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La búsqueda de una descendencia para Dios

© 2004 por Denny Kenaston

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CAPÍTULO 11

Hogares de todo corazón

Escogeos hoy a quién sirváis; (…) pero yo y mi casa serviremos a Jehová.
(Josué 24.15)

Estas palabras tan conocidas fueron dichas por Josué, el hijo de Nun y siervo de Moisés. Si tú lees las palabras fuera de su contexto entonces parecen ser las palabras de un joven soñador. Pero no fue así. Josué las pronunció hacia el final de su vida, cuando ya tenía 110 años y estaba a punto de morir. Más de 70 años habían pasado desde que Dios dijo que Caleb y Josué “fueron perfectos en pos de Jehová” (Números 32.12).

Al recapitular los años de su fiel servicio a Dios, nosotros podemos observar con claridad que Josué sí sirvió a Dios de todo corazón durante toda su vida. Tan inspirador es el versículo de la cita de arriba que muchos de nosotros lo tenemos escrito en cuadros colgados en la pared para expresar el deseo de nuestro corazón en cuanto a nuestra vida hogareña. Josué sabía que su vida estaba por terminar y hablaba proféticamente, proclamando su intención y la de su familia de seguir en pos de Jehová.

Es fácil entender cómo él pudo decir estas palabras con relación a sí mismo, pero ¿cómo pudo decirlas con relación a sus hijos? Yo pienso que él pudo pronunciar tales palabras con relación a sus hijos porque sabía que le había pasado a su descendencia su devoción y amor hacia Dios. En la época que Josué hizo esta declaración vivían cuatro generaciones de su descendencia y precisamente a esta descendencia él hizo referencia al decir “mi casa”. Él era un verdadero patriarca al mirar a su descendencia y decir: “Mi casa servirá al Señor”. El hogar de Josué constituye un hermoso ejemplo de un “hogar de todo corazón”.

Un hogar judío

Hace algunos años en una noche de sábado, mientras yo preparaba un mensaje sobre la vida hogareña, el Señor dirigió mi mente a estudiar la vida hogareña de los judíos. ¡Éste probó ser uno de los estudios más revelantes que he hecho! Tan emocionado estaba luego de preparar mi sermón que casi no podía contenerme hasta el momento de predicar.

Yo estudié tanto la vida hogareña de los judíos así como la historia de ellos, examinando el orden de sus hogares y los métodos que utilizaban para criar a sus hijos. Este estudio me confirmó que los israelitas espirituales enfocaban todas sus energías y esfuerzos en criar a sus hijos para Jehová. Y en medio de mis meditaciones sobre este asunto, yo me di cuenta de repente que ¡Juan el bautista y Jesús fueron criados en esa clase de hogares! Estoy convencido que cuando el pueblo de Dios se consagra en criar a sus hijos para él, o sea, cuando eso se convierte en la primera prioridad, ¡seguro que tendrá éxito en esa tarea!

A razón de su total consagración, los israelitas espirituales fueron impresionados en cada área de sus vidas. De hecho, esto les influyó en cómo construir sus casas: las construyeron con una habitación grande en el centro de la misma y otras más pequeñas alrededor de esta habitación. En esta habitación grande era donde se realizaban la mayoría de las actividades familiares. Allí era donde se cocinaba, donde se comía, donde celebraban sus cultos familiares y donde ellos recibían a los visitantes. Esta habitación era “la sede” del hogar, porque la familia se mantenía allí la mayor parte del tiempo.

En la actualidad, muchas casas tienen una lámpara o una bombilla o una vela en cada habitación, pero en aquel entonces se tenía una sola lámpara que era llevada de habitación en habitación según se necesitaba. Los padres colocaban la lámpara en la habitación central y los hijos se reunían alrededor de ella cuando anochecía. ¡Qué descripción tan hermosa! No es que yo esté en contra del uso de la energía eléctrica, sino que estoy a favor de la reunión familiar cada día en el hogar. De esa manera los israelitas espirituales construían sus casas siempre pensando en sus hijos.

