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La búsqueda de una descendencia para Dios

© 2004 por Denny Kenaston

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CAPÍTULO 31

El espíritu de legalismo
y el espíritu de gracia

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (…) Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
(Juan 1.14, 16–17)

El asunto de criar a los hijos para Dios es algo que tiene que ver mucho con lo espiritual. Al escribir esto aquí, yo deseo indicar que es preciso que seamos personas con un deseo de aprender de las cosas espirituales si es que deseamos que todo resulte para bien al final. De hecho, yo he tratado de mostrar esto mismo de muchas formas durante el desarrollo de este libro. Ahora también yo trataré una vez más de incentivarles a cada uno de ustedes, amados lectores, a que presten atención a las cosas espirituales y a que desarrollen un deseo por apartarse más de las cosas carnales.

Para desarrollar mejor el tema de este capítulo, yo definiré lo que a mi entender significa la palabra “espíritu” como lo deseo dar a entender en el título. En este caso espíritu es “la disposición de la mente; la base de nuestras acciones”. Yo reconozco que existen otras definiciones para la palabra “espíritu”, pero para desarrollar los objetivos de este capítulo la definición anterior encierra el significado necesario.

Las otras palabras importantes y que tienen unos significados especiales y que también aparecen escritas en el título son: “legalismo” y “gracia”. La realidad es que las palabras “ley” y “gracia” a menudo aparecen escritas juntas en las Sagradas Escrituras. Por medio del estudio de la Biblia podemos llegar a la conclusión que tanto “la ley” como “la gracia” han sido descritas y definidas en la Palabra de Dios. Además, existen muchos otros libros que nos enseñan un balance sano en cuanto a este tema tan importante para la fe. No es que pretendo entenderlo todo acerca del balance que debe existir entre “la ley” y “la gracia”, pero creo que sería provechoso considerar el asunto y discernir la relación que ambas cosas tienen con respecto a la crianza de los hijos.

Al escribir este libro, yo he experimentado el gran gozo que se siente al compartir muchos de mis versículos favoritos con cada uno de ustedes. En mi caso, yo tengo como un tesoro precioso cada uno de los versículos que encabeza cada capítulo en este libro. Estos versículos están grabados en mi corazón y son de gran gozo para mi alma. Yo medito en ellos con frecuencia. Y te aseguro que los versículos que encabezan este capítulo hacen manar una dulce bendición para mí. ¿Qué es más dulce que reconocer y experimentar en nuestras vidas la gran bendición de la encarnación de Jesucristo? Por su parte, los versículos que encabezan este capítulo destilan una gran abundancia de sabiduría y son un manantial de aguas vivas que refrescan el alma. Mi oración es que todos nosotros podamos tomar de ellos para recibir una bendición duradera en beneficio de nuestra familia.

El apóstol Juan escribió su Evangelio ya casi al final de sus días sobre la tierra. Se entiende que él tenía cerca de los 95 años de edad en aquel tiempo y que ya había estado caminando con Dios durante sus últimos 65 años de vida. Yo estoy seguro que estos versículos son parte del fruto que manó de este caminar con Dios.

Juan testifica acerca de la experiencia que vivió con Jesús y lo hace de esta manera: “Vimos su gloria”. Al aparecer la palabra “vimos” a nosotros se nos da a entender que fue más que un mero vistazo. Esto quiere decir que los que “vieron” fueron testigos oculares de la gloria del Señor en palabras y en hechos. Y por supuesto, los que “vieron” no dejaron de meditar en estas cosas.

Entonces Juan describe lo que vieron, al expresar: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, (…) lleno de gracia y de verdad”. Esto quiere decir que del Señor Jesucristo (El Ungido) manaba la gracia y la verdad. ¡Qué descripción tan hermosa del Hijo de Dios! Muy bien, este concepto descrito en estas dos palabras describe lo que significa vivir una vida perfectamente equilibrada. A decir verdad, yo anhelo lo mismo para mi propia vida. Yo deseo ser tal y como lo fue Jesús, rebosando de gracia y de verdad.

Al continuar con el análisis de estos versículos, nosotros podemos darnos cuenta que Juan comparte su testimonio personal, el cual también fue el mismo testimonio de muchas otras personas. Aquí Juan explica acerca del amor que Cristo impregnó en su vida, al expresar que “de su plenitud tomamos todos”. Nosotros no debemos olvidar que Juan está haciendo memoria de los 65 años de su andar con Cristo. Esto se traduce como: “Aquel Hijo de Dios, de quien manaba gracia y verdad, me ha llenado hasta saciarme”. ¡Gloria a Dios!

