Inicio/Home

Cómo Oraban

Capítulo 10

Más predicadores americanos

 

Eduardo Payson

            Será maravilloso, una vez que estemos en el cielo, contemplar las extensas influencias de los hombres y las mujeres de oración, quienes no contaron como injusto el invertir horas, y aun días, estudiando la Palabra de Dios y compartiendo la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.  Existía un predicador en la Nueva Inglaterra: Eduardo Payson, quien claramente manifestó que no le tenía confianza a la carne, e insistía en quedarse en la Presencia Divina hasta que se llenase con la magnitud de la santidad y majestad de Dios.  Solamente entonces podría ministrar a otros sin depender de la sabiduría humana, pero sí en la demostración y poder del Espíritu.

            Un día, su hija Elizabet, quien tenía entonces cuatro o cinco años, entró deprisa al cuarto de él y le vio postrado, comunicándose con Dios.  Se mantenía tan absorto en sus devocionales que esta vez no se dio cuenta de la entrada de ella.  Esta niña tenía solamente nueve años cuando su papá falleció, pero posteriormente testificó: “Su influencia había penetrado mi ser hasta lo profundo”.  En cuanto al suceso notado anteriormente, ella notó que el mismo iba influenciándola desde entonces en adelante.  Elizabet, quien se casó y desde entonces fue llamada Elizabet Prentiss, como autora dio al público el libro, Stepping Heavenward (Pasando al cielo), y como la esposa de un piadoso ministro, continuó el modo de orar que había aprendido de su padre, durante su niñez.

            Meditando sobre la vida privada de oración de Eduardo Payson, se puede decir que debemos mejorar nuestro propio orar.  E.N. Kirk nos revela esto en su libro Lectures oí Revivals (Discursos sobre los avivamientos), del que a continuación se comparten unas selecciones:

            “Su propio punto de vista en cuanto a la oración era, que él no podía vivir en plena seguridad sin la incesante oración.  Esto no quiere decir que siempre estuviera arrodillado, sino que siempre estaba muy cerca del propiciatorio, visitando al mismo muy frecuentemente.  Tal era su valoración acerca de las oraciones de los creyentes, que planteaba formar grupitos de cuatro o seis personas, los cuales debían reunirse antes del servicio de los días domingos, para pedir que viniese una bendición sobre el ministro y sus labores del día.”

            “Su diario describe su propio orar: ‘Pude orar con agonía por mí y por otros, intercediendo con gemidos indecibles.’  Eduardo creyó que nada glorificaba a Dios más que el orar reunidos.  Y, puede ser que las oraciones públicas de él indirectamente influenciaran a otros más de lo que lo hacían sus prédicas.  Sin duda ésas prevalecieron con Dios, y de igual modo, se hizo patente que afectaron a los hombres inmensamente.  A la oración tenemos que dirigir a los estudiantes de teología, tal como todavía no se ha hecho.  No son las liturgias las que necesitamos, más bien el espíritu de oración, el cual es obtenido de la misma manera que Payson lo obtuvo: en la íntima comunión con Dios.”

            E.M. Bounds, quien también fue un gran maestro de oración, dijo lo siguiente referente a Eduardo: “Las rodillas de Payson hicieron ranuras en el piso de tablas duras que tenía su cuarto, a razón de su mucho orar.”  Uno de sus biógrafos escribió lo que a continuación se dice acerca de él: “Su constancia en el orar (Ro. 12:12), sin importar sus circunstancias, es el punto más destacado de su vida, lo cual nos señala el deber que tenemos todos los que queremos sobresalir de igual modo. A la respuesta de Dios a sus ardientes y perseverantes oraciones tenemos que atribuir su distinguido y casi ininterrumpido éxito.”

            En su libro The Hidden Life of Prayer (La vida escondida de la oración), D.M. M’Intyre dice: “El biógrafo de Payson observó que ‘la oración era el preeminente ejercicio de él’.  El mismo biógrafo verificó que Payson sentía lástima por cualquier cristiano que no conocía personalmente la fuerza de las palabras ‘gemidos indecibles’ (Ro. 8:26).  Se dijo de él que ‘estudiaba la teología arrodillado’.  ¿No es maravilloso que le fuera permitido señalarles a Cristo a grandes multitudes?

