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12 relatos selectos

Compilados y traducidos por Richard E. del Cristo E.

Edición original:

© 2003 Literatura Monte Sion

 

Capítulo 10

La mordida de la cascabel

Hace miles años, un hombre llamado Sirac aconsejó: “Huid del pecado así como huiríais de una serpiente, pues, si os acercáis a ella os morderá”.

 

Nelson, de diecisiete años, canturreó un pequeño tono sin sentido mientras levantaba la cubeta de la leche y se apresuraba hacia el establo de las vacas.

“¿Cuándo vendrán los otros?” pensó para sus adentros, mientras miraba de cerca la larga hilera  de vacas. A Nelson le habían pedido que ayudara con los quehaceres del hermano David ya que éste tuvo que ir a un funeral en un pueblo algo lejano. Ya que ellos ordeñaban a mano, algunas de las muchachas de la iglesia vendrían a ayudar con el ordeño. Ese día Nelson y su amigo Simón amanecerían en la finca.

—¡Hey, Nelson! —se oyó la repentina voz desde la callejuela—. ¿Listo para el ordeño?

Nelson reconoció la voz de Simón. Entonces le dijo:

—Conque llegaste primero.

Entonces Simón le explicó:

—No hace mucho tiempo que llegué. Si quieres, puedo alimentar las vacas. No estoy acostumbrado al ordeño —entonces él tomó el tenedor del ensilaje.

—Está bien —Nelson replicó, mientras buscaba un pasillo de ordeño que le gustara. Haciéndose un ovillo entre las vacas, Nelson se rió para sí mismo mientras el cacareo de las muchachas se aproximaba.

“De ahora en adelante, aquí no va a haber tranquilidad” se dijo para sus adentros.

Sin embargo, él tenía que admitir que al trabajar con las muchachas se ponía un tanto nervioso.

Especialmente cuando Telma está” se admitía a sí mismo. Pero enseguida, Nelson rehusó seguir pensando en Telma. “Yo estoy demasiado joven como para estar pensando en muchachas” se dijo para sí firmemente.

Los quehaceres progresaron bien mientras cada uno cooperaba.

—El trabajo no duró todo lo que yo pensaba —le dijo Nelson a Simón después de las muchachas haberse ido y mientras entraban a las vacas en el pasto.

—¡Y con razón! ¡Esa Telma saca chispas dondequiera que va! Esa muchacha tiene tremendo carácter —dijo Simón con una risita.

—¡Esa muchacha sí que no tiene nada de tímida! —acordó Nelson. Él sabía que la mayoría de los muchachos de su comunidad pensaban así de Telma. Desde que empezó a asistir a las reuniones de los jóvenes a él no le llevó mucho sabercómo Telma era. Telma tenía la fama de ser muy franca y llamativa. Pero por cierta razón, Nelson, en lo más profundo de su interior, deseaba poder defenderla. Él nunca se lo admitiría a Simón y apenas a sí mismo, pero Telma tenía una manera de actuar que siempre lo hacía sentirse bien. De hecho, Nelson no podía más que admirarla. Hoy, por ejemplo, mientras las demás jóvenes lo ignoraban del todo, la amigable sonrisa y el cortés saludo de Telma habían alentado el corazón de Nelson.

“Después de todo, ¿qué tiene de malo el ser amigable?” pensó Nelson. “Algunas de las otras muchachas parecen ser algo presumidas.”

Cuando Simón volvió a hablar, los pensamientos de Nelson fueron interrumpidos:

—Bueno, vamos para la casa. Ya hemos terminado, ¿no es así?

—Eso creo —dijo Nelson—. ¿Estás planeando hacer la cena?

—La esposa de David dijo que podemos invadir la despensa —Simón rió a carcajadas—. Creo que podemos hallar algo de comer allá adentro.

Mientras los muchachos se estaban lavando las manos, se escuchó un toque en la puerta. Telma y su hermanita menor entraron a la cocina.

—Aquí tienen un poco de cena —anunció Telma con aire de satisfacción—. Nos dio pena el que ustedes tuvieran que preparar su propia cena. Y si necesitan algo, sólo avísennos.

