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El hogar

Ya hace unos seis mil años que Dios creó todo lo que vemos en el mundo. Luego Dios creó el primer hombre, Adán. Pero Adán estaba solo. Esto no era bueno. Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán y le operó, quitándole una costilla. De esta costilla hizo una mujer, y la trajo a Adán (Génesis 2.18–22).

Así Dios ofició el primer matrimonio e instituyó el hogar. Luego Dios dijo: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2.24). Con decir esto, Dios estableció lo que aceptamos como normal para la raza humana: dos salen de sus hogares y forman otro hogar. Si estudiamos cómo era el hogar en el principio, aprendemos cómo perfeccionar nuestros hogares, haciéndolos más parecidos al hogar que existió en el mundo perfecto.

En el mero principio, Dios encargó al hombre y a la mujer de fructificar y multiplicarse, llenar la tierra, y sojuzgarla (Génesis 1.28). Dios hizo el huerto del Edén y le dio al hombre un trabajo allí: “Lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Génesis 2.15). Le dio una restricción a Adán: “Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2.17).

Así que la primera familia conoció gozo, responsabilidades, y restricciones. Estos elementos básicos de su hogar se parecen mucho a los de los hogares hoy día. Cuando Dios miró todo lo que había hecho, quedó satisfecho. Los cielos y la tierra; los animales y las plantas; el hombre, la mujer, y su hogar —todo era “bueno en gran manera”.

Si conoces tu Biblia, ya sabes que el Señor Jehová había capacitado a Adán y Eva para servirle a él por libre albedrío. Es decir que ellos, como todo hombre, tendrían que decidir obedecerlo o no obedecerlo. Cuando la serpiente los tentó, desobedecieron al Señor y comieron del fruto prohibido. Este pecado, el primero que el mundo conoció, arruinó la creación. Jehová maldijo la tierra. La enfermedad y la muerte entraron. Espinos y cardos crecieron. El trabajo se volvió duro y afanoso. Dolores de preñeces, la enemistad, y una naturaleza peca­minosa —todo resultó de este pecado.

¿Cómo afectó este pecado al hogar de Adán y Eva? Imagínate del dolor de la madre Eva, del arduo trabajo de Adán, y de la amenaza de muerte para ambos. Piensa en como la maldición de Jehová afeó la bella naturaleza. Todo esto resultó en más dificultades para Adán y Eva. Pero aun estas cosas parecen pequeñas en comparación a lo que pasó con la misma naturaleza de Adán y Eva: su naturaleza pura volvió a ser una naturaleza impía —una que tendía siempre al pecado. ¿Cómo sería el hogar en donde “el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Génesis 8.21), y su corazón es “enga­ñoso ... más que todas las cosas, y perverso”? (Jeremías 17.9). Ya que el corazón humano era propenso a hacer el mal, el paren­tesco y compañerismo familiar se tenderían al mal y no al bien.

Poco tiempo después del pecado de Adán y Eva, su hijo Caín mató a su otro hijo, Abel. ¡Cuán pronto Adán y Eva tenían que cosechar el fruto de su pecado! ¡Hasta qué profundidad cayó el hogar que poco antes gozaba del ambiente del inmaculado Edén! Dios planeó sólo el bien para su creación, pero el pecado lo arruinó. Planeó sólo felicidad y satisfacción para el hogar, pero la naturaleza mala de los hombres hizo difícil que vivieran en paz.

Hoy día heredamos la institución del hogar como Dios lo estableció en el Edén. Pero heredamos también la naturaleza pecaminosa. La bella institución del hogar sufre muchas veces por causa de las debilidades de nuestra naturaleza pecaminosa. Sólo por el poder transformador del nuevo nacimiento podemos vencer estas tendencias pecaminosas.

El verdadero efecto del pecado de Adán y Eva llegó a ser más claro en el tiempo poco antes del diluvio. Las escrituras nos cuentan de una gran decadencia moral. Escuche este testimonio: “Todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6.5).

El diluvio que destruyó toda carne, menos la familia de Noé, dio un principio nuevo a la raza humana. Pero Dios dio a conocer que el diluvio no cambió la condición del corazón. Inmediatamente después del diluvio dijo: “No volveré más a maldecir la tierra por causa del hombre; porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Génesis 8.21).

