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EL TESORO BÍBLICO

Por Guillermo McGrath- ©1985 usado con permiso

Capítulo 15

La mayordomía bíblica

El uso de todos nuestros recursos para Dios

Los cristianos reconocemos que todo lo que tenemos y todo lo que somos nos lo ha dado o prestado Dios. Así todo lo usamos de acuerdo a su voluntad como quienes le han de dar cuenta en el día final. “Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel” (1 Corintios 4.2). “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6.19–20).

El precio pagado por nuestra redención, la sangre de Cristo, fue tan precioso que somos obligados a darle nuestra vida entera, sirviéndole con nuestro tiempo, nuestros talentos, y nuestras cosas. “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1.18–19). “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12.1). ¡Y no hay licenciatura en este servicio, excepto la graduación de la muerte a un servicio más alto!

Cuando la muerte alcanza a los que han gastado su vida, sus talentos, y sus bienes en el servicio de sí mismos, están citados a aparecer ante el dueño de todo y darle cuenta de lo que les fue encomendado. Tenemos un ejemplo de eso en Lucas 12.20–21: “Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.” Todos nosotros somos sólo los que usan los bienes, no somos los dueños. Será requerido que demos cuenta por las maneras en que hemos o perfeccionado o malgastado nuestros bienes, dones, y metas en su servicio: “Había un ... mayordomo, y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes. Entonces le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo” (Lucas 16.1–2). Todo lo que tenemos está solamente como un préstamo de Dios, y tenemos que darle cuenta de todo. Por esto, tenemos que enseñar y practicar la mayordomía, igual que cualquier otra doctrina de la Biblia.

Mayordomos bíblicos: En los tiempos bíblicos, un mayordomo fue el administrador o el director de la familia o de los bienes de su señor. Muchas veces era un esclavo. No era el dueño, sino sólo el administrador de las cosas que dirigió. La mayordomía bíblica ha sido definida como el recibir y el compartir las dádivas generosas de Dios, dirigiéndolas para la mejor promoción de los propósitos de Dios y la extensión de su reino. Así la mayordomía es el manejo de la vida y todos sus recursos para Dios y para el bien de todos. El mayordomo cristiano no querrá malgastar su tiempo, sus talentos, sus cosas, ni los recursos naturales. Rehuirá la aflicción y la devastación de la guerra como también el afán loco de la sociedad actual de consumo. Esta sociedad trata de crear mucho empleo tanto destruyendo los bienes en la guerra como fabricando productos de calidad inferior para luego caer en desuso. También multiplica los deseos y gastos inútiles por la idolatría de la moda. Los mayordomos bíblicos son no conformistas que estiman la sencillez en la manera de vivir y la conservación de la vida y de los recursos. En verdad, éste es el propósito de las normas no conformistas de la iglesia; sirven para proteger y preservar las verdaderas metas espirituales de la vida. No queremos hacer la vida difícil a causa de la guerra, ni por el consumo avaro, ni por la moda.

La gracia de dar: El Señor Jesús dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20.35). “Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9.7). Esta es la respuesta de un creyente nacido de nuevo a la preciosa dádiva de la salvación. No puede haber vida abundante sin dar abundantemente. El verdadero cristiano se caracteriza por una actitud de acción de gracias: “Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5.20). En realidad, la manifestación de los dones del Espíritu Santo incluye esta maravillosa gracia, el don de dar (Romanos 12.8). ¡Somos llamados a dar alegremente, a dar gracias, a dar hospitalidad, a dar de nuestro tiempo y servicio, y a dar testimonio y alabanza a Dios! Un epígrafe en una lápida lo expresó bien: “Lo que gasté, tuve; lo que guardé, perdí; lo que di, tengo”. Juan Wesley lo expresó de esta manera: “Gana todo lo que puedes; ahorra todo lo que puedes; ¡da todo lo que puedes!” ¡La mayordomía es vivir para dar! La gracia es una dádiva gratuita. ¿La gracia te ha hecho afable, generoso, y perdonador? Esa es la única vida cristiana verdadera.