Cuando la puerta se cerró tras las muchachas, Simón le guiñó el ojo a Nelson y le dio una mirada de complicidad.

—La misma Telma de siempre —dijo él con una risita—. Me pregunto quién lo sugirió, ella o su mamá. Sin duda, ella hasta se quedaría sin cena con tal de poder complacernos.

Nelson no dijo mucho, y después de ellos haber comido, entonces Simón tuvo que admitir que la comida caliente estaba muy deliciosa. El atardecer pasó con rapidez mientras ambos muchachos mantenían una interesante conversación. Aunque Simón era dos años mayor que Nelson, ellos siempre habían sido buenos amigos y estaban contentos por esta oportunidad de poder estar juntos.

—¿Sabes, Nelson? A veces la vida es un tanto difícil de entender —dijo Simón de repente. Entonces él cayó en algo así como un extraño silencio hasta que Nelson se preguntó que si él no seguiría hablando. Sin embargo, Simón continuó:

—Yo creo que siempre supe que no todo muchacho obtiene la muchacha que en verdad quiere, pero cuando se trata de uno mismo, en verdad es más difícil que lo que uno espera —dijo Simón en voz baja—. Tan pronto uno ha soñado y orado por cierta muchacha, y antes de uno estar listo para dar ese paso, entonces viene alguien y la pide. En verdad, requiere resignación.

—Da lástima aun escucharlo —dijo Nelson tímidamente, sin saber qué decir.

—Pero en cierto modo, creo que ha sido mi culpa. Yo sé que yo era muy joven cuando empecé a pensar en cierta muchacha. Y ahora me doy cuenta que hubiera sido muchísimo mejor haberme concentrado en las cosas más importantes de la vida en lugar de estar pensando en ella. Yo sé que es natural, en nosotros los jóvenes, el estar pensando y preguntándonos sobre nuestro futuro, pero eso no es lo más importante; de veras que no.

Involuntariamente, los pensamientos de Nelson se dirigieron hacia Telma. Él tenía que admitir que había estado soñando despierto más y más con ella. Ya él había intentado convencerse de que él aún era muy joven, pero a la vez, él reconocía que con frecuencia se permitía entusiasmarse demasiado con ella. Ahora, mientras él trataba de dormirse, sus pensamientos estaban turbados.

“Hay tantas áreas en mi vida que debo mejorar,” meditó él. “En verdad yo no tengo ninguna necesidad de estar pensando en cosa tan seria como en escoger una compañera de por vida.”

Entonces, Nelson decidió elevar una oración a Dios:

“¡Querido Padre, ayúdame a mejorar! Yo quiero servirte con todo mi corazón.”

Luego, después de la oración, Nelson cayó en un apacible sueño.

A la mañana siguiente, los muchachos despertaron temprano, pero esta vez las muchachas se les habían adelantado. Mientras Nelson entraba en el establo, él se encontró con Telma la cual ya tenía una cubeta llena de la espumosa leche. Entonces Telma le dio un enérgico “buenos días”. El latido del corazón de Nelson se aceleró, pero de una u otra manera, Telma, en su manera extrovertida, había fallado en fascinarlo esta mañana. Él había resuelto ser más sobrio en cuanto a sus sentimientos hacia Telma.

Luego de terminar el ordeño, Nelson enjaezó su yegua para ir a su casa. Al entrar al potrero, Mitsy relinchó ansiosamente. A lo que Nelson pensó:

“Supongo que ella está tan lista como yo por regresar a casa. Espero que no se impaciente.”

Luego de tirarle los arreos a la pequeña yegua parda, Nelson la dirigió hacia el carretón. Levantando la vara con una mano, él trató de guiar a Mitsy alrededor para que ella pudiera pasar por debajo. Pero Mitsy no estaba en el humor de cooperar. Con una nerviosa embestida ella sacó la cabeza de una zambullida casi arrebatándole a Nelson la soga de la mano.