Dios conoció la dureza del corazón del hombre, y entendió que el hogar ya no podía ser como lo había planeado originalmente. Por eso en la ley de Moisés Dios hizo excepciones a su plan y estableció nuevos límites morales para el pueblo de Israel. Bajo la ley de Moisés le era lícito al hombre divorciarse de su mujer si la aborrecía, y volver a casarse con otra (Deuteronomio 24.1–2). También podía casarse con más de una mujer (Deuteronomio 21.15).

Dios puso algunas restricciones a estas prácticas. El hombre que se divorció de su mujer jamás podía volver a casarse con ella si ella se había casado con otro (Deuteronomio 24.4). El hombre que tenía dos mujeres no podía quitarle la primogenitura al hijo de la mujer que él aborrecía (Deuteronomio 21.15–17).

No podemos entender por qué las leyes matrimoniales del Antiguo Testamento eran más relajadas excepto por lo que Jesús dijo: “Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así” (Mateo 19.8). Dios dio la ley del Antiguo Testamento para refrenar la lascivia de los hombres. Sólo por el poder de Cristo podemos conquistar nuestra naturaleza pecaminosa.

Los santos del Antiguo Testamento vivían contentos dentro de las provisiones de la ley de Moisés, pero las debilidades de la carne los limitaron. Si has visto la pena y el dolor de las familias quebrantadas, y la inhabilidad de uno mismo para mejorar su condición, entonces puedes en parte darte cuenta de cómo eran algunos hogares en el Antiguo Testamento.

Hoy día por medio de Jesús, Dios da a sus hijos la naturaleza divina. Ahora, el hombre renacido puede resolver en su corazón hacer el bien, y por la gracia y el poder de Dios, puede hacer las cosas que agradan a Dios. Las doctrinas y leyes del Nuevo Testamento son más altas que las de la ley antigua. En cuanto al hogar, el Señor restauró la norma original establecida en el Edén:

“¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? ... Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así” (Mateo 19.4–5, 8).

Dios permitió una ley menos estricta en el Antiguo Testamento por la dureza del corazón del pueblo. Jesús, al traer la salvación y la naturaleza divina, eliminó la necesidad de una ley más relajada y restableció la ley que Dios dio en el principio. Así que ahora, todas las normas que no concuerdan con la ley original quedan anuladas.

El matrimonio cristiano recibe su verdadera exaltación al compararlo con la relación de Cristo y su iglesia. Esta comparación se encuentra primero en Efesios 5 y se desarrolla más plenamente en Apocalipsis 19 donde retrata la gloriosa cena de las bodas del Cordero. Si la dicha suprema de los primeros momentos en el cielo pudiera compararse con cualquier experiencia aquí en la tierra, seguramente tendría que ser la de los esposos cristianos.

El matrimonio tiene la capacidad de ser la relación más gozosa que podemos conocer en la tierra. Sobre el matrimonio cristiano, entonces, se edifica el hogar cristiano. Qué dichosos los niños que nacen a la pareja que tiene una relación semejante a la que tiene Cristo con su iglesia.

  

Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2.24).

“Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo 19.6).

“La mujer casada esta ligada por la ley mientras su marido vive” (1 Corintios 7.39).

De estas escrituras podemos formar la siguiente conclusión: el matrimonio es la unión de dos personas en una sola. Dios las une, y nadie ni nada puede volver a hacerlas dos, hasta la muerte de uno de ellos.

Génesis 2.24 indica que tal unión incluye un solo hombre y una sola mujer: “El hombre” (nota el sentido singular) se unirá a “su mujer” (singular), para llegar a ser “una sola carne”. Para poder unirse en esa unión, el hombre y la mujer tienen que ser libres de cualquier otro matrimonio.

Dios no reconoce la unión carnal como matrimonio (ve 1 Corintios 6.16). El contraste claro entre ésta y la unión legítima de Mateo 19.6 se resume en las palabras: “Lo que Dios juntó”. Claramente la mera unión carnal no constituye el matrimonio.

Los gobiernos civiles a través de la historia han establecido leyes que fijan la forma en que un hombre debe tomar a una mujer por su esposa. Cuando estas leyes concuerdan con la Biblia, el cristiano debe obedecerlas (Romanos 13.1–5; 1 Pedro 2.13). Pero muchos gobiernos, además de establecer leyes tocante al matrimonio legítimo, también hacen provisiones para divorcios y segundas nupcias —cosas que el Nuevo Testamento prohibe. No dejemos que nuestra sociedad cambie nuestra opinión del matrimonio.

