Inicio/Home

Cómo Oraban

Capítulo 6

Predicadores Escoceses

            ¡Qué tremenda herencia nos ha sido dada por los piadosos escoceses de todas generaciones!  El secreto no es difícil de hallar.  No son las montañas fragosas de ese país, las que los hicieron santos; porque entre sus contemporáneos había forajidos, borrachos y otros pecadores.  Por supuesto, tampoco su naturaleza esquiva los hizo piadosos, ni los capacitó para mandar misioneros a todas las partes del mundo; siendo esto sin proporción, por los pocos habitantes de su tierra escasamente poblada.  El secreto es el mismo de cualquier otra gente con logros; eran hombres y mujeres de oración y amantes de la Palabra de Dios.  Sus vidas han brillado hasta nuestros días, porque conocieron a Dios por medio de la oración.  Aprendamos, de ellos, “Tocar y brillar”.

Juan Knox

            El protestantismo escocés comenzó orando.  Juan Knox primero fue un hombre orante, luego un reformador nacional y un predicador fogoso.  “¡Dame a Escocia o moriré!” fue su demanda vehemente, pero reverente, mientras llevaba su carga a Dios, a quien servía sin reservas.  No es maravilla, entonces, que Maria Reina de Los Escoceses exclamó que ella temía a las oraciones de Juan Knox más que a los ejércitos de Inglaterra.  ¡Pobrecita!  Si solamente hubiera pedido de ésas para sí misma, en vez de huir de ellas, ¡cuán diferente habría terminado su historia!

            Aquella época produjo a una gran multitud de hombres orantes.  Los tiempos difíciles demandaban a tales.  Juan Welch rogaba por Escocia durante horas seguidas, caminando de aquí para allá, en su huerto; o, envuelto en una alfombra en su sala de estudio, invertía toda la noche en oración, arrodillado.

Samuel Rutherford

            Era la oración la que llevó a los antiguos ‘Covenanters’ (Convenientes), a través de la porción más oscura, pero gloriosa, de su historia.  Fue la oración la que movió al pío Samuel Rutherford a proferir las palabras inmortales de la himnología; “La gloria mora en la tierra de Emmanuel.”  Tan íntima era su comunión con Cristo, no importaba dónde estuviera, en su amado pueblo Anwoth o desterrado en Aberdeen; esa ‘tierra de Emmanuel’ le quedaba cerca.

            Las cartas de Samuel Rutherford, escritas durante su exilio, no tienen iguales en cuanto a su profundidad de contexto espiritual.  Él deploró el pecado y las irregularidades de su juventud y buscaba ayudar a otros a que vieran la necesidad del verdadero arrepentimiento.   Sufrió la muerte de su esposa y dos hijos, pero fue consolado por sus feligreses y por las necesidades de estos.  Pero, le tuvieron que ser quitados estos también, siendo desterrado de su hogar y púlpito.  Aprendió, a través de sus sufrimientos, que el alma prospera mejor en el invierno de aflicción.

            Tal profundidad de la verdad, tal como la compartió este hombre, no se alcanza visitando de vez en cuando el trono de Gracia.  Antes de aparecer el alba, este santo escocés estaba buscando la faz del Salvador, a Quién llegó a amar con ferviente pasión.  Sus pérdidas se convirtieron en ganancias para el cuerpo de Cristo, porque si no hubiera perdido su púlpito y quedado confinado, no habríamos recibido sus excelentes cartas, escritas a sus amigos del Convenio.

Alejandro Peden

            Era la oración la que convirtió a una cueva en un Betel para “Auld Sandy” Peden, escondiéndose de las autoridades y preparando su mensaje para el siguiente conventículo secreto, en una valle recluso.  Y, como sería natural a cualquier persona en tales condiciones; ¡cómo oraba!  Estando de pie sobre un punto prominente, se dio aviso de la venida del enemigo.  Entonces, cuán sencillamente pidió al Dios que conocía tan íntimamente para que bajase su manto sobre el “pobrecito Alejandro”.  Con espontaneidad respondió Dios y bajó la inimitable llovizna escocesa, ¡y así “Auld Sandy” escapó otra vez!