            En la siguiente cita, el señor Payson nos avisa de la oposición que se espera si uno sigue perseverando en tal orar: “La fortuna de la batalla depende del cumplir a diario los deberes del aposento.  Esto lo comprende bien tu adversario.  El sabe que si te puede quitar el tiempo que tú tienes a solas con Dios en el aposento, te vencerá.  Entonces estarás en la misma situación que lo está un ejército bloqueado y no puede recibir más pertrechos y refuerzos, y serás obligado o capitular o rendirte.  Por esto, él ocupará todos sus medios para impedirte entrar en tu aposento.”

            “Mantener tu puesto será un arduo trabajo, peleando contra él y además contra tus propios deseos carnales.  En ciertas ocasiones, cuando tú, queriendo leer u orar, el enemigo tratará de atacarte con más vehemencia de lo normal.  Así intentará persuadirte diciéndote que el orar cuesta más de lo que vale.  O, en otras ocasiones, su táctica será retirarse un rato, dejándote pensar que todo está tranquilo y no hay necesidad de acudir al trono de gracia.  Si puede engañarte por el descuido, no te atacará abiertamente, deseando no molestar tal simulada paz, de la cual él es el autor.  Sin embargo, si no puede seducirte a dormir, te molestará con toda su fuerza.”

            “Y, cuando Satanás tiene permitido enfrentarnos así, y parece ser que el Espíritu Santo ha quitado su ayuda y consuelo, y además, parece ser que Dios no está escuchando nuestras oraciones, a pesar de que estamos llorando y gritando; entonces pareciera no ser fácil seguir constante en los deberes del aposento. De veras, estos momentos siempre son los más difíciles de llevar a cabo en la oración, cuando en verdad son los más necesarios.”

            El señor Payson describe al hombre que niega la oración en términos cándidos, diciendo: “El hombre que rehúsa o niega orar, quien considera a la oración como un quehacer cansador e  innecesario, en vez de valorarla como privilegio, dice más o menos: —No soy dependiente de Dios.  No quiero nada de lo que ofrece; por esto no acudiré a él ni le pediré ningún favor.  No le pediré que corone mis esfuerzos con éxito, porque puedo, y estoy determinado, en llevar a cabo mis propósitos a través de mi propia fuerza.  Tampoco le importunaré para que me instruya o guíe, porque soy competente de ser mi propio instructor y guía.  No Le pediré fuerza ni sustento, porque soy vigoroso y tengo mis propios recursos.  De igual modo, no le suplicaré Su protección, porque soy capaz de protegerme.  Ni le imploraré Su merced perdonadora ni Su gracia santificante, porque no lo deseo, ni necesito, ni la una ni la otra.  De igual manera, no le solicitaré Su presencia y ayuda a la hora de mi muerte, pues puedo encontrar y enfrentar, sin aporte alguno, el rey de terrores, e igualmente, puedo entrar solo y confiadamente en cualquier lugar que la misma me introdujera.  —Tal es el lenguaje de todos los que niegan la oración.”

            Payson aconsejó a otro ministro: “Amado hermano mío, no puedo hacer demasiado hincapié en esto: la oración es la primera, la segunda y la tercera cosa necesaria para cualquier ministro, especialmente en los avivamientos.  De esto estoy persuadido: lo más que obres en el ministerio, lo más que te convencerá también.”

E.M. Bounds

            Eduardo M. Bounds sirvió en diferentes iglesias importantes de la ciudad de San Luis y otros lugares en el Sur de los EE.UU.  Durante ocho años fue editor del St. Louis Christian Advocate (Ayudador Cristiano de San Luis) y durante cuatro años fue editor asociado del Nashville Christian Advocate (Ayudador Cristiano de Nashville).  Posteriormente, se retiró de la mayor parte de su ministerio de prédica para poder estimular el ministerio de oración, particularmente la oración matutina.  Su vida fue una bendición a todos, y sus libros sobre la oración siguen vendiéndose. Las siguientes citas son de su libro Power Through Prayer (El poder por medio de la oración).

            “Se puede anotar como un axioma espiritual que en cada exitoso y verdadero ministerio, la oración es la evidente y controladora fuerza: evidente y controladora en la vida del predicador, y evidente y controladora en la profunda espiritualidad de su obra.  Un ministerio puede ser muy profundo en pensamientos sin la oración; puede conseguir fama y popularidad sin la oración; toda la maquinaría de vida de él puede operar sin el lubricante de la oración, o con tan poca que solamente un sola engranaje la tenga; pero en ningún ministerio puede un hombre ser espiritual, consiguiendo santidad para él como predicador y para su congregación, sin que su oración fuera hecha la fuerza evidente y controladora.”