Hagamos un corto estudio del uso en las escrituras de la palabra casarse. Cristo al usarla a veces se refirió a una unión puramente adúltera, reconocida por el estado pero no por Dios. De Deuteronomio 24.1 sacamos la idea que la palabra casarse indica la ceremonia formal. Allí habla de dos cosas: “tomar mujer” y “casarse con ella”. El primer término pudiera significar la unión carnal; el segundo, la ceremonia formal.

Entonces, ¿qué es el matrimonio? Es la unión que Dios hace de una mujer soltera y un hombre soltero.

¡Ay de aquel que procura separar lo que Dios juntó! —sean los mismos casados, una tercera persona que quiere atraer a un casado, o un consejero psicológico o religioso que decreta el matrimonio “irreparable”. “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”

En el juicio Dios reconocerá sólo las uniones que él hizo, y sólo las separaciones que él hizo por la muerte.

El divorcio es un esfuerzo humano de hacer legítima una cosa que, conforme a la palabra de Dios, no debe existir. Bajo el régimen del Antiguo Testamento Dios permitió el divorcio en algunos casos “por la dureza de [su] corazón” (Mateo 19.8). Pero hoy, bajo el régimen de gracia y del Espíritu Santo, Dios ha cerrado definitivamente este escape. No se necesita. Dios puede convertir el corazón de piedra en corazón de carne. Por tanto, su orden para hoy es: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”.

Según el Nuevo Testamento, una pareja unida en matrimonio jamás se puede divorciar. A la luz de esto, ¿por qué es adulterio casarse con una mujer repudiada?

Algunos contestan: “Porque tuvo marido”. Pero la Biblia no enseña que es adulterio casarse con una que tuvo marido (1 Corintios 7.39), sino con una que tiene marido. Constituye adulterio casarse con la divorciada porque ella tiene marido, no importa cómo se considere ella, cómo la considere su marido, o qué diga el estado civil. Claro que Dios no reconoce el divorcio.

A menos que se refiera a un segundo matrimonio después que el compañero de uno muere, las segundas nupcias ante Dios no son matrimonios legítimos. Las segundas nupcias son un esfuerzo de hombres impíos de hacer legítimo lo que Dios llama adulterio. La pareja que se divorcia y se casa con otros, no importa que se diga que son esposos, Dios los llama adúlteros.

Algunos esposos que reconocen la enseñanza bíblica en cuanto al divorcio y las segundas nupcias sienten la libertad de separarse en algunos casos. La separación difiere del divorcio en el sentido de que no hay arreglos “legales” tal como los del divorcio. Pero los esposos que se separan se niegan los deberes y derechos conyugales e interrumpen la vida normal del hogar. El creyente no debe dejar a su cónyuge, y si éste se va, debe quedarse sin casarse, o reconciliarse con su cónyuge (1 Corintios 7.10–13).

El que deja a su cónyuge viola el decreto de Cristo en Mateo 19.6: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”. Además 1 Corintios 7.3–5 dice que los esposos se deben mutuamente el uno al otro y no deben negarse a menos que sea por mutuo consentimiento para la oración. Sin embargo, Dios no hace responsable a uno si su cónyuge incrédulo le deja a él (1 Corintios 7.10–11, 15).

Aunque surgieran problemas grandes en el hogar, recuerda: separarse no soluciona nada. Pero no perdamos la esperanza. Dios dice: “Bástate mi gracia” (2 Corintios 12.9).

 

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13.34).

“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5.25).

El mandamiento nuevo no es sólo que nos amemos, sino que nos amemos como Cristo nos amó. El amor de Cristo en nuestro corazón hasta nos motiva a morir por otra persona (Juan 15.13). Cuando esta clase de amor opera en el hogar, las otras normas para el hogar resultarán más fáciles. El amor natural tiene límites naturales. Pero cuando el amor divino sostiene el hogar, las pruebas no podrán destruirlo aunque pasen del límite normal de aguante; pues, el amor divino no conoce tales límites.

Dios espera y exige esta clase de amor de nosotros. Pero lo que él exige, él provee. Por medio del nacimiento nuevo Dios nos ha concedido la naturaleza divina, de la cual nace el amor divino (2 Pedro 1.4).