Juan Livingstone

            ¡Cuán inspirantes son esos lugares marcados por los avivamientos de antaño!  El “Preaching Braes” (ladera de prédicas) en Cambuslang, durante los tiempos de Whitefield; Dundee y Kelsynth, donde el orante Guillermo Burns fue tan bendecido.  Y, hay la “Kirk ó Shotts (Iglesia de Shotts).  Alejandro Whyte, en su libro ‘Samuel Rutherford and Some of His Correspondents’ (Samuel Rutherford y Algunos de Sus Correspondientes), nos narra de la noche de oración a la Shotts, la cual previno del poderoso derramamiento de Dios sobre una gran audiencia, resultando en la conversión de 500 personas.  Pero no se sabe, por lo general, que ese avivamiento “se debió más a la respuesta de las súplicas de la señora Culross que a cualquier otro ser humano.  Sí, Juan Livingstone predicó el sermón en el día de acción de gracias, pero a través de la influencia que ella obtuvo, él consiguió ese avivamiento.  Predicó el sermón después de una noche de oración de la señora Culross y sus compañeras.  Por esa dedicación, sabemos del sermón de ese siguiente día y los logros de éste, como un resultado espectacular.”

            “No puedo narrar bien los sucesos de aquella noche a otra audiencia que no estuvo allí, en la iglesia de Shotts, con Dios.  Era tan diferente de lo que hemos visto o escuchado con anterioridad.  Quizá hay uno o dos aquí quienes han invertido noches enteras en oración, a razón de una crisis en nuestra vida; pasando de una promesa a otra mientras encontramos paz: como dice el salmista: “me rodearon ligaduras de muerte, me encontraron las angustias del Seol”.  Y nosotros, unos pocos, quizás hemos recibido milagros del cielo, los cuales pueden compararse de una manera pequeña a lo que hizo la mano de Dios en la iglesia de Shotts.  Pero aun los de nosotros que han compartido tales secretos de Dios, no hemos, yo así lo temo, invertido una completa noche de Santa Cena sin dormir, pero orando que pase un bautismo de bendición espiritual sobre la congregación del mañana.  ¡Qué madre de Israel era la señora Culross, con 500 hijos, nacidos por sus dolores de parto de un solo día!

            Escribiéndole después a Juan Livingstone, quien sufría persecución, la señora Culross no le prometió riquezas, salud y felicidad.  Escribió ella: “Tienes que ser cortado, golpeado, bruñido y preparado antes que puedas ser una piedra-viva (El apellido Livingstone quiere decir ‘Piedra-Viva’), preparada para Su edificio.  Y, pues sé que Él quiere adiestrarte para ayudar a otros, tienes que buscar otros golpes; además de los ya recibidos.  …Pero, cuando seas menospreciado y considerado vil, ante tus propios ojos, Él te levantará y te renovará con unas miradas de Su bendito rostro, para que puedas consolar a otros con las mismas palabras que Él te consoló.  …Pues Dios ha puesto Su obra en tus débiles manos, no esperes una tranquila vida acá.  Necesitas sentir toda la carga de tu llamado; un hombre débil, con un Dios poderoso.  La pena es por un momento, no más, el placer es por la eternidad…  Cruz tras cruz; para mí el cabo de una es el comienzo de la otra.”

Alejandro Whyte

            Alejandro Whyte era otro piadoso escocés de extraordinaria penetración.  Su absoluto odio al pecado y a la hipocresía, su amor por la oración privada y su muy seria perspectiva de la vida cristiana: todo se puede descubrir a través de sus escritos, que nos son dados como legado para beneficiarnos.  Bendecido con una madre de coraje, quien tenía un destacado carácter, Alejandro nació fuera de todo casamiento, pero su mamá rehusó casarse con el que era su padre.  Si fuera por causa de un profundo sentido de pecado o no, de esto no sabemos.  Con todo, rehusó varias ofertas para casarse, desdeñando el pensamiento de poner en otras manos la crianza de su carguita: su hijo.  Sin duda, ella tenía que soportar las burlas de los vecinos, cuyas vidas fueran, tal vez, más culpables que la suya ante los ojos del Juez Justo.  Quizá esta sea la razón del intenso odio de este astuto predicador al pecado, lo que se manifestó en sus sermones y escritos.

