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La búsqueda de una descendencia para Dios

© 2004 por Denny Kenaston

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CAPÍTULO 7

La influencia de
un hogar piadoso

Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros.
(2 Corintios 3.2–3)

En los capítulos anteriores, yo he estado compartiendo acerca de las posibilidades de influenciar en las vidas de tu descendencia a través de la herencia espiritual. Bueno, ahora voy a compartir algo que me pasó hace 22 años con relación a una sola familia piadosa. Es una pequeña historia acerca de la familia de John Gerber. He estado enseñando acerca de pasar una herencia piadosa a la siguiente generación. Dios usó a esa familia para encender una visión en mi alma que se enfocaba en mi familia. Yo puedo testificar que esa familia cambió el rumbo de mi propia vida hogareña y el destino de mis hijos. Esta amada familia vivía en Fort Frances, Ontario, Canadá, una pequeña ciudad de 6.000 habitantes que está justo al otro lado de la frontera con la cuidad estadounidense de International Falls, Minnesota.

En aquel entonces, yo estaba en una campaña de avivamiento en International Falls, Minnesota, EE.UU., ayudando a Luis y Ralph Sutera, quienes son hermanos gemelos y son unos de mis más queridos amigos, además de ser mis mentores durante 25 años.

Bueno, con respecto a la campaña, para mí fue algo maravilloso ya que la misma duró tres semanas y fue de gran bendición para mi corazón. Cada una de esas noches, la familia Gerber vino a los cultos y yo estuve al tanto de ellos a causa de su testimonio cristiano. Ellos eran un poco diferentes a las demás personas que asistieron a la campaña. Los varones de esta familia llevaban ropa sencilla y sin corbata. Por su lado, las mujeres se vestían más modestamente que las demás y llevaban un velo negro. Hasta aquel entonces, yo nunca había visto a otros cristianos semejantes en toda mi vida y ellos llegaron a impresionarme mucho por su testimonio familiar. Esta familia asistió a la campaña todas las noches, sin ausentarse una sola vez. Además, ellos siempre se sentaron en las bancas del frente. Recuerdo que cierta noche, Ralph les pidió que cantaran y ellos lo hicieron; los siete hijos junto a sus padres cantaron en forma coral a cuatro voces, sin instrumentos musicales. ¡Guau! ¡Fue tan dulce!

Una noche, después del servicio, el hermano Gerber se me acercó y me dijo:

—Quiero que usted venga a mi casa para desayunar. ¿Puede usted venir?

—Sí, puedo —le contesté, aunque me extrañó la razón por haberme invitado.

Bueno, quedamos en una fecha y él se marchó. Luego, esa misma noche, yo charlé con otras personas y les dije que planeaba desayunar el día martes con la familia Gerber. Al decirles esto, sus rostros irradiaron encanto y con una gran sonrisa me dijeron:

—¡Usted va a gozarse en ese hogar!

No tenía idea de lo que querían decirme con eso, pero yo recordaba el distinguido testimonio de aquella familia durante la campaña. En aquella época de mi vida yo carecía de la visión de una familia para Dios… ¡pero Dios estaba por cambiar eso!

El día de mi cita llegó y yo iba rumbo a Fort Francis, cruzando la frontera de los Estados Unidos con Canadá. Una vez en Canadá, me perdí y hasta hoy no sé cómo me perdí de esa manera. Yo pensé: ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo voy a encontrar la casa de la familia Gerber en esta ciudad? Entré a una tienda para pedir ayuda y orientación, pero me parecía que no había nadie en Fort Francis que conociera a la familia Gerber. A pesar de todo, le dije al empleado:

—Busco a la familia Gerber. ¿Puede decirme dónde viven?

Una gran sonrisa llenó la cara del empleado y me dijo:

—¡Claro que sí! ¡Les conozco! Siga directo por esta calle, doble a la derecha en la esquina de allá y luego a la siguiente esquina doble a la izquierda. De allí, siga directo y pronto llegará.

Lo miré algo confuso y salí.