Veamos cómo este amor gobierna la familia cristiana de modo que disfruten de la vida familiar más gozosa que el mundo puede conocer. Si amamos a nuestras mujeres como Cristo amó a la iglesia, no seremos ásperos con ellas (Colosenses 3.19). Cuando amamos a nuestros hijos de esta manera, no los exasperaremos, sino que los criaremos en disciplina y amonestación del Señor (Colosenses 3.21; Efesios 6.4).

Todos debemos estudiar a fondo el amor divino para así perfeccionar esta virtud en nuestra vida y gozar de sus beneficios en nuestro hogar. Tal amor no se conoce aparte de Cristo. Él fue el primero que mostró amor perfecto en la tierra. Estudia la vida de Cristo y nota cuán sincero, puro, constante, y abnegado fue su amor. El modelo que hallamos en Cristo se define concisamente en 1 Corintios 13. Y lo vemos demostrado en su pueblo, porque desde el día de pentecostés el Espíritu Santo produce este amor divino en cada cristiano.

Toda pareja que considera casarse debe determinar desarrollar el amor cristiano.

Juntamente con el amor, todo miembro de la familia debe la honra a todos los demás. (La honra significa “la estima y respeto de la dignidad propia” (Diccionario Nuevo). En verdad, todo cristiano debe honrar a todos los hombres. La Biblia manda: “Honrad a todos” (1 Pedro 2.17).

Ve que según cada uno de los siguientes versículos algún miembro de la familia debe honrar a alguien:

“Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida” (1 Pedro 3.7).

“La mujer respete a su marido” (Efesios 5.33).

“Honra a tu padre y a tu madre” (Efesios 6.2).

“Herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre” (Salmo 127.3).

Si cada miembro de la familia amara y honrara a los demás, ¡qué vínculo fuerte uniría a la familia! ¡Y cuánto más fácil sería someterse los unos a los otros, como se debe en el Señor! (Efesios 5.21).

Cada persona es hechura de Dios, lleva la imagen que él le dio, y respira su aliento. Además de esto, nuestros esposos nos los dio Jehová (Proverbios 19.14). Y a los padres, los hijos son herencia de Jehová. Por tanto, cada uno debe honrar a todos los demás.

Cuando el apóstol Pablo apeló a la iglesia de Corinto: “Hágase todo decentemente y con orden” (1 Corintios 14.40), él estaba aplicando el principio eterno del versículo 33: “Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. Si Dios es Dios de nuestros hogares, habrá paz y orden allí. Su palabra nos muestra cómo debemos ordenar nuestros hogares. En cuanto al orden en el hogar, el apóstol Pablo lo vio tan importante que escribió acerca de ello cuando explicaba los requisitos para un líder de la iglesia: “Que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)” (1 Timoteo 3.4–5).

El padre como cabeza de la mujer, lleva la responsabilidad de guiar la casa. La madre lleva la responsabilidad de cuidar la casa (Tito 2.5). Los hijos deben respetar y honrar a sus padres. Los padres inspiran respeto de sus hijos por medio de disciplinarlos y exigir que los obedezcan. Y tal como la desobediencia merece el castigo, la buena conducta merece la aprobación. Ambos inspiran la honra y el amor hacia los padres.

El orden en el hogar empieza con horas fijas para las comidas, para levantarse y acostarse, y para el culto familiar. Y lo más que sea posible, toda la familia debe estar presente a la mesa y al culto familiar.

El hogar ordenado tiene trabajo suficiente para cada miembro de la familia, y todos tienen un trabajo designado. Los padres deben enseñar a sus hijos a gozarse del trabajo. No deben aceptar fácilmente las excusas. Mientras los niños aprenden el valor del trabajo, contribuyen a una vida familiar ordenada.

Ahora consideremos más en detalle dos áreas de la vida familiar, importantes para el orden en el hogar y la espiritualidad de sus miembros.

La obediencia

Dios manda que los hijos obedezcan porque nacen sin buen juicio y sin entendimiento. No tienen siquiera la inteligencia necesaria para sobrevivir en el mundo. Es necesario que personas maduras los gobiernen hasta que ganen las habilidades necesarias para la vida. Y aun cuando los hijos sean ya grandes e inteligentes, Dios quiere que todavía aprendan de los consejos sanos y sabios de sus padres. Y por esto, precisa que estén en sujeción.

