritual y la inteligencia que pueda conducirte a tu salvación (Colosenses 1.9). También te informo que estuve en el potro de tormento el 2 de junio, y en el decimosexto día fui llevado ante la corte. Me preguntaron si había sido bautizado o rebautizado. Pregunté entonces si se me permitía hablar. Ellos consintieron. Les dije que creía todo lo que está escrito en la ley y en los profetas, que viviría y moriría por lo que Jesucristo y sus apóstoles enseñaron y mandaron. Les dije que reconocí mis pecados y me arrepentí de ellos. Sobre la confesión de mi fe, fui bautizado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Inmediatamente después me condenaron.Aquí no espero otra cosa aparte de lo que ellos harán con mi cuerpo; que el Señor reciba el espíritu. Estoy preparado para vivir y morir por causa del nombre del Señor. No puedo alabar y agradecer a Dios lo suficiente por haberme llamado a sufrir por causa de su nombre. Oh, mi querido N., tengo buen ánimo. Confío en que el Señor me dará la fuerza hasta el fin. No creo que jamás haya tenido un día más feliz en la prisión que cuando fui apresado y condenado. Mi querido N., aliéntese; todo se acabará muy pronto. Y no temamos a los que matan el cuerpo, porque Cristo nos dice a quién debemos temer. Mi esposa y yo te saludamos con mucho cariño, con la paz del Señor. Recibe mi breve carta en buena parte. Me hubiera gustado escribirte más, pero no soy muy dotado para ello. Sin embargo, le doy las gracias al Señor por todo lo que me ha dado.

Saluda calurosamente a nuestros queridos amigos a quienes conocemos y a los que preguntan por nosotros. ¡Adiós!

Escrito por mí,

ADRIAEN PAN.

HANS VERMEERSCH, TAMBIÉN LLAMADO

HANS VAN MAES, EJECUTADO EN

WAESTEN, FLANDES, POR EL TESTIMONIO

DE JESUCRISTO, 1559 d. de J.C.

Confesión de Hans Vermeersch, escrita por él mientras se encontraba en prisión en Waesten, Flandes, 1559 d. de J.C.

En octubre del año 1559 d. de J.C., yo fui llevado ante el inquisidor para confesarle mi fe. Me preguntó mi edad, mi nombre y mi lugar de origen; luego me preguntó si había sido rebautizado.

—Sólo conozco un bautismo —le dije—, como está escrito en Efesios (4.5), que es el bautismo de creyentes, como se afirma por Mateo y Marcos en sus evangelios. Pedro también le dijo (Hechos 2.38, 41) a la gente que lo escuchaba: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados.” Note en el mismo capítulo que se destaca: “Y perseveraban (…) en el partimiento del pan.Y sobrevino temor a toda persona.”Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas. Un infante no puede hacer estas cosas (Hechos 2.42–43; Hechos 4.32).

Luego me preguntó por qué yo creía que el evangelio era cierto. Yo le contesté:

—Porque en boca de dos o tres testigos consta toda palabra (Deuteronomio 17.6; Mateo 18.16). Hay cuatro evangelistas que son Mateo, Marcos, Lucas y Juan, que juntos testifican y hablan de un Cristo y Mesías, que es el Hijo de Dios, y Dios es su Padre. Y el hecho que hay un Dios también puede verse claramente al pensar en la creación del mundo. Así lo demuestran las señales y los prodigios que vemos a diario, los cuales hacen crecer a los maizales, los pastizales, los manzanos, los cerezos, los nogales y toda planta. Otra prueba de la veracidad del evangelio se ve donde he leído que Cristo dice: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo” (Mateo 5.11). Cristo también dice: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre” (Mateo 10.22). Cuando leí esto, lo creí, y ahora me doy cuenta que es verdad para mí y para los demás, y creo que el evangelio es cierto. Ahora todos podemos saber, ver y comprender que es como Pablo dice: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3.12). Por tanto, digo que por todos estos testigos, que no pueden mentir, podemos decir valientemente que el evangelio es cierto, y que todos deben prestar mucha atención.

Cuando yo había dicho esto, me atormentaron en gran manera.

Luego me preguntaron con relación a la Iglesia Católica, si yo creía que fuera la iglesia verdadera, la cual está edificada sobre la roca que es Cristo. Les dije:

—No.

Entonces él me preguntó cuál creía ser la iglesia verdadera. Le contesté:

—La congregación de los que creen en el nombre de Cristo, como Cristo le dijo a Pedro: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia” (Mateo 16.18). Es decir, los que tienen la fe que tuvo Pedro, como puede verse claramente en 2 Corintios 6.16, donde Pablo dice: “¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.” Por tanto, todos los creyentes que se congregan en el nombre de Cristo son la verdadera iglesia.

También me preguntaron si el sacramento usado por la Iglesia en la misa no se hacía carne y sangre después de la consagración por parte del sacerdote, y si no era el cuerpo de Cristo en carne y sangre. Les contesté:

—¿Cómo puede ser posible? Por cuanto está escrito en Hechos

(1.9) que él ascendió al cielo. Y en Hechos 7.56, Esteban dice: “He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios”. Y Pedro, en su primera epístola, capítulo tres, dice que él resucitó, fue al cielo y ahora está a la diestra de Dios. Por tanto, él no está aquí.

Luego él me preguntó si Jesús no podría estar aquí por su poder divino. A lo que les contesté:

—Él no puede hacer nada contrario a su propia palabra. Él es todopoderoso, lo sé, pero él no actúa contrario a su palabra.