El día de descanso

Al continuar con mi estudio, yo recibí una gran bendición al conocer cómo se organizaba la noche de los viernes en un hogar judío. Cada viernes por la noche después del trabajo, él padre de familia se preparaba y se cambiaba de ropa para marcharse hacia la sinagoga. Esa noche sólo los padres asistían a las reuniones; el resto de la familia, incluyendo a la esposa, se quedaba en casa para preparar las cosas que iban a necesitar el día sábado, el día de descanso.

Mientras los padres estaban en la sinagoga orando y escuchando los sermones, toda su casa estaba en acción. Los mejores platos eran sacados y la mejor comida era preparada. Todos los hijos se bañaban y se vestían con sus mejores ropas en preparación para el día de descanso. En ese momento todos se mantenían a la expectativa, esperando el regreso de su padre de la sinagoga. La mesa ya estaba lista, la lámpara que se utilizaba el día sábado era encendida y los hijos y la madre esperaban al padre. Al regresar el padre a la casa, los hijos hacían una fila y esperaban la bendición que el padre les impartía antes de la llegada del día sábado. Esto quiere decir que en cuanto entraba por la puerta, él se le acercaba a cada uno de sus hijos, ponía su mano sobre la cabeza de cada uno y pronunciaba la bendición de Israel sobre sus hijos, uno por uno. ¿Puedes visualizarlo en tu mente? ¿Puedes imaginarte a todos aquellos hijos en una fila, mirando a su padre con tanto respeto y reverencia?

La ley de Dios

Los padres de familias judías les enseñaban a sus hijos la Palabra de Dios. Cada día que pasaba los padres se entregaban a la instrucción teológica de sus hijos. Lo hicieron como dice Isaías 28.10: “Mandamiento tras mandamiento, mandato sobre mandato, renglón tras renglón, línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá”. Eso fue lo que ellos hicieron ya que creían de todo corazón que se deben obedecer las palabras escritas en Deuteronomio 6.1–7.

Cuando algún joven escogía su trabajo, él lo hacía conforme a estos versículos, preguntándose: ¿Será que este trabajo me permitirá enseñarles a mis hijos las leyes de Dios? Y muchas veces estos jóvenes escogían trabajos que pagaban menos para así poder jugar un papel activo durante el día en la instrucción de sus hijos. Yo sé que la sociedad moderna está haciendo que tales decisiones sean más y más difíciles. No obstante, ¡creo que nosotros, los cristianos del Nuevo Pacto, podemos aprender aspectos buenos de los judíos del Viejo Pacto!

El padre de la familia judía constantemente aplicaba a la vida cotidiana de su familia los principios de la ley de Dios. Por ejemplo, él les enseñaba a sus hijos, diciéndoles: “Aquí hay un versículo que nos enseña a orar. Esta es la razón por la que nosotros oramos.” O bien: “Nosotros guardamos la Pascua por la siguiente razón que vamos a estudiar y estos son los versículos que tocan el tema.” Los hijos aprendían estas cosas desde muy pequeños. Ellos aprendían desde su niñez acerca del significado de cada costumbre y práctica. Así fue cómo los padres de familias judías les enseñaron a sus hijos la Palabra de Dios.

Educando en el hogar

Mucho antes que los hijos se iniciaran en la educación sistemática, ya el padre de familia les había enseñado a leer. ¿Sabes cómo lo lograron? Todos usaban el mismo libro de texto… ¡las Sagradas Escrituras! Por supuesto, tú puedes adivinar cuál otro motivo tenía el padre de familia en su mente: Él deseaba que sus hijos pudieran leer la Palabra de Dios lo antes posible. Enseñarles a leer no fue con el propósito principal de prepararles para la educación formal futura, sino que lo que el padre de familia anhelaba era que sus corazones se llenaran de la Palabra de Dios. Es por eso que durante todas las noches se sentaba con sus hijos reunidos alrededor de él y empezaba a enseñarles el abecedario hebreo. Luego de conquistar la enseñanza del alfabeto, el padre empezaba a enseñarles palabras sencillas de las Sagradas Escrituras, y luego avanzaban a oraciones simples. Poco a poco, el padre les enseñaba a sus hijos hasta que pudieran leer la Ley por sí solos. Esto usualmente se lograba antes que el niño llegara a sus cinco años de edad. Al meditar en la vida hogareña de los Estados Unidos de antaño, yo puedo imaginarme que estas cosas ocurrían de forma parecida en los hogares de ese entonces. Es decir, estos hogares tenían las mismas motivaciones que inspiraban a los padres y a las madres de aquel tiempo ya pasado. ¡Qué tristeza es ver que esto hoy en día casi se ha tirado al olvido!

