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Cómo Oraban

Capítulo 9

Predicadores Americanos

            Durante los primeros años de historia de los europeos en Norteamérica, existieron varios hombres que se destacaron por su manera de orar.  A Jonatán Edwards, a causa de sus escritos y sus experiencias en el avivamiento, se le conoce más que a los otros.  El secreto de su gran éxito se encuentra en cómo él invirtió mucho tiempo a solas con Dios, actuando como alguien que Le conocía íntimamente.  Su esposa, después de vivir veinte años en el legalismo, al fin entró en una profunda y rica experiencia de gracia, terminando así el intermitente flujo de gracia de su vida anterior.  Entonces, ella también llegó a ser una estudiante a los pies de Cristo, y los campos en rededor de su hogar llegaron a ser sitios donde compartía una profunda comunión con su Salvador.

            Al principio de su vida cristiana, Jonatan adoptó para sí mismo la siguiente resolución: “Resolví ejercitarme mucho durante toda mi vida en lo siguiente: declarar todos mis caminos a Dios y abrir mi alma al Él, con la transparencia más posible… Todas las tentaciones, dificultades, tristezas, temores, esperanzas, deseos; en todo y cada circunstancia.”

            “Hizo un secreto sus devocionales personales,” indicó uno de sus biógrafos, el Dr. Hopkins, “y por esta razón no se puede conocerlas en particular.   Pero se aclara que él era puntual, constante, y a menudo en la oración privada y que una parte de sus ejercicios religiosos fue dedicada a las consagradas y serias meditaciones sobre temas espirituales y eternos.”

            “Se sabe por su diario personal que él oraba con regularidad tres veces al día.  Así lo hizo desde su juventud, sin importar si estaba viajando o se encontraba en su casa.  De lo que sabemos acerca de él, se aclara que invirtió mucho tiempo arrodillado, orando, y en leer con devoción la Palabra de Dios, meditándola.  Tales constantes y solemnes comuniones con Dios, en los ejercicios de la religión interior, hicieron brillar su cara ante los demás.”

            Durante tres días, antes de predicar su famoso sermón: “Pecadores En Las Manos De Un Dios Airado”, Jonatan no cerró sus ojos en sueño, orando una y otra vez, “Dios, ¡dame a la Nueva Inglaterra!”

            Jonatán nos pinta, de su propia experiencia, un fiel dibujo acerca del caminar con Dios.  Dijo él: “Yo tenía vehementes deseos de conocer a Dios y a Cristo, y de adquirir más de la santidad; de los cuales parecía ser que estaba tan lleno, que mi corazón estaba al punto de romperse.  Lo mismo llevó a mi mente las palabras del salmista: “Quebrantada está mi alma de desear…” (Sa. 119:20)  Sentía muchas veces un anhelo y lamento en mi corazón, sintiendo que me debía haber rendido a Dios más temprano en mi vida, para que tuviese más tiempo para crecer en gracia.”

            “Mi mente estuvo fija en asuntos divinos, año tras año, a menudo andando solo en el bosque o en lugares apartados para meditar, hablar en voz alta a mi mismo, orar y conversar con Dios; y como costumbre, siempre entonaba mis contemplaciones.  De igual modo, constantemente oraba espontáneamente, sin importar dónde estuviera.   La oración me parecía tan natural, tal como si respirara fuego mi hombre interior.”

            “Los deleites que ahora sentía fueron de una clase completamente diferente de los que gozaba anteriormente; los cuales no pude entender antes, igual que un ciego de nacimiento no puede comprender de los colores la variedad y hermosura.   Esos deleites posteriores tuvieron una naturaleza más interna, pura, animante y refrescante.  Mis anteriores placeres nunca alcanzaron mi corazón, ni rebosaron al ver la divina excelencia de las cosas de Dios, ni tampoco la vivificante y provechosa bondad que existe en las mismas.”

 

Oh Dios, Tú eres mucho más de lo que los hombres han soñado y enseñado,

Indecible en todos los lenguajes, inimaginable en todos los pensamientos.

Tú, Dios, eres Dios: el hombre que tiene un corazón ardiente en sí mismo,

Entiende cuán grande es tu Nombre, solamente porque camina a tu lado.

