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La búsqueda de una descendencia para Dios

© 2004 por Denny Kenaston

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CAPÍTULO 13

Bendiciones: la llave a
la obediencia

Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.
(1 Juan 4.19)

Ya he escrito algunos capítulos que tratan el tema de la visión que debemos tener con relación a la crianza de nuestros hijos. Me parece que esto es imprescindible para llevar a cabo de forma consistente la práctica en la crianza de los hijos. Al ser encantados con la visión de Dios por nuestras familias, nosotros recibiremos el poder diario necesario para ponerla por obra. Pues, ya que el tema de la visión ha sido suficientemente abordado, ahora vamos a doblar la esquina para entrar en lo práctico acerca de la crianza de los hijos.

En su esencia, el título de este capítulo entraña la sabiduría más profunda que se pueda cosechar acerca de la crianza de los hijos. En un sentido, es la fuente de la cual mana todo lo demás. Yo he escogido la palabra “bendiciones”. En su lugar, yo bien hubiera podido escoger la palabra “amor”. Pero, puesto que estamos tan acostumbrados a esta palabra, nosotros siempre pensamos que ya amamos a nuestros hijos lo suficiente. Por esto, existe el riesgo de entrar apresuradamente en castigar con la vara y administrar normas de santidad, pasando por alto las bendiciones, el amor y una buena relación entre padres e hijos. Yo no deseo que tú hagas esto, pues es un error muy común en muchos padres.

Desde hace muchos años, yo he notado que muchas personas escuchan primero el sermón referente a la disciplina (de la serie de sermones sobre el hogar piadoso anteriormente mencionada). Los sermones de esa serie son doce, pero muchas veces las personas escuchan primero el sermón acerca de la disciplina, el cual realmente se ubica a plena mitad de la serie. Esto me llevó a formularme la siguiente pregunta mentalmente: ¿Por qué deciden escuchar ese sermón antes que los demás?

Con el pasar de muchos años, yo ahora entiendo el porqué; y me puse triste al enterarme de ello. Las personas escogen ese sermón porque piensan que al castigar con la vara harán que se cure todo lo erróneo en su vida hogareña. Pero yo sé que castigar con la vara no remediará todos los problemas. De hecho, lo que hace falta en muchos hogares es algo mucho más fundamental que castigar con la vara o aplicar otra disciplina.

La ley es amor

Nuestro Señor Jesucristo tuvo la capacidad de hablar todo en términos muy sencillos. Los fariseos siempre le acechaban para hacerlo caer en cuanto a las leyes y las tradiciones. Pero Jesús resumió toda su enseñanza en dos frases cortas, diciéndoles: “De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22.40). Y estos dos mandamientos son amar a Dios de todo corazón y a tu prójimo como a ti mismo.

Aunque los religiosos de aquella época no entendieron lo penetrante de las palabras que Jesús les dijo, no es necesario que nosotros sigamos en su ceguera. Todo el evangelio se funda en el amor. Y de igual manera, todo lo que escribo en este libro también se basa en el amor y obra por medio del mismo. Pablo lo aclaró más al explicarnos que “si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13.3).

El problema fundamental de los fariseos era que ellos hicieron muchas cosas correctamente, pero sin amar a Dios o a sus prójimos. Amado lector, nosotros podemos llegar a hacer lo mismo con nuestros hijos al dejar “lo más importante de la ley” (Mateo 23.23) y pasarles a nuestros hijos una religión muerta en lugar de una fe viva. Sin duda alguna, yo puedo informarles en forma de advertencia que los resultados no serán buenos si actuamos de esa manera. La ley es el amor y la motivación en un hogar para Dios se debe basar en el mismo amor. ¡Que nunca lo olvidemos, mientras comenzamos a estudiar la parte práctica de la crianza de los hijos!

