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EL TESORO BÍBLICO

Por Guillermo McGrath- ©1985 usado con permiso

Capítulo 8

Las ordenanzas
de la Biblia

El bautismo, el ósculo santo, la santa cena,
el lavatorio de los pies, la unción con aceite,
el velo, el matrimonio (la vida familiar)

¿Qué son ordenanzas? El diccionario nos dice que ordenanzas son reglamentos autoritarios, órdenes, decretos, o leyes del gobierno; ritos o ceremonias religiosos; leyes y mandatos de Dios. Hay muchos reglamentos, ritos, ceremonias y ordenanzas en la palabra de Dios, especialmente en el Antiguo Testamento. Todos esos fueron instituidos para reglamentar la adoración de Dios. Sin embargo, fueron quitados desde que fue revelado el pacto nuevo (Hebreos 9.1, 10; Efesios 2.15; Colosenses 2.14). Fueron designados por Dios para señalar hacia Cristo y todos fueron cumplidos en él. Por ejemplo, miremos a las siete fiestas del Antiguo Testamento. Fueron instituidas por Dios en el capítulo 23 de Levítico con un propósito triple: (1) para reglamentar la adoración, (2) para dar un carácter distintivo a los cultos de adoración del pueblo de Dios (diferente de la manera en que adoraban los paganos), y (3) para enseñar verdades espirituales acerca de Dios y del Mesías que iba a venir:

  1.   La pascua enseñó que sólo Dios puede salvar a su pueblo, y lo salvó por medio del sacrificio de un cordero inocente (señalando hacia el Cordero de Dios que iba a venir).

  2.   La fiesta de los panes sin levadura enseñó que toda corrupción (levadura) tiene que ser apartada de en medio del pueblo de Dios (el pan).

  3.   La fiesta de las primicias de los primeros frutos enseñó que Dios siempre tiene que tener el primer lugar y que hay que volver las gracias a él antes de disfrutar de las cosechas que él concede.

  4.   La fiesta de Pentecostés enseñó que el quincuagésimo día (siete semanas más un día) representa el cumplimiento del tiempo seguido por el día del juicio y la cosecha de las almas (esta fiesta ocurrió en el fin de la cosecha del trigo).

  5.   La fiesta de trompetas enseñó que algún día la última trompeta convocaría a los hombres a dar cuenta a Dios.

  6.   La fiesta del día de la expiación enseñó la necesidad del perdón de Dios y señaló hacia delante a la sangre expiatoria de Cristo.

  7.   La fiesta de los tabernáculos enseñó que los hombres tienen que apartarse de sus moradas y vivir en tabernáculos provisionales para recordarlos que no tenemos ciudad permanente en la tierra, sino que estamos en un peregrinaje a la eternidad.

Todas éstas eran fiestas maravillosas con profundo significado espiritual, pero están ahora quitadas como superficiales y carnales desde que ha venido Cristo.

Aunque están quitadas las ordenanzas del Antiguo Testamento, si uno concluyera que Dios no instituyó ordenanzas en el Nuevo Testamento, estaría claramente equivocado. El apóstol Pablo, escribiendo en 1 Corintios 11.1–2, dijo: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo. Os alabo, hermanos, porque en todo os acordáis de mí, y retenéis las instrucciones [ordenanzas] tal como os las entregué.” Y después él sigue tratando la observancia propia y espiritual de dos de esas ordenanzas: el velo de la mujer, y la santa cena. Las ordenanzas del Antiguo Testamento fueron quitadas en Cristo no porque toda ordenanza es innecesaria ahora, sino más bien porque fueron solamente temporarias para aquel siglo y Dios las ha reemplazado con algo superior. Aquellas ordenanzas tenían su cumplimiento verdadero en Jesucristo, pero eso muchas veces fue poco entendido y fue descuidado. Por eso el pueblo de Israel los cumplía muchas veces como una mera repetición formal. Pero ahora nosotros las entendemos porque han sido reveladas y explicadas en el Nuevo Testamento. De hecho, Cristo es llamado ahora “nuestra pascua”. Y el día de Pentecostés llegó a ser el gran día en que fue dado el Espíritu Santo y en que cosecharon los primeros frutos de almas de entre los judíos. Ahora Cristo es nuestra expiación. No tenemos aquí ciudad permanente. Debemos celebrar la santa cena sin la levadura de la participación de pecadores no arrepentidos. Y ¡esperamos con placer la venida de Cristo y el son de la última trompeta! Así todo el simbolismo profundo de las fiestas del Antiguo Testamento ahora ha llegado a ser nuestra realidad.