            Pero, fijémonos en la vida oracional de este ministro muy usado por Dios.  En una ocasión, un miembro de su congregación vino a él después de su sermón, diciendo: —Tu mensaje entró a mi corazón como que si tú hubieras llegado directamente de la Cámara de Audiencia de Dios.

            —Y, quizá, estés en lo correcto, —le replicó Alejandro.

            “Ora después del sermón… la oración por nosotros mismos y por los oyentes, después de la predicación se niega muchas veces.  No desestimes ni la una, ni la otra,” él aconsejó.

            “Teniendo un aposento y la llave de éste en su mano, ningún ministro tiene que desanimarse, a pesar de que realmente no sea dotado en hablar y orar en público.”

            “‘¡Apártate!  ¡Apártate!’  Ese gran profeta sigue anunciando a los oídos de cada ministro.  Cada ministro, en especial ustedes, apártense [para orar]” escribió Barbour, el biógrafo de Whyte.

            “Tanto que valoraba él, el privilegio de la adoración pública,” sigue escribiendo Barbour acerca de Alejandro, “y tan cuidadosamente que se preparaba para compartir su parte; con todo, a él la devoción más típica y alta era la oración privada.  Al ser preguntado, por un joven ministro, si uno se debe preparar para las oraciones públicas, hechas desde el púlpito, Alejandro replicó: —Claro que sí, pero la oración pública es, muchas veces, un acta formal.  —La misma idea se desarrolla en su sermón sobre ‘La Carga Escondida’, el cual se basa en uno de sus pasajes favoritos de los profetas menores; lo de Zacarías en que la palabra ‘aparte’ (o, ‘por sí’), se ocupa once veces en tres versos.  La disciplina, la oración, el motivo interior, la humildad ante Dios y los hombres, la pureza alcanzada por el sufrir: estos temas estaban entre los mejores de sus mensajes.”

            “Si oras mucho, estando solo, estás más allá de tu propia profundidad y eres más sabio que todos tus maestros.”

            Para él, la oración era un asunto muy serio y dio aviso a otros que no era fácil invertir horas clamando a Dios.

            “Tienes que entender que la oración, la real oración, no es la que todos en rededor piensan que es.  Jacob cojeaba de su cadera y el sudor de nuestro Señor era como grandes gotas de sangre, que caían hasta la tierra.  La verídica oración es trabajo arduo.  La oración necesita todo nuestro corazón, alma, fuerza, mente y vida; sea que estemos despiertos o durmiendo.  La oración es la acción más alta, noble y anormal antes de llegar al cielo.  Entonces, ¡ora! y ¡ora correctamente!  Y, cambiará tu entera naturaleza; igual que a Jacob ella lo cambió.  Ella cambiará hasta a los más viles, engañosos, traicioneros y miserables de los hombres; les cambiará a ser príncipes de Dios y hombres.  ¡Feliz es el hombre que tiene al Dios de Jacob como su ayudador!  Jacob pasó más de veinte años en pecado y tristeza; de remordimiento y arrepentimiento; de gratitud por eventos milagrosos en su vida; de arduos esfuerzos por obtener una mejor vida; y luego, encima de todo esto, pasó la noche, una noche sin igual, de temor y oración al vado de Jaboc: tal noche fue, que no hubo otra igual, hasta que acaeció la de nuestro Señor Jesucristo en Getsemaní.”

            En su libro Lord, Teach Us to Pray (Señor, Enséñanos a Orar), Whyte habla del orar de Santiago: “Santiago fue apodado ‘Rodillas de Camellos’ por los de la iglesia primitiva.  Santiago era tan dudoso que su hermano, Jesús, fuera el Cristo que, después de creer, siempre estaba arrodillado.  Y, cuando se le colocó en un ataúd, sus rodillas eran como las de un camello, en vez de ser como las de un hombre.  Eran tan encallecidas, tan rígidas y tan usadas en la oración que como tal hombre, nunca antes habían puesto a un fallecido en un ataúd.”