                                                                        -Gerardo Tersteegan

 

Los Tennent

            Jonatán Edwards era muy amigo de los Tennent, otra familia de predicadores muy piadosa, que influenciaron sorprendentemente la manera de vida norteamericana durante los primeros años de su historia.  Arturo Belden, biógrafo de Jorge Whitefield, dijo acerca de los Tennent: “El padre de esta familia fundó una escuela cerca de la ciudad de Neshaminy.  Este ‘Colegio de Troncos’, pues se llamaba así, [Quizás tal nombre provino de su ubicación en el campo, o del hecho que el edificio fue hecho de troncos de árboles, un tipo de construcción muy común en aquellos días.] es la actual Universidad Princeton, y la misma llegó a ser “madre de cada universidad y seminario teológico presbiteriano en Norteamérica.”  Así, el padre fundó una universidad, pero el hijo, Gilberto, fue ministro de Brunswick e imitó el sencillo modo de vestir de Juan el bautista. El mismo fue un magnífico, pero sombrío, orador y apóstol de la “nueva” fe predicada por Whitefield.  Se unió al espíritu entusiasta del avivamiento iniciado por éste, y le acompañó en un viaje desde Filadelfia hasta Nueva York.”

            La relación entre Whitefield y Gilberto Tennent fue similar a la de David y Jonatán.  Pero en cuanto a la predicación celosa y ungida, Whitefield sentía que él mismo era un bebé en Cristo, comparándose con Gilberto, quien tenía una profunda comprensión respecto a la capacidad que tiene el evangelio de salvar a los hombres y mujeres en pecado.  Escuchando predicar a Gilberto, Whitefield, quien era asaz orador, dijo que ése era un “hijo de tronos, quien convertiría a los hipócritas, o los enfurecería.  Nunca antes escuché otro sermón tan escudriñador.  Lo profundizó, y no lo recubrió con lodo suelto (Ez. 13:10).  Me convencía más y más, que no podemos predicar el evangelio más eficazmente que el nivel de poder que hemos realmente experimentado en nuestros propios corazones.  Vi que bebé y novicio era yo en cuanto a las cosas de Dios.”

            Uno de los Tennent, estando en su devocional privado, fue tan lleno de la revelación del mismo Dios, la cual se reveló a su alma, aumentándose de intensidad mientras oraba, que por fin rescindió de tremendo e insoportable gozo como un dolor inaguantable, rogando a Dios que le detuviera de más manifestaciones de Su gloria.  Le Dijo a Dios: —¿Puede tu siervo verte y seguir vivo?

A.B. Earle

            El evangelista bautista A.B. Earle explica cómo una noche de oración revolucionó su vida espiritual y su ministerio: “Fui a mi casa y me encerré en mi cuarto, resolviendo estar toda la noche en oración, si se necesitase.  Oh, ¡la lucha de esa noche!  Hora tras hora luchaba yo con Dios.  Mi corazón se había enfriado, y yo no lo comprendía.”

            “¡Entonces entendí por qué las iglesias no tenían la eficacia en el obrar!  Una y otra vez me rendí nuevamente al Señor, determinando no soltar al ángel hasta que mi corazón se llenase y se calentase con el amor de Jesús.”  (Ge. 32:1-28)

            “¡Muy de mañana alcancé la victoria!  El hielo se rompió y se derritió; el calor y el ardor del primer amor llenó mi corazón; cambiaron y se profundizaron mis sentimientos; y el gozo de mi salvación se restauró.”

            “Esa mañana salí de la casa, agarré la mano de muchos inconversos, y les dije lo mismo que antes; pero ahora fueron tocados hasta que llegaron a las lágrimas, por su pecado y peligro.”

            Luego nos informa cómo un tiempo de oración, reunido con otras personas, hizo venir el Reino.

            “Un evangelista recién había terminado una campaña de cuatro semanas, diciendo: ‘El avivamiento ha parado.  No podemos aumentarlo ni un poco más.’   Pasé al pueblo y me quedé unos días para descansar, y, allí me pidieron que yo predicase.  Al enterarme de la situación, entendí que la red estaba llena de peces, pero no había fuerza para jalarla a la ribera.  Dije entonces: —Ahí está un cuarto, vamos a entrar y orar durante toda la noche, si Jesús no nos da una respuesta antes.  Una cosa es segura; cuando Dios tiene algo que puede usar, Él responde.  —Uno tras otro derramamos nuestras almas hasta las dos y media de la mañana.”

            “A esa hora nos pareció que Jesús entró en medio de nosotros, diciendo: —Mis hijos, ya tengo suficiente súplica para usar, pueden acostarse y dormir.  —Entonces, fui a mi casa y dormí profundamente.”

            “Esa noche Dios mandó como un relámpago la convicción al corazón de cierto juez.   Él era un osado pecador y en la ciudad muchos otros pecadores se amparaban en él.  Sin embargo, ese juez se convirtió un poco después de aquella oración.  Otro prominente pecador de la misma ciudad, al escuchar que ese juez se había convertido, vino y nos maldijo, diciendo: —El juez se ha convertido a sí mismo en un necio.

            —Déjale maldecir, —respondí yo—, pronto ese hombre también orará.

            Con todo, el Espíritu quitó las bases de muchos pecadores, e iba tocándoles con convicción, como un tornado.”

