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EL TESORO BÍBLICO

Por Guillermo McGrath- ©1985 usado con permiso

Capítulo 7

La Biblia y la vida en
el Espíritu Santo

Una exploración de los misterios más profundos
de la fe cristiana

Como ya hemos visto, la Biblia misma es el producto maravilloso del Espíritu Santo. Él inspiró y controló las mentes de los que escribieron sus varias partes. Como también hemos visto, hay un elemento distintivo del nuevo y santo reino de Dios. En este reino espiritual se puede entrar sólo por medio del nacimiento de nuevo del Espíritu Santo (Juan 3.3–8). Los judíos podían entrar en el reino judaico en virtud de ser nacidos de padres judaicos, pero carne y sangre no pueden heredar el reino de Dios. Uno tiene que nacer de arriba, nacer del Espíritu Santo, para poder entrar (Mateo 11.11; Gálatas 4.22–26). Al estudiar la salvación bíblica, vimos que “el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14.17).

Así que la vida cristiana empieza cuando el Espíritu Santo nos convence de pecado, entra en nosotros, y nos regenera. De allí, él mora en nosotros, nos guía, nos llena, y nos da poder. ¡Por eso es verdaderamente vida en el Espíritu Santo! Exploremos ahora unos de los misterios más profundos de la fe cristiana, de la vida en el Espíritu Santo.

Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria.... Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.... Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente (1 Corintios 2.7, 10, 12–14).

Queremos primero considerar a la persona y la obra del Espíritu Santo, y después el asunto de discernir entre los espíritus. Es necesario este último porque existe no solamente el Espíritu Santo, sino existen también el espíritu humano, el espíritu malo, y el espíritu del mundo. Demasiados creyentes son bastante ignorantes del hecho de que el hombre mismo es un ser tripartito, compuesto de cuerpo, alma, y espíritu (1 Tesalonicenses 5.23; Hebreos 4.12). Por eso lo hallan difícil distinguir entre lo carnal, lo que es del alma, y lo que es verdaderamente espiritual, entre las obras de la carne y el fruto del Espíritu, y entre la religión carnal y la religión espiritual.

Tocante a la persona del Espíritu Santo, el hecho fundamental acerca del Espíritu Santo es su personalidad y su deidad. Él es una persona y él es Dios (2 Corintios 3.3, 17; Juan 16.7–14; Hechos 5.3–4). Él hace lo que sólo Dios puede hacer: él crea, regenera, levanta a los muertos, inspira la escritura, etc. Él es la tercera persona de la trinidad (Mateo 28.19). El Espíritu Santo es mencionado por nombre sesenta y cinco veces en el Antiguo Testamento y 237 veces en el Nuevo Testamento; un total de 302 veces. También es mencionado claramente por pronombre aproximadamente 40 veces. Veintidós veces se halla el adjetivo “espiritual” con referencia al Espíritu Santo. En total, el Espíritu Santo es mencionado más de 350 veces en la Biblia. ¡Qué triste es que tantos miembros de la iglesia hoy día están en la misma condición de ignorancia que padecieron unos discípulos de Juan el Bautista que dijeron: “Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo”! (Hechos 19.2).

El Espíritu Santo tiene cuarenta y cinco nombres diferentes en la escritura. Éstos revelan varias fases de su obra. Unos de los nombres o títulos eminentes dados al Espíritu Santo en la escritura son: el Espíritu de santidad (Romanos 1.4), el Espíritu eterno (Hebreos 9.14), el Espíritu de Cristo (Romanos 8.9), el Espíritu de vida (Romanos 8.2), el Espíritu de verdad (Juan 14.17), el Espíritu Santo (Mateo 1.18), el Espíritu de gracia (Hebreos 10.29); la promesa del Padre (Hechos 1.4), el Consolador (Juan 14.26), el glorioso Espíritu (1 Pedro 4.14), el Espíritu de Dios (Génesis 1.2), el Espíritu del Padre (Mateo 10.20), el Espíritu de su Hijo (Gálatas 4.6.) El Espíritu Santo es simbolizado en las escrituras como agua (Juan 3.5; 7.38–39), fuego (Isaías 4.4–5; Mateo 3.11); aceite (1 Juan 2.20, 27; Isaías 61.1, 3), viento (Hechos 2.2–4), una paloma (Mateo 3.16), una voz (Isaías 6.8; Hechos 13.2), un sello (Efesios 4.30), lenguas repartidas (Hechos 2.2–11). Es vital recordar que el Espíritu Santo es una persona y no solamente un poder, un líquido, o una sensación, así como alguna gente le mal interpretan. Su obra incluye:

•  Cooperó en la creación del universo (Génesis 1.2; Job 26.13).

