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Instrucciones para nuevos cristianos

La salvación

Empezamos estas instrucciones con un estudio del plan de salvación porque con eso mismo es que comenzamos la vida cristiana. Este estudio nos ayudará a tener una base firme sobre la cual edificar nuestra vida cristiana.

Realmente nosotros nunca podremos comprender la profundidad del plan de salvación porque el mismo fue concebido en la mente infinita de Dios. Sin embargo, este plan de salvación a su vez es tan sencillo que todos nosotros con mentes sanas podemos entenderlo y encontrar nuestra propia salvación.

Mientras hagamos este estudio, desde el principio hasta el fin, debemos recordar que llevar a cabo nuestra salvación es obra de Dios. Ciertamente nosotros tenemos una parte que hacer, pero nunca pudiéramos realizar la misma sin la gracia y la ayuda de Dios. “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2.13).

Nosotros sugerimos estudiar este plan de salvación por medio de cuatro puntos:

A.  La parte de Dios en la salvación

B.  Nuestra parte en la salvación

C.  Los resultados de la salvación

D.  La seguridad de salvación

A.  La parte de Dios en la salvación

       1.  Los hombres están alejados de Dios

Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír (Isaías 59.2).

En el principio cuando Dios creó todas las cosas, él coronó su obra haciendo al hombre a su imagen. El hombre fue creado perfecto e inocente, sin ningún pecado. (Véase Génesis 1.26–27, 31.) Pero el hombre pecó. Él comió del fruto del árbol del cual Dios había dicho: “No comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2.17). El acto de haber comido de este árbol fue pecado porque significó desobedecer la palabra de Dios. Es por eso que el pecado de nuestros primeros padres los separó de Dios. Nuestro pecado también nos ha separado de Dios y nos ha condenado a muerte. (Véase Romanos 6.23; Ezequiel 18.4.)

       2.  Dios mandó a su Hijo

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él (Juan 3.16–17). Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos (Gálatas 4.4–5).

Dios es un Dios justo, y su justicia demanda que cada pecador sufra la pena de muerte. Adán y Eva fueron condenados a muerte por causa de su pecado. Sin embargo, en aquel mismo día que ellos pecaron, Dios prometió que enviaría a un Salvador. Dios sabía que ellos de ninguna manera podrían salvarse a sí mismos.

Por más que tratemos, jamás podremos salvarnos a nosotros mismos. Pero Dios, a causa de su gran amor, su misericordia y su gracia, ha enviado a su Hijo para salvarnos de nuestros pecados. (Véase Tito 3.5; Mateo 1.21.) Esta fue la razón por la que Jesús vino al mundo. Él vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. (Véase Lucas 19.10; 1 Timoteo 1.15.)

       3.  Jesús derramó su sangre, murió y resucitó

Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados (Isaías 53.5). Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras (1 Corintios 15.3–4).

La justicia y la gracia de Dios estuvieron estrechamente relacionadas en el plan de salvación. La gracia de Dios envió al Salvador, y su justicia quedó satisfecha cuando Jesús, quien fue santo y justo, dio su vida por nosotros. Él se convirtió el Cordero de Dios para quitar los pecados del mundo. (Véase Juan 1.29.) En el Antiguo Testamento, el pueblo ofrecía animales como sacrificios a Dios. Ahora Jesús ha derramado su sangre preciosa para expiar nuestros pecados y proveernos el perdón. (Véase 1 Pedro 1.18–19; Efesios 1.7.) Él es el cumplimiento de todos aquellos sacrificios y, siendo el sacrificio perfecto, ya no hay necesidad de ningún otro sacrificio. (Véase Hebreos 9.24–26.)

       4.  El Espíritu Santo nos llama

Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente (Apocalipsis 22.17).

El Espíritu de Dios llama a los pecadores a que vengan a tomar del agua de la salvación. Si Dios no nos llamara entonces no podríamos venir a él. (Véase Juan 6.44.) Nosotros escuchamos el llamamiento del Espíritu Santo cuando él nos convence de pecado y de nuestra necesidad de un Salvador para que así lleguemos a ser justos delante de Dios. También nos convence del juicio venidero. (Véase Juan 16.8–11.) El Espíritu Santo nos llama a arreglar cuentas con Dios ahora para no tener que hacerlo en el día del juicio. (Véase 1 Timoteo 5.24; 2 Corintios 5.1.)

Otra parte de la obra del Espíritu Santo es regenerarnos. Esto quiere decir que él nos hace nacer de nuevo y nos da una vida nueva en Jesucristo (Juan 3.5–6), pero él no puede hacer esto hasta que cumplamos los requisitos. Por esta razón nosotros estudiaremos en el próximo punto acerca de estos requisitos para ser salvos.