Después del segundo intento, Nelson pudo sentir que se le subía la sangre. Esto se estaba volviendo un hábito muy común en Mitsy. Él estaba al punto de sacar el látigo del coche para darle a esa yegua su lección, cuando una voz tras él lo hizo saltar:

—¿Necesitas mi ayuda, Nelson? —preguntó Telma amablemente, mientras sus ojos azules chispeaban.

Las mejillas de Nelson, ya ruborizadas, resplandecían de color. Mientras Telma pacientemente sostenía la vara, él, ya incómodo y malhumorado, hizo a Mitsy volver a dar la vuelta. Para gran alivio de él, Mitsy se portó con toda perfección. Entonces, Nelson dijo bruscamente:

—Gracias por ayudarme.

—De nada —dijo Telma dulcemente—. Mientras íbamos por la carretera yo miré hacia atrás y noté que necesitabas ayuda

Tragando en seco, Nelson tomó las riendas y se sentó cómodamente en el asiento del carretón, mientras le daba a Mitsy un golpecito seco.

“¡Cuán humillante!”, pensó él. Nelson no quería admitirlo, pero él no podía negar el hecho de que Telma era un tanto descarada. ¿Cómo debería un muchacho ignorar a una muchacha que actúe de tal modo?

“¿Será esa la manera en la que ella trata a los demás muchachos?” Se preguntaba él.

A pesar de su indignación, Nelson se sintió lisonjeado. Al pensarlo, notó que Telma no le hacía mucho caso a Simón. Para ser franco, Simón hasta era mayor que ella, pero, ¿será esa la razón? El hecho de pensar que Telma lo escogiera a él de manera especial llenaba la cabeza de Nelson de pensamientos confusos. Él deseaba olvidarse de todo eso, pero parecía que no podía echárselo de encima.

“¿Y qué si Telma hubiera llegado segundos antes, cuando yo tenía el látigo en la mano?” Ese fue el siguiente pensamiento de Nelson. Tan sólo la noche anterior él se había propuesto vencer sus malos hábitos. Y uno de ellos era controlar su temperamento.

“Si Telma supiera cuán difícil me es el controlar mi temperamento, dudo que ella pensara tanto en mí. Yo sé que no debo estar pensando en muchachas.”

Con un suspiro de desánimo, Nelson guió a Mitsy por la carretera que llevaba a su casa.

“¡Qué manera de empezar el día!”

Mientras tomaban el desayuno, Nelson y su padre planearon el día de trabajo.

—Ya que hoy es sábado, quizá tú y Roberto puedan ir a la finca de Jaime Williams para traer ese viaje de heno que él no quiere. Yo debo chequearle las herraduras a los caballos y limpiar los establos —dijo su padre mientras miraba a Nelson.

Tan sólo pensarlo le levantó los ánimos a Nelson. Salir con el equipo de caballos y el carretón rompería la rutina del trabajo diario en la finca y, por lo tanto, sería algo bien recibido. Roberto, de diez años, al escuchar los planes del día, se puso tan alegre que hizo algarabía.

“Le hará bien a Roberto”, Nelson pensó. Roberto ocupaba un lugar muy especial en la vida de Nelson, ya que él era su único hermano en una familia constituida de muchachas ─aunque a veces él se preguntaba que si él mismo había sido tan travieso cuando tenía esa edad. Por fuera, Roberto aparentaba estar muy seguro de sí mismo, pero Nelson sabía que en el corazón del muchacho en desarrollo también rugían muchas batallas. Temores acerca del futuro, dudas y preguntas frecuentes lo asaltaban. Ya que Roberto era una persona de profundo pensar, no eran pocas las cosas que él descubría.

La nieve del invierno empezó a derretirse con la apacible temperatura de febrero mientras ambos muchachos disfrutaban de su temprano viaje, en la mañana. Como siempre, Roberto estaba hablando todo el tiempo. Él habló acerca del paisaje en el camino y sobre lo que habían hecho el día anterior en la escuela. Poco después, ambos pudieron ver la pequeña finca favorita de ellos que el señor Williams había acabado de comprar. Nelson amarró el equipo a un poste viejo al lado del granero y se fue a buscar al señor Williams. Quince minutos más tarde, él y Roberto estaban ocupados, tirando pacas desde una abertura en el desván hacia el carretón que se encontraba abajo.