•  Vigila el nacimiento de cada ser humano (Job 33.4).

•  Inspiró y reveló la Biblia (2 Pedro 1.20–21; 2 Timoteo 3.16).

•  Convence al mundo de pecado (Juan 16.8–11).

•  Implantó a Cristo en la virgen (Mateo 1.18).

•  Levantó a Cristo de los muertos (Romanos 8.11).

•  Regenera al creyente por su bautismo (Juan 3.5; Mateo 3.11; 1 Corintios 12.13).

•  Exalta a Cristo e ilumina la palabra (Juan 16.7–15).

•  Mora en el creyente (1 Corintios 6.19; 3.16).

•  Llena al creyente con el poder del amor (Romanos 5.5; 1 Juan 4.16–18).

•  Da al creyente poder para testificar (Juan 15.26; 1 Juan 5.6).

•  Guía al creyente y le recuerda de la verdad (Juan 14.26; 16.13).

•  Da discernimiento espiritual al creyente (1 Corintios 2.12–14; 12.10).

•  Da seguridad de la salvación al creyente (Romanos 8.16; 1 Juan 4.13).

•  Nos capacita para obtener la victoria sobre Satanás (1 Juan 4.4; 5.4).

•  Distribuye y administra los dones espirituales (Efesios 4.8–11; 1 Corintios 12.4, 11).

•  Transforma al creyente por medio de una obra de gracia continua (2 Corintios 3.18).

•  Obra en nosotros para capacitarnos para producir su fruto (Gálatas 5.22–24).

•  Nos hace anhelar la segunda venida de Cristo (Apocalipsis 22.17).

•  Nos santifica por su obra y palabra (Romanos 15.16).

•  Nos concede victoria sobre la carne y las tentaciones (Gálatas 5.16–18; Romanos 8.9–15).

¡Gloria a Dios por la obra y el ministerio benditos que hace el Espíritu Santo! ¡No es de extrañar que él es llamado el Consolador! La vida en el Espíritu Santo es un goce anticipado del cielo y la clave a la victoria cristiana: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5.25). La iglesia primitiva se deleitó en cantar las alabanzas del Espíritu Santo en el himno Veni, Creator Spiritus:

Espíritu, gran Creador

Espíritu, gran Creador,

Eres del mundo Fundador;

Oh, llena el corazón veraz,

Trae gozo a la humanidad.

Oh, líbranos del tentador,

Y haznos dignos de tu amor.

No nos queremos descarriar;

Guíanos tú, en nuestro andar.

Ayúdanos ver la verdad,

Y practicarla sin cesar.

Al darnos de tu propio ser

¡Padre e Hijo podemos ver!

—Versión española de Pablo Yoder

El enemigo de nuestras almas siempre trata de arruinar e impedir la obra del Espíritu Santo. Procura impeler a creyentes frívolos a extremos de emocionalismo, movimientos falsos de la segunda obra de la gracia, o aun al formalismo muerto y frío. Algunos afirman falsamente que es posible ser cristiano sin tener el Espíritu Santo, o que es posible ser cristiano nacido del Espíritu pero sin poseerle. En contraste, la Biblia claramente fulmina: “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8.9). Otros enseñan teorías falsas de santificación, afirmando que el cristiano puede recibir a Cristo, pero que es solamente justificado. Pero la Biblia dice: “¡Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios ... santificación, y redención!” (1 Corintios 1.30). El propósito del Espíritu Santo no es para hacer a los cristianos jactarse de su “experiencia”, sino para hacer que Cristo viva en ellos. Así los hombres podrán reconocer que ellos han estado con Jesús (Gálatas 2.20; 4.19). Oh, Espíritu Divino, refina toda mi naturaleza, hasta que la belleza de Jesús sea visto en mí. ¡Si tu experiencia cristiana no te hace más como Cristo, algo anda mal en tu experiencia! Dios nos llena de su Espíritu para que seamos llenos de Cristo (Juan 16.13–14).