            “Tres o cuatro días después, parecía que las oraciones que fueron ofrecidas se acabaron.  Entonces, al sentir esto, cincuenta de nosotros entramos al mismo cuarto y oramos hasta pasar la medianoche; hora a la cual Cristo nos indicó que descansásemos.  Luego, otra noche, trescientos de nosotros oramos otra vez, para llenar las “copas de oro” (Ap. 5:8).  Y, como respuesta, vino el avivamiento como un tornado, convirtiéndose en la misma ciudad 150 hombres que estaban bien endurecidos.”

J.A. Bryan de Birmingham

            La vida de oración del predicador presbiteriano J.A. Bryan afectó poderosamente a toda una ciudad norteamericana, historia que es resumida a continuación.  La misma fue escrita por Harry Denham, Secretario del Evangelismo de la Iglesia Metodista, quien conoció personalmente a este hombre extraordinario.

            “En Birmingham, Alabama, donde nací y viví durante 45 años, el más famoso hombre no era el alcalde, ni el editor del gran diario de aquella ciudad, ni el presidente del gran banco de la ciudad, ni el presidente de la empresa Tennessee Coal, Iron, and Railroad Company (Empresa de Carbón, Hierro y Ferrocarril de Tennessee), que tenía 30,000 empleados.  El hombre más conocido fue el humilde predicador presbiteriano llamado J.A. Bryan.  Todos en Birmingham simplemente le llamaron “Hermano Bryan”.”

            Siendo todavía joven, vino a Birmingham, la cual era una nueva ciudad en ese entonces.  No vino para minar carbono u otros minerales, ni para hacer cualquier trabajo físico.  Vino, como ha explicado muy bien Guillermo Stidger, egresado de la Universidad de Teología de Boston, para ser “un necio para Cristo”.  Esto es, de veras, la mejor forma describirlo.  Otros se han hecho necios para el oro, el placer, el prestigio, la educación o la política.  Pero, el hermano Bryan para Cristo era un necio.”

            “Fue conocido como un hombre de oración.  Cuando falleció, los ciudadanos de Birmingham erigieron un monumento en memoria de él.  El monumento fue una piedra labrada con la forma de hermano Bryan, arrodillado, orando.  Tal como él era, la gente de esa gran ciudad industrializada quería recordarlo.”

            “A la medianoche se podía encontrar al hermano Bryan en la parada de los carros eléctricos, orando con los trabajadores y conductores, cuando ellos arribaban a la parada, durante la noche.  De igual modo, oró con los trabajadores del tren en la mañana, antes que empezara la jornada.”

            “Hermano Bryan consoló a más personas en sus tristezas que cualquier otro ministro de nuestra ciudad.  Fue conocido por todos; sin importar su prestigio, creencia, raza o finanzas.”

            “Un día, él y yo estábamos en la esquina de la Segunda Avenida y 20 Calle, que es el punto de más tránsito de Birmingham.  Allí hermano Bryan oró con hombres y mujeres desamparados y necesitados.  En cierta ocasión, le vi sacar su sombrero negro que llevaba, y usarlo para atraer la atención del chofer de un automóvil de lujo.  El automóvil se paró, al igual como lo hacían todos para el hermano Bryan.  Unas mujeres de la alta sociedad estaban en el asiento de pasajeros, a las cuales preguntó el hermano Bryan: —¿Puedo orar con ustedes?  —Y como todos hacían para el hermano Bryan, le dieron su consentimiento.  Oró un ratito con ellas, se despidió y mandó al chofer que siguiese adelante.”

            “Condujo muchos servicios funerales.  A veces, solo él asistía esos servicios, a razón de que el difunto era un hombre pobre o poco conocido.”

            “El Hermano Bryan siempre anunciaba el evangelio en tales servicios.  Dijo que quizás iba a ser la única oportunidad que tuvieran algunos para escuchar un sermón.  En los mismos, siempre pidió al ministro ayudante compartir una oración.  Una cierta vez, un ministro joven oró largo tiempo durante el servicio.  Oraba y oraba y oraba, y por fin terminó.  El Hermano Bryan le aconsejó, diciendo: —Hermano, si oraras en otras ocasiones, no estarías tan atrasado en tu orar.”

            “A veces, el hermano Bryan llamó a otros por teléfono, pidiéndoles que orase con él por teléfono.  Siempre estaban agradecidos por esa oportunidad.  El Hermano Bryan oraba rápidamente, se despedía y llamaba a otra persona.  Podría contarles tantas historias similares acerca de él.”