No sé cómo, pero de alguna manera me perdí otra vez. Tú sabes como es estar perdido, ¿verdad? Siempre seguimos andando con la esperanza de encontrar el lugar de alguna u otra manera. Bueno, yo seguí por un rato esperando encontrar la calle correcta, pero todo fue infructuoso. Al fin, yo entré a una vieja tienda para preguntar de nuevo dónde vivía la familia Gerber y le dije al anciano que estaba sentado allí:

—Busco a la familia Gerber. ¿La conoce usted? ¿Puede decirme dónde viven?

Otra vez, al igual que las demás personas, una gran sonrisa le sobrevino y me contestó:

—¡Claro! ¡Conozco su residencia! —Él me indicó cómo dar con la casa e inicié mi búsqueda nuevamente, meditando sobre todo esto.

Lo que estoy compartiendo con ustedes no es una falacia. ¡Es verídico! Y por lo general, yo puedo seguir muy bien las direcciones, pero a veces pienso que en esa ocasión Dios nubló mi mente por algún tiempo para que yo me perdiera una y otra vez. Bueno, luego de partir de la tienda, yo seguí las indicaciones del anciano, pero… ¡me perdí otra vez! Esta vez, yo llegué al centro de un barrio muy poblado y pensé: ¡Qué voy a hacer ahora! Dios me hizo recordar las muchas ocasiones en las que yo había tocado las puertas de las casas para evangelizar y me vi forzado a tocar una puerta una vez más. Al tocar a la puerta, alguien salió y pregunté otra vez sobre la ubicación de la casa de los Gerber. Y ocurrió lo mismo: una gran sonrisa sobrevino en el rostro de esa persona y me indicó el camino correcto.

Las sonrisas y el entusiasmo de aquellas personas me impresionaban, pero no sabía la razón de ello. ¡Dios estaba por darme una visión de un hogar para él!

Por fin, yo encontré la vivienda de los Gerber. Al llegar, yo encontré una escena típica de una lechería familiar. Los hijos estaban por terminar los quehaceres matinales y las hijas estaban en la cocina con la señora Gerber, preparando el desayuno. En aquel entonces había solamente siete hijos en el hogar; otros cinco ya se habían ido para formar sus propios hogares. Luego de terminar de ordeñar las vacas, los hijos entraron a la casa y todos nos sentamos para tomar el desayuno. Durante todo el desayuno, la charla se mantuvo sobre asuntos espirituales. Para mí, todo esto era diferente y lo guardaba en mi corazón. Las charlas fueron bien vivas, con mucho regocijo y todos participábamos en los debates.

Al terminar el desayuno, el hermano Gerber me dio su Biblia y me dijo:

—Tómala. Tú vas a dirigir el culto familiar esta mañana.

Bueno, en aquel tiempo yo era un joven predicador bautista que estaba acostumbrado a siempre tomar algo de tiempo para prepararme antes de compartir algo espiritual. Esa vez, ¡me sentí enredado!

A pesar de todo, yo abrí la Biblia en la epístola a los Efesios y empecé a leer, orando a Dios en mi corazón. Mientras leía, me sentía algo inseguro, observando a los demás para saber cómo recibían mi lectura. ¡Qué sorpresa tuve! Todos los hijos estaban profundamente atentos, con los ojos cerrados y las manos cruzadas. ¡Me parecía que trataban de sacarles todo el provecho posible a los versículos que yo leía! Para mí, todo eso fue nuevo. Nunca antes había visto en una familia tanta pasión por lo espiritual.

Todos entramos en el debate del primer capítulo de Efesios. Al terminar, yo cerré la Biblia. Luego, el hermano Gerber nos repartió himnarios a todos, diciendo:

—Ahora vamos a cantar un rato.

¡Qué inspiración y enseñanza recibí aquella mañana! Cuando esa familia empezó a cantar, los cielos se abrieron y la gloria del Señor descendió en aquel pequeño comedor. ¡Ojalá que ustedes me entiendan al yo escribirles esto! Quiero decir que se sentía la presencia del Espíritu Santo en aquel lugar. No fue un tiempo de adoración formal y muerta; al contrario, fue muy viva. Todo esto entró hasta lo profundo de mi corazón, mientras yo me preguntaba: ¿Qué clase de familia he encontrado? Luego de terminar de cantar, nosotros oramos y el hermano Gerber nos despidió del culto familiar.