A continuación encuentra siete maneras de perfeccionar tu mayordomía:

1.   La mayordomía de tu propia vida y familia: El apóstol Pablo describe la dedicación de la iglesia de Macedonia. Ellos “a sí mismos se dieron primeramente al Señor” (2 Corintios 8.5). Entonces de su pobreza profunda hallaron una liberalidad tremenda en dar de sus cosas. La Biblia manda: “¡Abundad también en esta gracia!” (2 Corintios 8.1–7). ¿Alguna vez te has dado a ti mismo conscientemente a Dios? ¿Has orado: “Señor, toma mi vida, y que sea primero de uso tuyo”?

Se cuenta el relato verdadero de una iglesia en el África, donde se celebró un servicio de acción de gracias por la cosecha. Los miembros trajeron adelante sus cestos de las primicias y las pusieron en el altar. Un muchacho pobre, afligido por no tener nada que dar, se fue adelante y bajó su cesto vacío. ¡Entonces se paró él mismo en el cesto! Antes de que Dios pueda aceptar nuestras cosas, él quiere que nos demos nosotros mismos a él. ¿Por qué no arrodillarte y hacerlo ahora?

No sólo requirió Dios que su pueblo en el Antiguo Testamento le diera las primicias de las varias cosechas; también requirió que los hijos primogénitos le fueran dados. El Nuevo Testamento enseña una norma más alta: todo lo que tenemos pertenece a él. Siempre hemos orado antes del nacimiento de cada uno de nuestros hijos, dedicando ese niño a Dios y a su servicio. ¿Has hecho eso con tus hijos? Ana dijo: “Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová” (1 Samuel 1.27–28). El Nuevo Testamento enseña la norma más alta de que cada miembro es un sacerdote —el sacerdocio de todos los creyentes (1 Pedro 2.9). Si nunca lo has hecho, ¿por qué no reunir a tu familia ahora explicándoles que todos pertenecemos a Dios para toda la vida?

Explica a tus hijos que a causa de que el cuerpo pertenece a Dios, somos obligados guardarlo puro de prostitutas, de abusos sexuales, de fumar, de embriaguez, de drogas, de pelear, de maldecir, y de otras suciedades (1 Corintios 3.16–17; 6.9–20; 2 Corintios 7.1; Romanos 12.1–2).

2.   La mayordomía de cosas visto en los diezmos: El próximo paso, después de darnos a Dios, es reconocer su propiedad de nuestras cosas materiales, dándole los diezmos de esas cosas. En el Antiguo Testamento tenían varias clases de diezmos. Dieron diezmos (o diez por ciento) de sus campos y de sus animales, anualmente. Esto fue usado en parte para el sostenimiento del sacerdocio y los servicios del templo. (Los sacerdotes mismos también tenían que diezmar del sostenimiento que recibieron.) Jesucristo afirmó este principio de diezmar, diciendo: “Diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mateo 23.23).

Los israelitas daban también otros diezmos para el cuidado de los pobres. Y además de todos los diezmos, ¡ofrendaban voluntariamente! ¡La norma del Nuevo Testamento seguramente no puede ser nada menos! Se calcula que daban casi treinta por ciento de su ingreso. ¿Podemos dar más que el Señor? ¡Dar a la obra de la iglesia y dar a los pobres atesora bendiciones para nosotros que más que compensarán nuestros diezmos! “A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar” (Proverbios 19.17).

La pregunta que debemos hacernos no es si debemos diezmar, sino más bien: ¿nos atrevemos a robar de Dios por no diezmar? “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3.8–10). Empieza tu diezmar ahora con diez por ciento y auméntalo a medida que Dios te bendice. Lee Lucas 6.38: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” ¿Puede algún hombre dar más que Dios? Lee Mateo 25.31–46.