Entonces el apóstol Juan utiliza una frase bastante adecuada para explicar la sobreabundante gracia que había recibido de parte del Señor: “Gracia sobre gracia”. Esta frase quiere decir “gracia y más gracia, y más gracia todavía”. En otras palabras, Juan recibía una influencia de gracia que crecía constantemente.

Amados padres y madres, yo reconozco que estos versículos tienen palabras muy alentadoras para nosotros en cuanto a nuestra búsqueda de una descendencia santa para Dios.

Dos caminos muy distintos

En el versículo 17 del texto utilizado al inicio de este capítulo, Juan proclama algo maravilloso en gran manera al referirse a los dos pactos: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”. Aquí se nos quiere informar los dos pactos nos fueron presentados de dos formas muy distintas la una de la otra. En primer lugar, nosotros vamos a considerar la Ley de Moisés. La Biblia nos informa que cuando la ley fue presentada al pueblo de Israel, “todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera” (Éxodo 19.18). Además, allí hubo truenos y relámpagos en ese momento. Por otra parte, toda la gente se atemorizó y tembló al escuchar la voz de Dios. De esta manera fue que la ley fue introducida al pueblo de Dios.

Sin embargo, mis amados, para introducir la gracia y la verdad, todo ocurrió de una manera muy distinta a lo que se describió anteriormente. Estas dos dádivas vinieron por medio de Jesucristo. Él vino y nos dejó un hermoso ejemplo que seguir. Jesús estaba lleno del Espíritu Santo, y cuando hablaba lo hacía con palabras de gracia y consuelo. Su espíritu de mansedumbre y su actitud fueron tales que los publicanos y los demás pecadores se sintieron atraídos por él.

En fin, nosotros podemos apreciar de muchas maneras que la forma que Dios se mostró al mundo entero por medio del segundo pacto fue muy distinta de la primera. El Apóstol Pablo se refiere a estos dos caminos como dos ministerios distintos (véase 2 Corintios capítulo 3). La ley ministraba muerte, condenación y temor. El camino de la gracia y la verdad nos ministra vida y nos capacita para vivir esa vida en abundancia. Este camino nos lleva a experimentar un ministerio en nuestra vida interior que nos revela los secretos de la mente de Dios y nos transforma en las personas que Dios ha diseñado que seamos. Al analizar estos dos caminos, nosotros podemos decir que al primer camino se le puede llamar “el camino de la religión legalista”. Entonces al segundo camino se le puede llamar “el camino del cristianismo verdadero”. Aquí deseo hacer énfasis que nosotros debemos andar por el segundo camino para un mejor desarrollo de las relaciones en nuestros hogares. ¿Acaso no está más que claro para nosotros acerca de cuál camino o cuál pacto produce los resultados deseados?

Consideremos ahora la palabra ministerio. Esta palabra también quiere decir “efecto o influencia que ejerce una persona sobre otras personas”. Y en esto mismo radica el secreto para tener una buena vida hogareña. Una vida hogareña llena de buenas influencias para con las demás personas que habitan bajo el mismo techo es lo que mejor describe el “ministerio” de quien guía o dirige a tal hogar. Es más, entre los requisitos para el ministerio de la predicación de la Palabra de Dios en la vida de un hombre aparece uno que dice “que gobierne bien su casa” (véase 1 Timoteo 3.4). Aquí la palabra “gobernar” nos indica que este hombre debe ser una buena influencia sobre todos los que viven bajo su techo.

Por supuesto, los efectos de la gracia y la verdad obran en nuestros hogares si nosotros los padres andamos en el Espíritu Santo. ¡Esto es así de sencillo! Lo triste es que si no escogemos andar en el Espíritu Santo entonces nosotros vamos a ser capaces de ver los efectos de la ley legalista en nuestros hogares. Esta ley legalista muchas veces se impone bajo las amenazas, el temor que daña, la violencia y la falta de amor. Y puesto que muchos padres no están comprometidos lo suficientemente a andar en el Espíritu Santo, el resultado es una vida hogareña legalista.