—Todavía este heno se ve muy bien —dijo Nelson—. Y creo que aquí debe haber más de un viaje.

Ya que Roberto no respondió, enseguida Nelson supo que él no estaba trabajando.

—Ese muchacho —suspiró—. ¿En qué estará metido ahora? —al mirar alrededor, Nelson lo vio luciente cerca del travesaño.

—¡Roberto! —lo llamó—. Ven para acá. Así nunca vamos a terminar.

De mala gana, Roberto regresó y Nelson lo volvió a poner a trabajar.

—Ven, tú puedes ir pasándome las pacas —lo instruyó él. Roberto dio un gemido en burla, pretendiendo ni siquiera poder mover el talón de sus pies.

Diez minutos más tarde, Nelson suspiró al perder toda esperanza de recibir ayuda de su hermano.

“Creo que el trabajo es un poco duro para él.” Se dijo a sí mismo. “Aunque él debería ser más perseverante en el trabajo.”

Fue en ese momento que Nelson la vio. Doblada cuidadosamente entre el techo y una de las pacas de arriba había una revista. Con su natural curiosidad y un amor por la lectura, Nelson no lo pensó para alcanzarla. Al leer el título en la parte delantera, algo le advirtió que dejara esa revista, que no la abriera.

“No me hará daño echarle un pequeño vistazo. Si veo que es mala la pondré en su lugar.”

Nelson abrió la revista cuidadosamente, pero primero se aseguró de que Roberto no estuviera cerca. Con el primer vistazo, él sintió como un resoplido de aire caliente de una flameante hoguera. Nelson fue invadido por un sentimiento de vergüenza y abatimiento. Su primera reacción fue obvia: 

“Esta es una revista obscena, debo ponerla en su lugar.”

Pero sus ojos ya estaban pegados a la página donde aparecían esas fotos descaradas que sus ojos nunca debían haber visto. Antes de darse cuenta, ya Nelson había volteado una página y otra... y otra más. Tal parecía que en ese viejo granero el tiempo no se movía ni un paso mientras Nelson, en la debilidad del momento, cedía a la tentación que enfrentaba. Poco sabía él por cuánto tiempo llevaría las cicatrices de esta experiencia, por cuánto tiempo esas fotos obscenas asaltarían su mente, persiguiéndolo, burlándolo y llenándolo de culpa.

De repente, Nelson saltó. No a más de dos metros de distancia se encontraba Roberto, encaramado en una paca, con sus inquisitivos y brillantes ojos pegados en el rostro de Nelson. Ya con sus dedos todo temblorosos, Nelson tomó la revista y la atascó frenéticamente en su escondite. Luego, sin atreverse a volver a mirar el rostro de Roberto, Nelson arremetió las pacas a una velocidad precipitada.

“¿Por qué seguí mirando esa revista tan obscena? ¿Por cuánto tiempo Roberto había estado allí parado?” Tan sólo pensar que su inocente hermanito había sido testigo de su delito era más que lo que Nelson podía aguantar.

“¿Habrá visto Roberto la clase de revista que era?”

Camino a casa, Roberto seguía como siempre en sus charlas y Nelson comenzó a calmarse.

“Tal vez Roberto había acabado de llegar al lugar cuando yo  tenía la revista en mi mano. Sin embargo, ¿por qué Roberto no ha dicho nada sobre la revista? Yo sé que lo normal es que me tire una ráfaga de preguntas,” se dijo Nelson. “¡En qué lío me he metido! No sólo he cedido a la tentación, sino que también le he sido un mal ejemplo a Roberto. Si le pregunto, no me dejará tranquilo hasta que le dé todos los pormenores, y si no le digo nada y él vio esas fotos... Tal vez yo deba hablar con papá al respecto.”

Tal pensamiento no le era muy agradable a Nelson. Entonces, empezó a refutarse:

“De todos modos, papá no entendería. No, yo mismo puedo arreglármelas.”