3.   La mayordomía de los talentos: Después de que damos un golpe fuerte al materialismo por dedicarnos a diezmar nuestro ingreso y cosas materiales, debemos luego examinar la mayordomía de nuestros talentos. La Biblia enseña: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces” (Santiago 1.17). “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Corintios 4.7). ¿Has dedicado tus talentos al servicio de Dios? Si no, estás perdiendo muchas ricas bendiciones que Dios te quiere dar. También estás bajo la condenación de Dios. Tanto tus dones espirituales y tus habilidades naturales deben ser entregados al servicio de Dios. Si no, recuerda lo que dijo Jesús al siervo malo y negligente que no había puesto en uso su talento, sino lo había enterrado: “¡Quitadle, pues, el talento ... y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera!” (Mateo 25.28, 30). Los ministros que usan su habilidad de hablar para ganancia personal, los cantantes que usan mal su talento para entretenimiento y funciones en que buscan ganancia, los directores que aplican sus habilidades administrativas a hacerse una fortuna descuidando la extensión del reino de Dios, todos están “enterrando sus talentos” y ¡pidiendo a Dios que los entierre a ellos también! ¿Está tu todo en el altar para Dios? Si no, ¡ponlo allí ahora!

4.   La mayordomía del testimonio: En su primer mensaje el Señor Jesús invita a todos los hombres a arrepentirse, a seguirle, y a llegar a ser pescadores de hombres (Mateo 4.17, 19). En su último sermón, la gran comisión, él manda a todos los cristianos a tomar parte en ir a todo el mundo y predicar el evangelio a toda la humanidad (Mateo 28.18–20). Todos los cristianos son llamados a ser mayordomos del misterio del evangelio, no sólo los ministros ordenados: “Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel” (1 Corintios 4.1–2). ¿Estás orando a Dios que te ayude a dar testimonio de él? Tal vez no puedes predicar como Pablo, pero puedes repartir folletos, escribir cartas, dar testimonio de él, cantar, distribuir literatura cristiana, mostrar hospitalidad a los que están sin amigos, visitar a los prisioneros, reprender el habla obscena y la maldición, contar a tus vecinos cómo encontrar a Cristo, invitar a personas a ir a la iglesia contigo, fijar letreros evangélicos, y hacer muchas otras actividades de dar testimonio de él. ¡Aun tu ropa nunca deja de hablar!

5.   La mayordomía del tiempo: Después del terrible malgasto de vidas, cosas, y talentos en nuestro mundo, está el tremendo malgasto de tiempo. La gente persiste en desperdiciar sus vidas en horas de ocio, en matar el tiempo, en pasatiempos, y tales cosas. La Biblia nos enseña: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5.15–16). Puesto que nuestros tiempos están en las manos de Dios, ¿por qué debemos morir antes de nuestro tiempo por descuidar su servicio? Bajo la ley antigua Dios requirió que un mínimo de un día en siete fuera pasado en descanso de trabajo y en adoración de él. Él exigió para sí cada séptimo año y también el quincuagésimo año (Levítico 25.1–13). ¿Estás dando a Dios lo que debes a él —un día en siete?

Tenemos conocimiento de cristianos dedicados que toman un año sabático para servir al Señor en servicio voluntario. ¿Estás aprovechando bien el tiempo? Si no, dedica de nuevo tu vida a él y haz voto de eliminar todos los siguientes grandes malgastadores de tiempo: la televisión, la radio, los teatros, el cine, el bailar, los instrumentos musicales, el jugar dinero, el jugar a los naipes, los deportes profesionales, las corridas de toros, las riñas de gallos, y tales cosas. Dedica tu tiempo a Dios y hallarás que da descanso más que cualquier “deporte”. Sobre todo, ¡toma tiempo para ser santo!

6.   La mayordomía de la pobreza voluntaria: Si quieres dar un golpe radical a las riquezas, pregunta a Dios si él te estaría llamando a la pobreza volun­taria, como llamó a Cristo y a Pablo. No tenían dónde recostar la cabeza; no tenían ninguna propiedad; renunciaron el privilegio del matrimonio y de tener una familia; se consagraron a sí mismos totalmente en sacrificio vivo al servicio de Dios, trabajando con sus manos y no acumulando ninguna riqueza en la tierra. “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8.9).