Más adelante dijeron que cuando él tuvo su cena con sus apóstoles, él les dio su cuerpo, como está escrito en el texto, ya que dijo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo” (Mateo 26.26). Pero les contesté que él no les dio su cuerpo, sino un pedazo de pan, ya que es obvio que su cuerpo fue entregado inmediatamente después en manos de los judíos, sufrió y fue colgado en la cruz. Por tanto, ciertamente no pudo dar su cuerpo para que lo comieran, como él mismo dice: “Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid”. O sea, se refiere al vino que antes había llamado su sangre. Lean 1 Corintios 10 y 11 donde podrán llegar a comprender esto mejor.Así que él no les dio su cuerpo a sus apóstoles, sino una representación del mismo. Luego me preguntó lo que yo opinaba del servicio que se llevaba a cabo en su Iglesia. Les dije que lo consideraba una gran y abominable idolatría. Por lo que me preguntó:

—¿Entonces la consideras la ramera de Babilonia?

—Sí —le contesté—, como está escrito en Apocalipsis 13.4 acerca de la bestia que se hizo adorar. Y también habla de lo que les pasará a los que no la adoren o reciban la marca en las manos

o en la frente; y la bestia se opone a Dios y a sus elegidos.

Finalmente, él me dijo que nosotros no podíamos demostrar que nuestra iglesia, o sea, la de los anabaptistas (como ellos la llamaban) hubiera existido hace cuarenta años; y que su Iglesia sí había existido desde hace mucho tiempo. Entonces le contesté:

—Nosotros no mantenemos un registro para nuestra iglesia, como lo hace la Iglesia Católica. Pronto la descubrirían porque todos tratan de destruirla o matarla, y ella no cuenta (como en el caso de la Iglesia Católica) con la ayuda del emperador o del rey. Más bien, el rey, el emperador y el príncipe tratan de destruirla con toda diligencia. Pero yo les demostraré que tiene mil quinientos cincuenta y nueve años. Por cuanto Cristo es la piedra angular, y ese tiempo hace desde que fue crucificado.

—Sí, la Iglesia Católica —replicaron ellos—, que fue instituida por Pedro. Él fue el primer Papa. Después de él, todos los santos Papas y todos los santos maestros como Jerónimo, Agustino, Ambrosio y Bernardo, que son los cuatro maestros de la Santa Iglesia. ¿No crees a esos doctos?

—Sólo creo en la palabra de Dios —les dije.

Me preguntaron también si creía en Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu Santo; tres personas y único Dios verdadero. Les dije:

—Sólo veo a una persona en las escrituras.

Me preguntaron quién es aquella persona. Les dije:

—Cristo, el que fue visto y escuchado; pero nadie ha visto al Padre. ¿Quién, pues, puede decir quién es aquella única persona? Porque él es invisible (Juan 9.37; 1.18). Ni tampoco ha visto alguno al Espíritu Santo. Claro, vieron que él bajó como paloma y se posó sobre Cristo, pero una paloma no es una persona.

—Entonces —me dijeron—, usted no cree que hay tres personas.

—No lo creo —respondí—, a menos que se me demuestre por medio de las escrituras; confieso que son tres en esencia, pero hay sólo un Dios verdadero. El Padre no es el Hijo ni el Hijo es el Espíritu Santo. Confieso que el Padre es el Padre, su Hijo Jesucristo procede de él, y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. No obstante, son un verdadero Dios indivisible (Juan 17.8; 15.26).

Luego me preguntó si Cristo tomó su carne y su sangre de María. Les contesté:

—Eso tendrían que demostrármelo.

—Él es descendiente de David —me dijeron.

—Las escrituras no dicen que él tomara su carne y su sangre de María. Lean Lucas capítulo uno, donde el ángel dijo: “Y ahora, concebirás en tu vientre”. Y más adelante, cuando María dijo: “¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.” Tengan en cuenta estas palabras; él dice: “el Santo Ser”. Y Pablo dice que el primer Adán es de la tierra, terrenal; pero el segundo es el Señor del cielo. Lean 1 Corintios 15.47 donde lo podrán ver claramente. Además, lean Hebreos 10.5, donde Pablo dice: “Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo”.

Otra vez en Juan 16.28, donde Cristo dice que salió del Padre y vino al mundo. En muchos otros lugares lo dice, como en Juan 8 y 9. Escudriñen las escrituras; el evangelio de Juan y las epístolas.

Entonces me preguntó si Jesús tomó la sustancia de María cuando ésta lo amamantaba. Les contesté que ella cuidó de él. Cuando él nació, ella lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Más adelante vemos que ella cuidó de él; como cuando a la edad de doce años él se perdió, ellos lo buscaron cuando regresaban de Jerusalén. Se dice que ellos lo buscaron diligentemente y con angustia (Lucas 2.48). Luego me preguntó si ella no lo amamantó.

Respuesta: “Cristo respondió (cuando una mujer dijo: ‘Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste’): ‘Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan’” (Lucas 11.27–28).

Pregunta: “¿Qué crees? Dinos cuál es tu parecer.”

Respuesta: “No debo hablar de aquello sobre lo cual las escrituras no me brindan información. Las suposiciones no tienen valor alguno”. También me preguntó si Cristo era descendiente de David.

—¿Cómo puede ser descendiente de David —les dije—, cuando el propio Cristo dijo (cuando él preguntó a los fariseos de quién era hijo): ‘¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo?’ (Mateo 22.43–45).

Ellos no supieron qué decir. Por lo que seguí hablando:

—Yo sé que él nació a partir de la simiente de David, pero no de la simiente de David (Romanos 1.3).

—Pero en Gálatas 4.4 nos dice que Jesús fue hecho de una mujer —me respondieron.

—Es absurdo creer que una mujer puede hacer a un hijo. ¿Acaso no dicen todas las demás escrituras que él nació de una mujer?

—Yo le puedo mostrar cuarenta lugares donde dice que él es descendiente de David —me respondió. Sin embargo, no me los demostró.

Entonces les dije:

—Si ella lo concibió del Espíritu Santo, él no puede ser descendiente de David.

Luego me preguntó adónde van las personas cuando dejan este mundo. Le contesté:

—Ellos, o sea, los creyentes, duermen en el Señor, como lo testifican las escrituras (Hechos 7.60).

