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La hermandad de creyentes

Versículos claves: "Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, (...) sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor" (Efesios 4.11-16).

No hace mucho tiempo sonó mi teléfono:

—Soy pastor de una iglesia pentecostal —dijo el que hablaba—. Me dijeron que hablara con usted en cuanto a alquilar esa capilla que su grupo acaba de desocupar. Somos un grupo pequeño, pero estamos creciendo y necesitamos un lugar adecuado en donde congregarnos.

Tal vez yo debí haber pensado: ¡Qué bueno, ese grupo de cristianos está creciendo! Pero en lugar de eso otro pensamiento vino a mi mente: ¿Por qué no se congregan aquí con nosotros? Hay lugar suficiente y de sobra en nuestra capilla nueva. Sin embargo, no se lo dije. ¿Sabes por qué? Porque yo sabía que no valía la pena, sencillamente porque cada iglesia tiene sus propias metas, sus propias ideas, su propia manera de interpretar la Biblia.

Y cada iglesia tiene su propio concepto de lo que es la iglesia y de lo que significa ser miembro de esa iglesia.

Iglesias, iglesias... hay iglesias por todos lados. Y siempre están haciendo algo. Hacen actividades para los jóvenes, programan conferencias y fiestas, hacen campañas y predicaciones... ¡Estupendo! Pero, ¿acaso ser miembro de la iglesia de Jesucristo consiste en correr de acá para allá y comer y jugar?

Pues, acompáñame en este estudio. Vamos a averiguar en la Biblia cuál es el propósito y la función de una hermandad bíblica de creyentes. Estaremos viendo siete rasgos que serán evidentes en cualquier hermandad de creyentes verdaderamente bíblica. El primero y el de primordial importancia es...

1. La conversión

Convertirse significa "cambiarse: dejar de ser una cosa para ser otra". Eso es exactamente lo que pasa cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y creemos en Jesús. Nosotros, que antes éramos personas impuras e impías, nos transformamos en personas que vivimos vidas puras y piadosas por medio del poder de Dios. Jesús advierte que la conversión es imprescindible. Él dice: "El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (Juan 3.5). La prueba de que una persona haya nacido de agua y del Espíritu es la existencia inequívoca del fruto del Espíritu Santo en su vida (véase Gálatas 5.22-23). Las personas que no llevan este fruto en sus vidas no pueden entrar en el reino de Dios. Por consiguiente, no les debemos engañar al permitirles ingresar como miembro a la hermandad de creyentes. Su falta de llevar las pruebas de la conversión les excluye de la comunión de los creyentes.

2. La comunión

El segundo rasgo que será evidente en una hermanad bíblica es la comunión. La palabra comunión en la Biblia significa "asociación, participación y relación mutuas". A la comunión se le da mucha importancia en muchas iglesias hoy día. Sin embargo, pongámonos de acuerdo en algo muy esencial: La comunión que se basa en el trabajo, la familia, la política o en algún enemigo común no es la comunión con el Padre y con su Hijo. Además, la comunión que no abarca más que sólo los goces materiales y legítimos que tenemos en común, no es la comunión con el Padre y con su Hijo.

Entonces, ¿cómo es la comunión que "verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo" (1 Juan 1.3)? Hermano, esta comunión es la que nace sólo al nosotros tener una relación íntima con el Padre y con su Hijo. Si en nuestra vida hay alguna cosa que estorba la comunión con Dios, ¿para qué buscar tener la comunión que es verdaderamente espiritual con los hermanos? En este caso sólo nos queda la comunión superficial y frívola con que muchas iglesias se contentan hoy.

La comunión bíblica es una comunión de luz. Primera de Juan 1.5-7 dice: "Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros." Estos versículos quieren decir que si yo les oculto a mis hermanos el pecado que está en mi vida entonces no puedo tener comunión bíblica con ellos. Fíjate en lo que dijo Jesús en Juan 3.20: "Todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas".

Hace como tres años asistía a nuestros cultos un señor de por aquí. Aquel hombre decía que buscaba una comunión más profunda que la que hallaba en otras iglesias. Él deseaba una comunión más profunda que la de decir "Hola", "Dios te bendiga", "Amén". Según decía él, buscaba algo más que las fiestas y las pláticas. En fin, buscaba someterse al examen intenso de hermanos sinceros que en verdad buscaban su bien espiritual.