Hace un tiempo atrás, cuando la serie de mensajes The Godly Home (“El hogar piadoso”), grabados en casetes, empezó a circular entre los cristianos de habla inglesa, yo recibí muchas llamadas telefónicas penosas. Algunos padres me llamaban, explicándome que mis enseñanzas no les habían dado buenos resultados. Por lo general, estas palabras se referían al mensaje sobre la disciplina, el cual las personas que llamaban habían escuchado primeramente. Algunos de esos padres me dijeron:

—Mi hijo no responde tal y como usted lo dijo en el mensaje del casete, ya que al terminar de darle el castigo con la vara, él y yo no quedamos muy amigos.

Inicialmente, yo no sabía qué decirle acercas del problema. Pero invertí mucho tiempo en la oración y en la meditación personal, pidiendo una respuesta del Señor. Y cierto día, la respuesta me fue dada. El problema fundamental era la carencia de amor. ¡El amor hacia los hijos es la llave para traer resultados positivos!

Jackie y yo castigamos a nuestros hijos utilizando la vara, pero usamos la vara en un ambiente donde se mueve una relación amorosa. Y es por eso que recibimos resultados maravillosos con el uso de la vara. No obstante, muchos padres no son íntimos amigos de sus hijos, y sin tal relación de amor el uso de la vara puede traer resultados desastrosos.

Para dar prueba a la veracidad de lo que me había sido inspirado por medio de mi estudio y oración a Dios, yo decidí preguntarles a los padres que me llamaban por sus inquietudes si ellos tenían buenas relaciones con sus hijos. Yo empecé a preguntarles lo siguiente: “¿Cómo es tu relación con tu hijo? ¿Acaso es una relación de amor, confianza y cariño?” Cada vez que les hice estas preguntas a los padres que me habían dicho que mis enseñanzas no les habían dado buenos resultados, yo recibí la misma respuesta. Ellos siempre me confesaron que estaban necesitados de una relación más cariñosa con sus hijos. En ese momento, yo me di cuenta que faltaba algo en mi enseñanza en cuanto a la imprescindible necesidad de una íntima relación entre los padres y los hijos para que así el uso de la vara trajera los resultados deseados. Jackie y yo amamos a nuestros hijos desde lo profundo de nuestro corazón y no me había dado cuenta que algunos padres podrían castigar con la vara fuera del contexto de una relación tierna y amorosa para con sus hijos. La ley es amor y el amor trae bendiciones que jamás pueden obtenerse fuera del mismo. Además, el amor es la llave misma que abre el gran portón de las muchas oportunidades positivas en la crianza de los hijos.

La carga de Dios en las relaciones
del hogar

Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres (Malaquías 4.6).

En los próximos capítulos, yo voy a tratar más detalladamente este versículo. Pero en este mismo instante yo deseo que por un momento nos enfoquemos en la carga que tiene el Señor en su corazón. En el versículo de la cita de arriba se nos revela la inquietud e interés que tiene Dios en cuanto al manantial de amor que debe fluir de los padres hacia sus hijos y de los hijos hacia sus padres. El manantial de amor y bendición que debe existir entre padres e hijos es el cimiento para todo el proceso de la crianza de los mismos. ¿Recuerdas “el primer amor” que mencioné en el capítulo tres? Este primer amor fue el que, en los primeros días después del nacimiento de tu hijo, unió tu corazón con el de tu hijo. Tal primer amor debe ser la piedra fundamental sobre la cual se edifica el amor creciente y permanente entre los padres y los hijos. Un corazón se une con otro corazón, formando así una unidad que se hace mucho más íntima con el pasar de los días. Si esta conexión de amor se pierde desde muy temprano, ya sea por ignorancia o por negligencia, entonces aparecerán muchos problemas en el desarrollo de la vida del hijo.

Tal relación íntima es muy bien comprendida por muchas madres, pues ellas lo pueden hacer por el instinto de su amor maternal. La madre instintivamente estimula a tal amor mientras cuida al bebé. Ella le habla a su bebé mientras lo sustenta, aunque él realmente no entiende nada de sus palabras. Sin embargo, la madre comprende que existe una comunicación de amor en cada una de sus palabras cariñosas. Todo esto la hace unirse a su bebé en un vínculo de puro amor.