Entonces me preguntó adónde van sus almas. Le contesté:

—Pablo dijo que quería estar ausente del cuerpo y presente al Señor; y, por tanto, yo opino lo mismo (2 Corintios 5.8). —Luego me preguntó adónde van las otras almas.

Respuesta: “Las escrituras no dicen nada al respecto; tampoco yo puedo decir adónde van.”

Pregunta: “¿Qué piensa acerca de esto? A alguna parte van las almas.”

Respuesta: “Eso lo dejo en manos de la Divina Providencia.”

Después me preguntó qué creía acerca de la resurrección de los muertos. Le contesté:

—Lo que está escrito en 1 Corintios 15.53, donde Pablo dice que lo mortal se vestirá de inmortalidad y lo corruptible de incorrupción, y que este mismo cuerpo resucitará. —A esto, él no fue capaz de contestar.

Entonces me preguntó adónde van los niños que mueren sin ser bautizados. Le dije:

—Al lugar que a Dios mejor le plazca.

Me preguntó si son salvos.

Respuesta: “Cristo bendijo a los niños, y dijo: ‘de los tales es el reino de los cielos’” (Mateo 19.14).

Pregunta: “¿Quiere decir entonces que ellos son salvos?”

Respuesta: “Si poseen el reino de los cielos, están bastante felices.”

Pregunta: “He aquí, están condenados, sin lugar a duda.”

Respuesta: “Lea Romanos 5.17–19, donde dice que como por la desobediencia de un hombre vino la muerte, de la misma manera por la obediencia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida.” Me preguntó, además, si yo sería obediente a la magistratura.

Respuesta: “Sí, señores, mientras esto no contradiga el mandamiento de Dios; por cuanto Pedro dice que debemos obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5.29). Entonces me preguntó si yo juraría ante los señores.

Respuesta: “No.”

Pregunta: “Tenemos que obedecer a la magistratura. Pablo y Pedro así lo enseñan.”

Respuesta: “Cristo dice que no debemos jurar en ninguna manera, ni por nuestra cabeza, sino que nuestro sí debe ser sí, y nuestro no debe ser no, para que no caigamos en condenación” (Mateo 5.34; Santiago 5.12; 2 Corintios 1.17). Entonces me preguntó si estamos obligados a decir la verdad.

Respuesta: “Sí.”

Pregunta: “Dígame, ¿quiénes son sus cómplices?”

Respuesta: “Acusar a nuestro prójimo no es decir la verdad. Cristo no enseña eso.”

Entonces me ordenó solemnemente por Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, decírselo. Le dije:

—No me importan sus órdenes solemnes; eso es hechicería. —Entonces me dijo que estábamos obligados a actuar contrario al mandamiento de Dios a causa de la orden solemne.

Me atormentaron mucho acerca de los que llevaron a un paralítico a Jesús. Me dijeron que sus pecados le fueron perdonados por la fe de los que lo trajeron a Jesús; y que así también pasa con los infantes en el bautismo, por la fe de los padres. Sin embargo, Jesús no dijo: ‘por la fe de los que lo llevaron’; simplemente dice: ‘al ver Jesús la fe de ellos’ (Mateo 9.2; Marcos 2.5).

Todo esto lo he escrito por amor. Si no les he escrito la verdad, por favor, tengan paciencia conmigo; pero creo que les he escrito conforme a las escrituras. Recíbanlo con bondad.Adiós. Con afecto saludo a mis amigos en todas partes, pidiéndoles que oren por mí. Sepan que tengo buen ánimo, gracias a Dios. La gracia del Señor sea con todos ustedes. Amén.

TESTAMENTO ESCRITO POR JELIS BERNAERTS A SU ESPOSA, ESTANDO EN LA PRISIÓN EN AMBERES, DONDE FUE EJECUTADO A CAUSA DE LA PALABRA DEL SEÑOR, 1559 d. de J.C.

Gracia y paz te sean multiplicadas, mi querida y amada esposa y hermana en el Señor, “como las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas pro-mesas” (2 Pedro 1.2–4).

Mi amada, por ellas eres participante de la naturaleza divina, si huyes de la concupiscencia de este mundo, como hasta ahora lo has hecho al renunciarla y al aceptar la regeneración, la fe y la manifestación de la obediencia, la cual demostraste por medio del bautismo, en el cual te vestiste de Cristo, y por medio de ello te convertiste en participante de la naturaleza divina. Y esto no fue hecho por las obras de justicia que hiciste, sino que te salvó por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo (Tito 3.5). Si perseveras en esto hasta el fin y si eres paciente en cualquier cosa que te suceda, tú heredarás lo que te ha sido prometido. Alaba a Dios y dale las gracias por todos los beneficios gloriosos que has recibido. Bendice a Dios el Padre por medio de Jesucristo, aunque te ha sobrevenido la tribulación por mi partida a causa del Señor. Y sabe también que según la gran misericordia de Dios, él nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada para ti y para todos los que están en la misma fe, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual tú, mi querida y amada esposa, te alegras, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengas que ser afligida en diversas pruebas. Porque sí, mi amada, somos probados de diversas formas a fin de que se haga manifiesto si realmente amamos al Señor (1 Pedro 1.3–6).

Por tanto, esfuérzate, mi amada, aunque te sobrevengan aun más tribulaciones; porque es por medio de mucha tribulación y aflicción que entramos en el reino de Dios. Y, como también dice Eclesiástico en el capítulo 2, versículos 1 al 5: “Hijo mío, si tratas de servir al Señor, prepárate para la prueba. Fortalece tu voluntad y sé valiente, para no acobardarte cuando llegue la calamidad. Aférrate al Señor, y no te apartes de él. (…) Porque el valor del oro se prueba en el fuego, y el valor de los hombres en el horno del sufrimiento”.