Bueno, en ese aspecto estábamos de acuerdo, pues tal es la comunión bíblica. Sin embargo, aconteció que notamos una falta grave en su carácter y le exhortamos en amor. Luego pasó algo extraño. Al parecer, no le cayó bien lo que le dijimos, y dejó de asistir a los cultos. ¿Por qué? Porque no estaba dispuesto a participar de una comunión tan intensa, la comunión de luz. La comunión que consiste en religiosidades superficiales la puede aprender cualquiera. Pero la comunión profunda y saludable espiritualmente sólo la experimentan los limpios de corazón, los humildes de espíritu, los que están dispuestos a exponer y confesar sus debilidades a sus hermanos en Cristo.

Esto nos lleva al próximo punto: La perfección del creyente.

3. La perfección

Efesios 4.12 nos dice que Dios nos dio los varios oficios en la iglesia "a fin de perfeccionar a los santos". El versículo 13 dice: "Hasta que todos lleguemos al la unidad de la fe (...) a un varón perfecto". Ahora bien, nadie llega a ser perfecto en este mundo, ¿verdad? Pablo mismo, el que escribió los versículos anteriores, no se creía perfecto. En Filipenses 3.12 escribió: "No (...) que ya sea perfecto; sino que prosigo...” Y así es. En cierto sentido, jamás llegamos a la perfección en esta vida.

Sin embargo, hay una clase de perfección que Dios quiere que alcancemos ahora mismo. Es la perfección interior. Al alcanzar esta clase de perfección entonces Dios puede obrar en nosotros más y más la perfección exterior. A esto llamamos el crecimiento espiritual.

¿Qué es la perfección interior? Es la misma perfección que tiene la flor antes que florece. Allí está el brote perfecto. Sin embargo, aunque la calidad interior de ese brote no tiene ningún defecto, nosotros esperamos que ese brote perfecto vaya desarrollándose en una flor bellísima. De la misma manera, cuando nos convertimos en cristianos, Dios hace brotar en nuestro corazón el fruto perfecto, pero todavía inmaduro, del Espíritu Santo: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (véase Gálatas 5.22-23). Entonces Dios nos da la hermandad de creyentes para que este fruto madure y se desarrolle. No obstante, para ser perfeccionados así, nosotros tenemos que hacer caso a lo que dicen los hermanos en cuanto a las faltas de madurez que ellos ven en nuestra vida. Por más que desagrade a nuestra carne, tenemos que permitir que ellos nos corrijan y nos den dirección.

4. La dirección

Todos tenemos nuestras propias ideas. Tenemos nuestras ideas en relación al bautismo, la santa cena, el manejo del dinero, la relación entre los cónyuges, la obra de instruir a los niños...

Las ideas son buenísimas, y es importante que las tengamos. Pero fracasamos si pensamos que nuestras ideas son tan bíblicas y tan perfectas que podemos formar nuestras propias conclusiones a partir de ellas, sin someterlas al examen de los hermanos. Esta actitud se llama el orgullo, y cuando actuamos de acuerdo a esta actitud es a lo que llamamos la rebelión.

Hace varios años, conocí a cierto joven muy inteligente. Este joven estudiaba la Biblia y llegaba a conclusiones. Estimé mucho a ese joven por eso, y aún lo estimo. Sus estudios y conclusiones son originales, refrescantes, producto de una mente lista y activa. Pero hay algo acerca de este señor (ya no es joven) que me turba. Desde su juventud se ha unido a por lo menos cuatro hermandades distintas, cada una teniendo algunas

filosofías diferentes. Al pensar en eso me pongo a meditar otra vez en uno de los versículos claves en cuanto a la hermandad de creyentes: "Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina" (Efesios 4.14).

Este versículo me aclara que a ese joven probablemente le faltaba una comprensión cabal en cuanto a la función de la hermandad de creyentes. Me parece que le faltaba la convicción de que, no importa cuán buenas sean nuestras conclusiones basadas en nuestras ideas, necesitamos someterlas a la hermandad de creyentes para que ellos nos dirijan. De eso habla 1 Pedro 5.5 al decir: "Jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad". De esto habla Hebreos 13.17 al decir: "Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta". Si no estamos dispuestos a someternos a la dirección de la hermandad eso demuestra que necesitamos aun más la ayuda de ellos. Esto nos lleva al próximo punto: la restauración.

5. La restauración

Todos somos muy capaces de fallar. Esto lo debemos comprender antes de fallar, porque una vez que fallamos es muy difícil aceptarlo. Presentamos excusas, tales como: "Fue la culpa de aquel". "Aquel lo hizo primero." "Yo no sabía que era malo hacer eso."