Si el Espíritu mora en uno, Cristo mora en él (Romanos 8.9–10; Efesios 3.16–17). Ser lleno del Espíritu es ser lleno de Cristo; y puesto que Cristo es la plenitud de Dios y de la Deidad (Colosenses 1.19; 2.9), ser lleno del Espíritu es ser lleno de toda la plenitud de Dios. Eso es el objeto supremo de la redención (Efesios 3.19; Colosenses 2.10; Gálatas 1.15–16; 4.19). Si le hemos recibido, él está en nosotros; y si él está en nosotros, nosotros estamos en él (Romanos 8.9). Por tanto, debemos andar en él (Gálatas 5.16, 25; Colosenses 2.6; 1 Juan 2.6). La única razón por la cual no hay más creyentes viviendo la vida en el Espíritu Santo, llenos y rellenados de él, es que todavía dan lugar al pecado en sus vidas y no están completamente entregados a Dios. Tan pronto que él te convence de alguna verdad nueva, o de pecado o falta de consagración en tu vida, y tu rehusas responder con sumisión, estás poniendo un obstáculo que impide que esa área nueva de tu vida sea llenada con su poder y persona. Los que rechazan su voz de convicción hallarán que el Huésped Celestial se irá de sus templos en tristeza y en desolación, así como la gloria transcendente del Espíritu Santo de Dios dejó el antiguo templo judaico por causa de los pecados del pueblo.

Colosenses 1.27 confirma el gran propósito de Dios en la obra del Espíritu Santo que mora en su pueblo: “A quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Cuando Dios mismo mora y anda y vive en nosotros, ¿no es esto vida glorificada? Qué más puede significar la escritura que dice: “A éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Romanos 8.30).

Contempla qué gloriosos cambios se realizan cuando un hombre llega a ser una criatura nueva en Cristo:

•  El arrepentimiento: un cambio de mente... acerca de Dios.

•  La conversión: un cambio de vida... para Dios.

•  La regeneración: un cambio de naturaleza... de Dios.

•  La justificación: un cambio de estado... ante Dios.

•  La adopción: un cambio de familia... en Dios.

•  La santificación: un cambio de servicio... a Dios.

•  La glorificación: un cambio de amo... ¡Dios morando en nosotros!

Bien se ha dicho que en los tiempos del Antiguo Testamento Dios estaba trabajando para su pueblo; en el ministerio de Cristo en la tierra, Dios estaba con su pueblo; ¡desde el día de pentecostés y la venida del Espíritu Santo, Dios está dentro de su pueblo!

Ya que el Espíritu Santo es la persona de la Deidad que obra tan íntimamente con los pecadores y dentro de los santos, la escritura advierte contra resistir su obra. La Biblia delinea siete etapas de oposición al Espíritu Santo (culminando con el pecado imperdonable):

  1.   Resistir al Espíritu Santo, rebelando contra el convencimiento de pecado (Hechos 7.51).

  2.   Apagar al Espíritu Santo, rehusando más iluminación (1 Tesalonicenses 5.19).

  3.   Contristar al Espíritu Santo, guardando pensamientos malos y pronunciando palabras descuidadas y frívolas (Efesios 4.30).

  4.   Insultar (hacer afrenta) al Espíritu Santo, escarneciendo cosas santas y pisoteando la sangre de Cristo (Hebreos 10.29).

  5.   Mentir al Espíritu Santo, fingiendo hipócritamente ser completamente consagrado, y a la vez reteniendo unos pecados favoritos (Hechos 5.3).

  6.   Tentar al Espíritu Santo por pecado premeditado, conspirar y planear de defraudar a Dios, tentando su ira (Hechos 5.9).

  7.   Blasfemar al Espíritu Santo, afirmando que él es el espíritu malo y que sus obras son de Satanás —¡esto es el pecado imperdonable (Mateo 12.31–32; 1 Juan 5.16)!

¡Ten cuidado, amigo lector! ¡Cuando Dios el Espíritu Santo está operando en tu corazón y en tu vida, ten mucho respeto, anda con cuidado, y rinde todo! El Espíritu Santo es Consolador y Amigo maravilloso a los penitentes, pero es un enemigo espantoso a los orgullosos y tercos. ¡No peca contra él!