Por lo tanto, se hace esencial poder discernir entre los dos caminos: el camino de la ley y el camino de la gracia. A continuación, yo he decidido hacer una lista de algunas de las características de estos dos caminos. Es mi deseo y oración que todos nosotros sepamos escapar del camino de la ley legalista y que escojamos caminar en el camino de la gracia del Señor Jesucristo.

El espíritu de legalismo comparado con
el espíritu de gracia

El espíritu de legalismo condena. Al expresar un vocabulario y acciones de condena hacia nuestros hijos lo que hacemos es enfocar en sus mentes sentimientos de fracaso y de juicio. La realidad es que existe aquí un espíritu acusador que tan sólo trae condena y que su fin es destruir. Nosotros debemos reconocer que Satanás es “el acusador de nuestros hermanos” (Apocalipsis 12.10). Yo estoy seguro que ninguno de ustedes desea ayudarlo en este trabajo infernal. Al acusar a nuestros hijos, nosotros hacemos que ellos se desesperen, sin darles a conocer el camino que les trae de vuelta la paz. Esto ocurre a menudo cuando los padres se enojan y dicen cosas que realmente ni ellos mismos creen. Muchas veces estas palabras dichas en este modo acusador y enojadizo hacen que los hijos se sientan desvastados y surja la idea que los padres no les aman. Entonces, por lo general, estos hijos salen a buscar en otros ese amor que tanto necesitan. La realidad es que las correcciones verbales que se hacen de una manera carnal son casi siempre las que traen una condenación sin esperanza para el que ha sido acusado.

El espíritu de gracia convence. El padre que ha aprendido a discernir la voluntad de Dios para él y su familia sabe que no está solo en la tarea de criar a sus hijos. Cuando él corrige a sus hijos entonces el Espíritu Santo es quien se deleita en ayudar a esos hijos a sentirse convencidos de su acto, y esto a su vez les ayuda a sus conciencias a sentirse libres de culpas (véase Juan 16.8). Al descubrir esta gran verdad divina, nosotros no tendremos la necesidad de levantar la voz ni de usar palabras fuertes para demostrarle al hijo lo malo que ha hecho. Este tema ya fue tratado en el capítulo donde se escribió sobre la autoridad calmada y quieta de los padres en el hogar. Cuando alguno de tus hijos haga lo que ya sabe que no debe hacer entonces tú puedes escoger ministrarle a su corazón con la ayuda que te brinda el Espíritu Santo. La realidad es que es posible corregir a un hijo en amor, sin tener la necesidad de condenarlo.


 

El espíritu de legalismo desanima. La palabra “desanima” se hace muy importante al referirnos a los métodos en la crianza de los hijos. Lo cierto es que desanimar quiere decir “quitar el ánimo” o “quitar el corazón”. Dios nos ha advertido acerca de no tratar a nuestros hijos de esta manera. Como se ha expuesto anteriormente, hacer algo así constituye un peligro si tomamos en cuenta el deseo natural que tienen los hijos de ser agradecidos para con sus padres. Desde el punto de vista de un padre, nosotros debemos preguntarnos: “¿Desanimo a mi hijo/hija al relacionarme con él/ella de la forma que lo hago?” Yo deseo que sepas que si tu hijo pierde el deseo de comportarse correctamente y de ser agradecido, lo más probable sea que exista algún error en tu forma de corregirle. ¡Señor! ¡Ábrenos los ojos!

El espíritu de gracia anima. La gracia llena el corazón de deseo, de entusiasmo y de un gusto por hacer algo bueno y agradable. Esto es muy distinto a lo que se obra por medio de la ley. Nosotros debemos aprender a caminar al lado de nuestros hijos de tal manera que les animemos a que ellos también deseen ir por el camino de Dios. Una palabra sinónima de la palabra “animar” es “alegrar”. Yo deseo convertirme en un padre que alegre a mis hijos cuando hagan el bien y que los levante cuando ellos se caigan. La gracia de Dios nos inspira a cumplir con la voluntad de Dios. Es mi anhelo ser como el Señor para inspirar y guiar a otros en el camino correcto.