Preguntas

   1.  ¿Cuál fue el estado original del hombre cuando Dios lo creó?

   2.  ¿Cómo comenzó el pecado en el primer hombre?

   3.  ¿Cómo le afectó el pecado?

   4.  ¿Qué ha hecho Dios para que los pecadores podamos escapar la pena de muerte?

   5.  Para usted, ¿qué significa este nombre: “El Cordero de Dios”?

   6.  ¿Cuál es la obra del Espíritu Santo en cuanto a nuestra salvación?

   7.  ¿Serán salvas todas las personas por las cuáles murió Jesús?

B.  Nuestra parte en la salvación

       1.  Reconocer que somos pecadores

Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron (Romanos 5.12). Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3.23).

El pecado entró al mundo cuando Adán y Eva pecaron. Nosotros somos pecadores porque de ellos recibimos, por medio de nuestros padres, una naturaleza pecaminosa. (Véase Salmo 51.5.) Nadie es justo. (Véase Romanos 3.10.) Todos nos hemos descarriado de Dios. (Véase Isaías 53.6.) Esta naturaleza pecaminosa o tendencia a descarriarse de Dios está aun en los niños pequeños. Sin embargo, ellos no son responsables hasta que tengan edad de conocer su propia culpa delante de Dios. Pero nosotros que somos ya adultos no podemos negar nuestra culpa ante Dios. (Véase 1 Juan 1.8; Jeremías 17.9.)

       2.  Arrepentirnos de nuestro pecado

Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente (Lucas 13.5). El Señor (...) es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pedro 3.9).

El arrepentimiento es absolutamente necesario para la salvación. Arrepentirse es sentir una tristeza profunda por nuestros pecados. Esta tristeza profunda nos hace rechazar el mal camino. (Véase 2 Corintios 7.10–11.) Nosotros tenemos que confesar a Dios nuestros pecados y nuestra naturaleza pecaminosa para que él nos salve. Si no dejamos de pecar y si nos negamos a confesar nuestra culpa ante Dios y los hombres, mostramos que no sentimos una tristeza profunda por el pecado.

Juan el Bautista anunció el arrepentimiento. (Véase Mateo 3.1–2.) Jesús también lo predicó como un paso esencial para la salvación (Mateo 4.17), y los apóstoles hicieron lo mismo en la iglesia apostólica. (Véase Hechos 3.19; 17.30; 26.20.) De modo que nosotros en ninguna manera debemos menospreciar su importancia.

       3.  Creer en Jesús como nuestro Salvador

Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios (Juan 3.17–18).

Jesús vino al mundo para salvarlo, pero su venida y obra no lograrán nada en nuestra vida a menos que creamos en él. Tenemos que creer que él es el único Salvador. (Véase Hechos 4.12; Juan 14.6.) La fe verdadera en su poder para salvarnos nos guiará a recibirle en nuestro corazón y a entregarnos completamente a él. De otra manera, no podemos ser sus hijos. (Véase Juan 1.12.) No lograremos jamás la justicia delante de Dios sin la fe verdadera. (Véase Romanos 5.1.)

       4.  Confesar a Cristo como nuestro Señor

Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación (Romanos 10.9–10).

Debemos confesar abiertamente ante todo el mundo que Cristo es nuestro Señor. Esto lo debemos hacer tanto con nuestra boca como también con nuestra vida. El testimonio de nuestra boca nada valdrá a menos que rindamos de buena gana nuestra vida al señorío de Cristo.

El bautismo es también una confesión de nuestra unión con Cristo. (Más adelante estudiaremos acerca del bautismo.) No nos avergoncemos, pues, de Cristo. Si le confesamos delante de los hombres, él nos confesará delante de su Padre. (Véase Mateo 10.32–33.) Confesar a Cristo no se hace sólo una vez, sino muchas veces —cuantas veces tengamos oportunidad. (Véase 1 Juan 4.15.)

       5.  Restituir los males

Entonces, habiendo pecado y ofendido, restituirá aquello que robó, o el daño de la calumnia, o el depósito que se le encomendó, o lo perdido que halló (Levítico 6.4). Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa (Lucas 19.8–9).