Pero la carga de Dios en Malaquías 4.6 hace referencia a los padres. Yo he encontrado que muchos padres no tienen intimidad con sus hijos. Sin embargo, estos mismos padres muchas veces se quejan que no existe una relación de cariño con sus hijos. Además, muchos de estos padres se sienten confusos a causa de una carencia de obediencia y respeto hacia ellos por parte de sus hijos. De hecho, tales padres no han comprendido la conexión que existe entre una relación de amor y la obediencia y el respeto. El amor engendra la obediencia y el respeto. Hermanos, ¡la carencia de una relación de amor entre padres e hijos y viceversa viene a ser parte de “los escombros de muchas generaciones”! (Isaías 61.4.)

Nos toca ahora a nosotros como papás seguir el buen ejemplo de nuestras esposas y fundar así un vínculo de amor con nuestros hijos mientras ellos todavía son pequeños. Sé que muchos de nosotros estamos o hemos estado algo “mutilados” con relación a esto debido a que de seguro nuestros padres también estuvieron mutilados en esa área. Ellos no tuvieron una relación íntima con nosotros, y ahora nosotros no sabemos cómo tener una relación íntima con nuestros hijos. ¡El ciclo tiene que romperse!

Nosotros podemos aprender cómo edificar excelentes relaciones con nuestros hijos; Dios nos ayudará si se lo pedimos. Yo mismo puedo testificarles de la gracia de Dios con respecto a este asunto, pues no sabía cómo lograr una relación personal con mis hijos. No obstante, Dios y mi esposa me lo enseñaron. Muchos padres viven con la idea falsa que ellos no tienen nada que ver con sus hijos hasta que los mismos alcancen cierta edad. ¡Eso es una gran mentira del mismo diablo! Desde el principio del nacimiento de nuestros hijos, es necesario fundar un cimiento de amor con ellos. Luego, durante todos los días de nuestra vida, nosotros debemos ser capaces de edificar una estructura sólida y firme sobre esa importante relación de amor.

Desde que mis hijos vinieron a este mundo, ellos han escuchado de forma continua la voz de su padre. Recuerdo cuando Jackie me pidió que cuidara del bebé recién nacido para así ella poder atender los quehaceres de la casa. Yo siempre lo hice con un propósito bien definido: Aquello era un privilegio en forma de oportunidad para comunicarme con él. Yo le hablaba al bebé con palabras amables y él me respondía con sonrisas y al mover sus pies. Algunos padres que carecen de discernimiento tal vez piensan que todo esto es pura tontería, pero yo no lo creo así. Entonces yo le hablaba al bebé con mucha ternura y le mostraba algunos juguetes y hasta trataba de jugar con él. Bueno, es cierto que existe algo más profundo en las palabras que el mero sonido. En la comunicación verbal, un corazón le habla a otro corazón, y el espíritu de amor le es trasmitido al infante. Muchas veces nos comportamos como ciegos cuando se trata de la dinámica invisible de la comunicación, pues solo nos damos cuenta del pequeño cuerpo del bebé, olvidando que él es un ser eterno con una alma que nunca cesará de existir. Yo a propósito utilizo la palabra “comunicación” debido a su significado tan impactante. Esta palabra significa un intercambio de información que fluye en dos direcciones. Y esto es exactamente lo que un padre debe experimentar con su hijo.

Como padres, nosotros debemos ser los propiciadores de tal intercambio de amor para con nuestros hijos. Aunque esto es tan obvio, muchas veces es pasado por alto. Nuestro Padre celestial es el supremo ejemplo con respecto a esto que escribo, pues vemos en la Biblia que “nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4.19). ¡Qué triste es que un niño crezca con un padre o una madre que no se interese por él o por ella! Pero la verdad es que esto es una epidemia en nuestro mundo actual. De hecho, nosotros estamos cosechando las consecuencias de la falta de interés en las muchas generaciones de padres del pasado. Dios se preocupa y se interesa en cuanto a las relaciones entre los padres y sus hijos.