 

El espíritu de legalismo nunca se satisface. Al tratar de cumplir con la ley legalista, la persona nunca se siente satisfecha o completamente agradecida. La persona nunca está segura si es aceptada o no. Ahora mismo llega a mi mente la imagen de los fariseos en el tiempo de Jesús. Se conoce que ellos lograron desarrollar una especie de “ley escrita” que describía las cosas que se debían y que no se debían hacer en el día de reposo. Así es como opera la ley del legalismo. El legalismo siempre demanda más de las personas. Los fariseos se sentían ser las personas más justas a causa de continuarle añadiendo muchos más renglones a la ley que Dios les había dado. En este caso, para los hijos que desean ser agradecidos con sus padres una actitud tal o un ambiente así les será difícil soportarlo. Muchos padres no lo expresan con palabras, pero ellos les dan a sus hijos señales de una “desaprobación silente”. ¡Que ambiente tan miserable se crea en la vida de un hijo que experimenta tal comportamiento de sus padres! El resultado de tal crianza son personas que maduran y viven el resto de su vida “tratando de satisfacer” las demandas de otras personas, sin jamás poder lograrlo. Esto es debido a que en la vida de la ley del legalismo los deslices no son permitidos.

El espíritu de gracia bendice cada avance que se opera. Lo primero que deseo aclarar es que la gracia no se enfoca solamente en los “encantos” de la vida. Hay lugar para la gracia en medio de la disciplina y la corrección. No obstante, al observar los hechos, la gracia se deleita en cada nuevo paso de obediencia y bendición en la vida de la persona. Esto estimula al niño y hasta al adulto a avanzar a los niveles más altos de compromisos. Hay un dicho que dice lo siguiente: “Se deben dar nueve kilos de aprobación para cada kilo de corrección que se ejecute”. Cuando los hijos comprenden que no están siendo juzgados por cada error que cometen entonces se sienten libres para agradecerles a sus padres de todo corazón por el amor que les es manifestado en la relación padre-hijo. ¡Éste es el camino bíblico! Aquí se nota fácilmente que el camino de la gracia produce un mejor fruto y que tiene motivos muy superiores al camino del legalismo. Bajo la gracia, uno puede errar sin sentirse condenado para destrucción. Es por eso que, tal y como aparece en uno de los capítulos anteriores, los padres deben aceptar que sus hijos yerren. Cada padre debe aprovechar esta situación y actuar con la gracia y el amor que sólo Dios pone en el corazón humano para que sus hijos aprendan de su misma experiencia.


 

El espíritu de legalismo lleva a la persona a la esclavitud. La verdad es que la ley siempre añade más cargas sobre la persona. Al recordar lo expuesto en el libro El Progreso del Peregrino de Juan Bunyan se me hace más claro lo que significa la carga sobre los hombros del peregrino. Este libro nos enseña de una forma muy sencilla la descripción del alma que sirve bajo la esclavitud del legalismo. Cuando un padre les demanda a sus hijos más de lo que ellos pueden soportar entonces les crea una personalidad de “servidumbre” que se convierte en una esclavitud a sus demandas más caprichosas. Nosotros como padres siempre debemos pensar en la actitud sin afanes que tienen nuestros hijos. Y nunca debemos olvidar que el Señor Jesús dijo que “de los tales es el reino de los cielos” (Mateo 19.14). Por favor, nunca se hallen culpables de poner cargas insoportables sobre los hombros de sus hijos.

El espíritu de gracia libra. Cuando un niño está siendo guiado en el camino de la justicia por medio de una buena motivación y de la alabanza positiva que recibe cuando hace lo bueno, él encontrará una vida de libertad sana. La inocencia de los niños debe ser una descripción viva del glorioso Reino de Dios. Si nosotros caminamos en la gracia del Señor entonces no vamos a sobrecargar a nuestros hijos con algo que difícilmente soportan. Por otra parte, nosotros debemos ser muy cuidadosos a la hora de evaluar las capacidades de cada uno de nuestros hijos antes de repartirles las tareas a realizar. Al guiar a nuestros hijos en los caminos correctos, ellos recibirán bendiciones y libertad mientras siguen adelante en los caminos de la justicia de Dios. No obstante, yo estoy convencido que para que esto sea una realidad nos corresponde ser padres a tiempo completo.