Muchas veces se hace la pregunta: “¿Cómo podemos saber si es el Espíritu Santo y no el espíritu malo que nos pide hacer algo?” La respuesta es bastante sencilla: por sus frutos lo conocerás. El Espíritu Santo no te pedirá hacer algo que es contrario a la palabra de Dios, pero el espíritu malo sí lo hará. El Espíritu Santo no te pedirá exaltarte a ti mismo y olvidarte de Cristo, pero el espíritu malo sí. El Espíritu Santo no te pedirá ser destructivo, desagradable, celoso, egoísta, malévolo y rencoroso, pero el espíritu malo sí. El Espíritu Santo te proporcionará gracia y poder para hacer lo que él pide para que tu tarea sea ligera y gozosa y no gravosa. El espíritu malo te pedirá o te impulsará a hacer cosas gravosas, pesadas, agobiadoras, amargas, y miserables. La esclavitud a él es un yugo temeroso y el sueldo que él paga es la muerte. Para poder mejor discernir los espíritus, examinemos más a profundo la constitución tripartita de la naturaleza humana.

Por toda la Biblia, y especialmente en 1 Tesalonicenses 5.23 y en Hebreos 4.12, se revela que el hombre tiene una naturaleza compuesta de cuerpo, alma, y espíritu. La Biblia enseña que cuando Adán pecó, la sentencia de muerte fue pronunciada sobre él y que él murió espiritualmente para con Dios. Adán no murió físicamente o corporalmente hasta más tarde. Así que la primera muerte fue espiritual, y la Biblia enseña claramente que cada pecador responsable está muerto espiritualmente en sus pecados y transgresiones... muerto para con Dios, en enemistad con él, ciego, sin poder ver a su gloria, sordo a sus promesas, mudo para hablar con él o para cantar sus alabanzas. El pecador está verdaderamente “muerto en pecados” (Efesios 2.5), y ninguna cantidad de formas y ceremonias de religión muerta le puede ayudar hasta que él esté regenerado, espiritualmente nacido de nuevo, revivido en el espíritu por la entrada del Espíritu Santo de Cristo. Las religiones muertas pueden ser muy activas con muchas reglas y ceremonias, pero la Biblia las llama “obras muertas” (Hebreos 6.1; 9.14). O pueden ser religiones cómodas, egoístas, e indulgentes de gracia barata (“la fe sin obras está muerta” —Santiago 2.26). En verdad el hombre natural, el hombre muerto en pecados y transgresiones, no puede entender ni percibir las cosas del Espíritu de Dios. Estas cosas se disciernen espiritualmente y él está muerto espiritualmente (1 Corintios 2.14). Los pecadores, viviendo sólo para el placer aquí en este mundo y muertos a las recompensas y las promesas del mundo venidero, son correctamente llamados los vivos muertos: “Pero la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta” (1 Timoteo 5.6).

Hay sólo un remedio: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados.... Nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos); y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús.... Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2.1, 5–6, 8–9). ¿Quiénes podrían ser más incapaces de salvarse a sí mismos que los que están muertos? Y eso es exactamente lo que es el pecador, muerto espiritualmente. Cuando se redime por la gracia de Dios, experimenta una resurrección espiritual. “Resucitó”, “resucitado con Cristo” —éstos son términos conocidos al hijo de Dios (Efesios 2.6; Colosenses 3.1, etc.). Y otra vez nos recuerdan la naturaleza tripartita del hombre. La salvación y la regeneración no incluyen una resurrección corporal inmediata; eso viene sólo en el día final. Así el cristiano nacido de nuevo es un hombre con una naturaleza triple: él tiene un espíritu reavivado y resucitado por medio del Espíritu Santo que vive con su espíritu humano regenerado... ¡esto es el hombre nuevo! Mientras su cuerpo y su alma (mente, corazón, y voluntad) sean gobernados por la vida nueva, él es victorioso y alegre espiritualmente. Pero él no debe olvidarse de que la carne misma no es regenerada. La carne no puede ser convertida, y los que viven bajo su mando no pueden agradar a Dios (Romanos 8.5–14). Así que el secreto de la victoria cristiana es sencillamente que ahora estamos vivos, viviendo bajo el mando del espíritu por el Espíritu Santo. Anteriormente estábamos muertos al espíritu, viviendo bajo el mando de la carne. Ahora tenemos que considerarnos muertos a la carne (quitar la vida vieja, mortificarla, hacer morir sus obras).