Dios dice: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo” (Efesios 6.1). Entendemos que la frase en el Señor significa lo que Pedro dijo ante las autoridades que le prohibieron predicar la palabra: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5.29). Sólo si los padres mandan algo contrario a la Biblia deben los hijos rehusar obedecerlos. Y aun en este caso, no deben dejar de honrarlos (Efesios 6.2). Muchas veces pueden proponer una alternativa que cumple los deseos de los padres incrédulos.

Ve el ejemplo de Daniel en Daniel 1.5–16. Es justo exigir que los hijos obedezcan. Más que justo, pues, les es un favor. Los hijos obedientes viven contentos, y muchas veces llegan a ser hombres y mujeres exitosos.

La disciplina y amonestación

La responsabilidad mayor de los padres para con sus hijos se resume en estas palabras: “Criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6.4). En este versículo y en toda la Biblia, Dios da a los padres el deber de criar física y espiritualmente a los niños que traen al mundo. La disciplina desarrolla la mente y la moral. La disciplina se efectúa por medio de mandatos y amonestaciones, reprensiones y castigos.

Hebreos 12.9 presupone que los padres disciplinan a sus hijos, e indica que resulta en bendición.

La “amonestación del Señor” habla de los mandatos y las advertencias de la Biblia. Los padres, pues, deben impresionar a los hijos con la autoridad de Dios. Deben disciplinarlos de manera que un día se sometan a Dios y obedezcan a él.

 

Sin duda alguna, la nación o cultura que no ha conocido el hogar cristiano es una sociedad de moral relajada. No es una sociedad alegre en que vivir.

Tú dirás: “Así es nuestra sociedad y cultura. El hogar cristiano no es la norma social. Nuestra comunidad está en confusión. El pecado y la avaricia son normales. La moral es baja, si aun existe. Y el gobierno no gobierna.”

Así es la carrera de la humanidad. Los hombres no se mejoran a sí mismos. De sí misma la raza humana tiende para abajo. Se corrompe. Se arruina. Se vuelve peor que los animales.

El hogar cristiano contribuye a la unidad y fuerza, a la moral y el buen carácter de la sociedad en que existe. Lo que queda de bien en las sociedades del mundo son rastros que quedan de principios bíblicos, especialmente principios del hogar.

Aunque la gran tendencia humana es para abajo, Dios da poder para subir. La norma baja de la sociedad no es normal para el cristiano. Como cristianos convertidos de entre el mundo, precisa que nos reorientemos. Levantando la vista de lo que el hogar es, fijémonos en lo que el hogar puede ser, y en lo que originalmente fue según el plan perfecto de Dios, y lo que será para todo aquel que se entrega a las normas bíblicas.

La familia es la unidad más importante de la nación, del pueblo, de la iglesia, y de cualquier otra sociedad a que pertenece. Y ninguno de éstos jamás será mejor que las familias que lo componen.

Los padres y las madres de hoy están edificando las iglesias, los pueblos, y hasta las naciones de mañana. Mañana segaremos el fruto de una sociedad que sembramos en nuestros hogares hoy. ¿Qué siembras tú en tu hogar, para el mundo de mañana?

Entre los valores que cada hogar cristiano debe contribuir a su iglesia, pueblo, y nación están los siguientes: la frugalidad y el arduo trabajo, el amor y la honra, la moral elevada y la fe en Dios. Notemos ahora más en detalle cómo nuestro hogar, aunque sea sólo uno entre los millones del mundo, puede hacer su parte en influir para el bien el mundo en que nuestros hijos vivirán.

Los padres edifican vidas —vidas de los cristianos, líderes, negociantes, y campesinos de mañana.

Una mujer cristiana del siglo 18, la señora Susana de Wesley, esposa piadosa de un ministro del evangelio, crió una familia de cristianos. Entre sus hijos se destacan Carlos y Juan, hijos que llegaron a ser los fundadores de la iglesia metodista. Esta iglesia en su día representó el avivamiento de normas bíblicas en Inglaterra. Un día, en una reunión de la familia un amigo preguntó en broma:

—¿Cuál de ustedes es el mejor predicador?

—Nuestra madre —respondió en serio uno de los hijos.

Aunque la Biblia prohibe que la mujer hable en la congregación, la fiel Susana de Wesley, por el evangelio que “predicaba” y practicaba en el hogar, cambió la historia espiritual de Inglaterra.