Por otra parte, es bueno que sepas que los padres de familias judías les enseñaron a sus hijos a memorizar partes de las Sagradas Escrituras mucho antes que estos pudieran leer. Tan pronto como los hijos aprendían a hablar, ya sus padres comenzaban con la memorización de algunas partes de las Sagradas Escrituras. De igual modo, tan pronto como los hijos podían entender lo que memorizaban entonces les fueron enseñados por medio de ejercicios de preguntas orales y de repetición otros pasajes de las Sagradas Escrituras, además de algunos cantos y de los proverbios. Uno de los primeros Salmos que los hijos aprendían era el Salmo 119, ya que es un salmo acróstico, o sea, un salmo escrito en forma alfabética que se puede cantar fácilmente en el idioma hebreo.

Amados hermanos, ¿será que hemos perdido esta visión a razón de nuestra tibieza espiritual y a causa de nuestra vida tan ocupada? Yo pienso que sí. Me parece que no comprendemos la capacidad mental que tienen nuestros hijos. Ellos pueden memorizar versículos bíblicos mucho antes y mucho más rápido de lo que creemos posible. Si nosotros comenzamos de una vez y si continuamos enseñando a nuestros hijos, ellos podrán guardar muchos capítulos de las Sagradas Escrituras en su corazón, mucho antes de llegar a los siete años de edad. De esta manera era que los padres judíos les enseñaban a sus hijos.

Los caminos y las palabras de Dios fueron el centro de las conversaciones y el centro de la vida hogareña para los judíos espirituales. De todo corazón, ellos procuraban ganar para Dios a la siguiente generación. ¡Es tiempo que nosotros hagamos lo mismo!

Para algunas personas, cuando se habla de establecer reglamentos para la iglesia les inquieta. El problema es que muchas de estas personas no invierten tiempo así como tampoco desean sacrificarse o cultivar reglamentos acerca de la auto disciplina en el corazón de sus hijos. Es necesario aprender a simplificar las enseñanzas de la Biblia de manera que podamos enseñárselas a nuestros hijos para que así ellos entiendan las razones de nuestras creencias y prácticas. Por ejemplo, una de las doctrinas de la Biblia y que también forma parte de nuestra fe práctica es el cubrimiento que llevan nuestras hermanas sobre sus cabezas. Por otra parte también tenemos la modestia en el vestir, la práctica de arrodillarnos cuando oramos o levantar las manos cuando cantamos. Todas estas enseñanzas son responsabilidades de los padres de enseñárselas a cada generación: no es la responsabilidad de los pastores.

Al llegar a los ocho años de edad, los niños varones se marchaban del hogar para iniciar su educación formal. Sin embargo, las niñas de un hogar judío se quedaban con sus madres para recibir su respectiva educación. A las niñas se les hacía énfasis en las enseñanzas acerca de cómo manejar los asuntos de la casa: cocinar, lavar, limpiar, coser, sembrar huertos y cuidar a los niños. Yo sé que puede darse el caso de algunas lectoras de este libro que no quieran leer esta parte. Yo creo que las hijas deben ser educadas. Sin embargo, nosotros debemos darnos cuenta que en el mundo moderno la distinción entre las responsabilidades de las mujeres y las de los hombres se está perdiendo.

Volviendo al tema de los hijos varones, ahora les hago la pregunta: ¿Sabes tú quién fue contratado para educarlos? (Al darte la respuesta, yo no deseo quitarle valor a ningún maestro. ¡Dios bendiga a cada uno de ustedes por todas las labores de sacrificio que hacen!) Un padre judío no contrataba a cualquier joven que necesitara trabajo. ¡De ninguna manera! Más bien, él buscaba al rabí más espiritual y de más madurez de carácter y experiencia que pudiera encontrar y ponía a su hijo bajo la instrucción de él. ¿Por qué hacía esto? Porque ese padre israelita estaba interesado en criar líderes para la nación de Israel. Esta tarea era seria para un padre judío. Así que, los padres judíos buscaban a los hombres más espirituales para que instruyeran a sus hijos.