            “El predicador que ora de veras pone a Dios en la obra.  Dios no se asocia a la obra de un predicador automáticamente o en general.  Sino, se asocia por medio de la oración y la urgencia especial de los que oran.  Un ministerio orador es el único ministerio que une al predicador con las necesidades y anhelos de la gente…  Un ministerio orador es el único calificado para entrar en las altas posiciones y responsabilidades del predicador.  Universidades, educación, libros, teología y predicaciones no pueden hacer a un predicador, pero la oración sí lo hace.  El mandamiento de predicar por todo el mundo (Marcos 16:15) fue inútil hasta que las oraciones que trajeron el poder de Pentecostés les dio potencia.”

            “Un ministro orador ha subido más arriba de la mera actividad, de la organización y del hablar bien; ha subido más allá de cualquier organizador eclesiástico, a la región más sublime y poderosa, la región de lo espiritual…  Dios está al lado de tal ministro.  Su ministerio no es llevado por principios mundanos o superficiales. Está lleno de, y profundamente enseñado en, las cosas de Dios.  Sus largas y profundas comuniones con Dios por su gente y la agonía de su espíritu luchador le han coronado como un príncipe en las cosas de Dios.  El frío profesionalismo ya se ha derretido por la intensidad de su orar.”

            “Los superficiales resultados de algunos ministerios y la mortandad de otros se explican en la falta de oración.  Ningún ministerio puede tener éxito si no tiene mucha oración, y esto tiene que ser fundamental, constante y ampliándose siempre.  Los versos seleccionados y todo el sermón deben ser el resultado del orar.  El estudio de los mismos deben ser bañados en la oración: todo mezclado en la oración; y su único espíritu, el espíritu de oración.  “Siento que he orado tan poco” fue el lamento de un moribundo hijo de Dios; un triste lamento para un predicador.  “Deseo una vida de oración más amplia, profunda y verídica”, dijo el arzobispo Tait.  Ojalá que sea el mismo anhelo en todos nosotros, y, que lo consigamos.”

            “Los genuinos predicadores de Dios siempre se han distinguidos por un rasgo: fueron hombres de oración.  Aunque difirieron en muchos otros asuntos, siempre tuvieron un mismo punto nuclear.  Estos hombres no oraban de vez en cuando, ni casualmente en ciertas ocasiones; sino que oraban de tal manera que sus oraciones entraron y reformaron sus propios caracteres.  Tan eficazmente oraban que aun sus propias vidas, y las de otros también, fueron innegablemente afectadas.  De igual modo, oraron de tal manera que la historia de la iglesia y los sucesos de su época fueron influenciados.  Invirtieron mucho tiempo en el orar, no por razón de contar las horas nada más, sino porque les era una labor tan imprescindible que no podían cumplirla perezosamente.

Gilberto Chapman

            “Si rogáramos más a Dios, no tendríamos necesidad de rogar tanto a los hombres.  ¡No es la magnífica prédica la que hace falta, sino que la solemne oración!  Es poder, el poder del cielo es lo que necesitamos.  Deseo inculcar esto en cada hombre novato que lea estas líneas.  Uno de los engaños del diablo es guiar a la iglesia a responsabilizar al ministro de todo el éxito de la obra espiritual, mientras los miembros de la misma iglesia se satisfacen en lo mundano y lo carnal.  Dios no puede dar de Sus preciosos dones a tal iglesia.  En el día de Pentecostés, Pedro y toda la iglesia fueron llenos del Espíritu Santo, los mismos que cosecharon las tres mil almas; no fue solo Pedro, aunque sí, predicó a la multitud con un corazón quebrantado.”

            Gilberto Chapman, cuando inició el pastoreado de la iglesia de Wanamaker, dijo en cierta ocasión que después de predicar allí su primer sermón, encontró a un viejo hombre, quien le dijo: —Tú eres muy joven para pastorear esta notable iglesia.  Siempre hemos tenido pastores más maduros.  Tengo sospecha de que realmente no logres tener éxito.  Pero, predica el evangelio, y te voy a ayudar lo más posible que pueda.  —El señor Chapman le miró, pensando: “Este hombre está medio loco.”  Pero el hombre siguió hablando: —Voy a orar por ti para que venga el poder del Espíritu Santo sobre ti.  Además, hay otros dos más que han hecho votos en hacer lo mismo.