Por otra parte, notemos la historia siguiente:

Un día visité el cuartel central del FBI (Departamento Federal de Investigaciones de los Estados Unidos) en Washington D.C., EE.UU. Un agente de allí nos enseñó fotos de los diez criminales mayores del siglo. Entre ellos había una mujer. Esa mujer había cometido graves crímenes. Después de explicarnos la vida de crimen de ella, el agente siguió así: “Desafortunadamente ella crió una familia, y enseñó a sus hijos a seguir sus pasos.” Las dos fotos siguientes eran fotos de sus hijos. ¡Imagínate! Tres de los diez criminales mayores del siglo, eran de una sola familia.

Al pensar en el hogar cristiano, nos impresiona el bien que un hogar puede hacer. ¡Cuánto de bien puede hacer el hogar cristiano de seis, o diez, hijos —o aun el hogar de dos hijos— criados para Dios!

 

Una iglesia es una misión que lleva la verdad al mundo.

Pero en realidad una iglesia es un conjunto de misiones. Y las misiones de este conjunto son los hogares cristianos esparcidos por toda la comunidad. Las personas de estos hogares trabajan entre las almas perdidas. ¿Qué mejor testimonio al mundo habrá que esto? Tal testimonio prueba que el cristianismo sirve, no sólo los domingos, sino cada día de la semana, para personas de toda edad y bajo toda circunstancia.

Al decir que los hogares son las misiones de la iglesia, no menospreciamos de ninguna manera la obra de la iglesia. Cuando los hogares han alcanzado almas, la iglesia las instruye en la fe, bautiza a los arrepentidos, los enseña, y los amonesta para mantenerlos en la fe hasta el día de Cristo. Pero aun en esto, las familias ayudan bajo la guía de la iglesia.

Me parece que el salmista escribía proféticamente del hogar cristiano en el salmo 48. Después de alabar la hermosura de la iglesia en figura, dijo: “En sus palacios Dios es conocido por refugio”. Cada hogar de la iglesia es un “palacio”. Allí en el palacio del hogar cristiano Dios es conocido por refugio. Cual faro brillante que da norte al marinero náufrago, y cual abrigo de la tempestad, nuestro pequeño palacio bien puede servir de guía para la salvación del mundo. Un testimonio sin palabra

Muchas veces una misión impresiona a otros más por lo que hace que por lo que dice o predica. Así puede ser también el hogar cristiano. El apóstol Pedro habló de la casa dividida con estas palabras:

“Vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa” (1 Pedro 3.1–2).

Claro que una joven cristiana no debe casarse con un incrédulo, pues la Biblia lo prohibe (2 Corintios 6.14). Claro que Dios no planeó el matrimonio para evangelizar a los esposos. Pero aquí se encuentra la manera de evangelizar a uno que no se convirtió cuando su mujer se convirtió. Viendo que la vida fiel es un testimonio tan fuerte, tal mujer no debe desesperarse.

Si una mujer sola puede convertir a su esposo sin tan siquiera hablar, ¡cuánto hará una pareja en que los dos son cristianos!

 Ahora sigamos con el primer campo misionero del hogar cristiano.

Se cuenta de Noé que predicó mucho tiempo sin salvar ni una sola alma, excepto su familia. ¡Pero qué bueno que salvó a la familia! La historia de los fieles en Hebreos 11 dice de él: “Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe” (Hebreos 11.7).

La familia nuestra es nuestro primer campo misionero. Es como se ha dicho: “Ningún éxito en la vida puede recompensar con el fracaso en el hogar”. Aunque llegáramos a ser prósperos y famosos en el mundo, o aunque hiciéramos grandes obras para Cristo, si perdemos a nuestros hijos, hemos fracasado.

Si tú eres padre o madre, o si piensas tener un día un hogar propio, te interesará saber cómo evitar la tragedia de fracasar en el hogar. No te preocupes sobremanera. Dios nos da la capacidad de criar a nuestros hijos por él —con tal que pongamos nuestra parte.

El campo misionero en el hogar es único. Los hijos están bajo el cuidado de sus padres 24 horas al día, día tras día, año tras año.

Todo niño nace con una naturaleza pecaminosa. Los padres deben quebrantar su voluntad rebelde —temprano en la vida. Se ha dicho que si los padres hacen bien su obra, la voluntad del niño debe haberse rendido para la edad de tres años. En estos primeros años los padres deben haber disciplinado al niño suficientemente que no habrá necesidad de disciplinarlo mucho después.