Bueno, tenemos que preguntar, ¿por qué entonces ha instituido Dios ordenanzas nuevas en el Nuevo Testamento? Yo creo que la razón es muy sencilla —aun los creyentes neotestamentarios nunca llegamos a ser tan espirituales que no tenemos que ser recordados de nuestra posición y dirección en la vida por señales o símbolos externos. Las ordenanzas del Nuevo Testamento son medios de enseñanza o testimonio designados por Dios para recordarnos quiénes somos, qué somos, y adónde vamos. Por ejemplo, el Nuevo Testamento dice que cada vez que practicamos la santa cena estamos llevando a cabo una conmemoración de la muerte de Cristo. ¡Nos estamos recordando uno al otro que podemos tener vida eterna solamente por su muerte en la cruz por nuestros pecados! Al considerarlo, verás que todas las ordenanzas del Nuevo Testamento son medios designados por Dios para recordar al cristiano nuestra dependencia de Cristo y nuestra relación unos con otros. El bautismo representa nuestra muerte al mundo y a la vida vieja, y nuestra nueva fe en Dios. El ósculo santo representa nuestra posición como miembros de la familia de Dios. El lavatorio de los pies representa nuestra necesidad de servirnos los unos a los otros, y de ser lavado al andar por este mundo inmundo. La unción con aceite pone nuestra atención en Cristo, el gran Médico. El velo de la mujer nos recuerda la necesidad de hallar nuestro lugar en el orden de autoridad establecido por Dios, seamos varón o mujer. El matrimonio nos recuerda la venida de Cristo, el esposo, para su esposa, la iglesia. Así que podemos definir una ordenanza del Nuevo Testamento como “la muestra externa designada por Dios para recordarnos una realidad, una experiencia, o una relación interna y espiritual”.

Ya que una ordenanza fue designada por Dios para ser una muestra externa de una realidad espiritual interna, los cristianos verdaderos nunca deben confundir la muestra con la realidad. Satanás persuade a muchos pecadores que si solamente observan las ordenanzas de la iglesia, ¡entonces con seguridad alcanzarán el cielo! Se les engaña a que crean que si sólo participan de la santa cena serán salvos, aunque no tienen paz ni con Dios ni con sus prójimos. Ésta es una actitud supersticiosa acerca de las ordenanzas; es considerarlas como sacramentos mágicos que pueden hacer santo al pecador. Muchas iglesias mundanas enseñan que las ordenanzas cambiarán al pecador en cristiano, pero la Biblia nos enseña que los cristianos practican las ordenanzas porque primero han tenido una experiencia espiritual con Jesucristo. Primeramente obtén tú paz con Dios; después participa en la santa cena. Primeramente cree en Cristo como Salvador; después sé bautizado.

El bautismo no puede hacer cristianos a los infantes como tampoco la santa cena puede hacer santos a los hipócritas. El bautismo no es para los incrédulos así como la santa cena no es para los inicuos. La Biblia dice que primero tenemos que tener la realidad espiritual y entonces debemos practicar la conmemoración externa de ella. La “Confesión de la fe de Dortrecht” del año 1632 nos recuerda que “ni el bautismo, ni el sacramento, ni la unión religiosa, ni ninguna otra ceremonia externa puede, sin fe, sin nuevo nacimiento, sin un cambio o una vida renovada, ayudar a capacitarnos para agradar a Dios”. En realidad, lejos de agradar a Dios, cuando los malos practican las ordenanzas, ¡la Biblia dice que eso solamente apila mayor condenación sobre ellos! (1 Corintios 11.27, 29). Unos podrían ir al extremo por otro lado, entonces, y creer que es innecesario para el cristiano observar las ordenanzas. Pero Jesucristo requiere que sus santos comprados por sangre enseñen y también practiquen todas las cosas, cualesquiera que sean, que él enseñó y mandó. ¡Y esto terminantemente incluye las ordenanzas! (Mateo 28.19–20; 1 Corintios 11.1–2, 16). Juan 13.8, 10, 14–15, 17 nos enseña que hay cinco razones por las cuales tenemos que observar las ordenanzas (éstas se aplican no sólo al lavatorio de los pies, sino a todas las ordenanzas):

  1.   Los que rechazan la práctica de las ordenanzas no tienen parte con Cristo (Juan 13.8).

  2.   La práctica de las ordenanzas es necesaria para perfeccionar nuestra vida cristiana (Juan 13.10).

  3.   La práctica de las ordenanzas es obediencia al mandato de Cristo (Juan 13.14, “debéis”).

  4.   La práctica de las ordenanzas es requerida como un ejemplo para instruir a nosotros y a otros (Juan 13.15).

  5.   ¡La práctica de las ordenanzas nos trae gran bendición! (“bienaventurados seréis si las hiciereis”, Juan 13.17).