            “Un día su cansado corazón se paró.  Su cuerpo fue llevado al cementerio, no por un coche fúnebre, sino que por la ambulancia de los bomberos de la ciudad, porque se consideraba el capellán de la ciudad.  A lado de las calles desde su iglesia hasta el cementerio, tal distancia, siendo de cuatro kilómetros, había miles de personas, llorando sin timidez, durante su procesión fúnebre.  Así el Hombre de Oración de Birmingham fue enterrado en el hermoso Parque Elmwood.  Oró durante todos sus días que estuvo en la carne, y estoy seguro que sigue orando, viviendo en espíritu.”

(Este resumen se usa con autorización, tal como fue publicado en Wesleyan Methodist.)

Asa Mahan

            Asa Mahan, presidente de la Universidad de Oberlin durante quince años, experimentó una magnífica manifestación del poder de Dios, como respuesta a una oración inspirada por el Espíritu Santo.  “Tuve una cita,” dijo él, “durante una desagradable canícula, para predicar una mañana de domingo, en una de las iglesias de la ciudad donde vivíamos en ese entonces.  Al subir al carruaje esa mañana, le dije a mi esposa: —No hay ninguna probabilidad que llueva hoy.  Por eso no llevaremos el impermeable que usamos para la lluvia.  —Y, así nos fuimos.”

            “Al arrodillarme ante aquella congregación esa mañana, no tenía ninguna expectación que lloviese.  Sin embargo, al empezar a orar referente a la sequía, un poder me sobrevino, el cual convirtió esa oración en una maravilla para mí y para la congregación.  El diario de la ciudad anunció al siguiente día: “Un predicador, en una de nuestras iglesias, oró fervientemente ayer que lloviese, y la congregación se mojó con la lluvia, al volver a sus casas después de la reunión.”

            “Nunca puedo decir cuando ‘el espíritu de gracia y de súplica’ (Za. 12:19) se derramará sobre mí, de la misma forma que ocurrió ese día.  Tampoco, no pienso que tengo que tener tal experiencia cada vez que oro.  Solamente dejo abierto mi corazón, permitiendo al Espíritu entrar cuando Él elija.  Pero puedo dar testimonio, que en cada ocasión que el Espíritu intercedía de ese modo en mí, siempre obtenía lo que pedía.  También testifico que ni el orador ni el oidor pueden negar la peculiaridad de tal oración, si uno ora bajo el inspirador poder del Espíritu.”

            “Con todo, durante muchos años, sus estudiantes se acostumbraron a decir en los tiempos de sequía: —¿Notaron la oración del presidente?  ¡Ya va a llover!  —Y nunca se desilusionaron.”

A.B. Simpson

            A.B. Simpson fue fundador de la Iglesia Alianza Cristiana y Misionera, y literalmente oró por cientos de misioneros que fueron a las tierras espiritualmente yermas, para que los mismos sembrasen y cosechasen para el Señor allí.

            “Un huésped de la casa del señor Simpson se levantó temprano una mañana para pasear.  Pasando enfrente de la abierta puerta de su anfitrión, vio al señor Simpson sentado a su escritorio.  Notó que el mismo hubo terminado de leer la Biblia y estaba orando.  Pero, en lugar de arrodillarse o inclinar la cabeza y cerrar los ojos, alargó su mano y agarró una esfera.  Dándole vueltas lentamente, oró en voz alta por todas las multitudes de perdidos de los varios países que pasaba bajo sus manos.

            “De repente, sin saber que su huésped le miraba, el señor Simpson abrazó el globo.  Se postró sobre ella, de tal manera que sus lágrimas caían encima de la misma, se dividían y corrían por todos lados— ¡hasta que todo la esfera estaba mojado con sus lágrimas compasivas!”

            “Los misioneros que él entrenó y mandó sembraron la semilla de la Palabra de Dios en todo el mundo; y ahora ese viejo líder de misioneros trataba de ‘regar’ esa semilla con lágrimas compasivas.  Dios todavía busca intercesores que oren con el mismo espíritu.”  —El autor de estas palabras es desconocido.

            “Nuestra obra más noble es la oración,” dijo el señor Simpson.  “La verdadera oración ‘en el Espíritu Santo’ es tan rara como eficaz.  La misma nos trae gran sufrimiento en la carne, y nos lleva al compañerismo con el Señor, compartiendo todas sus cargas, las que siempre está llevando por Su gente ante el trono del Padre.  Tal oración es una real fuerza.  Oh, ¡Qué seamos los tubos de oro (Za. 4:12) que llevan el aceite desde los árboles vivientes hasta las lámparas de Dios!  Oh, ¡que los que llevan el incienso siempre presenten a Dios “las copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos”! (Ap. 5:8)  En estos solemnes tiempos, esperamos que Dios nos ponga cargas inusuales de intercesión.  Ojalá que Él nos encuentre responsivos y comprensivos en cuanto a Su voluntad.”