Cuerpo, alma, y espíritu —podemos pensar en el hombre como de una casa de tres pisos. El cuerpo es el nivel más bajo o como la cocina en el sótano donde el hombre come y bebe y realiza las funciones del cuerpo. Las personas que viven solamente para los deseos y apetitos carnales están como encarcelados en el nivel más bajo. El segundo nivel es el alma. Ésta es el área de emociones y compañerismo social y la expresión de nuestros pensamientos y deseos en las palabras, el arte, la música, o el canto. El alma es el área de ejercicio emocional, intelectual, y social. Es la esfera del corazón, de la mente, y de la voluntad. Mucha gente que se eleva de la esclavitud a los apetitos y demandas corporales, se queda pegada en el segundo nivel de la vida del alma. Primera de Corintios 2.14 habla del hombre natural (el griego dice el hombre según el alma, síquico). Éste no puede recibir las cosas del Espíritu de Dios porque no es espiritual. Santiago 3.15 advierte contra la gente que es sensual (otra vez el griego dice según el alma, o síquico), gente que tiene la mente del mundo. Judas 19 advierte contra los que son sensuales (otra vez el griego dice según el alma o síquico); ellos son mundanos y no tienen el Espíritu. Así que, la vida al nivel del alma puede aparentar ser más culta y respetable al mundo, pero todavía no es vida espiritual.

Los que viven dominados por el nivel corporal de la vida son dominados por la inmundicia de la carne, los pecados obscenos tales como la inmoralidad, la embriaguez, la glotonería, la pereza, el amor al lujo, y la avaricia. Pero los que viven en este nivel bajo no son un anuncio muy atractivo para Satanás. Él prefiere a los que viven en el nivel más culto y presuntuoso de la dominación del alma. Esto incluye la religión muerta y ceremonial, la política, los artes, el baile, los deportes, los asuntos de la sociedad y las reuniones sociales, la música, la ópera, el ballet, las sinfonías, la filosofía, el intelectualismo... en fin todas las diversiones variadas que pueden divertir la mente y las emociones para que la persona no piense en las cuestiones de la vida realmente espirituales. Mucha religión, sí la mayoría, es practicada por la fuerza del alma generada por sensación emocional e intelectual. O puede ser practicada aun por el ascetismo que ofrece una “cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no [tiene] valor alguno contra los apetitos de la carne” (Colosenses 2.23).

Y, sin embargo, tal religión, generada por sí misma de la esfera del alma (de las fuerzas de la mente, del corazón, y de la voluntad de la naturaleza humana) todavía es irremediablemente corrupta. ¡No puede agradar a Dios! La gente que depende de vidrios de color, incienso, alfombras de felpa, instrumentos musicales, coros entrenados, y oratoria inteligente para tranquilizar sus emociones está igual de lejos de la espiritualidad verdadera que los que dependen del golpazo de tambores, bailar a ritmos hipnóticos, gritar, desmayarse, entrar en éxtasis, y otros fenómenos síquicos más espectaculares para su satisfacción emocional. Todo es igualmente del alma (síquico, dice el griego) y todo es igualmente para la satisfacción del hombre natural. Hay quienes descienden aun más y se profundizan en las degradaciones del espiritualismo, la magia, la brujería, la hechicería, y el comercio con espíritus malos. Esa es “contaminación del espíritu” (2 Corintios 7.1). Y, lo que es lo más popular hoy día, por supuesto, es la religión de la sicología (otra vez refiriéndose a lo del alma, síquico). Estas religiones (porque por supuesto son muchas) subrayan el aceptarse a sí mismo, la adaptación a la sociedad, el sicoanálisis y los tranquilizantes, el hipnotismo, y aun las drogas. ¡El hombre devoto al alma puede seguir todos estos caminos no verdaderos y nunca encontrar a Jesucristo como Salvador!