Yo he hecho que jugar con mis hijos sea una prioridad en mi vida y esto lo hago continuamente mientras ellos crecen. Me tiro al piso como un niñito y con un juguete y… ¡nos vamos! ¡Bro---oom! ¡Bro-oom! ¡Bro---oom! En nuestra imaginación con ese pequeño tractor aramos los campos juntos. Luego, los dos sembramos el maíz y lo cosechamos. Al final, lo guardamos en un granero imaginario… ¿Qué hago al jugar de tal manera? Para mí realmente jugar de esa manera no es algo que me ofrezca un gran “alivio” a las presiones que muchas cosas y personas ejercen sobre mi persona diariamente. Entonces, ¿por qué lo hago? Lo hago porque de esa manera yo me estoy relacionando con mi hijo en una relación de amor. Su rostro irradia de gozo cuando él me ve entrar a la casa y mi rostro le responde del mismo modo. ¡Somos muy amigos!

Estimado padre, ¿alguna vez has jugado con tu hijita y has tomado en tus brazos su muñeca? ¡Haz la prueba! Toma su muñeca favorita, finge que la estás alimentando y luego cárgala en tus brazos por un rato, observando la reacción de gozo de tu pequeña hijita. Tú vas a notar una mirada amorosa en su rostro mientras ella te ve jugar con sus muñecas. ¡Amados padres, esto no es sólo jugar! De hecho es el fundamento de un amor y respeto mutuo que durará para toda la vida. ¡Sí, tu hija va a pensar que tú eres el mejor papá en todo el mundo porque le diste parte de tu tiempo y tu atención!

En cierta ocasión, alguien me preguntó:

—¿Qué hace usted para que su hijo de 12 años le hable de asuntos personales? —Aquí estamos frente a una pregunta muy importante. Yo voy a compartir contigo cómo tratar de lograr esta meta. Permítele que te hable de todo lo que él desee hablarte cuando él tenga cinco años y tú también háblale o respóndele sus interrogantes durante ese tiempo para que después cuando sea mayor, lo continúe haciendo. ¡Sé su compañero más querido, su mejor amigo! Sé su papi y su dulce amigo. Nunca olvidaré la primera vez que mi hija Elisabeth me llamó su “papi, dulce amigo”. Esto ocurrió ya hace muchos años, cuando ella tenía unos cuatro años de edad. Yo la llevaba en mis brazos y ambos subíamos por una escalera. En plena mitad de camino, ella me hizo detener, puso sus manitas en mi cara y me dijo con una voz muy tierna:

—Papá, ¿sabes qué? Tú eres mi papi, dulce amigo. —Desde aquel día, yo me sentí más enamorado de mi hija y de la vida. Al reflexionar en esas palabras, pensé que existe mucho sentido en esas palabras: eres dulce, eres mi papi y eres mi amigo. ¡Qué bendición!

Edifica una buena relación con tus hijos sobre el fundamento del amor. Acércate a ellos con la misma humildad y amor que Jesús se acercó a los niños y les prometió el reino de los cielos, el galardón más grande que existe para un hijo de Dios. Llévalos sobre tu espalda, juega con ellos al caballito y nunca dejes de mostrar interés en sus cosas de niños. Es bueno también que todos sepan gozarse en los tiempos de alegría, que trabajen juntos y que anden mano a mano diariamente. Entre más cariñosa e íntima sea tu relación con ellos, más receptivos serán a lo que tú quieras ponerles en sus corazones.