No obstante, mi amada, es así que Santiago escribe en su primer capítulo: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”; porque cuando enfrentamos la tribulación, necesitamos mucha paciencia. Por tanto, te suplico desde lo más profundo del corazón y del alma, que tengas buen ánimo y con paciencia permitas que la prueba de tu fe se haga manifiesta, como dice Pedro: “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1 Pedro 1.7–9). Entonces ya no habrá más aflicción, tribulación, oprobio, persecución, gemido, llanto ni lamento (Apocalipsis 21.4). Por tanto, esfuérzate y ten en cuenta que el sufrimiento que experimentemos aquí pasará, y toda la gloria y los placeres de este mundo quedarán reducidos a nada. Pero fíjate constantemente en las gloriosas promesas del futuro que nos han sido hechas y que se cumplirán para los que creen, si perseveramos, ya que fiel es el que promete, porque el Señor no retarda su promesa (Mateo 24.13; Hebreos 10.23; 2 Pedro 3.9). Pero esfuérzate y confía en él, porque él no te dejará. Echa toda tu ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de ti; por cuanto el que te ha llamado y te ha elegido es un Dios de toda gracia, como dice Pablo.

Mas el Dios de toda gracia, que te llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayas padecido un poco de tiempo (nota, él dice: “un poco de tiempo”), te perfeccione, afirme, fortalezca y establezca en lo que has aceptado, o sea, en la fe en él y en su Hijo unigénito, Jesucristo nuestro Señor. “A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Pedro 5.10–11).

Después de este afectuoso y cariñoso saludo a ti, mi querida, elegida y amada esposa y querida hermana en el Señor, quiero decirte que he recibido tu carta, en la que me escribes que te escriba un testamento. No me negaré, si el Señor me da la oportunidad; porque si pudiera ayudarte con mi sangre, lo haría. Mas ahora no puedo ayudarte, a no ser escribiéndote. Lo hago para tu consuelo, por un verdadero amor fraternal y desde lo profundo del corazón, tratando de terminar esto con la ayuda y la gracia del Señor, con la misma opinión con la que lo comencé. Sabe, por tanto, mi querida esposa y hermana en el Señor, que nuestro Dios visitó a su pueblo en la antigüedad, cuando ellos estaban en Egipto bajo la esclavitud del rey Faraón, a quien tuvieron que servir durante casi quinientos años.Y cuando fue su voluntad librarlos, levantó a Moisés como su líder. Por él, Dios los libró de la esclavitud de Egipto y los condujo al Mar Rojo, en donde ahogó y redujo a nada al rey Faraón y a todo su ejército (con el cual los siguió), librándolos de sus manos. Así fue como llegaron al desierto, para continuar hacia la tierra que les había sido prometida. Y Jehová Dios, mediante Moisés su líder, les dio leyes y costumbres que ellos debían cumplir. Mas ellos no siguieron en su ley, por lo que Dios se enojó y juró en su ira que no entrarían en su reposo. ¿Con relación a quién juró? ¡Con relación a los incrédulos!Y vemos que ellos no entraron allí, y esto a causa de su incredulidad. Después de haber pasado esto, el Señor habló por medio del profeta, y dijo: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31.31–35). Ahora en estos días postreros, él ha revelado este pacto, dado por medio de su Hijo Jesucristo nuestro Señor. Él es el verdadero Moisés, que nos ha tomado de la mano y nos ha sacado de Egipto, donde todos nos sentábamos y servíamos al diabólico rey Faraón, bajo quien fuimos cautivos por el pecado. Somos redimidos de sus cadenas y esclavitud por Cristo, que por medio de su muerte y el derramamiento de su sangre nos redimió y nos reconcilió. Nos libró del diabólico rey Faraón, a quien él destruyó y ahogó en su sangre, cumpliendo así el Antiguo Testamento. Porque todo lo que estaba escrito en la ley y en los profetas tenía que cumplirse (Hebreos 1.2; Mateo 5.17; Lucas 24.44).Así se cumplió, y el Nuevo Testamento se confirmó con su sangre. Como ya he dicho, él había prometido este cumplimiento mediante los profetas; ha sido proclamado a nosotros por medio del evangelio, y fue confirmado con señales y prodigios hechos por él y sus santos apóstoles. Después de su resurrección, él los envió a predicar a todas las naciones para que todo aquel que crea y sea bautizado, sea salvo. También les mandó enseñar a guardar todas las cosas que él había mandado (Hebreos 2.4; Mateo 28.20).

Y ahora, mi amada esposa, somos el pueblo que Dios eligió antes de la fundación del mundo. Él hizo un mejor pacto con nosotros que el que hizo con Israel, quienes diariamente tenían que ofrecer sacrificios por sus pecados, con los cuales, sin embargo, no pudieron expiarse (Efesios 1.4; Hebreos 7.22, 27). Por cuanto ofrendas y holocaustos y expiaciones por el pecado no quiso, ni le agradaron, las cuales se ofrecían según la ley. Entonces él (Cristo), dijo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados. Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho [como está escrito en Jeremías 31.31]: Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré, añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de éstos, no hay más ofrenda por el pecado” (Hebreos 10.8–18).

Así que, mi querida y amada esposa, tenemos libertad (versículo 19) “para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios”, que es la iglesia, habiéndola purificado con su sangre, para que fuese santa, sin mancha ni arruga; de la cual eres un miembro, porque ella es el cuerpo de Cristo y nosotros los miembros del mismo cuerpo, y Cristo es la cabeza y el sacerdote de la casa de Dios (como aparece en Efesios 5.26–27; 1.22). Por tanto, mi muy amada, “acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura”. Es decir, desechemos toda inmundicia de corazón y de espíritu, perfeccionando la justicia y la santidad. “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros [esto te lo suplico, mi muy amada] para estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10.22–24; 2 Corintios 7.1).