 

El espíritu de legalismo maldice. La persona que está maldecida es una persona que ha sido abandonada. Y por lo general, una persona en este estado emocional ha recibido palabras insultantes. A menudo este tipo de persona que se ha quedado sola da señales de llevar un castigo a causa de sus propios errores. Aunque nuestro Señor Jesucristo no cometió ningún error, él llevó nuestra maldición y por eso fue abandonado por el Padre en el momento que cargó en sí nuestros pecados. Sentirse maldito o abandonado lleva a la persona a un estado emocional desesperante. Lo triste del caso es que muchos niños se sienten maldecidos o abandonados al recibir palabras duras de parte de sus padres que han actuado con mucho enojo. Quizá en ese momento el padre o la madre ha proferido palabras muy duras y junto a ello ha enviado a su hijo o a su hija a su habitación en una forma grosera. Estos niños se retiran hacia su habitación sufriendo ya que nunca fueron librados de su culpa por medio del uso de la vara. Lo que más duele es que muchos de estos niños maduran y nunca se libran de esas maldiciones verbales que sus padres les han dicho. La realidad es que una maldición verbal muchas veces tiene mucho que ver con el futuro de esa persona y hasta puede ser que se convierta en una realidad permanente en la vida de esa persona. A mí me duele mucho que cosas así sucedan. Sé que muchas veces los padres no realmente desean maldecir a sus hijos, pero eso es precisamente lo que hacen al hablarles con palabras de insultos.

El espíritu de gracia bendice. En uno de los capítulos anteriores, yo escribí acerca de cómo bendecir a nuestros hijos. Pero estoy seguro que vale la pena tocar el asunto de nuevo. La verdad es que bendecir a otra persona mana naturalmente de un corazón que anda bajo la gracia. Bendecir consiste en expresar palabras que animen, que inspiren, que motiven y que hagan que otro se esfuerce. Al bendecir de esa manera damos señales de la abundancia de nuestro corazón. Para conocer acerca de lo divino que es bendecir, escudriña la Biblia, sobre todo en los pasajes donde se encuentran juntas las palabras “Dios” y “bendiciones”. Se puede decir que Dios se mantiene obsesionado por bendecir a su pueblo. ¡Señor, por favor, haznos como tú con relación a la actitud de bendecir a otros!


 

El espíritu de legalismo es crítico. Si los padres siempre estamos criticando a nuestros hijos entonces vamos a demostrarles que somos unos legalistas. Y si vivimos siendo dominados por este tipo de conducta entonces nos será muy fácil ver las faltas de nuestros hijos, pero seremos incapaces de desarrollar tal relación de amor con ellos que les ayude a encontrar el verdadero camino de la justicia. Al negarnos a poner en práctica los aspectos positivos en el ejercicio de la crianza de nuestros hijos lo que estaremos haciendo es desarrollar un espíritu crítico negativo y destructor, una actitud sermoneadora y sin poder alguno para dominar la carne, junto a un lenguaje lleno de quejas y hasta de palabras hirientes. Yo espero que nadie desee tener un espíritu de crítica que destruya. Nosotros sabemos que tales personas se sienten miserables y que su compañía no es deseada. Amados padres, si su deseo es nada más estar tratando de “atrapar” a sus hijos en el momento que ellos cometen algún error para disciplinarles entonces yo pienso que están operando bajo un espíritu del legalismo y no de la gracia.

El espíritu de gracia juzga con misericordia. ¡Qué hermosa descripción acerca de la gracia! ¿Acaso tú conoces a una persona llena de gracia? Tales personas siempre son amistades que refrescan al alma. La regla de oro se aplica en este asunto: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Lucas 6.31). Nosotros siempre deseamos que los demás nos juzguen con misericordia, ¿verdad? Aquí me pongo a pensar en el capítulo de la Biblia que trata sobre el amor (véase 1 Corintios 13). En el versículo 7 de este capítulo, dice: [El amor] todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Pero la naturaleza humana siempre piensa primero en lo malo y actúa sin ninguna misericordia en diferentes ocasiones para así desanimar a los hijos. Seamos misericordiosos.


 

El espíritu de legalismo descubre el pecado y lo trae a la memoria como una tortura. Esto ocurre regularmente en las relaciones entre padres e hijos. Muchas veces el pecado se expone, pero sin darle al hijo la oportunidad de tener una corrección apropiada. Los padres se quejan de los errores del hijo, reprenden al hijo con palabras duras, pero nada hacen para traerle sanidad y paz a su conciencia. Eso era precisamente lo que hacía la Ley de Moisés. Esta ley exponía el pecado, pero no tenía la capacidad para traer sanidad y paz a la conciencia del infractor. ¡Qué método tan falta de misericordia! Cuando los niños viven bajo tal método o conducta de parte de sus padres entonces sus vidas se hacen miserables al siempre tener conciencias llenas de los recuerdos de lo malo que hayan hecho. Por favor, ¡nunca dejen de proveerles a sus hijos la gracia y la misericordia que se debe tener al no recordarles de forma continua lo malo que hayan hecho y al siempre mostrarles que hay una nueva oportunidad!