¿Por qué escribo todo esto? ¿Acaso lo hago con el objetivo que tú te conviertas en un judío? ¡No! Te lo escribo para recalcarte que los israelitas criaron a sus hijos con propósito. Los padres judíos dirigían a sus hijos con versículos de las Sagradas Escrituras. Ellos tenían una visión para inspirar a sus hijos y ellos mismos se entregaron de todo corazón a la tarea de criar a sus hijos para Dios. Yo pienso que es sabio que nosotros sigamos el ejemplo de los judíos espirituales de manera que también podamos algún día, por medio de la gracia de Dios, cosechar buenos resultados en la crianza de nuestros hijos.

¿Acaso has considerado que el tipo de hogar que estoy describiendo en este capítulo es el mismo tipo de hogar en el que se crió nuestro Señor Jesucristo? Puedes estar seguro que el Padre Celestial buscó hasta encontrar una familia ideal para su Hijo amado. Lo mismo se puede decir también acerca de Juan el Bautista. En cuanto al hogar de Juan, la Biblia dice esto acerca de sus padres: “Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (Lucas 1.6). ¡Qué declaración tan poderosa!

Recuerda los ejemplos bíblicos que hemos visualizado: piedras labradas, plantas crecidas, plantas de olivo, la construcción de una casa, la fabricación de flechas y la fundación del cimiento. Estas visiones fueron el material que produjo la clase de hogar que hemos estado contemplando en este capítulo. Cada ejemplo está repleto de visión, método y acción; y los padres de familia judías se apropiaron de ellos y criaron hijos piadosos. Ellos criaban hijos para Jehová, y lo hacían de todo corazón.

La pregunta que llega a mi mente en este momento es la siguiente: ¿Estamos listos y dispuestos para pagar el costo? Un hogar hermoso como el que hemos descrito aquí tiene un precio. ¿Cuánto vale? Además, nosotros tenemos que tratar otra cuestión: ¿Quién está dispuesto para pagar tal precio?

En muchas ocasiones, al terminar una predicación sobre la vida hogareña, yo he escuchado a varios ancianos dar el siguiente testimonio, llorando:

—¡Oh…! ¡Si tan sólo hubiéramos escuchado estas enseñanzas treinta años atrás! —Entonces ellos siempre amonestan a los padres más jóvenes para que paguen el precio que tengan que pagar sin importar cuánto sea, ya que muchos de esos ancianos han perdido a sus hijos en el mundo. Tal punto de vista es digno de considerar. Los que han perdido a los hijos en el mundo nos exhortan con extremada urgencia para que no nos pase lo mismo a nosotros. ¿Quién, pues, está listo para consagrarse al Señor, para que su gracia pueda fluir por medio de él, cambiando sus prioridades y así criar a sus hijos en los caminos del Señor?

Hasta ahora parece ser que no muchos padres se habían consagrado a la tarea, pero gracias a Dios esto está cambiando. Y yo alabo a Dios por este cambio. Si piensas que estoy estirando la verdad al escribir “no muchos padres se habían consagrado”, entonces te exhorto a que te detengas y mires a tu alrededor. ¿Cuántos hogares conoces en los cuales todos los hijos sirven a Dios de todo corazón? ¡Hoy existen tan pocos ejemplos! Las congregaciones locales deberían estar llenas de ancianos canosos que han logrado criar a la siguiente generación de soldados para el Reino de Dios, quienes están peleando en los campos de batalla. Pero la realidad es que no hay muchos de los tales.

Amados padres y madres, nosotros les debemos a la siguiente generación de padres un ejemplo que ellos puedan ver y seguir. ¡Paga el precio de tener un hogar de todo corazón, sin importar lo que te cueste! Ríndete a Dios de todo corazón. ¡Nunca vas a arrepentirte de haberlo hecho!

La familia de Estéfanas

Hermanos, ya sabéis que la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya, y que ellos se han dedicado al servicio de los santos (1 Corintios 16.15).