El nivel más alto de vida es la vida espiritual. Así como el tabernáculo y el templo del Antiguo Testamento tenían tres partes, el atrio exterior, el atrio de adentro, y el lugar santísimo, así el hombre es creado con cuerpo, alma, y espíritu. El cuerpo es el hombre exterior (2 Corintios 4.16), y el Nuevo Testamento claramente advierte de la futilidad y la vanidad del que es judío exteriormente y no lo es en lo interior (Romanos 2.28). El adorno o la fuerza atractiva externa debe ser modestamente cubierta para que el hombre interno y escondido del espíritu pueda resplandecer (1 Pedro 3.3–4). El cuerpo es carnal; no puede ser convertido. Sus afectos y concupiscencias tienen que ser crucificados y mortificados y sus miembros sujetados al mando del Espíritu Santo. El atrio de adentro corresponde con el alma del hombre, la esfera de la mente, las emociones, y la voluntad. Como hemos visto, esta área tampoco es capaz de agradar a Dios en el hombre natural. No importa cuán musical, cuán artística, cuán intelectual, cuán ascética, cuán moralista, o cuán talentosa sea el alma, sus obras simplemente no son aceptables a Dios. El alma también tiene que ser lavada por la sangre de Cristo y sujetada al mando del Espíritu Santo. El atrio más interior o el lugar santísimo corresponde con el espíritu humano. Cuando la gloria transcendente del Espíritu Santo de Dios no estaba presente en el lugar santísimo, estaba frío, oscuro, muerto, y profano. Exactamente así es el espíritu humano antes del nacimiento de nuevo. Es frío, oscuro, muerto, profanado, abandonado, o es aun la morada de demonios. La religión sentimental puede solamente barrer y adornar la morada vacía del espíritu por “reforma” moral, pero siete demonios peores vuelven arrojándose a la cámara vacía (Mateo 12.43–45).

Para mejor ilustrar el asunto, dibuja tres secciones, una encima de otra. Marca la de arriba “el espíritu”, la de en medio “el alma”, y la de más abajo “el cuerpo”. Entonces dibuja una flecha que pasa desde arriba hacia abajo a través del espíritu, entrando en el alma, y después para fuera a través del cuerpo. Esto es como opera el Espíritu Santo. Dibuja otra flecha subiendo de la sección del cuerpo entrando en el alma, y pasando para fuera a través del espíritu. Esta es una ilustración de la fuerza del alma o de la fuerza carnal, el poder que surge en la carne, domina el alma y ciega el espíritu. Esta es la condición que la Biblia describe como “el ocuparse de la carne”; dice que “es muerte” (Romanos 8.6). Así la mente (una facultad del alma) es dominada por la carne. El espíritu del hombre tiene que estar lavado por la sangre y regenerado, llegando a ser la morada del Espíritu Santo. Solamente entonces puede la fuerza o el poder espiritual bajar y dominar el alma y gobernar el cuerpo. Esto es lo que la Biblia llama “el ocuparse del Espíritu”; y dice que “es vida y paz” (Romanos 8.6). Hay gran peligro hoy día que el poder del Espíritu sea rechazado y reemplazado por un sustitutivo natural, la fuerza del alma, o por la energía carnal. Mucha religión de hoy día, o bien la mayoría, surge de la fuerza del alma, de la energía carnal, y de la sicología. Hombres religiosos, pero carnales, manipulan las mentes de la gente para lograr sus fines y exaltarse a sí mismos. ¿Cómo puede el hijo de Dios distinguir entre la fuerza del alma y el poder del Espíritu? Hay sólo una manera, ¡por sus frutos los conocerás!

Podemos saber cuál fuerza está actuando solamente por sus frutos. ¿Afirma un hombre que tiene dones especiales del Espíritu Santo? ¿Por medio de su predicación o por la imposición de manos la gente grita y vibra, las mujeres caen insensibles al piso, exponiendo sus cuerpos, mientras otros bailan y gritan? El Nuevo Testamento enseña que los espíritus de los santos están sujetos o gobernados, y no fuera de sí (1 Corintios 14.32–33). Cuidado con ese hombre porque él está usando o deliberadamente o en ignorancia las fuerzas del alma, no el poder del Espíritu. ¿Hay otro hermano que especializa en humillar a su cuerpo, quien excede a todos los demás en la congregación en sus “convicciones” ascéticas, que frecuentemente ayuna (y lo anuncia), que hace gestos de dolor, que finge tener tristeza continua, que vive en pobreza e incomodidad deliberada y desprecia a todos los demás? Cuidado con ese hombre; él obra con la energía del alma y está adorando en el altar de su propia voluntad... afectando humildad y culto voluntario, es decir, esfuerzos inspirados por sí mismo para impresionar a otros por su fuerza de voluntad (Colosenses 2.18, 23). Ambos de estos tipos de “hombres religiosos” están engañados y engañan a otros; obran con la energía de la carne y del alma. Su religión es vana porque es desprovista del fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Todavía buscan la gloria propia, son contenciosos. Tienen el espíritu de cobardía, no el de poder, de amor, y de dominio propio. No obran decentemente y con buen orden (Gálatas 5.22–23, 26; 2 Timoteo 1.7; 1 Corintios 14.40).

