Libros    Tratados    Música    Prédicas

 

El velo de mis ojos me fue quitado

Soy hijo de padres divorciados, con problemas de drogas y violencia. Crecí con ellos a la deriva, nunca los odié, simplemente me llené de culpa, ira, resentimiento... traumas. A la edad de trece años tenía sueños recurrentes: “Me veía como un niño pequeño de unos cua­tro años aproximadamente, y tenía frío, mucho miedo, pena y lloraba mucho. Veía que estaba corriendo, escondiéndome, y subiendo a un árbol y protegiéndome con mis brazos, y llovía mucho… y con esto me dormía, y despertaba en el sueño una y otra vez con gran tristeza... hasta que me despertaba”.

Pues bien, estos sueños se repetían una y otra vez por espacio de meses, hasta que no aguanté más y se lo conté a mi tía (la cual es como mi madre), y ella bajaba la cabeza y sólo me decía: —Será algo que viste en la televisión. —Pero los sueños seguían, hasta que un día mi tía nos reunió a mi hermano menor y a mí, y nos dijo: —ustedes ya son grandecitos y entienden. Giovanni —me dijo—, tus sueños son producto del pasado. Sabes que tu mamí y tu papí no están bien, están enfer­mos (drogas), no es culpa de ellos, pero tampoco es de ustedes. En su locura un día, ellos los dejaron en la selva en un pueblo muy adentro y ellos se vinieron acá, hasta que nos llamaron de allá y nos dijeron que les habían dicho que ustedes estaban con los indios. Le obligamos a tu mamí a decirnos en donde, y fuimos a buscarlos, cuando llegamos sólo encontra­mos a tu hermanito, y ellos nos dijeron que tu te escapaste, y pensaron que algún animal te mató. Nosotros buscamos con la policía y movilizamos gente por dos meses con esperanzas hasta que nos regresamos. Pero un día nos llaman y nos dicen que habían visto a un niño corriendo como un perrito en el monte. Cuando llegamos, la señora nos dijo: —He visto a Giovannito... él siempre llega y entra en la coci­na, come y huye. —Entonces esperamos y apareciste, tu mamí quiso ir a ti y tú al verla huiste. La policía te buscó, pero nada. Al otro día otra vez bajé yo y al llamarte, viniste corriendo y me aga­rraste muy fuerte. Estuviste perdi­do casi cuatro meses en el monte y era imposible que sobrevivieses, pero Dios te guardó.

Tu estado era deprimente, pues estabas desnutrido, corta­do, picado, te llevamos a casa y el psiquiatra te trató, hasta que te olvidaste y después de un año recién hablaste, pues por el trau­ma no hablabas.

 

Bueno eso explica todo, pero el remordimiento es malo en esa edad, y a los quince me convertí en un rebelde, me drogaba, bebía, era violento y me convertí en un desadaptado social, fui un delincuente, sin sentimientos ni respeto por nadie ni por nada.

Bien, pero Dios lleno de misericordia nunca me dejó. Pues Él no desea que nadie se pierda, mas bien desea que todos procedan al arrepenti­miento. Ahora sé que Dios obraba paulatinamen­te (pues su tiempo no es el nuestro), y nos prepa­ra cuando pone sus ojos en nosotros para levan­tar siervos para la honra y gloria de su nombre. De alguna manera, muchas personas que no conocía oraban por mí (parte de mi familia que no cono­cía). Sucedió que estando en la capital de mí país (Lima), dejé las drogas y me desintoxiqué. Fue una lucha con mi carne que en un principio pensé que era yo mismo quien luchó, sufrió y lo superó, pero sé que fue Dios mismo y su miseri­cordia que administraba ese momento.

En Lima aprendí a estudiar y a trabajar (cosa que antes nunca hice), estuve ahí tres años en los cuales cambié de pensamiento y actitud, descubrí que podía sonreír, y ser amigable, descubrí la compasión y la amistad de aquellos que me abrie­ron la suya.

Más adelante conocí mucho de filosofía, psicología, literatura, medicina (todo aquello que inte­resó saber porque era así, y qué eran las drogas, y la violencia).

 

Después decidí estudiar (escudriñar) a fondo la verdad, la cual está en las Escrituras (la Biblia), como lo dijo Jesucristo: "Y la Verdad os hará libres", pues ese fue mi principio de todo este cambio. Después de estudiar mucho un año, el velo de mis ojos me fue quitado y una noche lloré amargamente mientras estudiaba y Dios habló en mi corazón y abrió mi entendimiento y lloré... y me sentí traicionado, utilizado, engaña­do, por la que yo en su momento depo­sité mi confianza, pues creía, como muchos, que ella era la única iglesia de Cristo, y no era así. Oré a Dios y le pedí perdón por todos mis pecados, me arrepentí con todo mi corazón, reconocí su señorío y su misericordia, y le pedí que entrara en mi vida y le invi­té que sea mi Señor y mi Salvador. Pues entendí que necesitaba ser primero de Él, para ser hijo de Dios y tener vida eterna, y que no necesitaba nada que dar o hacer para obtener este regalo de Dios, sino creer en Jesucristo como mi Señor y único y suficiente Salvador.

Ahora sé esto: Que Dios está lleno de misericor­dia y escucha la voz de sus hijos, y a pesar de que ya había yo, en un principio, tomado una decisión como muchos, Él escuchó la voz de aquellos que rogaban por mí para que conociera al Dios de Abraham. Para que por fe pro­cediera al arrepentimiento y obtuviese el perdón de pecados, y estar ahora … inscrito en el libro de la vida. ¿Por qué? Por esto:

"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8).

"Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 6:23).

El pecado más grande del ser huma­no es: No aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador.

La vida eterna es un regalo no mere­cido. Pues nosotros no podemos hacer nada para merecerla. Pero Dios en su infi­nito amor no quiere que nadie se pierda (sea condenado) y nos dio la vida, como regalo a todo aquel que cree en su Hijo Jesucristo. Aquel que no acepta (recibe) a su Hijo está condenado; pero aquel que lo recibe ese recibe el perdón de todos sus pecados y la vida eterna; y será adoptado como hijo de Dios. Así está escrito: "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Juan 1:12).

Amigo lector, Dios le habla, escúchelo y confíe en Él. Porque Él dice: "El que oye mi Palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida" (Juan 5:24).

¿Quiere que él lo invite directamen­te? Escuche lo que le dice: "He aquí, Yo (Jesús) estoy a la puerta (corazón) y llamo (lees mi Palabra o te la dicen); si alguno (ud.) oye mi voz y abre (lo recibe) la puer­ta (el corazón), entraré a él, y cenaré (viviré) con él (con ud.) y él (Ud.) conmigo. (con Jesús)" (Apocalipsis 3:20).

¡Qué Dios esté con Usted, y le permita entrar en su vida!

Giovanni Razzeto Calderón

 

Tomado de: En la Calle Recta, Apartado, 215, 24400 PONFERRADA, ESPAÑA; Año XXXV, Núm. 184, sept-oct 2003