En el versículo citado arriba se nota el testimonio acerca de una familia “de todo corazón”. En aquel entonces, la palabra “familia” podía incluir a todos los que vivían en la casa del padre: padre, madre, hijos y aun los criados y empleados. Cuando Pablo fue a predicar a Corinto, la familia de Estéfanas fue la primera en convertirse. Aunque no se escribió mucho acerca de esta familia, lo que se percibe en el versículo citado anteriormente habla lo suficiente de ese hogar. Parece ser que al esta familia escuchar las Buenas Nuevas de salvación, todos la aceptaron con entusiasmo y de todo corazón. Esta familia es un ejemplo especial para mí a causa del uso de la palabra “adictos” que utiliza la versión de la Biblia que yo leo en inglés. En lugar de decir “se han dedicado al servicio de los santos”, esta versión dice “se han hecho adictos al servicio de los santos”. Yo fui adicto a las drogas y al alcohol antes de nacer de nuevo y es por eso que conozco el poder de la adicción. Y Pablo hace referencia al poder del testimonio de esta familia piadosa al dar a entender que ellos eran adictos a las cosas de Dios con relación a cómo conducían su hogar.

Tan irreprensible era el testimonio de la familia de Estéfanas que nadie tenía dudas acerca de su conversión a Cristo. De hecho, se nota que Estéfanas y su esposa estaban tan enamorados de Cristo que toda la familia fue impresionada por tal amor. Así que, en esa familia todos se hicieron adictos a servir a los santos por amor a Cristo. (Por supuesto, la frase “los santos” no se refiere a los muertos o a las imágenes muertas, sino que se refiere a los hermanos de aquella época que vivían en la santidad de Dios.) ¡Qué hermoso ejemplo para nosotros! Durante 20 años yo he usado a la familia de Estéfanas como un modelo a imitar. Ojalá que Dios nos conceda una visión ahora para que en 10 años más adelante puedan decir de nuestras familias: “¡Esa familia se ha hecho adicta a la obra de Dios!”

Esta es la meta que tengo para todos mis hijos, desde la hija mayor hasta el hijo menor: consagrados a vivir para Dios. Pienso que si los padres viven una vida cristiana llena de gozo, consagración y celo por la obra de Dios, entonces los hijos van a desear servir a Dios desde los años de su inocencia, y los mayores se levantarán, diciendo: “Quiero consagrar mi vida a Dios”. ¡Sí, ellos van a desearlo! Ellos desearán salir por las calles a repartir folletos, a predicar, a orar, a cantar y participar en los cultos al aire libre. A causa de tu vida ungida en el Señor Jesús, tus hijos desearán imitar lo que tú haces.

Yo no sé lo que estás pensando de todo esto, pero mi corazón dice otra vez: “¡Oh Dios! ¡Quiero ese monte y me apropiaré de él!” Que Dios nos conceda el espíritu de Caleb, quien creyó en la promesa que Dios le había dado y se levantó en fe y en el poder de Dios para hacerla una realidad.

El hogar del obispo

Consideremos lo que enseña la Biblia acerca de los “obispos”, palabra que quiere decir los ancianos o pastores de la iglesia. Uno de los requisitos para convertirse en un obispo es que su familia esté en orden. Muchos de los requisitos para ocupar el oficio de un obispo se exponen con sólo una o dos palabras. Sin embargo, al llegar al tema de su propia vida hogareña, el Espíritu Santo expresó los requisitos, utilizando muchas palabras. La razón de esto es que la familia de un hombre es la mejor revelación de quién realmente es él.

Existe un proverbio (no está en la Biblia, pero guarda mucha sabiduría) que dice lo siguiente: “El carácter es lo que el hombre es cuando nadie lo está observando”. A mí me parece que Dios está diciendo lo mismo al hacer tanto hincapié en la vida hogareña de un futuro líder de la iglesia.

En la Biblia se ven frases como “hijos creyentes” y “que gobierne bien su casa”. Sabemos que es cierto que donde exista un hogar ordenado, siempre en el fondo podemos encontrar a un hombre que viva en rectitud cuando nadie lo está observando. Por si no lo sabías, nuestra familia nos desenmascara; no podemos andar con dobleces. Tal vez nos engañemos, pensando que nadie está enterado de la verdad de quién realmente somos. Pero, ¡no es así! Nuestros hijos nos desenmascaran en cada momento. Si el padre y la madre son serios, entonces los hijos serán serios. Si el padre y la madre son críticos, entonces los hijos serán críticos. ¡No podemos escondernos! La familia de un hombre habla bastante alto acerca de su vida cotidiana y personal. Una esposa alegre e hijos fieles irradian un mensaje silente que la cabeza de ese hogar anda con Dios cuando la puerta está cerrada. De hecho, se puede decir que nuestra familia es una extensión de nosotros los padres. Mi familia es una fotocopia de mi persona. Esta puede ser una realidad dolorosa para enfrentar, pero a los hombres nos toca ser honestos con nosotros mismos en este asunto.