El poder del amor

Al manifestarles un amor sincero a nuestros hijos, nosotros los padres formamos un vínculo mutuo de respeto y honor en sus mentes y en nuestra relación para con ellos. Tal vínculo es sumamente importante en el momento de la enseñanza, de la instrucción y del castigo con la vara debido a que este vínculo es lo que hará que el hijo o la hija se anime a obedecer de forma natural y con el deseo de complacer a sus padres. Si tú tratas de criar a tus hijos e hijas sin tal vínculo, entonces vas a encontrar muchos más problemas a la hora de ellos obedecerte.

Pongámonos a cuentas otra vez. En tu experiencia personal con Dios, ¿qué te motiva a servirle? ¿Es el temor a su castigo o es el amor y las bendiciones que Dios derrama sobre tu vida a diario? En mi caso es esto último lo que me motiva. Del mismo modo, nuestros hijos responden mejor cuando les amamos. Ellos prosperan bajo la mirada de sus padres, quienes irradian bendiciones para ellos. Así es la teología del Nuevo Pacto y así también es el cimiento de nuestro servicio a Dios. Dios nos ama y nos acepta como hijos amados. Es por eso que nos animamos a obedecerle y a servirle.

Hace algún tiempo, cuando nuestra hija Esther todavía era muy pequeña, nosotros empezamos a darnos cuenta de un inquietante problema en su obediencia. Nos parecía que ella no respondía de buena forma cuando se le pedía que hiciera algo. Dicho en otras palabras, su obediencia era lenta y sin muchos deseos.

Nosotros analizamos este caso durante algunas semanas, lo que nos llevó a pensar que tal vez teníamos una hija de carácter fuerte. Por supuesto, nuestra reacción natural fue aplicarle un castigo más fuerte para hacer que su voluntad se sujetara a la nuestra. Sin embargo, orando sobre este asunto cierta mañana, el Señor me habló en lo interior de mi corazón para decirme:

—Quizá tu hija necesite un poco más de tu cariñosa atención paternal.

Yo recibí esta palabra con un corazón abierto y me puse a la obra para tratar de arreglar mi relación con nuestra amada hija. Durante las tres semanas siguientes, yo la llevé conmigo a hacer algunas compras e invertí un poco más de tiempo en leerle libros o simplemente en platicar con ella acerca de lo que ella deseaba platicar. Al yo enfocar mi atención en nuestra amada hija, empezamos a ver muchos frutos buenos en su vida. El problema de su defectuosa desobediencia se enmendó. Además, yo me di cuenta del gran gozo que irradiaban sus ojos al verme entrar a la casa. ¡Parecía ser que ella deseaba estar conmigo todo el tiempo!

Hace unos cuantos años, yo prediqué en una iglesia en la parte norteña del estado de Pensilvania. Un amigo me hizo unas preguntas “difíciles” referentes a la crianza de los hijos. Me preguntó:

—Hermano Denny, ¿qué debo hacer con mi hijo que tiene un carácter fuerte?

Este amigo tenía un hijo de casi dos años de edad. Entonces él me pidió algunos consejos para tal hijo tan “difícil”. Yo no le di una contestación inmediata, aunque yo sabía la respuesta. Más bien, le dije:

—Sí, yo tengo un gran consejo para ti. Sin embargo, yo tengo dudas acerca de si tú realmente estás listo para recibirlo. —Yo con esto estaba estimulándole de manera que él me prestara toda su atención. Y mi estrategia de estimulación sirvió, porque muy pronto él me estaba rogando que le compartiese mi consejo.

Luego le dije:

—El consejo es T-I-E-M-P-O —le dije, pronunciando de forma específica cada letra.

Luego, yo le expliqué que es algo fundamental que nos corresponde hacer si deseamos edificar una excelente relación con nuestros hijos. Es una gran ironía conocer que vivimos tan modernizadamente y que no tengamos mucho T-I-E-M-P-O disponible, a pesar de tener una tecnología mucho más desarrollada que supuestamente nos debe permitir tener más tiempo. Estoy seguro que mi amigo pensó que yo le aconsejaría que le aplicara a su hijo muchos más castigos con la vara, pero esto no es lo que hace falta en muchos hogares. Algunas personas piensan que la vara es la llave para obtener prontos resultados positivos en cada problema, pero no es así. Aunque es cierto que el uso de la vara se hace necesario a veces, un libre fluir de amor y respeto entre los padres y los hijos es mucho más efectivo que el castigo con la vara. Por favor, invierte el tiempo que te tome para acercarte a tu hijo y para vincularte con él o con ella.