El resto del día pasó con toda lentitud, pero con un gran peso de culpa que estaba abrumando el pobre corazón de Nelson. ¡Cuánto temía él ir a ordeñar a la finca de David! Ahora, ante su torturada mente, revolotearon los amigables ojos de Telma y su repentina sonrisa. Él estaba seguro que en este humor no iba a poder corresponder a sus sonrisas, pero, ¿sería él capaz de ignorarla?

Para el consuelo de Nelson, el día pasó sin evento alguno. Pero esa noche, mientras él se acomodaba una vez más en su cama, él supo que el sueño estaba muy lejos de él.

—Ya que hoy es sábado y ya es de noche, me voy a acostar —murmuró Simón. Al poco rato, sus ronquidos llenaron la habitación. Nelson trató de reposar un poco, con tal de no estorbar a su durmiente amigo, pero el desasosiego en su alma le produjo poca paz. Cada vez que cerraba los ojos, esas terribles escenas pasaban una vez más ante él. ¡Oh, si tan sólo pudiera arrojarlas y borrarlas de su memoria para siempre! Al arrodillarse, para hacer sus acostumbradas oraciones vespertinas, fue poco el consuelo que halló. Pero, ¿por qué no se sentía mejor ya que le había pedido a Dios que lo perdonara?

Y lo peor de todo es que el rostro de su hermanito persistía en perseguirlo.

 “Fue mi selección y mi error, ahora debo sufrir las consecuencias. Pero, Roberto, mi sensitivo y curioso hermanito... si él vio esas fotos, fue del todo culpa mía.”

Nelson sabía que sus padres siempre se preocupaban por su hijo menor y oraban por sabiduría para saber cómo dominar su naturaleza testaruda e impulsiva. Ellos también le habían confiado a Nelson algunos de los problemas de Roberto, tales como sus intensos temores y sus actitudes un tanto rebeldes. Hasta ahora, Nelson había sido colmado de un afectuoso sentimiento con tal de que supiera que sus padres confiaban en él y que estaban dependiendo de él para que fuera el buen hermano que Roberto necesitaba.

“¡Oh, cómo les he fallado!” Admitió Nelson con un reciente remordimiento de culpabilidad. “¿Cómo podré deshacer el daño causado en esos pocos segundos, al ceder a la tentación?” Ahora, enterrando su rostro en la suave almohada, él derramó su corazón ante Dios, mientras las lágrimas de arrepentimiento fluían libremente. “Señor, perdóname,” oró él. “Por favor, protege el alma de Roberto de cualquier daño.”

A la mañana siguiente, cuando Nelson despertó, los acontecimientos del día anterior le golpearon cual martillo. En su corazón, él sabía que debía hablar con su padre, pero se resistía a hacerlo y se encogía de miedo con tan sólo pensarlo. Mientras el día pasaba y él y Simón iban para la capilla juntos, los pensamientos de Nelson pronto se ocuparon en otras cosas y él empujó el asunto hacia la parte trasera de su mente.

“Después de todo, no hay manera de saber si Roberto vio esas fotos o no. Puede que no las haya visto. En cuanto a mí se refiere voy a olvidar todo el asunto y hacer como si nunca las he visto.”

Eso era lo que Nelson se vivía diciendo infinidades de veces en los próximos meses. Sin embargo, ¿por qué tal suceso nunca se le borraba de la mente, ni su mente podía tener pleno reposo al respecto?

***

De un impaciente tirón, Nelson hizo que los cinco caballos se detuvieran con gran estruendo de frenos. Sentado en el asiento del arado de doble surco, para darles un descansito a los caballos, Nelson se quedó mirando fija y ciegamente la hilera de la empalizada. Un suspiro de desanimo se le escapó de sus labios mientras apoyaba la quijada en sus manos y soltaba las riendas de los caballos.

En este instante, a Nelson le parecía que su vida no era más que una sucesión de fracasos. Él hacía todo lo que podía para vencer sus debilidades, pero casi nunca daba la talla.