Otra condición necesaria para comenzar debidamente la vida cristiana es reparar los daños que hemos causado a otras personas. Dios dio mucho énfasis a esto en el Antiguo Testamento y Jesús lo reafirmó en el Nuevo Testamento. El verdadero arrepentimiento siempre se manifiesta en la buena voluntad de cambiar lo malo que hemos hecho por lo correcto. Debemos hacer todo el esfuerzo necesario para llevar a cabo la restitución debida. (Véase Éxodo 22.2–4; Proverbios 6.30–31.) La restitución llega a ser una prueba de nuestra sinceridad en la vida cristiana. Dios promete la vida a aquellos que hacen esto. (Véase Ezequiel 33.14–15.) Sin dudas no podremos prosperar espiritualmente sin antes cumplir con este requisito. Esta es la única manera de tener una conciencia sin ofensa no sólo ante Dios, sino también ante los hombres. (Véase Hechos 24.16.)

Preguntas

   1.  ¿Acaso hay alguien que no haya pecado?

   2.  ¿Qué es el arrepentimiento?

   3.  Mencione algunas evidencias que demuestran que una persona está arrepentida.

   4.  ¿Podremos ser salvos sin acudir a Jesucristo?

   5.  ¿Cómo puedes confesar con la boca que Jesús es el Señor?

   6.  A través de la restitución recibimos bendiciones. Mencione dos de ellas.

   7.  ¿A quién le pertenece toda la honra y la gloria por nuestra salvación?

C.  Los resultados de la salvación

       1.  Una vida nueva

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2 Corintios 5.17).

La salvación genuina siempre produce ciertas evidencias que son visibles en la vida del recién convertido. Una de estas evidencias ha de ser una vida nueva. Cuando somos salvos, también somos convertidos. Esto quiere decir que toda nuestra vida cambia. Dejamos las cosas del mundo, el pecado y los placeres carnales; buscamos las cosas de arriba. (Véase Colosenses 3.1.) Dios nos da un corazón nuevo. (Véase Ezequiel 36.26.) De la misma manera que Cristo resucitó de entre los muertos, así nosotros que estábamos muertos en pecado y alejados de Dios resucitamos espiritualmente para andar en vida nueva. (Véase Romanos 6.4.) Este cambio ha de mostrarse en toda la vida: en el trabajo, en el hogar, en nuestros hábitos y deseos, en nuestras amistades —sí, en toda nuestra vida. Por tanto, hemos llegado a ser una nueva creación en Cristo Jesús. (Véase Gálatas 6.15.)

       2.  Una vida santificada

Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo (1 Pedro 1.14–16).

La vida nueva es una vida santa. Al convertirnos en hijos de Dios, llevamos la semejanza de nuestro Padre. De modo que no podemos vivir más en ningún pecado, porque hemos recibido vida del Dios santísimo. (Véase 1 Juan 3.9.) La Biblia enseña que ningún cristiano, ni siquiera un recién convertido, deberá pecar voluntariamente. Por supuesto, es cierto que tenemos un abogado para con Dios si acaso pecáremos. (Véase 1 Juan 2.1.) Pero, ¿acaso por eso seguiremos en el pecado para poder experimentar más de la gracia de Dios? ¡Jamás! Lea Romanos 6.1–2. La Biblia enseña que ya hemos sido santificados, si es que somos cristianos. (Véase 1 Corintios 6.11.) Ser santificado significa que Dios nos ha apartado de todo lo inmundo para que vivamos en santidad ante él. No debemos encubrir ningún pecado en nuestra vida; debemos confesarlo y abandonarlo. La vida nueva es una vida santa.

       3.  Una vida consagrada

Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra (Juan 4.34).

Cristo es nuestro gran ejemplo. Él consagró su vida para hacer la voluntad del Padre. La comida espiritual del cristiano es hacer la voluntad de Dios. Este anhelo ferviente se llama consagración. El apóstol Pablo también es un ejemplo de la consagración. En el momento de su encuentro con Cristo, él deseó saber qué debía hacer para agradarle y servirle. (Véase Hechos 9.3–6.) Dios le mostró lo que él debía hacer por medio de un hermano fiel de la iglesia. (Véase Hechos 9.15.) Como veremos en el punto siguiente, necesitamos a nuestros hermanos de la iglesia y debemos sujetarnos a ellos por nuestro propio bien. (Véase 1 Pedro 5.5.)

       4.  Un deseo de compañerismo

Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones (Hechos 2.41–42).

Los conversos en el día de pentecostés no siguieron viviendo de la misma manera que antes lo hacían. Ellos fueron añadidos a la iglesia en aquel día. Cada cristiano verdadero busca hacerse parte de una congregación de creyentes verdaderos. Para poder perseverar en la sana doctrina y en los mandamientos del Señor, necesitamos la comunión unos con otros y la ayuda de otros cristianos. No dejemos de congregarnos y de buscar el compañerismo cristiano. (Véase Hebreos 10.25.)