La ley de bendición del Nuevo Pacto

Al repasar todo el Antiguo Testamento, nosotros podemos observar ejemplos prácticos acerca del principio de “bendecir”. Los padres judíos bendicen a sus hijos todos los viernes por la noche. De hecho, Dios fue el que inició la práctica de bendecir, comenzando con la bendición que les dio a Adán y a Eva. Los padres bendecían a sus niños, los líderes bendecían a los que asumían el mando tras ellos y los ancianos bendecían a sus hijos antes de morir.

Para mí es hermoso pensar en una fila de hijos que esperan su turno para recibir una bendición oral de su padre. Hace algún tiempo, mi familia y yo estábamos en una fila, esperando para poder entrar a cierto edificio en una ciudad, cuando un hombre judío se nos acercó. Parece ser que él pensó que yo también era judío. Bueno, nosotros charlamos un rato acerca de muchas cosas, incluyendo al Mesías. Yo le pregunté acerca de su familia. Al escuchar mi pregunta, su rostro irradió gozo y me dijo muchas cosas acerca de sus hijos. Mientras él me hablaba, se me ocurrió preguntarle si él bendecía a sus hijos. Se lo pregunté y ¡sí, yo supe que él practicaba esa costumbre todos los días viernes!

Cierto día, cuando estaba meditando sobre este principio de bendecir, me di cuenta que el mismo era un ritual del Antiguo Testamento, una ley que se debía cumplir. Pero yo he aprendido, estudiando la Palabra de Dios, que lo que Dios mandó como un deber en el Antiguo Testamento se convierte en un hermoso modo de vivir en el Nuevo Testamento, por medio del poder del Espíritu Santo. Por ejemplo, los israelitas diezmaron de sus bienes en el Antiguo Testamento, pero ahora nosotros en el Nuevo Testamento damos todo con gozo: dinero, tiempo, planes, además de cada parte de nuestra vida. Entonces, si “la bendición” fue un ritual, un deber, en el Antiguo Testamento, la misma debe ser un modo de vivir en el Nuevo Testamento. Pero, ahora viene la pregunta: ¿Cómo se pone en obra esa bendición en nuestro andar diario?

Tus hijos necesitan tu bendición todo el día. Es la voluntad de Dios que ellos crezcan en un ambiente de amor fehaciente. Pese a que me gusta muchísimo el ritual de bendecir a los hijos las noches de los viernes, yo no creo que esto sea suficiente. De hecho, los hijos necesitan vivir en un ambiente de bendiciones continuas de parte de los padres. ¡Oh, cuán poderosa es tal estilo de vida! Los efectos de ella no se pueden calcular.

Imagínate a un padre judío que su hijo se le acerca para recibir la bendición. El rostro del padre luce radiante al mirar a su hijo y entonces le extiende su mano para tocarlo, pronunciando palabras de valor y amor sobre su vida. Yo pienso que esto debe ocurrir todos los días, aunque no como un deber, sino como un privilegio. Por otra parte, yo creo que lo mismo les toca hacer también a las madres. No obstante, yo reconozco que hay algo especial en la bendición de un padre. Tal vez puede ser por la razón que él representa a Dios ante los hijos. Ahora bien, vamos a tratar de llevar a cabo esto como un modelo en nuestro andar diario. Hagámoslo y observemos los resultados. Las ocasiones que se mencionan a continuación son oportunidades para bendecir a los hijos:

• Cuando se despiertan por la mañana, lo primero que ellos deben experimentar y escuchar son palabras de amor.