En su primer año, el niño recibe muchas de sus impresiones permanentes. Durante este año empieza a comprender. En el segundo año, el niño es más independiente. En el tercer año el niño aprende a hablar, y los padres muchas veces pueden averiguar más exactamente el problema, la frustración, o la rebelión que el niño tiene, para así administrar la disciplina exacta que necesita. El que descuida su responsabilidad en estos primeros años, se enfrentará con mayores problemas después. La voluntad obstinada de un niño, si no es conquistada temprano, crece hasta ser dura y rebelde, difícil de conquistarse.

Este método de disciplinar temprano a los hijos tiene muchas ventajas, aunque exige mucho de parte de los padres. Si se hace eficazmente, el joven generalmente no recordará mucho del castigo corporal. Sin embargo, aunque los padres disciplinen fielmente a los pequeños, no habrán terminado cuando el niño tenga cuatro años. La disciplina tiene que seguir, muchas veces con reprensiones ligeras, a veces con castigos corporales. Pero a medida que el niño va creciendo, debe haber menos necesidad de castigo corporal. Los padres deben entonces dar a los hijos más amonestación del Señor. Deben leerles historias bíblicas y darles enseñanzas prácticas en cuanto al carácter, como la honradez y amabilidad. Así el corazón del niño se preparará para entregarse a Cristo cuando sea grande. “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22.6).

 Nuestro mayor deseo para nuestros hijos es que se entreguen a Jesús cuando sean grandes. Luego deseamos que sean útiles en la obra del Señor. Como Ana, madre piadosa hace tres mil años, queremos dar nuestros hijos al Señor. (Ve 1 Samuel 1.) De él los recibimos como herencia (Salmo 127.3); a él los debemos devolver.

La responsabilidad ante Dios

Cuando nuestros hijos llegan a ser responsables a Dios, nuestra obra misionera llega a ser más directa: tenemos que guiarlos a la salvación. Los padres deben haber establecido una relación de tanta confianza con sus hijos que en este tiempo puedan saber su condición espiritual. Cuando piensan que el Espíritu Santo llama a su hijo, deben ayudarlo a responder voluntariamente. Aunque generalmente esta llamada llega entre la edad de 12 y 15, los padres se deben fijar más en las evidencias de la llamada que en la edad de su hijo. Nota las tres evidencias de la llamada del Espíritu Santo.

 1. Entendimiento espiritual. Un niño no tiene entendimiento suficiente para decidir los asuntos de importancia eterna. Cuando el niño ya tenga suficiente desarrollo como para comprender el mensaje evangélico y su propia responsabilidad ante Dios, va a llegar a sentirse inquieto espiritualmente. 

2. Inquietud espiritual. El adolescente a quien el Espíritu llama no se siente cómodo en los cultos familiares o públicos. Se nota la inquietud también al hablar de temas espirituales, o al hablar de la condenación de los impíos.

3. Derrota espiritual. El adolescente que no responde a los primeros llamamientos del Espíritu Santo se verá derrotado por el pecado. No esperes hablarle hasta que empiece a vagar borracho por las calles y los cines. Cuando la buena disciplina de su niñez ya no lo libra del enojo, resentimiento, o rebelión, está experimentando la derrota espiritual a manos del enemigo.

Cuando los padres ven estas tres evidencias en su hijo, deben empezar a razonar con él de una manera madura, para que él venga a conocer su necesidad de Cristo y se rinda voluntariamente a él.

Pero una advertencia: la decisión tiene que ser voluntaria. Los padres pueden hacer muchísimo para influir en la decisión de sus hijos. Pero si los hijos no sienten su propia necesidad, ni deciden ellos mismos servir a Cristo, su decisión será de balde y el caso llega a ser más complicado.

Si nuestros hijos responden a las primeras llamadas del Espíritu, les quedan varios años en casa hasta que lleguen a la madurez. Estos son años en que los jóvenes necesitan mucho el consejo y la ayuda de padres espirituales.

Cuando los jóvenes llegan a la edad del noviazgo necesitan consejos especiales para que entiendan sus sentimientos de amor romántico y lleguen a tener conceptos sanos del noviazgo. Los consejos de padres cristianos valdrán mucho.