Por causa de estas cinco razones bíblicas, no desprecie ningún cristiano la práctica correcta de las ordenanzas del Nuevo Testamento. Y que a ningún miembro de la iglesia se le olvide que Dios designó las siete ordenanzas y Cristo las instituyó como las muestras externas de una realidad, una experiencia o una relación interna y espiritual (no como un substitutivo mágico para hallar gracia).

Las ordenanzas

Por medio de las ordenanzas

El Señor nos muestra lo que anhela.

Son signos santos de sus intentos;

Su significado la Biblia revela.

 

Lo real no existe en el emblema;

Los signos no son lo suficiente.

No te puede salvar la santa cena,

Ni el bautismo hacerte creyente.

 

Las ordenanzas nunca intentan

La realidad reemplazar.

No son las verdades que representan,

Ni pueden tomar su lugar.

 

Pecadores pueden salvación profesar

Y participar de los signos,

Sin realmente saber lo que es confesar,

Lo que es por su sangre ser dignos.

 

Por su sangre Cristo ascendió,

Dejando la tierra nuestra,

Y en la presencia del justo Dios

Su sacrificio muestra.

 

Por las señales y por los emblemas

El hipócrita se finge estar listo.

Pero sobre sí sólo trae condenas;

Así nunca será de Cristo.

—Versión española de María Juana de Mejía

1.   El bautismo: La primera ordenanza que repasaremos es la ordenanza del bautismo. Cristo mandó el bautismo con agua (Marcos 16.16; Mateo 28.19–20). Fue designado como una muestra externa de una limpieza interna previa, o sea, del bautismo del Espíritu Santo (Mateo 3.11; Hechos 2.17; Romanos 5.5). El bautismo externo por agua atestigua que el que se bautiza ya ha sido convertido y ha recibido el nuevo nacimiento por medio del bautismo del Espíritu Santo (Juan 3.3–5; 1 Corintios 12.13). El bautismo del Espíritu Santo nos inicia en la vida nueva en Cristo, y el bautismo por agua nos inicia como miembros en el cuerpo visible de Cristo, la iglesia. El bautismo del Espíritu Santo es esa gloriosa experiencia cuando Cristo entra en nuestro corazón penitente, por medio de la persona de su Espíritu Santo (Juan 1.12–13; Romanos 8.9; 1 Corintios 6.19; 2 Corintios 3.17; 1 Juan 4.13). Por esta experiencia morimos a la vida vieja y resucitamos a la vida nueva en Cristo por el poder de su resurrección (Romanos 6.3–13). Además, el bautismo por agua es la voz de la conciencia purificada y regenerada (1 Pedro 1.18–23; 3.21), testificando que el que es bautizado ha dejado al mundo, a su propia voluntad y deseos carnales, y se ha puesto bajo el señorío de Jesucristo.

Los que tratan de considerar el bautismo con agua como un medio de gracia, y bautizan a los niños y a los incrédulos, están rechazando toda la enseñanza de la escritura acerca del significado y el propósito de las ordenanzas. Las están usando mal como un tipo de magia supersticiosa. El bautismo de agua es la aspiración de una conciencia buena y no es la causa de la conciencia buena. El bautismo por agua es el resultado de la regeneración y no es su causa; es la consecuencia de la remisión de pecados, no es el medio por el cual los pecados son remitidos. El nuevo nacimiento, la donación del Espíritu Santo, la remisión de pecados... ésos son los dones de Jesucristo, nunca son el producto del agua. Satanás trata de desviar a los hombres para que confíen en el bautismo de agua, o que confíen en la iglesia que lo aplica, o que confíen en algún modo particular de bautismo, en vez de confiar en Cristo el Salvador y Señor. Satanás tiene muchos celos de Cristo y está contento si él puede lograr engañar a los hombres para que piensen que la cosa en que confiar es el agua misma, o la iglesia que dispensa el agua, o el modo en que lo hacen. Nosotros creemos que los niños están seguros espiritualmente antes de la edad en que son responsables por sus propios hechos. Creemos que están cubiertos por la sangre de Cristo, y que por eso el bautismo de infantes es una abominación. Creemos, además, que el modo bíblico de bautizar es por derramamiento (Hechos 2.16–18, 41; 10.45–47; 1 Corintios 10.1–2; 1 Pedro 3.20–21). Aquellos ministros que bautizan a personas que no son convertidas tendrán que dar cuenta de eso a Dios, si lo hacen a sabiendas.