            “La intercesión,” dice otro acerca del señor Simpson, “fue el secreto de su ministerio público.  Nadie lo entendió en esto más que él mismo, porque escribió en The King’s Business (El negocio del Rey): ‘He notado que los que hacen reclamos y tienen una viva esperanza de ganar almas son los mismos que las reciben; y para mí, nunca trato de predicarles a los perdidos, sin primero haber clamado a Dios por un verdadero nacimiento de almas, y, después, haber recibido una confianza de que vendrá Su vivificante y creadora vida para realizar lo mismo.  Si no hago esto, usualmente estoy desilusionado con los resultados de cualquier culto que conduzco.’”

Un Predicador de Tennessee

            “Existía un notable predicador en el estado de Tennessee, quien vivió solamente tres años después de haber iniciado a predicar.  El mismo fue posiblemente el hombre más magnífico de su época, que los Estados del Oeste produjeran.  Cientos y miles se convirtieron a causa de su ministerio.”

            “Un día, su hermano le dijo: —Sterling, ¿Cómo es que tú tienes tanto más éxito en la prédica que otros?  Predicamos las mismas doctrinas.  Las entendemos tanto como tú.  Tenemos celo.  ¿Cómo es, pues, que tú tienes éxito, y yo no?”

            “Con humildad y con un poca de vacilación, replicó: —Hermano, el secreto es éste: antes de subir al púlpito acudo a Dios en oración, y si siento seguridad que Dios me ayudará, siempre tengo éxito.  Pero si no la tengo, soy igual a los demás.”

            “Les digo, hermanos predicadores, si tuviéramos más oración en nuestro aposento, antes de preparar el sermón, más almas se convertirían a causa de nuestros ministerios.”  —Juan B. M’Ferrin

Pedro Jackson

            Un estudio de los grandes avivamientos del pasado revela que los comienzos de los mismos se fundamentaban en la oración, la obediencia y la labor.

            Pedro Jackson, quien vivió hace 200 años, fue un predicador que edificó para sí una chocita en el bosque de Pennsylvania, cerca de su casa.  Tuvo por costumbre ir allí, cuando tenía algunos momentos sin otro quehacer.  Sus oraciones por el avivamiento de su comunidad crecían, hasta que le llamaron, ‘el anciano orador’.”

            “Algunas noches estuvo arrodillado toda la noche, orando por avivamiento, sin importar el costo de éste.  Mantuvo tal vela ante al trono de Dios durante meses.  Luego, vino el avivamiento.  Empezando en su propia iglesia, de allí se pasó a su ciudad, y luego a todo el Estado.  De hecho, algunas iglesias lo recuerdan como el avivamiento del año 1800.  Las oraciones de un solo hombre lo encendieron, porque ese hombre pagó el costo necesario para empezarlo, orando.  —Fletcher Clark Spruce

G.D. Watson

            Nosotros, los dos autores de este libro, tenemos una gran deuda a los escritos de G.D. Watson.   En nuestra juventud habíamos recibido un vivificante derramamiento del Espíritu Santo, habiendo recibido muy detalladas instrucciones referentes a cómo recibirle.  Pero, en cuanto a cómo retenerle o en cuanto a las pruebas y luchas venideras, no recibimos nada.  Por esto, encontrando una y otra cruz en el camino, estábamos muy turbados, queriendo entender el porqué de las mismas.  Luego, alguien nos introdujo en los escritos de G.D. Watson, y, ¡oh!, ¡qué iluminación nos dieron tocante a las muchas crucifixiones interiores que se encuentran en el caminar con Dios!  El señor Watson escribió para los santos, entendiendo las pruebas peculiares que ellos tienen que pasar para que se conformen como imagen de Cristo.

            A continuación se dan varias experiencias del señor Watson, para que comprendas cómo el orar en el Espíritu difiere del orar sin interés, que a menudo nos lleva a la justicia propia y al fariseísmo.   El Espíritu nos fue dado para ayudarnos en nuestras debilidades, porque nadie de nosotros sabe cómo orar tal como debemos; pero Él está de nuestro lado para iniciar la carga en nosotros, y, luego nos sostiene mientras la llevamos al deleite.

            Para ayudarte a tener más grandes expectaciones de Dios sobre el orar en el Espíritu Santo, te compartimos las siguientes experiencias.

El jale divino

            “Muchas veces, mientras viajaba en un tren a cuarenta o cincuenta kilómetros por hora, he sentido un repentino jale, a razón de que el conductor ha puesto más vapor [El autor habla de los trenes de vapor, pues vivía hace un siglo.] para aumentar la velocidad hasta sesenta kilómetros por hora.  Para el viajero experimentado que tiene buen sentido de moción, cada movimiento del tren fácilmente lo siente.  Yo puedo sentir cuando cambia de dirección el tren, aun fuera un poquito no más, o, cuando ha tocado los frenos un poquito o aumentado la velocidad, aun fuera mínimo; todo lo percibo.”