Tan pronto como había salido del comedor, los hijos se me acercaron con sus bolsillos llenos de folletos sobre diferentes temas de la fe cristiana, tal como la inspiración verbal de la Biblia y otros más. Ellos me entregaron ejemplares de los folletos, preguntándome de cualquier asunto acerca de mis creencias. Yo me sentía algo abrumado con su celo por las cosas de Dios. Luego de esa charla, la hermana Gerber me guió hasta la sala. Ella empezó a llorar, diciéndome:

—Por favor, ayúdenos a orar por Fort Frances. Hemos estado orando para que un avivamiento venga a nuestra ciudad.

¡Yo nunca había visto algo igual y estaba aprovechando todo!

Luego de platicar con las hermanas en la casa, los hijos me guiaron a las afueras para que conociera su finca. Mientras me mostraban todo, charlábamos acerca del Señor. ¡Tengo que confesar que estuve muy impresionado todo el tiempo! Mientras andábamos mirándolo todo, entró un camión para llevarse la leche. Uno de los hijos detuvo la conversación que tenía conmigo en plena mitad y se le acercó al chofer del camión. Le ofreció un folleto y le preguntó:

—¿Ha nacido usted de nuevo?

Seguí aprovechando cada suceso, maravillado. Terminamos el recorrido por la finca. Yo pude discernir que cada uno de ellos amaba a Dios. Así fue mi visita al hogar de la familia Gerber. ¡Fue tan refrescante e inspiradora!

Al decirles adiós a los hermanos, la señora salió de la casa llevando una hogaza de pan alemán y una docena de huevos para mí. Ella los colocó en el asiento trasero del auto y luego yo me fui, meditando sobre todos los sucesos acaecidos en mi visita. En mi mente, le pregunté a Dios: ¿Qué será lo que me estás diciendo?

Con todos estos pensamientos y experiencias en mi mente, yo partí de aquel precioso hogar rumbo a la puerta de entrada que está en la frontera con los EE.UU. ¡Parece ser que Dios no había terminado de atraer mi atención, pues tenía una sonrisa más que darme! Al llegar a la frontera, un canadiense alto y uniformado se me acercó a la puerta del auto. Sabes como son los guardias de las fronteras; siempre aparentan ser rudos y la mayoría de las veces llevan el ceño fruncido, quizá para así tratar de asustar a los mafiosos.

—¿Adónde vas? —me preguntó ásperamente.

—A los Estados Unidos —le respondí.

—¿Llevas algo en el auto que tengas que declarar?

Mi primer pensamiento fue decir “No”, pero de repente recordé el pan y los huevos que la señora de la casa me había dado. Al saber que no es permitido pasar la frontera con ciertos alimentos, le dije:

—Sí… sí, en el asiento trasero tengo una hogaza de pan alemán y una docena de huevos.

Al escuchar esto, su fruncido ceño se convirtió en una gran sonrisa y me dijo:

—¡Tú fuiste a visitar a la familia Gerber! ¿Verdad?

Le miré y le dije:

—Sí… ¡los visité!

—Bueno —me dijo—, sigue adelante.

Al pasar la puerta de entrada, mi corazón meditó sobre todo esto. Dios obró algo muy especial en mi corazón aquel día; me dio una visión. Anteriormente he dicho: “Sin visión, la gente se desenfrena”. No obstante, lo opuesto es también verídico. Con visión, la gente prospera. Y aquí no me refiero específicamente a lo material. Aquella visión ha venido influyendo no solo en mí vida, sino que también en mi hogar durante ya más de veinte años.

En aquel entonces teníamos solamente tres hijos: Rebekah, Daniel y Elisabeth. Rebekah tenía casi cuatro años, Daniel dos años y Elisabeth unos pocos meses de nacida. Desde aquel día, nuestro hogar nunca fue el mismo. Dios utilizó su propio dedo para trazar un retrato de mi corazón; un retrato de un hogar piadoso, de la influencia de una sola familia piadosa en la comunidad. ¡Oh! ¡Qué poder tiene un hogar consagrado solo a Cristo! ¡Dios, por favor, danos muchos más hogares así en esta tierra!