2.   El ósculo santo: La segunda ordenanza que trataremos es la ordenanza del ósculo santo. Esto se manda cinco veces en el Nuevo Testamento (Romanos 16.16; 1 Corintios 16.20; 2 Corintios 13.12; 1 Tesalonicenses 5.26; 1 Pedro 5.14). Se llama tanto el “ósculo santo” como el “ósculo de amor”. Desde los tiempos más antiguos los cristianos lo han conocido también como el “ósculo de paz”, y fue practicado por los miembros de la iglesia para demostrar su paz interna por el ósculo externo. Ninguna ocasión solemne de la iglesia fue considerada completa sin el ósculo. Fue considerado como un saludo, una salutación, un sello después del bautismo, y un sello después de la santa cena. Tertuliano lo llama “el sello de la oración”. Es la expresión externa de la unidad familiar interna entre el pueblo de Dios. Es una señal de una comunión afectuosa y santa en el Señor. No debe ser limitado a los líderes de la iglesia ni debe ser reemplazado con algún saludo informal de la cultura moderna, sino debe ser practicado regularmente por todos los cristianos cuando se reúnen. Puesto que es un ósculo santo, se practica solamente entre hombre y hombre, mujer y mujer. Nunca se practica entre hombres y mujeres para que no sea confundido con el beso matrimonial.

También, puesto que es un ósculo santo, no debe ser conferido a sabiendas a los que están viviendo en pecado y en rebelión abierta contra la iglesia. No es un ósculo de juicio, pero tampoco es un sello para poner en los desordenados y los desobedientes. En la iglesia primitiva era costumbre para los que practicaban el ósculo santo acompañarlo con las palabras, “la paz sea contigo”. El modo de dar el ósculo santo difiere algo en varias iglesias, pero el modo común es un saludo labio a labio, con los labios cerrados. Desde los tiempos primitivos la iglesia ha desaprobado ósculos sonoros, ósculos mojados, o cualquier clase de ósculo que tiene asociaciones con la promiscuidad. Atenagoras, escribiendo en los días de la iglesia primitiva, advirtió que si se da el ósculo una segunda vez para satisfacer algún apetito sensual o algún pensamiento deshonrado, “nos excluye de la vida eterna”. Orígenes hace notar que el ósculo debe ser “santo, eso es, puro y sincero; no debe ser como el ósculo de Judas, sino debe expresar paz y sencillez no fingidas”. Esta práctica primitiva fue mantenida por las iglesias por mucho tiempo hasta que entró la superstición y los miembros empezaron a besar los pies del clero, los cuadros de los santos, las imágenes, y otros objetos inanimados, expresando una superstición degradante en vez de una comunión que ennoblece. El ósculo santo se practicaba también cuando las personas se despedían el uno del otro (Hechos 20.37). Satanás aborrece esta expresión de comunión entre los santos y trata de lograr que los miembros de la iglesia la abandonen o la usen mal. Muchas personas de mente mundana y de corazón frío argumentan, diciendo que el ósculo santo debe ser reemplazado con el apretón de manos que se usa en estos tiempos modernos. Pero el apretón de manos era conocido en los tiempos del Nuevo Testamento también y Cristo escogió instituir el ósculo como la ordenanza divina del saludo cristiano.

3.   La santa cena del Señor: En seguida consideramos la ordenanza de la santa cena. Fue instituida por Cristo como una conmemoración de su sacrificio en la cruz por nuestros pecados, como también para que los que participan testifiquen de su fe en su muerte y en su segunda venida (Lucas 22.19–20; 1 Corintios 11.23–26). Sin embargo, se enseña que esta comida maravillosa de la pascua cristiana (1 Corintios 5.7–8) simboliza no solamente nuestra comunión con Cristo, sino también nuestra comunión los unos con los otros. Puesto que por eso es tanto la “mesa del Señor” como también la “mesa de la iglesia”, se requiere que la iglesia regule bíblicamente la santa cena. La santa cena es como una cruz... tiene un brazo vertical que señala nuestra comunión con Cristo en el cielo. También tiene un brazo horizontal que señala nuestra comunión los unos con los otros en la iglesia. Por eso los que participan tienen que tener paz tanto con Dios como con los hermanos. Por esta razón la Biblia manda que la iglesia ejerza dos resguardos sobre la santa cena... tiene que examinar a los que participan de la santa cena y excluir a los que son incrédulos o que han retrocedido o que son rebeldes (1 Corintios 5.8–13); además, tiene que requerir que los que participan se examinen a sí mismos (1 Corintios 11.27–30).