No obstante, es posible que una persona quiera hacerse miembro de una iglesia teniendo motivos incorrectos. En la actualidad algunas personas desean ser parte de una iglesia para llegar a convertirse en un maestro, en un predicador, para encontrar una novia, para recibir ayuda económica o por un sinfín de motivos no espirituales. Los que buscan ser parte de la iglesia por estos motivos traen sobre sí mismos el juicio de Dios. (Véase Hechos 5.1–11.) La libertad en Cristo nunca debe ser pretexto para lograr ganancia egoísta, sino para servir a Cristo en la iglesia. (Véase 1 Pedro 2.16.)

Preguntas

   1.  ¿Cuáles son los cambios que experimentamos en nuestras vidas cuando nos convertimos en cristianos?

   2.  ¿Puede un cristiano encubrir pecado en su corazón?

   3.  ¿Qué es la santificación?

   4.  ¿Cómo demostramos nuestra consagración al Señor?

   5.  Mencione algunos motivos correctos para formar parte de una hermandad de cristianos.

   6.  Exprese su testimonio de cómo el Señor cambió, santificó y consagró su vida. Exponga sus motivos para formar parte de la hermandad de cristianos.

D.  La seguridad de la salvación

       1.  Podemos tener seguridad

Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios (1 Juan 5.13).

Podemos saber que nuestros pecados han sido perdonados, que somos hijos de Dios y que tenemos vida eterna —ahora. Dios quiere que cada cristiano tenga esta seguridad. Esta es una razón por la cual nos dio la Biblia. Lea en 2 Timoteo 1.12 y 4.6–8 el testimonio del apóstol Pablo cuando se acercaba al final de su vida. Él sabía con seguridad que le esperaba un galardón eterno. Si seguimos fieles hasta el fin, nosotros también podemos tener la seguridad de que seremos salvos eternamente. (Véase Mateo 24.13.)

       2.  Podemos saber cuál es el fundamento de la seguridad

El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo (1 Juan 5.10).

La palabra de Dios provee un fundamento seguro para nuestra salvación. Si hemos cumplido las condiciones detalladas en la Biblia, podemos descansar sobre las promesas de Dios, asegurados de nuestra salvación. Dios siempre hace lo que ha prometido con tal que nosotros pongamos de nuestra parte. Repase las siguientes condiciones y las promesas que Dios ofrece con ellas: Juan 1.12; 3.36; Romanos 10.9–10; y 1 Juan 1.9. ¿Acaso ha puesto usted de su parte? ¿Puede creer en Dios y así cumplir lo que él ha prometido? Tener fe en las promesas de Dios trae paz al alma abatida.

Existen muchos mandamientos en la palabra de Dios que el cristiano deseará cumplir tan pronto tenga la oportunidad. Si tan sólo rechazamos uno de ellos entonces destruimos el fundamento de nuestra seguridad. La Biblia dice: “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4.17). ¡Dios no quiere que nos sintamos seguros estando en el pecado! Pero si hemos cumplido las condiciones de la palabra de Dios y estamos obedeciendo sus mandamientos con sinceridad y en santidad el Espíritu Santo confirma en nuestro corazón que somos hijos de Dios. (Véase Romanos 8.14–17.)

       3.  Podemos examinar nuestra vida

Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1.7).

Dios nos proporcionó la epístola de 1 Juan para que pudiéramos examinar nuestras vidas y así tener seguridad y serenidad. Este libro contiene el criterio que podemos usar para medirnos a nosotros mismos. Resaltemos, pues, algunos de los puntos que se mencionan en 1 Juan:

â Guardar sus mandamientos (2.3)

â Andar como Cristo anduvo (2.6)

â No amar al mundo (2.15)

â No practicar el pecado (3.6, 9)

â Amar a los hermanos (3.14, 4.7)

â Tener el Espíritu Santo en nuestra vida (4.13)

â Vencer al mundo (5.4).

Si perseveramos en estas cosas y escuchamos la voz de nuestro buen pastor, ¡qué bendita seguridad podemos tener! Examine su vida. Luego lea las siguientes promesas de Dios acerca de su poder para guardarnos hasta el fin: Juan 10.27–28; 1 Pedro 1.4–5; Judas 24–25. Dios hará su parte. ¿Hará usted la suya?

Preguntas

   1.  ¿Podemos tener la seguridad que somos salvos?

   2.  ¿Cómo nos llega esta seguridad?

   3.  ¿Tendremos esta seguridad si no cumplimos todas las condiciones que Dios pone en su palabra?

   4.  ¿Acaso hay alguna razón por la cuál debemos dudar de nuestra salvación si hemos cumplido estas condiciones?

   5.  ¿Por qué es tan importante perseverar en la vida cristiana?