En Mateo 18.15-18 Jesús enseñó acerca de la restauración que la hermandad de creyentes debe efectuar en el hermano que peca. El Señor nos da instrucciones claras de cómo se debe llevar a cabo esta restauración. Lee cuidadosamente estos versículos: "Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano."

Fíjate que el propósito de estas instrucciones es que el hermano que peca oiga, o sea, para que sea restaurado a Dios y a los hermanos. Gálatas 6.1 nos da este mandamiento sencillo: "Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado". Este punto de restaurar al hermano que peca es tal vez el más difícil de cumplir de los siete puntos que estamos examinando en este artículo.

Contrario a lo que primeramente parece, se requiere un amor profundo para con el hermano que ha pecado, así como un amor profundo para con Dios. Se requiere un deseo ardiente de mantener, para la honra de Dios, una hermandad pura y perfecta de corazón. Muchas veces al cumplir con este encargo de Jesús, sufrimos malentendidos y reacciones. Pero no importa, hermano. ¡A la lucha! ...con compasión.

6. La compasión

Aquí voy a cambiar un poco de enfoque. Voy a hablar de la compasión hacia el hermano que atraviesa por un momento de pobreza extrema o de enfermedad. El mundo entero lucha por protegerse de atrasos económicos. Se anima a todos a que compren seguros para protegerse contra incendios, diluvios y otros desastres. Pero el cristiano que pertenece a una hermandad bíblica de creyentes no se preocupa tanto por protegerse de estas cosas, sino que prepara su corazón para pasar por ellas. Además, se prepara para ayudar a otros a pasar por las desdichas. Los hermanos se ayudan mutuamente al compartir lo que tienen con el desdichado, aunque sea poco... y aunque les cause sufrimiento compartirlo. Primera de Corintios 12.26 dice: "Si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él". Y 1 Juan 3.17: "El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?"

¡Ah, sí, hermano, el amor de Dios! El amor de Dios es la virtud más importante para la hermandad de creyentes. Si no amamos a Dios con todo el corazón y a nuestro hermano como a nosotros mismos, ¿para qué tratar de cumplir con la próxima función de la hermandad bíblica de creyentes? Si no amamos a Dios como él nos amó a nosotros, no somos capaces de cumplir con su gran comisión: la de hacer discípulos de todas las naciones.

7. La comisión

Juan 13.35 y 17.23 nos revelan una verdad asombrosa: el sermón más eficaz que podemos predicar al mundo es un sermón que no se predica con palabras. Es poner por obra en la vida diaria el amor y la unidad en la hermandad de creyentes. Las campañas de evangelización, los milagros en el nombre de Jesús, el dinero dado a los pobres... ninguna de estas cosas convence al que busca a Jesús como le convence el amor y la unidad entre los creyentes.

Aquí están las palabras exactas de Jesús en Juan 13.35: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros". Y en Juan 17.23: "Que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado".

¡Qué testimonio ofrece al mundo la hermandad donde todos hablan la misma cosa y se aman los unos a los otros! A ellos resuena la comisión de Jesús a sus discípulos: "Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28.19-20).

Hermano, tal vez tú no estás en una hermandad de creyentes como la que propongo en estas páginas. Tal vez no conoces tal hermandad. Si es así, puede ser que Dios te esté llamando a formar, junto a otros (seguramente no eres el único capaz de hacerlo) tal hermandad. La hermandad que pertenece a Jesús siempre ha sido un rebaño pequeño comparado con los demás grupos religiosos del país. No se requiere muchas personas para experimentar la bendición de Dios por medio de una hermandad bíblica (lee Mateo 18.20).

Pero sí se requiere humildad, valor y un serio compromiso de seguir los principios propuestos en este artículo. Si tú reaccionas ante alguna disputa que tienes con tu iglesia actual, aún no estás preparado para una obra tan grande. Si no respetas a los líderes en tu iglesia actual (aunque estén equivocados), no estás preparado. Si tú buscas ser líder de algún movimiento nuevo, no estás preparado. Permite que Dios obre en tu corazón a fin de prepararte para cualquier obra que él tenga para ti.

Si conoces a una hermandad bíblica en otra parte, puede ser que Dios desee que tú les pidas a ellos que te ayuden a formar una hermandad nueva en tu comunidad. Sométete a los consejos de ellos cuando vengan a ayudarte. Que Dios te dé sabiduría en estos asuntos. Mi corazón late con el tuyo.

"Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros" (Filipenses 2.1-4).

-Rodney Q. Mast