Lejos de ser un medio de gracia para perdonar pecados, se enseña que la santa cena es una muestra externa practicada por aquellos cuyos pecados ya están bajo la sangre de Cristo y que por eso ya tienen paz interna con Dios y con sus prójimos. La santa cena celebra nuestra unidad en Cristo, hecho posible sólo por medio de la gloriosa expiación por medio del cuerpo quebrado de nuestro Salvador y de su sangre derramada. Por esta razón, el vino (o el jugo de uva) representa su sangre derramada y el pan representa su cuerpo quebrado por nosotros. Puesto que la santa cena debe ser limpia, practicada solamente con los que están preparados espiritualmente, el simbolismo se cumple mejor con el uso de pan sin levadura y vino no fermentado (o jugo fresco), porque la levadura y la fermentación son simbólicas de la corrupción y la decadencia. Esas iglesias que demandan el uso de vino y después afirman que se transforma como por magia a la mera sangre de Cristo se muestran engañadas. Hay gran número de sus comulgantes que son alcohólicos. Puesto que es su costumbre ayunar antes de la santa cena, beber vino con el estómago vacío tiende a la embriaguez. En vista de que es una cena santa, sea conmemorada sin contaminación por tentaciones al alcoholismo y por supersticiones de los sacramentos. Cristo mismo dijo que no bebería vino otra vez hasta que lo bebiera nuevo en su reino. El modo de celebrar la santa cena difiere en varias iglesias. Unas usan pequeñas tazas individuales y hostias pequeñitas para la santa cena. Pero la palabra de Cristo habla de la copa, no las copas, y el pan, no los panes.

Satanás trata de destruir esta ordenanza por lograr que los hombres celebren “la santa cena libre”. Así ofrecen la santa cena a los incrédulos, a los impenitentes, a los rebeldes, y a los que abiertamente son pecadores. Satanás intenta engañar a los hombres para que piensen que si tan solamente participan en la santa cena, sus pecados serán cubiertos y olvidados. Pero en el Nuevo Testamento es claro que los que participan en la santa cena con pecado no confesado y con corazón rebelde, sólo están comiendo y bebiendo juicio para sí (1 Corintios 11.27–30). Además, los que participan a sabiendas con los impenitentes y los incrédulos se hacen partícipes de su maldad. Si tú a sabiendas participas en la santa cena con un hombre que no tiene paz con Dios y con la iglesia, estás confesando por tu acción que tienes paz con ese hombre y que estás dispuesto a participar en su condenación. La Biblia dice, “El que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras” (2 Juan 11). Y los que a sabiendas participan en la santa cena con iglesias que toleran la mundanería, la rebelión, y la carnalidad están condenados con la condenación divina que cae sobre esas iglesias: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (Apocalipsis 18.4). La palabra de Dios claramente nos advierte: “Ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro” (1 Timoteo 5.22). En cada una de estas tres escrituras citadas, la palabra participar en el griego original significa “tener comunión con”. La misma palabra raíz se usa en Efesios 5.11: “Y no participéis en [no tengáis ninguna comunión con] las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas”. Primera de Corintios 10.21 nos advierte que si somos partícipes de la mesa de los demonios, no podemos ser partícipes de la mesa del Señor. Por eso es esencial mantener la santidad de la santa cena por mantenerla limpia y limitada (restringida sólo para los que tienen paz con Dios, con sus prójimos, y con su iglesia por la sangre de Jesucristo). Todos los que permiten que participe en la santa cena cualquiera que quiera, o los que no regulan la examinación de la iglesia y la examinación propia de los comulgantes, o los que dan una esperanza falsa a los pecadores que participan... todos éstos están ofreciendo una mesa distinta de la mesa del Señor del Nuevo Testamento.

4.   El lavatorio de los pies: La ordenanza del lavatorio de los pies fue establecida por el Señor Jesucristo igual que la santa cena, y debe ser observada literalmente con igual regularidad. Por el hecho externo de arrodillarnos para lavar los pies de nuestro hermano expresamos la humildad interna de servir el uno al otro según el ejemplo de Cristo. También hay un significado más profundo en el lavatorio de los pies. Nos recuerda que aunque somos lavados en la sangre de Cristo cuando somos regenerados, nunca llegamos al estado en esta tierra cuando no necesitamos el poder purificador continuo de Cristo. Mientras nuestros pies andan por este mundo inmundo, nos hallamos en necesidad continua del lavatorio del agua de la palabra de Dios. Hay aquellos que atacan la ordenanza del lavatorio de los pies y afirman que fue sólo una costumbre de los judíos de la antigüedad. Dicen que la gente de entonces andaba por la Palestina polvorienta descalza o con sandalias abiertas y necesitaban lavarse los pies a menudo. Pero cuando nuestro Señor instituyó el lavatorio de los pies en Juan 13.1–17, es claro que él estaba instituyendo algo nuevo que sus discípulos no entendieron. Sin duda, ellos ya se habían lavado los pies al entrar en la casa donde celebraron la cena aquella noche, puesto que la costumbre judaica era de lavar los pies al entrar en la casa y no durante la cena o después de ella. Nuestro Señor da cinco razones convincentes por las cuales observar esta ordenanza:

  1.   Los que la rechazan a sabiendas no tienen parte con Cristo (Juan 13.8).

  2.   Su práctica es necesaria para recordarnos del lavatorio de Dios (Juan 13.10).

  3.   Es mandado (Juan 13.14).

  4.   Es requerido como una instrucción dada por el ejemplo de Cristo (Juan 13.15).

  5.   Practicarla trae una bienaventuranza (Juan 13.17).

Satanás trata de destruir esta ordenanza también. Los ministros modernistas tratan de desecharla como una costumbre judaica; o quieren reemplazarla por algún hecho moderno como el de limpiar los zapatos los unos a los otros; o lo hacen nulo e inválido por hacerlo una “opción” en vez de una ordenanza requerida de la palabra de Dios. Pero la oposición mundana no puede anular el requisito claro de Dios. Aunque la mayoría de los miembros de las iglesias rechacen cualquiera de las ordenanzas de Dios, todavía son válidas y ¡”bienaventurados seréis si las hiciereis”! En 1 Timoteo 5.10 hay otra mención de que los apóstoles practicaron esta ordenanza. Durante toda la historia de la iglesia, dondequiera que los creyentes reinstituyeron iglesias bíblicas, la ordenanza del lavatorio de los pies fue restaurada. En el año 1632, los antepasados anabaptistas redactaron la “Confesión de la fe de Dortrecht”. El artículo 11 confiesa y requiere la ordenanza del lavatorio de los pies como una muestra de la humillación verdadera y del lavatorio verdadero del alma por la sangre de Cristo. Tertuliano indica que esta ordenanza fue practicada en su día. Hoy la iglesia católica romana la practica sólo una vez al año en el jueves santo. La iglesia ortodoxa griega la reconoce como un sacramento, pero raramente la practica.

5.   La unción con aceite: Santiago 5.13–16 enseña que la ordenanza de la unción con aceite debe ser administrada por los ancianos de la iglesia a cualquier hermano enfermo que lo pide en fe. De parte de todos los presentes tiene que haber confesión de todo pecado y una sumisión completa a la voluntad de Dios. Nuestro Señor requiere que toda oración sea hecha de acuerdo a la condición que expresó nuestro Señor en Getsemaní: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. La ordenanza de la unción con aceite y la oración que la acompaña no son excepciones. La unción fue usada comúnmente en el Antiguo Testamento para simbolizar la consagración de una persona o para apartarle para la voluntad de Dios. Usualmente los sacerdotes y los reyes eran los que fueron ungidos y frecuentemente se habla de ellos como de los ungidos de Dios. Nota Éxodo 28.41; Levítico 8.23, 30; 1 Samuel 16.13. El aceite derramado sobre la cabeza desde arriba es simbólico del poder sanador de Dios. En consecuencia, el aceite usado para ungir no es realmente simbólico de medicina, sino más bien de dedicar a la persona ungida a la voluntad de Dios. Muchos han experimentado curación por medio de ser ungidos. Otros simplemente han recibido la seguridad de nuevo que la gracia de Dios era suficiente para hacerles capaces de soportar el sufrimiento y de hacer frente a la muerte. La unción con aceite no tiene el propósito de ser un substitutivo para medicinas y doctores, pero demasiadas veces los cristianos enfermos recurren a esas cosas sin aun seguir la prescripción de esta ordenanza.

Entre los católicos romanos, esta ordenanza es llamada “extremaunción”, y de costumbre es dada sólo a los que están muriendo o a los muertos. Esto no tiene base bíblica, pero en el contexto de Santiago 5, se requiere que los creyentes enfermos primeramente oren (cuando están afligidos) y solamente cuando están en verdad enfermos llamen a los ancianos y pidan la unción. El ministerio cristiano primitivo sirvió mucho más en la ministración a los enfermos que es el caso hoy día. Los ancianos frecuentemente imponían las manos en los enfermos, echaban demonios de los poseídos de éstos, ungían con aceite, y oraban por los enfermos. Había diaconisas que servían a las iglesias en cuidado de los enfermos (Marcos 6.13; 16.18; Romanos 16.1; 1 Timoteo 5.10). En estas maneras de servir estaban siguiendo el ejemplo de su Señor, el gran Médico (Marcos 5.23; Juan 9.6, 11). Esta ordenanza de una unción externa es una muestra hermosa y profunda de la dedicación interna a la voluntad de Dios (sea para curación si es su voluntad, o para su gracia para soportar una enfermedad continua y últimamente la muerte, si es su voluntad). Satanás trata de destruir el significado verdadero de esta ordenanza por hacer creer a la gente que es un sacramento mágico que servirá como una medicina y que siempre producirá curación. Usualmente se usa aceite de oliva.