Teniendo en cuenta que eres hija del Nuevo Testamento, te escribo la presente como un testamento según tu petición. Por tanto, es mi petición a ti, mi querida oveja, (despreciada de los hombres pero elegida de Dios, y llamada a su Testamento) que ya que él nos dejó este Testamento, recordemos su muerte, o sea, la partición del pan. Mostramos así que él fue quebrantado por nosotros en la cruz, y de esta manera también recordamos que somos librados por él de las manos de nuestros enemigos. Esto él nos dejó como un Testamento eterno para cumplirlo, así como se les mandó a los hijos de Israel que comieran la pascua y que la cumplieran anualmente como memoria de haber sido librados del rey Faraón. Todo eso fue un ejemplo y una sombra de lo que ahora tenemos, la verdadera sustancia, en el verdadero cumplimiento de nuestra redención mediante el verdadero Cristo pascual. Lo tenemos también en su comunión, en la cual, sin duda, estás incluida, ya que hace poco tiempo nos lo demostramos los unos a los otros al partir el pan y beber el vino. Así demostramos que somos partícipes del Nuevo Testamento y de las gloriosas promesas dadas a los hijos del Nuevo Testamento. Por tanto, es mi petición que perseveres con toda diligencia hasta el fin, para que puedas heredar todas las promesas, porque el que venciere heredará todas las cosas. “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono. El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre”; y le daré otras promesas hermosas que, como bien sabes, son prometidas a todos los que vencen (Apocalipsis 21.7; 3.5, 21).

Por tanto, mi amada, procura seguir fiel, porque aún estás en el desierto donde tendrás que ser probada, así como Israel fue probado cuarenta años para que Dios pudiera manifestar lo que había en su corazón. Así que todos los que no permanecieron firmes perecieron y no pudieron heredar las promesas, como mencionamos anteriormente. Pero ahora tenemos un mejor pacto, el cual es para siempre, y no es como el de Israel que fue escrito en tablas de piedra, sino que éste ha sido escrito en tablas de carne de nuestro corazón (Hebreos 8.6).

Así que, mi amada, como ahora tenemos un mejor pacto, anda en él mejor y continúa firme en la fe. Deja que esta fe se manifieste por los frutos de la fe, y que la ley, que ahora está escrita en tu corazón por el Espíritu de Dios, sea leída en ti, al cumplir tú las obras del Espíritu Santo. Así serás una carta de Cristo, que a su vez pueda ser leída por todos a quienes te manifiestas, como Pablo testifica de los corintios (2 Corintios 3.3). Pablo dice que ellos fueron la carta de Cristo expedida por ellos, “escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón”. Por cuanto, Cristo también dice (Mateo 5.16): “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre”. Porque si ahora tenemos un nuevo pacto dado por Cristo, quien es nuestro líder y dador de la ley, tenemos que guardar sus mandamientos, seguirlo (como te escribí en las otras dos cartas) y manifestar su imagen, así como la imagen del Padre fue manifestada por él. Él le dijo a Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14.9–10).

Ahora bien, mi amada, has escuchado el evangelio por la gracia de Dios, el cual ha sido predicado en todo el mundo. Lo crees, y has sido obediente a él, y yo confío por la gracia del Señor en que aún lo eres. Estás revestida de Cristo, así que, permítele manifestarse en ti, así como la imagen del Padre se manifiesta en Cristo. Él la manifiesta por medio de las palabras y los milagros, tal y como tú siempre manifiestas a Cristo por medio de un puro caminar cristiano; y así sigues verdaderamente a Cristo. Él es el verdadero Moisés, que fue primero que nosotros. Síguelo con valor, sin importar con lo que te enfrentes en este desierto, ya sea tribulación o aflicción, sufrimiento o persecución. Esfuérzate; Cristo está delante de nosotros. Síguelo audazmente, porque el siervo no es más que su señor; ni el discípulo es sobre su maestro, ni la esposa a su marido, ni la criada a su ama. Basta con que el discípulo sea como su maestro, y el siervo como su señor, y la esposa como su esposo, y la criada como su ama.

Por tanto, amada hermana en el Señor, esfuérzate, y considera la aflicción y la paciencia de Cristo y de todos los testigos piadosos que desde el principio hasta ahora han seguido a Cristo (Santiago 5.10). Él no los dejó sin consuelo, como tampoco nos dejará a nosotros sin consuelo, los que estamos encarcelados aquí por causa del mismo testimonio, sino que nos da abundante consuelo y fortaleza por el poder de su Espíritu Santo; eternas alabanzas a él por esto.

Así que, esfuérzate, persevera sin cesar en la oración y la súplica. Demuestra así que eres hija del Nuevo Testamento, que la ley del Señor está escrita en tu corazón y que, por tanto, en ti es manifiesta. Que el Dios misericordioso te fortalezca con este fin, por medio de su Hijo y el poder de su Espíritu Santo. Con esto (ya que no tengo más papel), te encomiendo, mi querida esposa, al Señor y a la palabra de su gracia.

Escrito por mí en prisión el lunes,

Jelis Bernaerts, tu querido esposo.