El espíritu de gracia perdona y olvida. Al ver errar al hijo, nuestra actitud debe ser redentora. Hagamos todo lo posible por rectificar la situación que ha surgido y luego olvidarla. Se ha dicho y está escrito que el amor cubre una multitud de pecados. Y Dios ha abierto el camino para que los padres pongan por obra este dicho. Al darle al hijo el castigo apropiado por haber errado entonces lo libramos de su mala conciencia. De esta manera le permitimos poder sentirse libre de su culpa y así poco a poco tanto los padres como los hijos olvidan la maldad cometida. ¿Acaso hay mejor manera de enseñarles a nuestros hijos acerca del amor y la misericordia de Dios que decirles de todo corazón y con toda verdad: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”? (Juan 8.11.)


 

El espíritu de legalismo se enfoca en los detalles. Aquí yo debo confesar que mi mente piensa en los fariseos. Ellos son considerados unos extremistas en cuanto a los detalles de la Ley de Moisés. Sin embargo, ellos pasaban por alto lo más importante de la ley. De igual modo, nosotros sobrecargamos a nuestros hijos al demandarles que se comporten con una perfección extrema. Muchas veces nuestras demandas pueden ser tan pesadas y tan difíciles de llevar que nuestros hijos se desaniman. Lo peor es que existen muchos hogares donde este tipo de vida es normal y los hijos se desarrollan en este ambiente de tensión que les persigue por el resto de sus vidas.

El espíritu de gracia es flexible. Cuando nosotros los padres andamos bajo la gracia entonces se pueden hacer cumplir las cosas de una manera muy distinta a la frase tan común y algo famosa de “a mi manera”. Al desarrollar un ambiente de amor y de constancia en el hogar entonces la flexibilidad de la gracia hará su obra de misericordia para redimir al descarriado. Por ejemplo, existen diversas formas de lavar los utensilios de cocina una vez que se ha terminado de comer. Este trabajo no se tiene que hacer “como yo lo hago”. Yo recuerdo que en mi negocio tuve que aprender este principio, pues mis hijos no lo administran exactamente como yo lo hacía. Mientras escribo este libro, mi hijo Samuel está administrando el negocio. Bueno, como ya lo he expuesto, él no lo hace exactamente como yo lo hice en el pasado. Sin embargo, yo le he dado la libertad para que él administre el negocio según su discernimiento y ambos nos ayudamos a hacerlo todo de acuerdo a los principios bíblicos y de la ética laboral adecuada. Al fin y al cabo, él está administrando el negocio bastante bien, aunque de una forma distinta a mis métodos.

El espíritu de legalismo se orienta según las obras. En realidad existen muchas historias tristes que este método ha producido. Cuando los padres se acostumbran a premiar las obras y las acciones perfectas de forma continua entonces se desarrolla “una escuela de obras” en la vida de los hijos. Lo cierto es que el sistema de las obras nunca trae satisfacción ya que no se sabe si se ha hecho lo suficiente. Por lo general, los niños que crecen en tal ambiente viven con este modo de pensar durante el resto de sus vidas. Estos niños viven toda su vida tratando de procurar una bendición o de ganar algún premio a causa de una obediencia “perfecta”. El resultado de esto es que nunca se sentirán seguros, pues todos tropezamos a veces. Los niños que crecen en medio de este espíritu de legalismo se sienten rechazados al verse en medio de un fracaso. A mí me entristece pensar que muchos niños reciben amor solamente en los momentos cuando cumplen bien todas las demandas de los padres. ¿Acaso Dios opera de esta manera? Ya sabemos la respuesta.