El joven necesita guías en cómo buscar una novia, qué clase de novia buscar, y cómo conducir el noviazgo. Las jóvenes necesitan el respaldo de sus padres para que puedan decidir de cuál joven aceptar la amistad. Aunque la decisión final queda con los jóvenes, los padres deben a sus hijos consejos sanos. Así cuando se casan, podrán fundar hogares sanos.

El hogar cristiano es un lugar placentero que visitar. La paz, el acuerdo, y el orden, como también la ausencia de las distracciones del radio, del televisor, y de las revistas mundanas, crean allí un ambiente bueno y agradable. A muchos mundanos les gusta visitar los hogares cristianos. Les gusta este refugio de la confusión y el vicio del mundo.

La benignidad cristiana produce la hospitalidad en el hogar cristiano. Todo aquel que entra al hogar cristiano puede sentir la hospitalidad como olor fragante de la flor del amor.

Llegan varias clases de visitas al hogar cristiano. Hay visitas cristianas, visitas incrédulas, y visitas peligrosas.

La Biblia nos enseña a hospedar a los hermanos siempre, especialmente a los desconocidos (Hebreos 13.2; 3 Juan 5). Pero manda que no hospedemos a los que promueven falsas doctrinas (2 Juan 10). Dios da esta advertencia para que el maestro falso sienta la grandeza de su maldad y para que la familia cristiana no preste ninguna ayuda a lo malo. Pero es una salvaguardia también para la familia cristiana para que el falso maestro no introduzca enseñanzas falsas en la casa.

El falso maestro necesita una reprensión severa y la censura del hogar cristiano. Esto no debe interpretarse como falta de amor, sino la manifestación severa del amor. Pues el amor verdadero busca siempre el bien eterno de todos, aun de los tan engañados que sólo una fuerte reprensión puede acaso salvarlos. Así servimos como misioneros, aun a los que no podemos recibir en casa.

Hay otra obra evangelizadora que el cristiano puede hacer sin salir de su casa. Es la obra de aconsejar. Si realmente nos mostramos fieles como familias, si nos interesa el bien espiritual de otros, y si otros nunca se sienten molestos al llegar a nuestra casa, muchas personas nos visitarán, buscando consejos. Cuando otros tienen en estima nuestros consejos, tenemos una responsabilidad seria. Debemos darles consejos sanos y bíblicos.

El mundo ofrece muchos consejos sociales y psicológicos. Algunos ofrecen algo de bien. Pero cuando una persona sabe que su problema es espiritual, debe haber un cristiano que le ayude. Seamos personas en que nuestros vecinos puedan confiar sus problemas. Cuando la iglesia local busca a personas para que lleven el evangelio a otros, consideran tanto la vida familiar como la vida personal del hermano que piensan mandar. Hermano, mira bien por su familia.

Cualquier obra evangelística tiene más valor si se lleva a cabo en un vecindario que tiene una iglesia bíblica. Aun cuando misioneros van a lejanas tierras, su primera ocupación es establecer una iglesia, o si faltaran miembros, por lo menos un templo con un horario de cultos. Así que las actividades evangelísticas de las familias deben centralizarse en el apoyo de las actividades evangelísticas de la congregación local. Considera cuatro sugerencias para hacer más eficaz su obra de evangelizar, apoyando la obra de la iglesia local:

Puedes hospedar a hermanos de otras partes. La iglesia recibe provecho de hermanos de otras partes que visitan. Nunca deben faltar familias que los hospeden.

Siempre está dispuesto a aceptar tareas que la iglesia te designara, sean cargos en los cultos, o ayuda material.

En todos los aspectos de tu vida familiar y tus negocios, deja un buen testimonio de modo que ninguno tenga de qué reprocharte.

Siempre está dispuesto a testificar por Cristo. Lleva tratados para repartir a los que tengan interés en el evangelio.

 

A veces una familia o persona piensa en la iglesia como un estorbo a su obra evangelística. En realidad, ninguno puede llevar a cabo su obra sin la ayuda de los demás de la iglesia. Cuando todos trabajan bajo la dirección de Cristo y los líderes de la iglesia, hallan su mayor eficacia y reciben la plena bendición del Señor.

A veces una familia descubre interés en el evangelio en otras partes. En tal caso deben hablar con sus pastores acerca de ello, mientras siguen avivando la llama de interés espiritual.

Cooperemos así, pues, mutuamente.