Carta escrita por Jelis Bernaerts a su esposa

Gracia y paz de Dios el Padre, quien ha venido a nosotros por medio de Jesucristo su Hijo unigénito, nuestro Señor. Que él te consuele en toda tu tribulación por el poder del Espíritu Santo. El Espíritu es el consolador de todos los afligidos, y es enviado a nosotros del Padre por medio de Jesucristo su Hijo. Es enviado como el instructor de todos los creyentes, y consolador de todos los afligidos que tienen la tristeza que es según Dios, la cual produce arrepentimiento para salvación (2 Corintios 7.10). Este mismo Dios todopoderoso, íntegro, inmutable y eterno, es expresado en tres nombres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en un solo Ser, como está escrito en 1 Juan 5.7: “Tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno”. Que él sea tu consolador hasta el fin. Esto oro desde lo profundo de mi corazón, por medio de su querido Hijo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Mi querida y amada esposa, y hermana en el Señor, te mando un afectuoso y cariñoso saludo. Te amo como a mi propia alma, según el espíritu y la carne, ya que eres carne de mi carne, y yo soy lo mismo contigo. No puedo (percibiendo tu aflicción) olvidarte ni dejar de consolarte por medio de mis cartas, mientras tenga tiempo. Ten presente, mi amada, que mi separación de ti es difícil para mí. Pero me consuelo con la palabra del Señor, que dice que tenemos que aborrecer y dejarlo todo: padre, madre, esposa, hijos. Y que el que no toma su cruz diariamente, no puede ser su discípulo (Lucas 14.26; Mateo 16.24). Cuando me doy cuenta de que la unión de la carne que juntos hemos formado no puede durar para siempre y que nuestra separación es según la voluntad del Señor, renuncio mi propia voluntad en cuanto a esto y me someto a su voluntad. Haz tú lo mismo, mi amada. Te suplico que te rindas al Señor, porque él es tu vida y tu muerte, como leemos en Romanos 14.8: “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.” Cuando yo, mi querida esposa, contemplo la unidad en la que aún estamos, o sea, en el cuerpo espiritual de Cristo, ya que por un Espíritu todos somos bautizados en un mismo cuerpo, entonces me regocijo porque tú también estás en comunión conmigo. Me regocijo porque te haces partícipe de la naturaleza divina; sí, ambos somos ramas en la vid, que es Cristo. Somos ovejas del verdadero Pastor, hijos de la promesa, nacidos de la libre. Somos herederos del reino de Dios, con Cristo en el reino de su Padre, ya que por él somos hijos de Dios. Somos hijos por la simiente incorruptible, la palabra de verdad, que es él, ya que él es la palabra del Padre, y el Verbo hecho carne. Por el Verbo y el Espíritu llegamos a esta comunión, y nos hicimos carne de su carne y hueso de sus huesos. Ahora somos miembros de su cuerpo, o sea, de su iglesia, de la cual él es la cabeza. Cuando me doy cuenta de que ambos somos miembros de su cuerpo, me regocijo al igual que tú, mi amada, y te ruego; porque esta unión durará para siempre si permanecemos fieles a él con quien estamos unidos y no cometemos adulterio, disfrutaremos en el porvenir todas las riquezas gloriosas con él en el reino de su Padre. Pero ten presente, mi querida oveja, que Cristo, cuando dejó la gloria de su Padre y vino a la tierra, tuvo que volver a tomarla por medio de muchas tribulaciones y aflicciones. Y si él, que es la cabeza, pasó por esto antes, nosotros, los miembros, tenemos que imitarlo. Y como hay un solo camino y una sola puerta, los miembros tienen que seguir el mismo camino y entrar en la misma puerta; el cuerpo no puede entrar dividido en la casa. Por tanto, mi amada, si vamos a ser miembros con la cabeza, tenemos que entrar con Cristo en la casa de su Padre, de la misma forma que él entró. Para disfrutar las riquezas gloriosas tenemos que aceptar todo lo que se nos presente; porque si vamos a reinar con él, también tenemos que sufrir con él.

Si somos hijos, también somos herederos, “herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8.17–18). Y Cristo dice: “De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo” (Juan 16.20–21).Así que, mi amada, toma estas palabras de Cristo como ejemplo, para que sea así con nosotros hasta que demos a luz a Cristo.

Por tanto, mi amada, analiza bien las escrituras para que veas cómo él constantemente habla de la tribulación y la aflicción en este tiempo presente, aunque siempre da consuelo también cuando dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5.4).Y dice: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16.33). Y otra vez dice: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Juan 14.18). Y aun cuando habla mediante el profeta Isaías, dice: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49.15).

Así que, mi amada, consuélate con estas palabras y con todas las riquezas gloriosas de las cuales te has hecho partícipe por medio de la fe. No tienes que asombrarte de llorar ahora, porque bien sabes que en este tiempo presente no se nos promete otra cosa que no sea la tribulación, el sufrimiento, la persecución y la aflicción. Pero escrito está: “Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. (…) ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis” (Lucas 6.21, 25). Así que, es mejor llorar ahora que después, ya que llegará el momento que durará para siempre, y lo que ahora es, pronto pasará. Por tanto, mi amada, echa toda tu ansiedad sobre el Señor, porque él tiene cuidado de ti. “Fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo”, Jesucristo nuestro Señor, al que sea toda la alabanza, el honor y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén (Colosenses 1.11–13).

Ahora yo, tu fiel esposo, te encomiendo, mi muy amada esposa, al Señor y a la palabra de su gracia. Amén. Que el Señor te fortalezca y te establezca por su Espíritu, para que guardes hasta el fin lo que ahora posees y así recibas la corona de la vida, y esperes con paciencia el tiempo de tu redención. La paz del Señor sea contigo, y con todos los que temen al Señor y lo aman, y guardan sus mandamientos.