• Cuando tú les preguntas cómo andan en sus tareas escolares.

• Cuando tu hijo haya cumplido bien alguna encomienda que tú le hayas dado.

• Al reunirse toda la familia alrededor de la mesa para comer.

• Cuando tu hijo te confiesa que cometió un error.

• Al regresar ellos a casa, después de tomar su tiempo de juego.

• Después de castigarlo con la vara por haber desobedecido.

• Cuando tu hijo venga a visitarte a tu trabajo.

• Luego del culto familiar y la oración a la hora de ir a la cama.

• En el día de sus cumpleaños o en otro evento especial de sus vidas.

• Cuando esté por salir del hogar por un tiempo determinado.

¿Te das cuenta que la bendición del padre de familia se puede incorporar en todas las situaciones de la vida familiar? ¡Estas oportunidades para bendecir a tus hijos pueden cambiar el rumbo y el ambiente de tu hogar! Si tú entendieras el poder de la práctica de bendecir a tus hijos, entonces empezarías a ponerlo por obra de forma inmediata. Los hijos florecen bajo tal cuidado. Lo cierto es que la bendición es el lubricante que hace que muchas de las demás cosas en la crianza de los hijos anden bien. Y por si no lo sabías, el momento de la bendición es contagioso: ¡toda la familia va a querer participar en ese momento tan especial!

Ya hace algo de tiempo que, mientras nuestro hijo menor tenía dos años, toda mi familia estaba reunida para compartir una merienda un día domingo por la noche. Todos nos gozábamos con el pequeño David, platicando y riéndonos, pues a tal edad los pequeños son siempre una bendición. Todos le mostraban cariño y además mostraban su complacencia para con él. Al contemplar este episodio en mi mente, pensé, David, tú lo tienes todo. No tienes ninguna idea de cuán bendecido eres realmente. Allí estaba él, rodeado de amor y cariño. No solamente de parte de su padre y de su madre, sino de siete hermanos y hermanas más. ¡Qué vida tenía él! ¡Qué gran influencia se le daba! David no va a crecer pensando que él no vale nada. Y esa es la voluntad de Dios, pues cada ser humano vale mucho para él. A nosotros nos corresponde hacerles saber esa valoración a través de nuestro amor hacia nuestros ellos.

Por todos lados hay tantas personas heridas emocionalmente y rechazadas. Muchas veces las cicatrices emocionales causadas durante la niñez por el rechazo de los padres son profundas. ¡Qué trágico es! En ocasiones el sufrimiento a causa de este tipo de rechazo continúa en la vida de esa persona hasta que la misma se hace adulta y entra en el matrimonio. Muchas veces tal persona repite tal rechazo, o demanda un amor que nunca tuvo en su vida. Ambas cosas son peligrosas para una relación. Tanto rechazar a una persona o vivir demandando “amor” de otra persona es dañino para una relación conyugal. El matrimonio se basa en el principio de dar y no tanto de recibir. Y el rechazo es el cuchillo que rompe el lazo del amor en el matrimonio. Qué tristeza me da al darme cuenta que muchos hogares en la actualidad están produciendo personas disfuncionales o personas que no pueden auto dominarse o auto dirigirse en el mundo real que vivimos a diario con nuestras cargas y responsabilidades. Los matrimonios se rompen a montones a diario, las cárceles continúan llenándose a diario y aun la salud física de muchas personas se ve afectada a diario debido a la negligencia de los padres en el hogar.

Hace unos meses, yo estuve en una reunión donde se predicó un sermón acerca de los padres y la negligencia de los mismos en cuanto a que no se están mucho tiempo en sus hogares. El predicador hizo la siguiente pregunta: “¿Cuántos de los que están en esta reunión alguna vez escucharon a su padre decirles: ‘Te amo’”? Debido a la carga que llevo por los hogares de nuestra tierra, yo miré alrededor para ver cuántas manos se levantaban. Lo que vi me dio un duro y penoso golpe en el corazón. De hecho, aquello fue devastador para mí. El 90 por ciento de las personas que estaban en aquella reunión levantaron la mano como muestra que su padre nunca les había dicho: “Te amo”. El predicador siguió diciendo que él había hecho la misma pregunta muchas veces con anterioridad en auditorios parecidos y siempre obtuvo los mismos resultados.