A las personas dominadas por el cuerpo les gustan principalmente las cosas que requieren ejercicio corporal. De eso dice la Escritura que “para poco es provechoso” (1 Timoteo 4.8). A las personas dominadas por el alma les gustan principalmente los asuntos sociales o intelectuales, o aun ejercicios de reglamento religioso. Les gusta charlar de sus parientes, de las últimas noticias; les gusta chismear; les encanta teorizar, como también hablar de reglamentos carnales y de quiénes los están quebrantando. Tales cosas son de poco provecho en la luz de la eternidad. A las personas que son dominadas por el Espíritu Santo les gustan principalmente la oración, la lectura y el estudio de la Biblia. Les place la conversación espiritual, la adoración, la alabanza de Dios, y el testificar. Les gusta guiar a otros a Cristo, servir a los pobres y a los oprimidos, pensar en todo lo que es verdadero, honesto, justo, puro, amable, de buen nombre, de lo que tiene virtud, y de lo que es digno de alabanza. ¿Para cuál nivel vives tú? Si apenas puedes esperar hasta que se termine el culto para poder hablar de los cultivos, del dinero, de la comida, de tus parientes, del chisme más nuevo, y de tales cosas, probablemente no hay mucha vida en tu nivel más alto —si es que la hay. “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha” (Juan 6.63). Es el espíritu del hombre que es regenerado: “Un espíritu nuevo pondré dentro de ellos” (Ezequiel 11.19).

El espíritu es el santuario donde mora el Espíritu Santo y es la facultad por medio de la cual él obra. Al andar en el Espíritu y al cumplir con las condiciones de rendimiento a él y a su palabra, llegamos a ser más espirituales. Cuando él renueva un espíritu recto dentro de nosotros, entonces él puede renovar la mente, darnos un corazón nuevo, y conformar nuestras voluntades a la suya —dominando así las facultades de nuestra alma y usándolas para sus propósitos. Aun nuestra vida exterior, el hombre externo, el cuerpo, ya no más es conformado al mundo, sino que es dominado por la renovación interna del alma y del espíritu. El cuerpo no puede ser convertido, pero puede ser santificado para el uso de Dios. De esta manera pide la oración del apóstol: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tesalonicenses 5.23). El cielo está lleno de personas que amaban las cosas espirituales en esta vida, pero el infierno está lleno de personas que tanto amaban las cosas carnales y las cosas del alma que no podían soportar las cosas espirituales. Se fueron a su propio lugar. ¿Adónde te estás conduciendo? ¿Vives y andas en el Espíritu por la gracia de Dios? ¿Has cesado de hacer tus propias obras carnales y las del alma para permitir que Dios obre sus obras por medio de ti?