6.   El velo de la mujer: La ordenanza del velo de la mujer es enseñada en 1 Corintios 11.1–16 como un velo de significado religioso, y no como un sombrero o algo puesto para protección del tiempo. Es una muestra externa de la sumisión interna de la persona que lo lleva al orden de autoridad establecido por Dios. Se enseña como una ordenanza instituida por Cristo en el mismo capítulo en que se enseña la ordenanza de la santa cena y es igualmente obligatoria para todas las hermanas cristianas. Ese pasaje, en 1 Corintios 11, enseña las siguientes verdades del velo de la mujer cristiana:

•  Es una ordenanza instituida por Cristo (vv. 1–2).

•  La mujer debe cubrirse o velarse para testificar de la autoridad de Cristo sobre el hombre y del hombre sobre la mujer (vv. 3–9, 11–12), y, por tanto, su significado principal es como una muestra de sumisión. Unos lo enseñan como un “velo para la oración”, pero la Biblia no lo enseña así. La Biblia solamente dice que no debe ser quitado durante la oración o la profecía (lo cual evidentemente llegaba a ser la práctica desordenada de las mujeres en la iglesia en Corinto).

•  El velo es una señal de autoridad llevada sobre la cabeza de la mujer, y sin esta señal ella se muestra insubordinada a los ángeles (v. 10).

•  Estar sin velo es indecente, vergonzoso, e ignominioso para la mujer cristiana. Su cabello largo, no cortado, es su señal gloriosa de pureza, y esta gloria natural de ella tiene que ser cubierta, pues si no ella puede ser confundida con una mujer lujuriosa (vv. 4–6, 13–15). Los sicólogos nos dicen hoy día que la vista del cabello largo de la mujer es estimulante sexual. Esta vista debe ser reservada, cubierta modestamente, para su propio esposo. Conviene que su cabello se encubra con un velo, así como conviene que su cuerpo se encubra con un vestido modesto.

•  Si alguien discute contra esta práctica de llevar el velo, ¡que sepa que el apóstol Pablo y todas las iglesias primitivas no tenían ninguna otra costumbre! (v. 16).

Puesto que el respeto para el orden de autoridad, el estar en el estado de oración, y el estar dispuesta a testificar (“profetizar”) deben ser continuos, la mujer cristiana debe llevar el velo en todo tiempo. El velo debe ser lo suficiente grande para cubrir la gloria de la mujer, su cabello largo. En diferentes iglesias se usan varias formas de velo, pero las que permiten velos pequeñitos o que permiten que las mujeres corten el cabello están en las últimas etapas antes de abandonar el velo. Satanás trata de destruir esta ordenanza por lograr que las mujeres se rebelen contra la autoridad del hombre, que corten su cabello, que no lleven el velo todo el tiempo, o que no lo lleven de ninguna manera. El Antiguo Testamento habla del velo o manto grande con que Rut se cubría la cabeza (Rut 3.15), y de la modestia de Rebeca (Génesis 24.65). La iglesia primitiva decretó que la tela del velo debía ser opaca. Tertuliano escribió diciendo que no sólo las mujeres cristianas, sino también las vírgenes debían llevar el velo, por causa de la modestia.

7.   El matrimonio santo: La ordenanza del matrimonio es una institución de Dios entre un hombre y una mujer, disoluble solamente por la muerte. El cristiano debe casarse “solamente en el Señor” y sólo con los que tienen la misma fe preciosa (1 Corintios 7.39; Amós 3.3; Romanos 7.2–3). Se entra en el matrimonio por medio de una ceremonia externa que significa una relación de pacto y el enlazamiento entre el esposo y la esposa para toda la vida. Esa relación es modelo de la unión entre Cristo y la iglesia (Efesios 5.22–23). Por lo tanto, la ordenanza del matrimonio cristiano y la boda que lo acompaña son para glorificar a Cristo (el Novio) y para recordar su regreso para su novia (la iglesia). No se debe abusar de esta ocasión aprovechando la oportunidad para exhibir la carnalidad, para beber y banquetear, para un culto que está centrado en la novia, para una extravagancia enorme de regalos, para marchas vanas, para instrumentos musicales, y para trajes lujosos hechos para ser puesto una sola vez. Todas estas cosas son características de las bodas mundanas y ocultan o niegan el verdadero significado espiritual de la ordenanza del matrimonio. Satanás trata de socavar el matrimonio por destruir su significado verdadero y su pureza.