Yo me doy cuenta que he escrito cosas en las últimas páginas que tienen un gran peso. Es a propósito que decidí irme más allá de la mera inspiración y el desafío. Urge que ya comencemos a hacer cambios serios en nuestros hogares, porque muchos de los hogares cristianos están en el mismo camino que se encuentran los hogares del mundo: a la deriva. Muy pocas personas tienen la voluntad de pagar el precio exigido para hacer cambiar el rumbo de su vida hogareña. Y esto aquí lo repito, ¡muy pocas! La mayoría están “demasiado ocupadas”; demasiado ocupadas para criar una descendencia piadosa que podrá invadir el campo enemigo en el futuro. Esta apatía no tiene ningún sentido. Estamos demasiado ocupados en ganar dinero y buscar y soñar con una vida más cómoda; o tal vez estamos corriendo en la “carrera de la rata” de nuestra sociedad.

¡Hermanos! ¡Detengámonos y seamos sensatos! En el mundo de los negocios se dice que “se obtiene lo que se ha pagado” y esto es verdad. Pero si esto es verídico para el negocio, ¿cuánto más será para nuestra familia? Sí, amado padre y madre, ustedes van a obtener lo que pagaron. La cita de 2 Corintios 9.6 es un versículo poderoso cuando se aplica al tiempo que se invierte en nuestra familia. Date cuenta de las palabras: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará”.

El arrepentimiento verdadero es el que hace un cambio en la mente que trae consigo un cambio en el actuar de la persona. Esto es lo que les hace falta a muchos corazones; sí, un arrepentimiento genuino que diga: “¡Señor! ¡No estoy andando en el camino verdadero! ¡Me arrepiento!” Tal actitud abre el camino para que Dios nos conceda un cambio definitivo en nuestro corazón y en nuestra forma de actuar.

Ahora nos toca a nosotros

Es la voluntad de Dios que tengamos “hogares de todo corazón”. Yo estoy convencido de esto y espero que todos estemos de acuerdo. Puede ser que tú no tuviste muy buenos ejemplos en tu juventud que ahora te puedan servir de guía, pero sigue vigente que Dios desea que tú les des a tus hijos un hogar ordenado y piadoso. Tal vez tus padres fracasaron en esto, pero ahora nos toca a nosotros esta tarea. Levantémonos para andar en otro rumbo, en la ruta correcta, para el beneficio de nuestros hijos y así darles otra clase de herencia, una herencia piadosa.

Voy a recalcar nuevamente: ¡ahora nos toca a nosotros! La crianza de los hijos no es algo ajeno a Dios. Es una parte sumamente importante de la vida cristiana. Sin contar con el ministerio, la obra de Dios de criar a mis hijos es la parte más desafiante, más responsable, más costosa y más abnegada de mi vida. ¿Por qué menciono esto? ¡Porque para mí, criar a mis hijos para Dios se ha convertido en una prioridad! Así debe ser para todos. Como dijo Pablo: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3.13–14). Hermanos, es cierto que la crianza de los hijos es una parte primordial en nuestro “supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

Oración

Padre Celestial, vivimos en un mundo modernizado y hemos perdido la visión de criar hijos para ti. ¿Qué debemos hacer? Ayúdanos a recobrar ese deseo y esa visión que tenían en tiempos pasados. Además, rogamos que nos enseñes cómo poner por obra tu llamado a tener hogares de todo corazón, aun estando en medio de una sociedad que corre desenfrenadamente. ¡Oh Señor! En este mismo momento nosotros abrimos nuestros corazones y nuestros hogares para que tú entres y nos guíes a un mejor rumbo. En el nombre del Señor Jesús, amén.