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¿Acaso estaba Dios cambiando las reglas?

En un breve lapso de menos de quince años tuvieron lugar enormes cambios en el cristianismo. El reino que no había sido “de este mundo” ahora estaba muy vinculado con un reino que sí era de este mundo.

¿Cómo en tan corto período de tiempo pudo darse semejante cambio de valores? ¿Por qué los líderes de la Iglesia no dijeron nada al respecto? La razón es que los líderes se habían convencido a sí mismos de que Dios estaba cambiando todas las reglas. Todas aquellas cosas que las escrituras decían acerca de la no resistencia, de amar a los enemigos y de no ser parte del mundo se aplicaban a una época diferente, a un paradigma diferente.

Al fin y al cabo, a la mayoría de los cristianos les parecía que Dios verdaderamente estaba bendiciendo a la Iglesia por medio de Constantino. Daba la impresión de que Dios era quien propiciaba estos cambios. Los cristianos habían orado por un fin de la persecución, y todo esto parecía ser una respuesta a sus oraciones. Pero, ¿era todo esto una bendición de Dios… o era en realidad una prueba que Dios estaba permitiendo que Satanás trajera en contra de la iglesia? ¿Cómo podían saberlo los cristianos del siglo IV?

Había una manera bastante fácil por medio de la cual la iglesia del siglo IV podía saberlo: Sólo tenían que continuar haciendo las cosas a la manera del reino. Ellos sencillamente no debían desviarse en lo más mínimo de las enseñanzas de Cristo. “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13.8). Hasta que él regrese, no habrá ningún cambio en la forma de dirigir su reino. Tampoco habrá ningún cambio en sus leyes. Si Constantino hubiera sido enviado por Dios como una bendición, la Iglesia no habría tenido que claudicar en ninguna manera. Mucho menos habría tenido que atenuar su mensaje. Los cristianos sólo tenían que permanecer fieles al reino de Dios y pronto se hubieran dado cuenta de si este emperador era una bendición o no.

El evangelio es acallado

Como ya he mencionado, Constantino hizo de varios obispos y presbíteros sus consejeros. Esto brindaba una magnífica oportunidad para probar si Constantino había sido enviado por Dios o no. Aquellos consejeros tan sólo tenían que darle consejo a Constantino sin transigir en cuestiones del evangelio… y luego esperar para ver cuál sería su respuesta. Si Constantino rechazaba el consejo piadoso o se enojaba, su programa no era de Dios. Los hombres fieles de Dios siempre les habían hablado francamente a los gobernantes. Vea los ejemplos de Samuel, Natán, Elías, Isaías y Jeremías. Ellos no temían decirles la verdad de Dios a los reyes.

O vea el ejemplo de Juan el Bautista. Los líderes religiosos judíos se habían acercado a él y le habían preguntado lo que debían hacer. Juan hubiera podido pensar: ¡De veras que Dios está bendiciendo mi ministerio! Ahora hasta los líderes judíos desean venir a escucharme predicar. ¡Por medio de su apoyo y ayuda yo seré capaz de llegar a toda la nación judía! No, Juan no pensó así, ¿verdad? Más bien, él los amonestó por sus pecados, diciéndoles: “¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3.7–8).

Así de firme fue Juan el Bautista con el Rey Herodes. Herodes consideraba a Juan un auténtico profeta de Dios. Como rey, Herodes tenía una posición que le permitía brindarle una enorme ayuda a Juan. Pero, ¿halagó Juan a Herodes, o suavizó su mensaje para con él? No, en lo más mínimo. Las escrituras nos dicen: “El mismo Herodes había enviado y prendido a Juan, y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, mujer de Felipe su hermano; pues la había tomado por mujer. Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano. Pero Herodías le acechaba, y deseaba matarle, y no podía; porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era varón justo y santo, y le guardaba a salvo” (Marcos 6.17–20).

Juan hubiera podido prosperar materialmente, pues era un profeta que contaba con el apoyo del rey. Pero el silencio habría implicado aprobación, y esto habría engañado a Herodes y a Herodías. Al hablar claro, Juan le dio a Herodes la oportunidad de arrepentirse. Herodes consideraba a Juan un varón justo y santo. Si verdaderamente deseaba servir a Dios, Herodes habría hecho caso a las palabras de Juan. Pero Herodes no estaba dispuesto a llevar su cruz. Al final, él se convirtió, aunque contra su voluntad, en el asesino de Juan.

Nuestro propio Rey nos dejó el ejemplo. Cuando el joven rico se le acercó, Jesús escuchó respetuosamente el testimonio del hombre. Y luego le dijo: “Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme” (Lucas 18.22). Como resultado de esto, Jesús perdió a un posible discípulo.

Los líderes cristianos en los días de Constantino hubieran podido hacer lo mismo. Ellos hubieran podido decirle a Constantino que se despojara de sus riquezas y su poder. Hubieran podido recordarle las palabras de Jesús al joven rico. Hubieran podido decirle que amara a sus enemigos y que les hiciera el bien. Sin embargo, no lo hicieron.

El primer emperador creyente

Aunque la mayoría de la gente piensa en Constantino como el primer emperador creyente, realmente hubo un emperador romano anterior que aparentemente había profesado el cristianismo. Su nombre fue Felipe el Árabe, y gobernó un breve lapso de tiempo en el siglo antes de Constantino. Felipe se había casado con una mujer cristiana, y él creyó que el cristianismo era la religión verdadera. Eusebio nos dice:

Después de seis años como emperador romano, Gordión murió y Felipe le sucedió. Se dice que él fue cristiano y quiso unirse a los creyentes en las oraciones de la iglesia en el día de la última vigilia pascual. Pero el obispo de aquel tiempo no le permitiría entrar hasta que él hiciera confesión pública y se uniera a los que eran considerados pecadores y ocupaban el lugar [en la iglesia] de los penitentes. De lo contrario, de no haber hecho eso, él nunca habría sido recibido, debido a los tantos cargos que había en su contra. Se dice que él aceptó de buena gana, mostrando por medio de sus acciones, cuán genuina y piadosamente estaba él dispuesto a aprender el temor de Dios.1

Los obispos en el tiempo de Constantino hubieran podido hacer lo mismo. Hubieran podido llamar a Constantino al arrepentimiento sin ceder. ¡De esa manera se habrían dado cuenta de cuán genuina era su creencia!

Las señales de aviso son desatendidas

Hay varias señales de aviso que pueden indicar que una persona está sufriendo o está a punto de sufrir un ataque cardíaco. Algunas de estas señales son una presión o dolor molesto en el pecho, dolor en el brazo izquierdo y falta de aire. La falta de acatar estas señales de aviso se cobra muchas vidas.

Asimismo, los cristianos del tiempo de Constantino desatendieron las señales de aviso que Jesús había dado con relación al reino: “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas. (…) Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Lucas 6.26; Mateo 5.11–12).

Es parte de la naturaleza humana creer que andamos bien cuando somos populares y la gente habla bien de nosotros. Pero esto no es así en el reino de Dios. Algo anda mal cuando el mundo habla bien de nosotros y desea ser nuestro amigo. Lamentablemente, los cristianos del siglo IV, al parecer, habían olvidado completamente la advertencia de Jesús.

 

 

Notas finales

  1  Eusebio, Ecclesiastical History, Traducido al inglés por Paul L. Maier (Grand Rapids: Kregel Publications, 1999) 231.