            “Tal sensitividad a los movimientos de un tren pueden aplicarse en la vida espiritual.  Si mantenemos una calidad de mente humilde y crucificada, y una comunión ininterrumpida con el Espíritu Santo, las sensibilidades internas del alma serán tan finas tal como las del cuerpo.  Podemos así detectar la reducción de la velocidad, o una desviadita a la izquierda o la derecha.  Alabado sea Dios, ¡podemos sentir cuando el Conductor celestial ha puesto más vapor!”

            “Muchas veces, esto se siente mientras oramos, cuando todas la facultades del alma están abiertas, esperando ser guiado a dónde quiera el Espíritu.  En estos momentos, sentimos un jale del Espíritu: un repentino anhelo del alma para Dios, para conocerlo mejor; una profunda y dulce pasión para Cristo aferra las fuentes de deseo en nosotros; una ansia intensa de ser exactamente cómo es Jesús invade toda la mente.  En tales momentos, nos sentimos magnetizados.  Estamos concientes de que un imán poderosísimo está atrayendo nuestros deseos, ahíncos, determinaciones e imaginaciones al fulgor y la dulzura de Dios.”

            “Los mismos momentos valen más de lo que podemos conjeturar.  Debemos aprovechar de todo lo que nos pueden ofrecer.  Cuando el Espíritu nos da tales suaves jales hacia él, nos corresponde abrir nuestro corazón al máximo: permite las lágrimas caerse; si es necesario permite, sin ponerles importancia, que muchas horas pasen, aunque lo mismo ocurra a la medianoche.   Permite que la naturaleza divina muestre sus magníficos y dulces esplendores a tu mente.  De igual modo, debemos forzarnos a entrar al mismo seno de Jesús.  Hay que entender sus insinuaciones; él está llamándonos al amor profundo y apasionado.  En tales momentos, debemos compartirle nuestros anhelos por la salvación de las almas, las peticiones por nuestros parientes, amigos y enemigos, nuestros deseos de avivamiento y la necesidad de las misiones.  Mientras esos vientos espirituales soplan sobre nosotros, debemos alargar cada vela y poner aceite al casco de nuestros barcos para poder adelantarnos a toda velocidad posible.  Muchas oraciones se quedan sin frutos, porque en el momento que el Espíritu está alistándose para tocar las fibras del corazón, se dice el ‘amén’.”

            “Durante los últimos meses, más que nunca en mi vida, he estado aprendiendo a detectar los suaves movimientos del Espíritu Santo en mi alma, durante la oración.  A veces, empiezo a orar con percepciones cansados y torpes, mis pensamientos parecen estar secos y mis aficiones frías.  Tal sequedad queda conmigo, usualmente, unos diez o veinte minutos.  Pero al fijar mis pensamientos en Dios, pidiéndole respirar en mí la mejor oración que le agradaría, y, luego esperando y rogando los meritos de mi Hermano mayor, viene, a su tiempo, el fulgor.  Mi corazón se conmueve.  Las lágrimas de amor y agradecimiento empiezan a fluir.  Luego, toda dificultad, todas las tristezas, todos los problemas, todas las cargas, todo sentimiento de soledad y toda ansia de cada forma y grado desaparecen bajo el horizonte.”

            “Creo que vale mucho la pena el vigilar los movimientos del Espíritu…  ¡Oh!, ¡qué podamos ser tan íntimos con el Espíritu Santo, que sólo se necesite una suave insinuación, un pequeño jale, para causarnos el rendirnos amorosamente a sus deseos!  ¡Cuál infinito complemento nos es dado: que nuestro Padre celestial estuviera dispuesto a indicarnos a nosotros sus pensamientos y deseos, por medio del Espíritu Santo!  Si respondemos a sus suaves jales en la oración, podremos detectar cualquier aviso o premonición de peligro, o de alguna bendición envuelta en una oportunidad tal, que Él nos manda.”  —Tomado del libro Soul Food (Alimentación para el alma)

El orar por un enemigo

            “Me convenzo que tenemos un punto de vista equivocado en cuanto al mandamiento de orar por nuestros enemigos.  Orar por nuestros enemigos quiere decir mucho más que el mero repetir las palabras, “Dios, bendice a nuestros adversarios.”  Quiere decir que de buena voluntad los debemos llevar en nuestros corazones, intercediendo por ellos, en particular, amorosamente y con perseverancia.   O sea, orar por ellos con un corazón de caridad, hasta que podamos desear que el más alto nivel de bendición caiga sobre ellos.”