            Más tarde, el señor Chapman comentó: “No me sentía tan irritado al saber que iba a orar por mí.  Estas tres personas aumentaron hasta ser diez; las diez llegaron a ser veinte; las veinte llegaron a ser cincuenta; y por fin, las cincuenta llegaron a ser doscientas personas, que se reunían antes de cada culto a orar para que el Espíritu Santo viniese sobre mí.  Además, en otro cuarto, los 18 ancianos se arrodillaron, orando, tan cerca de mí que pude alargar la mano y tocar cada uno de ellos.  De esta forma, siempre empecé la prédica sintiendo que la unción vendría, como respuesta a las oraciones de esos 218 hombres.  No comprendo cómo un predicador normal en circunstancias ordinarias puede predicar con éxito.”

            “Oh, discípulos de Cristo, se dan cuenta que ustedes tienen más que hacer que el mero asistir a la iglesia, como curiosos espectadores perezosos, sólo para divertirse y recibir instrucciones.  Les toca a ustedes orar intensamente para que el Espíritu Santo vista a su ministro con poder, y haga de sus palabras como dinamita para los duros corazones de los pecadores.”

            “Para obtener tal poder, tenemos que sentir profundamente que no hay nada que pueda substituirlo.  Este es el problema de muchas iglesias: obran en aportes diferentes a lo que el Espíritu Santo fue mandado a obrar.  Algunas aportan para el ministro: por sus habilidades, su elocuencia, su inteligencia o su influencia.  Así, cuando tales iglesias consiguen un ministro al que creen capaz, las mismas se sientan a descansar, pensando que él las edificará.  Pero, ¿Qué puede hacer un ministro sin que el poder sobrenatural obre en él?  Aunque fuera tan elocuente como el Arcángel Gabriel, ni siquiera un alma se convertirá sin ese poder sobrenatural.  Orando, la iglesia tiene que darse cuenta de esto, y orar a Dios para que el Espíritu obre en su predicador.”

             “A razón de que la iglesia estuvo sosteniéndose en Dios por medio de la oración, y estuvo invirtiendo casi dos horas por noche en la misma, el Espíritu Santo trajo grandísima bendición al pastor, Livingstone, cuando el estaba predicando el sermón en la iglesia de Shotts.  Tal fue su sermón en esa noche, que quinientas personas se entregaron a Jesús al escucharlo.  Carlos Finney dijo que las oraciones de ‘Papá’ Nash, las del hermano Clary y las de otros que andaban con Dios, eran las que le vistieron con tal poder del cielo que aun los pecadores más endurecidos fueron alcanzados…”

            “Hoy, las iglesias están solicitando hombres eruditos y elocuentes, en lugar de los que han sidos ampliamente bautizados con el Espíritu.  Los seminarios llevan mucho de culpa en esto.  No hacen hincapié en que tal experiencia es absolutamente necesaria; y, los seminarios y las iglesias de esta forma están criando un ministerio estéril, y aumentan la desolación de Sion. ¡Oh maestros de ministros! ¡Oh pueblo de Dios! ¡Hagan hincapié en la unción divina!  —A.M. Hills

            En cierta ocasión J. Wilbur Chapman se acercó a F.B. Meyer, preguntándole: —¿Cuál es mi problema?  Son tantas las veces que me parece sentir que estoy medio vacío, e igualmente, sin fuerza espiritual.  ¿Qué me ha de faltar?

            El señor Meyer puso su mano en el hombro del señor Chapman y dijo: —¿Alguna vez has tratado de exhalar tres veces, sin ni siquiera inhalar tan solo una vez? 

            Pensando que tal vez era un nuevo ejercicio de respiración, el señor Chapman contestó: —No recuerdo haberlo hecho.

            —Entonces, haz la prueba.

            Y, el señor Chapman lo hizo. Pero, al exhalar una sola vez, tuvo que inhalar.

            —¿No sabes, —le aconsejó el señor Meyer—, que tienes que inhalar antes que exhalar, y la exhalación es en proporción directa a la inhalación?

            Así, tenemos que llenarnos de la oración y del estudio de la Biblia, antes de que podamos exhalar en el servicio.

A.C. Dixon

            “Uno de los predicadores más persuadidores en los EE.UU. fue A.C. Dixon.  A muchas personas entenebrecidas, sus espléndidos mensajes, claras descripciones y ruegos tocantes les hicieron brillar la luz.  Sin embargo, los primeros años de su ministerio le trajeron mucha desilusión.”