“Pero, ¿qué será lo que pasa?” se preguntaba amargamente. “Mientras más me esfuerzo, con más frecuencia hago las cosas que no quiero hacer. ¿Será verdaderamente esa la forma en que debe ser la vida cristiana?”

La mente de Nelson retrocedió una hora ─recordando el momento en el que él estaba enjaezando los caballos. Él había comenzado tarde y parecía que todo le iba mal. Los caballos no tuvieron que hacerle mucho para poner su temperamento en erupción. ¡Oh, cuánto detestaba Nelson ese sentimiento tan miserable y vacío que siempre le envolvía después de descargar con azotes su frustración en los pobres e inocentes caballos! ¿Por qué, por qué le era tan difícil controlar su temperamento?

“A veces me dan ganas de darme por vencido”, pensó Nelson con un tono de abatimiento. “Si en verdad es cierto que Dios da victoria sobre el pecado, entonces, ¿qué es lo que pasa? ¿Será que no tengo fe suficiente?”

Sin advertencia alguna, los pensamientos de Nelson se dirigieron a ese día de febrero, en el que él y Roberto habían ido a buscar un viaje de pacas de heno. ¿Por qué era que cada vez que él se sentía triste este incidente le molestaba más?

“Tal vez todavía deba solucionarlo”, pensó Nelson con inquietud. “Pero ya ha pasado tanto tiempo que ahora me da vergüenza mencionarlo.”

En ese instante, Nelson reconoció la silueta de Rut, su hermana mayor, que se dirigía hacia él. Al verla, su corazón se alegró mucho. Tal parecía que en este campo tan solitario él necesitaba el compañerismo de alguien. Y, sin duda alguna, Rut le traía comida y algo refrescante para tomar. Dándoles un golpecito seco a los caballos, Nelson guió al equipo hacia la otra esquina de la finca. Al acercarse a la esquina del sur, Nelson notó que si se apresuraba llegaría junto con Rut. Y entonces, por una u otra razón, el potranco joven de la izquierda se asustó y se tiró hacia un lado.

—¡Potro estúpido! —gritó Nelson, dejando que todas las frustraciones que había comprimido durante el día hicieran una repentina erupción. De un fuerte tirón, él casi derribó al potro y entonces tiró de él bruscamente vez tras vez.

Con un fuerte “¡Jo!”, Nelson detuvo los caballos, se bajó del arado y se dirigió hacia Rut.

—A ese potro hay que darle una buena lección —refunfuñó él aún respirando pesadamente.

—¡Nelson! —exclamó Rut—. ¿No te da vergüenza? Esas no son maneras de tratar a un potro. En poco se pondrá todo nervioso y empezará a saltar. Además, creo que hasta se asustó al verme.

El único resultado de la verdad en las palabras de Rut fue profundizar la ira de Nelson, y su única respuesta fue una fija mirada hacia la dirección donde se encontraba Rut. A regañadientes, él tomó el chocolate de leche fría y los pedazos de bizcocho que ella le había ofrecido. Él comía en silencio, mientras Rut esperaba pacientemente con una mirada de preocupación en su rostro.

—Gracias —dijo Nelson entre dientes mientras ella se iba con los envases vacíos en la mano. Él sabía que debía pedirle excusas a ella, pero de una u otra manera las palabras se le habían atorado en la garganta.

Mientras Nelson continuaba arando, los pensamientos desconcertantes lo azotaban con más presión que nunca.

“Nadie me entiende”, se dijo a sí mismo. “Yo sé que no debí haber tratado al potro con tanta brusquedad, pero él no debía haberme pateado hasta tirarme al lodo de esa manera. De veras que Rut sí que hace que uno se sienta  mal. Ella no sabe lo que es trabajar con esas criaturas tan tercas. Tampoco ella sabe cómo uno se siente cuando uno hace todo el esfuerzo para vencer algo y al fallar... entonces alguien le da una pela de lengua. Yo no creo que Telma condenaría a alguien así.”Los pensamientos de Nelson divagaron, recordando cómo ella lo había ayudado, a pesar de Mitsy haber hecho de las suyas. Nelson sabía que ya se había propuesto dejar de pensar en Telma, pero ahora su mente estaba en ella más y más. La mayoría del tiempo, Nelson estaba un tanto confuso en cuanto a sus sentimientos hacia Telma. En los últimos meses, ella claramente aparentaba dar a entender que Nelson era su elección como amigo especial. Nelson lo hubiera tomado como simple imaginación, pero el primo de Telma le había dicho que era cierto, que ella estaba un tanto interesada en él.