Otra carta de Jelis Bernaerts a su esposa

La gracia y la paz de Dios el Padre, y los méritos de nuestro Señor Jesucristo, y la comunión del Espíritu Santo sean contigo. Por ese Espíritu somos bautizados en un cuerpo, del cual Cristo es la cabeza. Juntamente con él nosotros los miembros, somos carne de su carne, y hueso de sus huesos. Él es el Salvador de su cuerpo, y las puertas del Hades no prevalecerán contra él ni lo resistirán, si permanecemos firmemente unidos en el amor los unos a los otros, y si no nos dejamos engañar, sino que retenemos la fe en Cristo Jesús y no descuidamos la gracia de Dios dada a nosotros por medio de Cristo Jesús. Él es su Hijo unigénito, nuestro Señor, al que sea toda la alabanza, el honor y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

Luego de este afectuoso saludo que te he escrito, mi amada esposa y hermana en el Señor, de quien ahora estoy privado por estas cadenas en las que me encuentro por el testimonio de nuestro Señor Jesucristo y la fe en Dios, paso a decirte lo siguiente. Espero sellar la fe con mi sangre y mi muerte, y así entrar en el reposo con todos los santos de Dios bajo el altar (el cual es Cristo). Allí esperaré a todos mis hermanos, donde estaremos juntos por siempre en el gozo eterno. Allí no habrá más separación, sino que reinaremos por siempre con Dios y el Cordero, y todos los santos. Allí no habrá más llanto ni tristeza, sino que todas las lágrimas serán enjugadas de nuestros ojos. Nuestra tribulación se volverá gozo y alegría, nuestro llanto, sonrisa, nuestra separación, eterna reunión donde no habrá más que gozo y alegría. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu” (1 Corintios 2.9–10). Por tanto, esforcémonos y seamos sufridos en la tribulación, sabiendo que es necesario que a través de muchas tribulaciones y aflicciones entremos en el reino de los cielos. Seamos constantes en la oración y perseveremos firmemente en la oración y la súplica en el Espíritu, para que él siempre nos consuele, nos fortalezca y nos establezca. Así estaremos siempre firmes en toda tribulación y aflicción que se nos presente; en ese sufrimiento él no nos dejará sin consuelo. “Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación” (2 Corintios 1.5).

Ahora bien, mi muy amada, podemos esforzarnos y tener buen ánimo, y regocijarnos en la esperanza, porque hemos obtenido estas gloriosas promesas y esperamos una salvación tan extraordinaria. Porque nosotros que en otro tiempo estuvimos lejos, ahora estamos cerca; sí, nosotros que en otro tiempo fuimos extranjeros y advenedizos, ahora somos conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios. Somos edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, y vamos creciendo para ser un templo santo. Y como dice Pedro: “Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2.5). Porque él “nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre” (Apocalipsis 1.5–6). Pedro también escribe en su primera epístola, segundo capítulo: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (versículos 9 y 10). Porque debemos saber que estábamos sin Dios en el mundo cuando servíamos a los deseos de la carne y andábamos según las costumbres de este mundo, de quien éramos amigos. Lo que es más, el mundo nos alababa. Sin embargo, éramos despreciados por Dios (ay de nosotros), porque como dice Santiago: “Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Santiago 4.4). De hecho, éramos de los que no teníamos la misericordia de Dios; porque Cristo mismo dice que ninguno puede servir a dos señores; tiene que aborrecer al uno y amar al otro (Mateo 6.24). Y si renunciamos el mundo y dejamos nuestra propia vida para ya no vivir más según la voluntad de nuestra carne, sino según la voluntad de Dios, él tendrá misericordia de nosotros y nos llevará de la mentira a la verdad, de las tinieblas a la luz, de la servidumbre de los ídolos a la adoración del Dios vivo. Nosotros que en otro tiempo no éramos pueblo, ahora somos el pueblo de Dios, y podemos proclamar todas las virtudes y los gloriosos beneficios que el Señor nos ha mostrado. Él nos adoptó también como sus hijos; porque fue de semejante pueblo, convertido y transformado en vida nueva, de quien el apóstol Pedro escribió: “Mas vosotros sois linaje escogido”. Y observa, mi amada, que él comienza su epístola como refiriéndose a un pueblo que estaba disperso en el extranjero por causa de la fe en Cristo Jesús. Por tanto, no debe sorprendernos que ahora seamos dispersos, apresados y ejecutados. Porque como has podido escuchar y leer, así ha sido desde el principio y así será hasta el fin, porque las tinieblas no aman la luz.

Por tanto, mi muy amada, no temamos; Dios es nuestro líder. “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. (…) Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.” Esto sabemos; además, sabemos que él nos protege como la niña de su ojo, y ha dicho: “No te desampararé, ni te dejaré. De manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” (Hebreos 13.5–6). Así como también nos ha amonestado que no les temamos a los que matan el cuerpo; ya que después de esto no pueden hacer nada más. Pero temamos a aquel que tiene poder para echar el alma y el cuerpo en el infierno. Así como él mismo también dice por el profeta: “¿Quién eres tú para que tengas temor del hombre, que es mortal, y del hijo de hombre, que es como heno?” (Isaías 51.12).

Así que, mi muy amada, no temas a lo que aún pueda sobrevenirte; tampoco estés sin consuelo, sino más bien ten ánimo mientras estás libre de cadenas y sé sufrida en la tribulación, así comoyolosoyenmis prisiones conlaayudadelSeñor.Ysigamos firmemente en la fe y el amor, y digamos con el apóstol Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia,

o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8.35–37).

Por tanto, mi muy amada, ten ánimo, esfuérzate, sé sufrida en todas tus tribulaciones. Mantente firme en la fe hasta el fin, para que aunque ahora estemos separados el uno del otro por tanta tribulación y sufrimiento, podamos encontrarnos en el día de la resurrección. Así podremos regocijarnos para siempre los unos con los otros, y reinar con el Señor y todos sus santos y todos los ángeles de Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

Con este propósito, que el Dios todopoderoso y Padre de nuestro Señor Jesucristo te fortalezca a ti, y a mí (y a todos los que aman al Señor y guardan sus mandamientos) por el poder del Espíritu Santo. Amén. Con esto, te encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia. Amén. La paz del Señor sea contigo.

Carta escrita por Jelis Bernaerts a sus hermanos después que fue condenado

Gracia y paz sean a ti, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de su Padre; a él sean dadas alabanzas, honor, gloria y acciones de gracia, ahora y para siempre. Amén (Gálatas 1.4; Apocalipsis 5.13).