            Alejandro expresó tan bellamente nuestro deber de orar por los amigos: “¡Nuestros amigos!  ¡Tan mal actuamos ante ellos!  ¡Tan cortos de vista, tan crueles, tan mezquinos, tan inconsiderados somos!  Les damos regalos.  Nuestros hijos les dan a sus amigos regalos en Navidad.  A nuestros amigos les costamos mucha molestia y dinero, vez tras vez.  Les mandamos tarjetas, cubiertas con tantos versos y dichos admiradores.  Invertimos tiempo y les escribimos a todos nuestros amigos de antaño, cercanos y lejanos; cartas llenas de noticias y devotas se escriben en Navidad y el Año Nuevo.  Pero, ¡nunca oramos por ellos!  O, al orar por ellos, lo hacemos deprisa.”

            “¿Por qué hacemos todo por nuestros amigos, excepto lo mejor?  ¡Cuán pocos de nosotros cerramos la puerta durante las festividades de las dos últimas semanas del año [las de la Navidad y Nuevo Año], y con deliberación, discriminación y en particular, con importunidad, hemos orado por nuestros más queridos y amados amigos!  Usamos la discriminación en escoger los mejores regalos, para no ofenderles; pero no es así en nuestras oraciones.”

            “¿Quién en la familia, en la congregación, en la ciudad o en el exterior, será sorprendido por una bendición este año?  Sorprendido: por una providencia inesperada; una liberación no espectada; una cruz quitada o una dejada, la cual le bendecirá; un aguijón quitado de su carne; una salvación, por la que no tenía fe para pedirla.  Y todo esto porque nosotros pedimos e importunamos y cerramos la puerta estando con Dios a solas, para el bien de ellos.  En este mundo frío y solitario, un amigo de cualquier tipo es algo bonito.  Pero tener un amigo que tenga el oído de Dios, y que llene este oído una y otra vez con nuestro nombre y necesidad: ¡Oh!, ¿Dónde se puede hallar a tal?  O, ¿quién encontrará tal amistad en mí?”

 

“La bondad de Dios

Llegó a mí ahora mismo,

Montada en la oración de un amigo.

Con claridad, reconocí a las dos.

¡Cuán extraño!

Una oración (es regalo sin precio), a mí me es dada,

Llega, cargada con Dios Mismo.

¿Las oraciones, (pregunto yo)

Serán vasijas vacías, presentadas a Dios,

Para llenarse de Su gran bondad?

¿Por qué, entonces, no hay mucha oración?

¿Por qué somos mezquinos en cuanto a la oración?,

Cuando tanto la necesitamos nosotros mismos.

Margarita Estaver  (Citado con permiso, como fue publicado en Wesleyan Methodist)

 

            El Sr. Whyte formuló una excelente regla para la oración pública, a la cual todo cristiano debe poner en práctica: “Sería una ostentación y presunción orar por otros hombres, en público, de una manera igual a la que se permite y se manda que se haga privadamente.  Eso sería resentido y nunca perdonado, si se hiciera públicamente.  En la oración intercesora, las necesidades en particular, las personas actuales, los asuntos especiales y peculiares; todos son imprácticos e imposibles en la oración pública.  No seas tan osado en orar públicamente por otros, ni por ti mismo, como realmente se necesita.  Serás arrestado y echado en la cárcel, por un pleito de difamación si así lo hicieras.  Si pudieras ver a los hombres y mujeres alrededor de ti como realmente son; y si los describieras y rogaras por ellos a Dios para que los redimiera, renovara, restaurara y salvara; si oraras en tal manera, públicamente, el juez cerraría tu boca.”

            “Pero, en privado, ni tu amigo ni tu enemigo sabrán, tampoco glorificarán hasta el último día, lo que te deben a ti y a tu aposento.  Tú nunca recibirás la culpa, el resentimiento o la represalia por hablar de sus faltas y necesidades en público, si lo haces en secreto, al oído de Dios.  Las cosas que están destruyendo el carácter y la utilidad de tu compañero de adoración, no puedes hablar de éstas ni aun en un susurro, a tu amigo o a alguno suyo.  Pero, puedes, sí, debes, llevar sus faltas y vicios, todo lo deplorable y despreciable de él, a Dios, nombrándolos específicamente en tu aposento.  Y si haces así, persistiendo y perseverando en esto, aunque no lo creas, saldrás de tu aposento para amar, honrar, tolerar, proteger y defender a tu pecador amigo, más que antes.  Y, entre más ves sus faltas, más importunarás a Dios por él.”