El divorcio y las segundas nupcias fueron permitidos en el Antiguo Testamento por la dureza de sus corazones, pero Jesucristo restableció la norma de la creación de la permanencia del matrimonio (Marcos 10.3–12). En Mateo 19.9 y en 1 Corintios 7.11, 14–15 encontramos dos excepciones posibles que permiten la separación (no el divorcio), pero no hay excepción que permita las segundas nupcias mientras el compañero precedente esté vivo. El casarse otra vez mientras vive el compañero precedente es entrar en un estado de adulterio (Marcos 10.11–12; Romanos 7.2–3). Las iglesias que han empezado a permitir que las personas divorciadas y casadas de nuevo sean miembros de sus iglesias en los campos misioneros han terminado con tener el divorcio y las segundas nupcias en todas sus iglesias, destruyendo así la santidad del hogar cristiano.

Puesto que el propósito original del matrimonio era para proveer al hombre con la ayuda idónea que necesitaba (Génesis 2.18), como también para propagar el género humano (Génesis 1.28), la procreación y la unión sexual son propias y benditas sólo dentro del matrimonio santo (Génesis 2.24; Hebreos 13.4 —“Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios”). Muchos matrimonios fracasan o llegan a ser un tormento a los cónyuges por causa de la ignorancia acerca del propósito de las relaciones sexuales en el matrimonio. Primera de Corintios 7.2–5 enseña claramente que la relación sexual en el matrimonio es una entrega mutua del esposo y la esposa. Es una relación de ternura, de paciencia, de benevolencia, de bondad, de satisfacción mutua, de delicadeza, de consideración, y no de egoísmo brutal. Demasiados matrimonios fracasan porque un cónyuge o el otro tiene la idea torcida de que el sexo en el matrimonio es malo. Muchos más matrimonios fracasan también porque el esposo y la esposa se escogieron sólo en base de la atracción corporal y son incompatibles en los asuntos de la fe, de los gustos, de los intereses, y de las convicciones. Un matrimonio feliz tiene que ser uno que es bendecido por la presencia y el señorío de Cristo sobre el hogar. Dios llama a unos a una vida soltera (Mateo 19.10–12) y la Biblia en ninguna parte se burla de alguien llamándola “solterona”.

Los matrimonios que no son hechos en el cielo son demasiado parecidos al infierno en la tierra y por esta razón los cristianos tienen mucho cuidado y oran mucho acerca del noviazgo cristiano. La impureza y la fornicación en el noviazgo pueden anublar un matrimonio. La regla de la Biblia es no tocarse el uno al otro durante el noviazgo (1 Corintios 7.1). Acariciarse, abrazarse, besarse, y acciones semejantes preparan los órganos del cuerpo para relaciones sexuales, y están completamente fuera de lugar en el noviazgo. El lugar apropiado para el noviazgo cristiano es dentro del hogar cristiano, no en cuartos oscuros ni en carros estacionados. El hogar cristiano es el seminario de la iglesia. Ninguna iglesia puede ser poderosa y espiritual si no tiene hogares que honran a Cristo como cabeza del hogar, hogares que tienen un amor sustancioso, hogares que tienen un altar familiar y que mantienen orden. El hogar cristiano es un hogar feliz.

Preguntas de estudio
para diálogo en la clase y la iglesia

   1.  ¿Qué son ordenanzas? ¿Por qué instituyó Dios las ordenanzas del Antiguo Testamento?

   2.  ¿Qué es el propósito de las ordenanzas del Nuevo Testamento?

   3.  ¿Pueden las ordenanzas salvar a personas incrédulas?

   4.  ¿Qué es el significado verdadero del bautismo? ¿Quién debe ser bautizado?

   5.  ¿Qué es el significado verdadero del ósculo santo? ¿Quién debe practicarlo?

   6.  ¿Qué es el significado verdadero de la santa cena? ¿Quién debe participar de ella?

   7.  ¿Qué es el significado verdadero del lavatorio de los pies? ¿Quién lo debe practicar?

   8.  ¿Qué es el significado verdadero de la unción con aceite? ¿Por qué practicarla?

   9.  ¿Qué es el significado verdadero del velo de la mujer? ¿Quién lo debe usar?

  10.  ¿Qué es el significado verdadero del matrimonio? ¿Quién debe casarse?