Mi muy amada esposa y hermana en el Señor, y todos mis queridos hermanos de la iglesia en Gh. Después que fui condenado a muerte, sentí el deseo en mi corazón de escribirles algo. Encomiendo a mi esposa a ustedes y a la palabra de Dios, de un corazón puro y sincero, y de un amor fraternal no fingido y auténtico, que tendré por ustedes hasta la muerte. Así que, los exhorto fraternalmente por medio de mi carta a todos ustedes, que no teman a los que pueden matar el cuerpo; porque después de esto no pueden hacer más nada. Y como dice Pedro: “No os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones” (1 Pedro 3.14–15). Y, como dice más adelante, queridos hermanos en el Señor: “No os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría” (1 Pedro 4.12–13). Bien pudo exhortarnos el apóstol a que nos regocijáramos, porque yo puedo decir que verdaderamente me ha sobrevenido todo, menos la muerte. Sin embargo, ya me han condenado. En primer lugar, sentí gran gozo según el espíritu cuando fui apresado. Muchos pensamientos y dudas vinieron a mi carne, pero me regocijé según el espíritu de haber sido escogido de Dios para sufrir por causa de su nombre. En segundo lugar, cuando confesé mi fe ante las autoridades y fui torturado sobremanera, yo sentí que Dios estaba conmigo. Me dio tanta fortaleza, que a pesar de los sufrimientos y las torturas que me propinaron, no pudieron sacarme otra cosa que no fuera lo que contribuía a la alabanza del Señor y a mi salvación. Por eso se enojaron conmigo y me preguntaron si no les iba a decir lo que querían saber, y entonces me dijeron:

—Tenemos poder para torturarte así todos los días.

—Aquí tienen mi cuerpo —les dije—. Hagan con él lo que les plazca.

Después que todo esto pasó mi gozo fue aun mayor. No tengo palabras para alabar al Señor y agradecerle lo suficiente por la gracia que me dio al haber sido tenido por digno de sufrir por causa de su nombre y sellar su palabra con mi sangre. Las marcas que entonces recibí, y el dolor, permanecieron en mis miembros hasta el último día. Que el Señor sea alabado para siempre, ya que yo bien merecía ser castigado por mis pecados y transgresiones.

Después de esto, fui llevado dos veces ante un monje. La primera vez, él quiso conocer mi fe. Le dije:

—Pregúnteles a las autoridades ante quienes ya la confesé.

Inmediatamente comenzó a hablar bastante de la encarnación y del bautismo. Cuando había terminado de hablar, le pregunté si estaba defendiendo su posición, o si quería que yo lo interrogara y le demostrara lo contrario. Sin embargo, no escuchó mi defensa y comenzó a quejarse amargamente de Menno y de sus libros. Según él, los había leído mucho y había encontrado muchas mentiras en ellos. Le dije:

—Tráigalos todos aquí y hagamos un debate durante una semana.

—Tú no eres el más indicado —me contestó—. No nos esforzaremos tanto por ti. —Hablamos mucho más sobre su doctrina y su Iglesia. Duraría demasiado tiempo en escribirlo todo. Finalmente terminamos de hablar.

En otra ocasión, yo fui llevado ante él, pero esta vez había otra persona con él. Él quería debatir nuevamente los temas del sacramento, el bautismo y la encarnación. Pero le dije:

—La última vez que conversamos usted no me permitió defender mi posición; por tanto, ahora no deseo hablar con usted.

Él no quedó satisfecho con esto y me dijo que me obligaría a hablar con los instrumentos del margrave. También me preguntó si estaba avergonzado de mi fe. Entonces le respondí:

—No me avergoncé de confesarla ante las autoridades, pero no tengo nada que ver con ustedes.

Nosotros habíamos decidido entre nosotros que diríamos eso, y les aconsejo a todos que hagan lo mismo, porque de nada sirve discutir con ellos, ya que ellos son carnales. Luego fui condenado a muerte y mi gozo fue tanto que no pude expresarlo, ya que mi liberación estaba muy cerca. Pensé en las palabras del apóstol donde dice: “Gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría”. Más adelante dice: “Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado” (1 Pedro 4.13–14). Cuando medité en este pasaje de la Biblia, y en otros, y cuando vi cuán pasajeras son la tribulación y la aflicción… cuando pensé en las maravillosas promesas que me habían sido dadas, y que yo iba a entrar en el reposo con mis queridos hermanos que fueron antes que yo y ahora están bajo el altar, esperando a nuestros hermanos que aún deben seguirnos, entonces toda la tribulación tuvo que huir de mí, al percibir todo esto con el espíritu.

Por tanto, mis queridos hermanos, no les escribo todo esto para vanagloriarme, sino para la consolación y la fortaleza de su corazón, para que no les teman a los que matan el cuerpo, ya que después de eso no pueden hacer más nada. Los animo, queridos hermanos, a que siempre sean valientes y recuerden a sus líderes, que les hablaron la palabra de Dios, así como dice Pablo: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe” (Hebreos 13.7). Así que, mis amados, ocúpense siempre en la exhortación, la lectura, la oración. Y no dejen de congregarse, sino más bien estimúlense al amor y a las buenas obras, y permanezcan firmemente unidos en amor. Practiquen la hospitalidad entre ustedes. Sean siempre de un solo corazón y una sola alma, para que cuando los apresen (si es la voluntad del Señor), su corazón no sea turbado.

Con esto los encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia. Amén. Adiós, adiós a todos ustedes, mis queridos hermanos en el Señor.

Escrito por mí, Jelis Bernaerts, a ustedes, mis queridos hermanos en el Señor, desde lo más profundo de mi corazón y con un amor verdadero. Amén.

Capítulos

Introducción

Esteban y otros

Miguel Sattler y otros

Martirio de cuatro señoras

Cartas y confesiones escritas en la cárcel

Lenaert Plover y otros

Otro formato

Bajar El sacrificio del Señor en formato .pdf