            “Durante toda mi vida, he sido bendecido por tener siempre algunos enemigos; y, a veces, he tenido un gran número de los mismos, de los cuales algunos eran muy agraviosos.  Con todo, he notado, repasando mi vida, que tenía menos enemigos y más admiración durante los tiempos en que, espiritualmente, yo estaba bajado y lejos de Dios.  Al contrario, cuando estaba en la más íntima comunión con Cristo, a la vez fui más malentendido por la gente religiosa y odiado intensamente por gente mala.  Recuerdo muchas ocasiones cuando tuve que orar por mis genuinos enemigos; y por personas cristianas que me habían injuriado, aunque éstas realmente no se daban cuenta de lo que estaban haciendo, pues no querían ser enemigos míos.”

            “Un cierto acontecimiento ocurrió durante los primeros días del verano del año 1895.  Un enemigo muy amargado había hecho muchas cosas para dañarme, a mí y a mi familia.  En varias ocasiones había orado por él durante mis devocionales privados, pero un día sentí de apartarme solo al bosque, para invertir unas horas rogando a Dios por él y su familia.  Al inicio de la oración, intenté ejercer una gran caridad hacia ese hombre, para reemplazarme por él, y así poder ver mi propio egoísmo desde su punto de vista.  Pero el Espíritu pronto me indicó que esto no era el camino divino, sino el camino humano.  Entonces, entendí que lo que necesitaba era amar a ese enemigo, con el mismo amor que Jesús tenía para él; tener compasión, mostrar simpatía y compartir los sentimientos que Dios tenía hacia él, lo más que pudiese.  Yo debía ser un canal vivo, en tal unión con el Espíritu Santo, que Jesús pudiese amarle a él a través de mí, derramándole su amor divino por medio de mis simpatías.”

            “Me fue revelado que para poder amarle como Cristo le amaba, yo tendría que ceder mi ser al Espíritu Santo, para que yo fuese hecho un canal de la imparcial, desinteresada, tierna, infinita y sacrificada misericordia de Dios.  Al entender esto, lo hice; y, antes de haber orado una hora, las fuentes de mi alma manaron y mis lágrimas fluyeron como lluvia.  Sentí un amor cálido y suave hacia mi enemigo.  Todo su bienestar —cuerpo, alma, familia y sus intereses temporales y eternos— me llegó a ser muy estimado.”

            “Mientras yo continuaba rogando detalladamente a Dios por la salvación de su alma y por todo su bienestar, de repente el Espíritu llevó mi mente al pensamiento de qué hermoso cristiano sería ese hombre, si se lavara en la sangre de Jesús y se llenara del Espíritu Santo.  En mi mente, vi su alma y todos sus dones y habilidades —ahora tan pervertidos por el pecado— ¡Cuán hermosos serían, transformados por la gracia divina!  Contemplando esto, lo vi tal como si hubiera experimentado todas las posibilidades de la gracia salvadora: ¡totalmente transfigurado!  Luego, oré que pudiera sentir la tristeza de Cristo en cualquier trastorno que él encontrase.  Desde ese entonces, siempre ha sido fácil y dulce orar por él, y no puedo pensar en él sin sentir un especial y tierno amor.”

            “Meses después de todo esto, ese hombre sufrió una gran calamidad, la cual trajo pena y tristeza a mi corazón; no obstante, fui acusado de haber orado que esa situación le viniera.  Nuestros vecinos y amigos a veces no pueden saber lo que hay en nuestros corazones, hasta el día final.  Realmente es sumamente más necesario amar a nuestros enemigos que convencerles de la veracidad de lo mismo.  Si Jesús no pudiera convencer a la humanidad de Su amor por ella, ¿somos más capaces de Él, para hacer lo mismo?  La realidad de tener tal amor cristiano fluyendo a través de nosotros es lo que se necesita, no el éxito de probarlo ante el mundo.  He encontrado que el más que oro por alguien, el más fácil es, para mí, pensar bien acerca del mismo y mirar su conducta con ojos caritativos.”

            “No solamente debemos orar mucho y fervientemente por nuestros enemigos, sino también por la gente religiosa que nos tratara fría y severamente.  Porque si no mantenemos nuestros corazones cálidos, puros y muy tiernos hacia todo el mundo, vamos a perder el dulce sentimiento de unidad con Jesús, el cual vale más que todas las amistades de las criaturas.  No es mi llamado forzar a otros a amarme, sino que mi encargo es mantener la unión perfecta con el Espíritu Santo y amar a todos con el amor de Dios, sin importar que ellos me amen o tengan confianza en mí.”  —Tomado del libro Soul Food (Alimentación para el alma)

Una maravillosa respuesta a la oración

            “Durante el año de 1895, el Señor me permitió experimentar muchas y varias respuestas a mis oraciones.  A continuación comparto solo una de esas.”