Un deseo natural de complacer
a los padres

En el corazón de cada hijo, Dios ha colocado un deseo natural de complacer a sus padres. Por naturaleza, nuestros hijos nos aman y nos perdonan muchas de nuestras faltas. La mayoría de nosotros hemos visto el rostro de gozo de un hijo que ha hecho algo con el fin de agradecerle a su padre por sus bondades, buscando su aprobación. ¡Ellos desean complacerle!

Nosotros como padres debemos aprovechar cada oportunidad, demostrándoles a nuestros hijos cariño y amor. Si tratamos de ganarnos el corazón de nuestros hijos y procuramos ser sus amigos, entonces vamos a recibir una clase de obediencia de parte de ellos mucho más especial que el puro “tengo que hacerlo”. No obstante, muchos padres pisotean ese deseo a razón de su propia negligencia; ellos están demasiado ocupados en sus cosas. A tales padres les llamo “padres de más tarde”. Sus hijos se les acercan una y otra vez para recibir de ellos bendición y aprobación, pero los hijos siempre escuchan: “Ahora no. Yo estoy demasiado ocupado. Quizá más tarde.”

En mi corazón, yo siento pena por los hijos de los padres demasiado ocupados. El celo que tienen de complacer a sus padres se va extinguiendo paulatinamente. No obstante, en muchos casos de padres cristianos, muchas veces ellos siguen demandando la obediencia y el respeto de parte de sus hijos, pero sin una relación de amor y ternura con ellos. Esto es algo que bien se puede llamar perversión. La Biblia llama a esto iniquidad, pues es la verdad sin equidad. Yo no estoy queriendo decir que no debemos requerir la obediencia de nuestros hijos; pues afirmo que sí, ellos deben obedecernos. Lo que quiero decirles es que nosotros los padres debemos cumplir con nuestra parte para que nuestros hijos lo vean y se animen a cumplir con la suya. Si existe alguna relación forzada con alguno de tus hijos, te ruego hacer lo necesario por arreglar tal situación. A veces les toca a los padres arrepentirse y arreglar cuentas con sus hijos. Si tú eres uno de esos “padres de más tarde”, yo te animo a que tengas una reunión de avivamiento familiar en la cual todos arreglen sus cuentas los unos con los otros. Te toca a ti ser el ejemplo, humillándote y diciéndoles a tus hijos: “He pecado”. Si haces esto, tú vas a escuchar a tus hijos decir: “Te perdonamos”. Y así ellos van a darte la oportunidad de cambiar.

Procura vincularte con tus hijos. Ten un propósito definido en tener una mejor relación con ellos. Eso es imprescindible antes de continuar con la lectura y la práctica que aparece en este libro.

Oración

Padre Celestial, ten misericordia de nosotros. Hemos pecado contra ti y contra nuestros hijos. Perdónanos en el nombre del Señor Jesucristo. He estado demasiado ocupado y lo veo claramente en este momento. Además, mis prioridades no son correctas. Me arrepiento delante de ti en este momento. Voy a cambiar y a arreglar las cuentas con mis hijos. Deseo convertir esta maldición en una bendición. Dame la gracia para cumplir mis responsabilidades, pues no puedo por mis propias fuerzas. Sin tu ayuda, yo voy a fracasar otra vez. Abre mis ojos, Padre amado, para que en el futuro pueda ver mi necesidad más claramente y para que nunca vuelva a mi necedad. Oro también por mis hijos. Renuévales el deseo de complacerme, y dame sus corazones. Oro todo en el nombre del Señor Jesucristo, amén.