El espíritu de gracia se orienta según una relación de amor. La meta más alta en la vida que obra en la gracia y la verdad es la excelencia del amor verdadero en las relaciones personales. Existen varios puntos escritos en forma de mandamientos en el Nuevo Testamento que nos indican la forma de cómo debemos relacionarnos entre nosotros y con Dios. Nosotros primeramente debemos tener una buena relación con Dios para poder tener una buena relación con los demás. Por otro lado, se hace imposible tener una mala relación con las demás personas y pensar que tenemos una buena relación con Dios. El cimiento de cada relación es el amor incondicional. Somos cristianos porque Dios “nos hizo aceptos en el Amado” (Efesios 1.6) al arrepentirnos y convertirnos a él (véase 1 Tesalonicenses 1.9). Esta teología debe penetrar en nuestros hogares de forma tal que nuestros hijos se den cuenta constantemente que les amamos incondicionalmente. Nuestros hijos deben ser capaces de sentir que les amamos de todo corazón aun cuando les estemos disciplinando con la vara. ¡En esto radica la verdadera gracia!

Conclusión

Yo deseo hacer una definición mucho más profunda de la palabra “legalismo”. Yo reconozco que es bueno usar (y yo mismo lo hago) “normas” en el hogar, pues los hijos “está[n] bajo tutores y curadores hasta el tiempo señalado por el padre” (Gálatas 4.2). No obstante, esta “ley” debe ser ejecutada por medio de la gracia que habita en el corazón del creyente que anda en el Espíritu Santo. El deseo principal de los padres debe ser guiar a sus hijos al conocimiento personal de la salvación que hay en Cristo Jesús. Cada “norma” o regla dentro del hogar debe estar encaminada a enseñarles a los hijos acerca del amor de Dios y la forma de caminar a diario con él.

Una pregunta que debemos hacernos debe ser la siguiente: ¿Acaso yo soy un padre amoroso que guía e instruye, o es que me he convertido en un legalista inflexible y sin misericordia?

La realidad es que si nos apoyamos demasiado de la “ley” entonces lo que vamos a formar será a un mundano rebelde o a un fariseo. Y si mezclamos mucha gracia con “ley” entonces, con la ayuda de Dios, formaremos a un fiel discípulo del Señor Jesucristo.

Ahora para terminar de desarrollar este capítulo lo haré por medio de una historia verídica. Hace algunos años, yo practiqué una sesión de consejería a una joven pareja con respecto a su vida hogareña. Esta pareja estaba preocupada por su hija que en aquel momento tenía tres años de edad. Lo cierto es que esta pequeñita se comportaba de una manera desobediente y el padre no podía relacionarse con ella de ninguna forma. De hecho, él no estaba agarrándose fuertemente y de forma consistente de la gracia de Dios en su vida.

Mientras esa familia y yo charlamos en mi oficina aprendí mucho acerca de esa pequeña niña. Yo me di cuenta que cada movimiento que ella ejecutaba lo hacía mostrando un gran temor hacia su padre. Yo pude discernir en aquel mismo momento que ella había recibido mucha corrección por cada error cometido, y que probablemente no había mucha comunicación de parte del padre hacia su hijita. Mi corazón se conmovió al percibir la rotura existente que había entre la relación del padre y su hija. No pudiendo refrenarme más, yo le compartí al padre lo que había percibido en aquel momento. Le dije:

—Tú estás actuando controlado por un espíritu legalista al procurar criar a tu hija.

Entonces fue así que traté de ayudarle a comprender que de forma gradual él estaba convirtiendo a su hija en un robot debido a su legalismo. Dios le abrió los ojos en aquel momento. ¡Aleluya! Ese hombre se quebrantó de corazón y lloró como un bebé al percibir la forma legalista bajo la cual estaba actuando con su hija. Ese mismo día nos gozamos de un dulce tiempo de arrepentimiento por parte de este padre y la vida hogareña de esa familia cambió a partir de ese momento.

Quizá tú también sientas muchos deseos de hacer lo mismo para mejorar tu relación con tus hijos al haber terminado de leer este capítulo que trata sobre la forma de relacionarnos en el hogar. Si sientes deseos de llorar; anda, hazlo. Es mucho mejor llorar ahora que seguir en el camino del fracaso. Yo he aconsejado a varias personas en muchas ocasiones que hagan lo siguiente: “Llora ahora o vas a llorar en el futuro. La decisión es tuya.”

Oración

Amado Señor, ayúdanos a comprender la diferencia entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Abre nuestros ojos para ver estas verdades y ayúdanos a ponerlas en práctica desde este mismo momento por amor a nuestros hijos, quienes están sufriendo a causa de nuestra ignorancia. Enséñanos cómo debemos caminar en el Espíritu Santo para que nuestros hogares rebosen de tu gracia. Amén.