Esto no es un llamamiento para todos. Pero en cada generación unos discípulos consagrados han tomado este camino. Estudia Mateo 19.10–12, 21 y 1 Corintios 7.7–8. No muchos son llamados a este llamamiento, pero queda como una opción en la mayordomía cristiana. No es un camino fácil. Pero es un llamamiento valedero para unos, con la condición de que no sean tentados por orgullo espiritual despreciando a otros que no siguen esta senda.

7.   La mayordomía después de la muerte; haciendo tu testamento: ¿Qué pasará con tus posesiones cuando te mueras? Como pregunta la Biblia: “Y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 12.20). Tal vez piensas que eres demasiado joven todavía como para hacer un testamento, pero aun los jóvenes mueren inesperadamente. En los Estados Unidos, si mueres in­testado (eso es, sin un testamento), el estado puede tomar una gran parte de tus propiedades o vincularlas con disputas legales por años hasta que tus hi­jos sean mayores de edad. Es mala mayordomía para cualquier hombre casado no tener hecho su testamento. En la mayoría de las bibliotecas hay libros ar­chivados que contienen muestras de testamentos. Puedes escoger una muestra que te interesa y por poco dinero puedes tener hecho unas fotocopias de ella. Entonces puedes adaptarlo a tu situación, dejando una cierta can­tidad de tus propiedades a tu esposa y a tus hijos, más una cierta cantidad a tu iglesia o a alguna misión por la cual la iglesia es responsable, a una editorial, o a una obra caritativa. Un notario entonces autorizará este testamento y puedes registrar reproducciones en tu tribunal local, haciéndolo legal. Las leyes pueden variar en los diferentes países. Para estar seguro, debes consultar con un abogado antes de hacer tu testamento.

Considera esto también: ¿dónde demanda la Biblia que dejes tus pro­piedades a tus parientes? ¿Podemos retarte con el ejemplo de Juan Wesley? Él dijo que si sus propiedades equivalieran a más de cincuenta dólares en el día de su muerte, ¡sería probado ser mentiroso! Ya ves, distribuyó todo su dinero antes de su muerte a varias instituciones benéficas. Muchos hombres han arruinado a sus herederos por dejarlos una gran herencia de dinero. ¡Recuerda a Dios y su obra en tu testamento!

Dar es vivir

—Dar es vivir —me dijo el ángel un día—.

­Ve al hambriento y dale el pan de amor.

—¿Debo dar y dar y dar más todavía?

—Fue mi respuesta en quejoso dolor­—.

—Ah, ¡no! —me dijo el ángel, hiriéndome así—:

Da hasta que el Maestro no te dé a ti.

—Versión española de Pablo Yoder

Preguntas de estudio
para diálogo en la clase y la iglesia

   1.  ¿Cómo definirías “la mayordomía”? Explica tu definición.

   2.  ¿Cuánto puede Dios tenernos por responsables para el uso de nuestras vidas, nuestras cosas, nuestro tiempo, nuestros talentos, etc.?

   3.  Hablen de la gracia de dar. ¿Es un don espiritual para sólo unos pocos miembros de la iglesia?

   4.  Hablen de aplicaciones prácticas de la mayordomía de su cuerpo y de sus hijos.

   5.  ¿Por qué creen que Dios requiere el diezmar?

   6.  ¿Qué podría pasar a los que “entierran sus talentos”?

   7.  ¿Cuánto espera Dios de nosotros en dar testimonio de él?

   8.  ¿Qué significa la frase “aprovechando bien el tiempo”?

   9.  ¿Quién podría ser llamado a la “pobreza voluntaria”? ¿Qué es su peligro peculiar?

  10.  ¿Quién debe hacer un testamento? Hablen de los peligros de dejar riquezas a sus herederos y de olvidar de recordar a Dios en su testamento.