            “Recién egresado de sus estudios académicos, se decepcionó a sí mismo, creyendo que su inteligencia y elocuencia iban a capacitarlo para disfrutar de buen éxito.  Sin embargo, solamente experimentó el fracaso.  Muchos estudiantes caprichudos vinieron a sus prédicas, y sus esfuerzos por parar las interrupciones de ellos fueron en vano.  Toda su elocuencia, la poesía que ocupaba, las referencias a la ciencia, la psicología; todas fueron usadas sin éxito.”

            “Luego llegó la crisis.  Se apartó a la soledad del campo, para estar con Dios a solas.  Invirtió muchas horas humillándose, confesando, orando, suplicando e intercediendo: ¡y el poder del cielo cayó!  A razón de recibirlo, cuando predicó su mensaje en la noche del mismo día, no hubo molestias.  El ambiente estaba cargado de poder, el poder de Dios para sanar almas.  Y, empezó una obra de gracia: ¡el predicador prevaleció en la oración!  —autor desconocido

 

            A Santiago Duncan, luego de predicar con gran unción y poder, le preguntaron cuál era el secreto tras de tal potente prédica.  —El secreto, —dijo él—, fue trece horas continuas de oración.

 

            Al profeta Ezequiel le fue revelado una visión tocante a la apostasía de Israel y a la purificación del templo.  En la misma, él vio un hombre con un tintero, quien fue mandado: “Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y pon una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella.” (Ez. 9:4)  Luego, Dios autorizó a otros para siguieran en pos del hombre con el tintero, matando a los que no hubieron sido marcados en sus frentes.  Y, Dios mandó que empezaran por el santuario.

            Si tal prueba fuera administrada hoy a los sacerdotes y ministros de la Palabra, creemos que tendríamos que caer al suelo clamando, igual que Ezequiel: —¡Ah, Señor Jehová! ¿Has de destruir todo el resto de Israel derramando tu furor sobre Jerusalén?  —Los predicadores modernos y populares tendrían que sufrir la ira de Dios, a razón de que invierten tan poco tiempo en gemir y llorar sobre el materialismo y la fornicación de los mundanos miembros de la iglesia.  Nos ha sorprendido el saber que tantos miembros de las iglesias tengan tan poco conocimiento de la Biblia.  Son casi analfabetos en cuanto al evangelio: los ministros en su enseñanza se paran en la letra “A”, sin pasar a la “B” y “C”.  Ojalá que venga un avivamiento, primeramente entre los ministros, luego entre los laicos, para que no vengan los juicios de Dios sobre las naciones “cristianas”, que repentinamente están cayendo en la corrupción.

            Lo siguiente fue publicado en una revista religiosa hace años.  Tenemos miedo que si las mismas preguntas fueran hechas hoy en día, las respuestas serían aun menos alentadoras.

            Durante una conferencia de ministros, surgió lo siguiente: “Hermanos, hagamos hoy confesiones a Dios así como los unos a los otros.  Esto nos dará provecho— cada uno que invierte media hora diaria a solas con Dios, a causa de la obra de Dios, que levante la mano.”  Solamente una mano se levantó.  “Ahora, los que invierten quince minutos hagan lo mismo.”  Menos de la mitad levantaron la mano.  “Ahora, los que invierten cinco minutos en lo mismo, levanten la mano.”  Todas las manos fueron levantadas.  Pero, luego de todo esto, uno de los hombres volvió para confesar que tenía dudas si realmente invertía cinco minutos diariamente en el orar.  Dijo él: —A mí me es una revelación horrenda de cuan poco tiempo invierto a solas con Dios.

 

Practica la presencia de Jesús

En cada acto y palabra.

Recuerda Su hermosa promesa,

“Contigo siempre estaré”:

 

En la quietud de la mañana,

Antes que venga el clamor de los quehaceres;

Y durante todos los problemas del día,

Hasta el poner del sol.

 

Considera que el siempre anda

Constantemente al lado tuyo,

Dándote fuerza y propósito,

Sin vergüenza alguna.

 

Luego, durante todas las noches, aun sean algunas sin dormir,

Recuerda que no estás solo.

Ejercita la presencia de Jesús

Hasta llegar a tu hogar celestial.

—Alice Hansche Mortenson  (Usado con permiso)