            “En el mes de enero del año 1895, en el Estado de Florida, casi todas las plantaciones de naranjas fueron matados.  Así, mi propiedad, con la cual me sostenía, fue arruinada.  Por la gracia divina, fui guardado de hasta aun el pensar en murmurar.  Ayuné y oré durante muchos días, e hice un solemne pacto con Dios: 1. No pediría ayuda de nadie, sino al Señor.  2. No incrementaría mi deuda.  3. Daría a Dios el diezmo de todo de lo que me diera Él.   Con esto, mi fe fue probada; pero nunca me faltó nada, y siempre tenía dinero en efectivo.  Las grandes misericordias de Dios conmigo, durante ese año, llenarían un libro.  A continuación comparto una.”

            “Pues yo iba a necesitar más dinero en el mes de noviembre, y sabía que no había manera de conseguirlo, sino a través de la oración, oré mucho por eso durante los meses de septiembre y octubre, ayunando también durante varios días.  Fui mantenido en la perfecta paz, pero miraba intensamente a Dios.  Durante la semana final de octubre, recibí una carta de una santa viuda, pobre, quien no me conocía, y más, vivía a unos dos mil kilómetros de mi hogar, la cual me contó que se había conmovido por invertir un día de oración por mis necesidades materiales; y, Dios le había hablado que Él supliría las mismas.  Yo necesitaba cien dólares antes del diez de noviembre, y otros cien más en diciembre; pero mi poca fe solamente alargaba por el primer cien.”

            “El seis de noviembre, después de cenar e inmediatamente antes de empezar la reunión semanal de santidad en mi casa, estaba caminando de aquí hacia allá en mi biblioteca, hablando con el Señor acerca de mi gran necesidad.  De repente, el Espíritu Santo abrió mi mente fuerte y nuevamente en cuanto a la provisión paterna de Dios para mí.  Mi alma fue conmovida, recibiendo mucho amor y paz.  Las lágrimas de gozo caían sobre mis mejillas.  Había algo semejante a una voz, hablándome a mi corazón: —Para mí, el dinero no es nada.  Es como el envoltorio y no se acaba.  Sólo dame tu amor candente y la obediencia perfecta; yo supliré tus finanzas.”

            “Con estas palabras en mi mente, sentí que había recibido la respuesta.  A solo cuatro días necesitaba el dinero, y no confiaba en nadie de la tierra para suplirlo.  El día nueve, recibí una carta de un santo hombre de negocios, quien vivía a miles de kilómetros de mí, la cual decía que ese hombre ‘sentía un fuerte impulso para mandarme un cheque con más de dos cientos dólares.’  Con todo, recibir ese cheque no me sorprendió, porque mi fe esperaba en Dios para suplir mis necesidades.  Fui al bosque, y me senté sobre un tronco, reflexionando durante toda una hora sobre el gran y amoroso Dios, y adorando Su amor sin par y la realidad de Su presencia personal.  No sabía dónde admirarlo más, en el mover del Espíritu Santo sobre la viuda para orar, o en el querido hermano que mandó el dinero.  Y, al ver la exactitud del tiempo del Señor, mandándomelo justamente al día que lo necesitaba, inmediatamente di el diezmo de lo recibido.”  —Tomado del libro Soul Food (Alimentación para el alma)

            “El carácter de cada hombre proviene de sus oraciones.  Será visto, en el día final, que todo carácter santo es exactamente conformado a la vida de oración del mismo, individualmente.  La historia de la oración contiene una parte que es tan interna y espiritual que no podemos analizarla, ni comprender sus varios grados; y se necesita la inteligencia de un ángel para escribir la historia de las oraciones de la gente de Dios.  Sin duda, todo esto se manifestará al tiempo, cuando todas las oraciones de los santos se culminen y terminen.”  —Tomado del libro God’s Eagles (Las águilas de Dios)

 

      “Oh, mis amados amigos, no hay nadie de nosotros que pueda vivir sin orar.  Lo sabemos.  Pero orar no es ‘decir nuestras oraciones’, ni decir unas cuantas peticiones cada mañana y tarde; así tratando de forzar nuestra propia voluntad, aunque fuera con vehemencia y celo, en lugar de aceptar la Suya.  ‘Señor, enséñanos orar’ (Lu. 11:1), pedimos; y Su primera respuesta es, ‘Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros’. (Juan 15:7) Cumpliendo esto, oraremos con éxito.  Hay que ser un verdadero cristiano primero.  Hay que entrar en la vida nueva, y, una vez allí, la oración será muy fácil: será tan fácil orar en la tierra ‘Señor, ten misericordia de mí’ (Ma. 10:47), que fuera adorar en el cielo, ‘Digno eres tú, Oh Señor…porque nos has redimido…’ (Ap. 5:9)”     —Felipe Brooks