Las memorias, la inspiración y la revelación de aquella visita quedaron en mi corazón, aun en este momento que les escribo estas palabras. ¡Son tan dulces para mí! Mi corazón se levanta en alabanza y gratitud a Dios, reflexionando sobre su visitación a mi pobre y ciego corazón en aquel día.

Sí, Dios me dio una visión al mirar el poder de aquel hogar piadoso. Yo necesité unos días para afirmarla y formarla en mi corazón, pero mientras esta obra se hacía, mi corazón empezó a clamar: ¡Dios mío! ¡Quiero un hogar tal como aquel! ¡Lo necesito, Dios! ¡Señor, si tú puedes hacerlo por John Gerber, también puedes hacerlo por mí!

Jackie y yo éramos recién convertidos, y antes de nuestra conversión habíamos sido “hippies”. Los “hippies” fueron personas con conductas rebeldes, contrarias a la sociedad estadounidense en las décadas de los 60 y 70. Por esta razón, nosotros no teníamos mucha visión en cuanto a la vida hogareña. Sin embargo, un fuego empezó a encenderse en mi alma. Yo estuve en la campaña dos semanas más con los hermanos Luis y Ralph, y durante todos esos días medité bastante sobre mi nueva visión. Mis oraciones se hicieron más profundas mientras el propósito de Dios se aclaraba. Un deseo, un anhelo, me sobrevino y empecé a orar: “Señor, yo quiero tener un hogar que te glorifique. Deseo tener una familia que sea un testimonio de ti en la comunidad donde vivo. Quiero tener una familia que ame a Dios, de tal manera que todos a nuestro alrededor puedan verlo. Deseo tener una familia que gane las almas de los visitantes. ¡Esta es la clase de familia que deseo tener, Dios!” Y mi corazón proclamó también: “Y lo lograré, por medio de tu gracia”.

Al llegar a la casa, donde se habían quedado mi esposa e hijos durante la campaña, mi corazón estuvo “pronto” y “dispuesto” (Salmo 57.7). Mi voluntad se había apegado a la gracia que convino en aquella revelación. Fue tal mi amor por tal visión que Jackie no sabía qué me había ocurrido. ¡Dios la bendiga! Durante muchas ocasiones en nuestra vida cristiana, Jackie ha tenido que apretarse el cincho espiritual y aquella ocasión fue una de ellas. De todos modos, le compartí mi experiencia en el hogar de los Gerber y de cómo la misma me había impresionado. Ahora, al mirar atrás durante aquellos días, yo casi me tengo que reír. Sé que cometí muchos errores en mi celo, pero mi corazón fue sincero y Dios bendice los deseos sinceros.

Para comenzar mi búsqueda de un hogar para Dios, yo saqué mi Biblia y le dije a mi familia:

—Desde ahora en delante vamos a tener cultos familiares. —Antes de esto, no los teníamos, quizá porque parecía una experiencia rara. Tal vez leíamos la Biblia un poco, pero con poco propósito. Tú sabes cómo es muchas veces… ¡No tenía yo ni propósito ni visión! Tampoco tenía una meta. Pero ahora yo poseía un sueño, un sueño santo, escrito sobre mi corazón.

Comenzamos a llevar a cabo los cultos familiares en el dormitorio de los niños. Mamá estaba sentada, alimentando al bebé. Rebekah estaba sentada en su pequeña silla y Daniel estaba en su camita, chupándose el dedo pulgar. Les dije:

—¡Vamos a cantar en nuestros cultos familiares! Algún día, mi familia va a cantar tal como canta la familia Gerber, y vamos a empezar a aprender haciéndolo de la misma forma que siempre lo hacemos. —Y empezamos, cantando tres cantos.

Estos tres cantos los cantamos tantas veces que estoy seguro que Mamá se cansó de ellos. No obstante, los cantamos a diario hasta que los habíamos memorizado muy bien. Yo quería que nuestros hijos aprendieran bien aquellos cantos. Como dije anteriormente, yo cometí muchos errores en mis primeros días de poner en obra la visión para mi familia, pero nuestros corazones eran sinceros. Yo deseaba que mi familia fuese un testimonio para la gloria de Dios. Esto es lo que Dios desea ver en cada familia cristiana. Mi visión se ha engrandecido con el pasar los años. Pero mi corazón está encantado con gran gozo, recordando la pasión que teníamos para con nuestros hijos en los primeros días de nuestra visión.