¿Cómo podemos distinguir entre la fuerza natural y carnal del alma, y el verdadero poder espiritual? ¡Solamente por sus frutos los conocerás! Si en tu vida dominan los rasgos de la carnalidad, arrepiéntete y pide a Dios renovar en ti un espíritu recto. Da tu cuerpo, alma, y espíritu en las manos de Cristo que fueron traspasados con clavos, para que él pueda usarte como un templo para su Espíritu Santo. Los rasgos de la carnalidad incluyen: un espíritu secreto de orgullo; un sentido de elevación en vista de tu éxito, tu preparación, tus dones, tus talentos, o tu apariencia; un espíritu independiente; rigidez y una actitud exigente; amor a la alabanza de otros; una afición secreta de ser notado; amor a la supremacía; agitaciones de cólera; impaciencia; ser irritable; una disposición de desquitarte cuando te reprenden o te contradicen; palabras duras y sin bondad; obstinación; un espíritu terco y que no acepta la enseñanza; la argumentación y el ser hablador; el sarcasmo y el ser brusco; una disposición violenta hacia otros; la crítica sin amor y la manía de criticar; un espíritu nervioso y malhumorado; mostrar mal humor, preocuparte, quejarte, murmurar; un amor de ser engatusado y mimado; un espíritu de temor de los hombres; poco deseo de agradar a Dios; una indiferencia y frialdad hacia Dios, hacia los miembros compañeros de la iglesia, hacia la familia y los vecinos; un compañerismo social, pero ningún deseo o capacidad de hablar de las cosas de Dios; estar indispuesto a aplicar la cruz a tus cosas naturales (tales como los placeres, los deportes, el vestido, lo que lees, la televisión, la radio, el cine, el hogar y su mobiliario, el equipo de recreación); el amor al mundo; retrocederte de reproche o de obligación para buscar un lugar cómodo; razonamientos que evitan la cruz; un espíritu que no entrega todo; un espíritu pronto para transigir con el mal; una disposición celosa; un espíritu secreto de envidia; un resentimiento por la prosperidad y el bienestar de otro; hablar de las faltas de otros que tienen más talento que tú; ser conmovido de concupiscencia; afecciones y privilegios indebidos con los del sexo opuesto; ojos errantes y pensamientos lascivos; evadir y ocultar la verdad; esconder tus faltas reales; tratar de dar una buena impresión; una humildad falsa; exageración; palabras ociosas y truhanería; la conversación descuidada; un amor a la comodidad y el placer; un descuido de leer la Biblia y de orar; poca preocupación para con los otros; una satisfacción secreta por la destrucción de los enemigos; tener la creencia presumida que los pobres y los enfermos sufren porque son perezosos o porque tienen alguna culpa; no tener un culto familiar en el hogar... poco tiempo para religión en la casa; olvidarte de los derechos de otros; una falta de apoyar al programa de tu iglesia; ser descuidado en asistir a los cultos; una actitud de rebelión hacia los reglamentos de la iglesia; la irreverencia y la desatención a los que dirigen el culto o hablan; poco respeto a la autoridad; falta de dominio propio que se muestra en fumar, en glotonería, en ser perezoso; descuido en asuntos financieros; una mala mayordomía del tiempo, de los talentos y las posesiones; el prejuicio... considerar inferiores a la gente de otras razas y de otras iglesias; faltar de testificar para el Señor; no tener ningún tiempo para servicio cristiano; no desear la segunda venida de Cristo. ¡Todas estas cosas significan la carnalidad y no dan ninguna esperanza de ir al cielo!

¿Qué te parece, amigo lector? ¿En tu vida se manifiestan y dominan estos rasgos de la carnalidad? Entonces, ¿por qué no confesarlo ahora mismo y pedir al amante Salvador que descienda y que te limpie con su sangre perdonadora y redentora? Pídele que con su Santo Espíritu te regenere y te dé poder. Pídele entrar en tu corazón y transformar tu cuerpo, tu alma, y tu espíritu en un santuario del bendito Espíritu Santo... ¡para que tu ser entero sea de aquí en adelante un templo del Dios viviente! Romanos 12.1–2 bosquejan en una manera muy sencilla y hermosa el plan de la salvación y la santificación: primero reconoce las misericordias de la sangre derramada de Jesús, y después preséntale a él tu cuerpo como un sacrificio vivo. Él entrará en tu corazón y allí morará, transformando tu vida por el poder de su Santo Espíritu. Entonces tu cuerpo ya no más será conformado a este siglo, sino será dedicado a Dios por la renovación de tu mente, tu corazón, y tu voluntad. El ocuparse de la carne es muerte, ¡pero el ocuparse del Espíritu es vida, gozo, y paz!

Preguntas de estudio
para diálogo en la clase y la iglesia

   1.  ¿Cuánta importancia tiene el Espíritu Santo en la vida cristiana?

   2.  ¿Cuál de estos es el Espíritu Santo?: ¿un líquido, una sensación, un poder, o una persona?

   3.  Hablen de los títulos y de la obra del Espíritu Santo.

   4.  ¿Puede uno ser cristiano sin tener el Espíritu Santo?

   5.  ¿Qué significa la glorificación por el Espíritu Santo?

   6.  ¿Fue la primera muerte una muerte espiritual o física? ¿Qué de la primera resurrección?

   7.  ¿Qué significa la vida “del alma”? ¿Se ocupan del Espíritu las personas que viven en el nivel del alma?

   8.  ¿En qué manera es mucha religión de la fuerza del alma en vez de ser de Dios?

   9.  Hablen de los rasgos de la carnalidad. ¿Cómo podemos vencer la carnalidad?

  10.  ¿Cómo obtenemos el fruto del Espíritu Santo?