Hay una gran escasez en la tierra de familias como los Gerber. No es la voluntad de Dios que las mismas sean tan escasas. Se tiene que buscar diligentemente para hallar una familia de esa clase… ¡Esto no debe ser así! ¡Recuerda, Dios no hace acepción de personas! Es el deseo de Dios obrar en cada uno de los hogares de los lectores de este libro. ¡Él quiere llevar a cabo su meta y sé que es capaz de hacerlo como sé también que él lo hará! Si le permitimos a Dios que nos dé una visión de lo que él puede hacer, ¡él lo hará una realidad! Pero, hermanos y hermanas, yo estoy seguro que estamos de acuerdo que tal visión no se hará una realidad por pura suerte. El hogar piadoso que conocí en Canadá no fue una mera coincidencia. Al contrario, muchas actividades con un carácter santo y con un propósito santo habían estado teniendo lugar en ese hogar durante mucho tiempo.

Entonces, ¿qué nos está diciendo Dios? Dios nos está diciendo: “¡Pueblo mío! ¡Deseo que dejes una herencia de piedad a tu descendencia! ¡Mi Espíritu se está moviendo en los corazones de los padres, haciendo volver sus corazones hacia los hijos! ¡Abran sus corazones para oír mi voz!”

Dios desea que criemos a nuestros hijos para que sean ejemplos de su gloria y obra en estos últimos días en la tierra. No debe ser que existan sólo una o dos familias piadosas esparcidas por aquí o por allá. Más bien, cada iglesia debe tener múltiples ejemplos de tales familias. ¡Que Dios obre, por medio de su Espíritu Santo, de tal manera que la iglesia de Cristo se llene de ellas! Es la voluntad de Dios que la iglesia tenga muchas madres y padres piadosos, encendidos con el celo y la visión de una ardiente experiencia cristiana, para que ellos pasen esa herencia a sus hijos y estos a los suyos… ¡hasta que sean alcanzadas muchas generaciones!

Nunca voy a olvidar aquella visita al hogar de los Gerber. John falleció hace ya diez años, pero su amada esposa sigue viva. La iglesia a la que ellos asistían no era grande; solamente contaba con unas cuarenta personas los domingos por las mañanas. Sin embargo, de aquel pueblo de 6.000 personas, unas 750 personas asistieron al funeral de John. Ellos vinieron a honrarle. ¿Por qué? Porque un hombre y una mujer, al comenzar su matrimonio, se consagraron a criar a sus hijos de tal manera que fueron un testimonio para la gloria de Dios en aquel lugar.

Oración

Padre Celestial y Dios nuestro, te damos gracias por tu infinita obra de gracia en aquella familia. Con nuestros oídos hemos oído y nuestros padres nos han contado la obra que hiciste en sus días, en los tiempos antiguos. Pero Señor, ahora nos toca a nosotros. Padre, oro para que levantes a más familias tal como fue la familia de los Gerber. Oro también para que levantes a familias tal como era la familia de Jonathan Edwards. Dios, sé que lo deseas hacer. Encomiendo a la familia de cada lector de este libro en tus manos. Incentiva el corazón de cada uno de nosotros, Señor, y danos sed y hambre de ti y de tu Palabra. Padre mío, danos una visión que no se pueda oscurecer, sin importar lo que pase. Amén.


 

Meditaciones

El valor de un alma

¡Cuán inestimable es el valor del alma humana!
Tan claramente vemos que ella vale más que de todo el mundo,
Al comprender que tiene la capacidad
De asemejarse a los ángeles.

¡Qué momento tan estupendo, el nacimiento de un alma eterna!
Un inmortal empieza su vuelo, que nunca terminará;
Un vuelo que es capaz de levantarlo hasta el nivel de los ángeles,
O de arrojarlo a los malignos más feroces.

¡Piénsenlo, padres! A ustedes ha sido encargado
El cuidado del vuelo del alma de sus hijos, desde el inicio.
Y de ustedes depende en gran manera, bajo Dios,
Su destino.

Edward Payson