“¡Cuánto deseo que él no me lo hubiera dicho!”, pensó Nelson. “Ahora, ni siquiera sé cómo actuar.”

Cuán bien recordaba Nelson la reacción de Rut cuando ella lo supo:

“Espero que mis hermanos sean lo suficiente sensatos como para volverle la espalda a esa muchacha. Ella es muy buena, pero ella está tan loca por un novio que ni siquiera le importa que todo el mundo lo sepa.”

La manera en que Rut pensaba de Telma hizo que Nelson se sintiera mal. Sin embargo, él se había resuelto, en ese mismo instante y en ese mismo lugar, tomar el consejo de Rut e ignorar a Telma. Sin lugar a dudas, Rut la conocía mejor que él. Pero olvidarla…, eso era más fácil decirlo que hacerlo. Telma se salió del cascarón para ser un poco más amistosa con él y luego se hizo extremadamente difícil actuar como si ella no existiera. Pero lo peor de todo era que Nelson no podía negar que no le era fácil resistir sus hechizos.

A pesar del lúgubre humor de Nelson, el trabajo de arar iba bien. Según completaba cada surco, su pesimismo empezaba a ser reemplazado por un sentimiento de satisfacción. De repente, él entendió que debía hacer algo.

“Yo debo orar más y pedir la guía de Dios. Sé que necesito más fe en el poder de la oración.”

 Con un gran anhelo por andar más cerca de Dios, Nelson desenganchó los caballos y se dirigió hacia la casa. Ya él había tenido un día de trabajo bien duro y estaba bien estropeado, pero en su corazón había una fresca esperanza.

“Yo debo hablar con Rut y pedirle perdón por la manera en que actué”, se dijo a sí mismo.

 Su conciencia lo punzó un poco cuando él recordó acerca de los sentimientos de culpabilidad que había tenido más temprano esa tarde, pero enseguida se deshizo de ese pensamiento.

—¡Buen día, mi viejo amigo! —lo saludó Simón, mientras iba a ayudarlo a desenganchar los caballos para participar en el culto para los jóvenes—. ¿Qué has estado haciendo desde la última vez que nos vimos?

Entonces Nelson le respondió:

—Bien ocupado en la finca. Siempre hay algo que hacer.

—Así es también en nuestra finca —le dijo Simón, mientras soltaba el tirón de su lado—. Oye, ya que llegamos algo temprano, ¿qué tal si tenemos una pequeña conversación?

—Vamos —le dijo Nelson a Simón con mirada interrogativa. Después de él haber guiado a Mitsy al establo y haberla amarrado bien, los dos muchachos se buscaron un rincón tranquilo en el cual  pudieran sentarse para conversar.

Entonces, Simón dijo:

—Creo que voy a ir al grano y sin rodeos. Últimamente he escuchado hablar demasiado acerca de ti y de Telma. Y yo quisiera saber si es verdad que entre ustedes hay algo

Nelson se avergonzó mucho. Casi parecía que Simón se estaba preparando para darle un buen sermón. A lo que Nelson contestó:

—Yo mismo he escuchado algunos rumores, sólo que no sé si serán ciertos o no.

Antes de volver a hablar, Simón se quedó en silencio por un buen rato.

—Yo no quiero hablar mal de nadie —por fin dijo—. Escuché que te habían dicho que Telma piensa mucho en ti. Yo deseo que la gente dejara de meterse en tales asuntos. En cuanto a Telma... yo no sé qué piensas tú pero me es difícil respetarla.

La mente de Nelson ya estaba trastornada.

“¿Acaso debería él decirle a Simón cómo sus pies son casi arrastrados por la atención especial que Telma le ofrecía?” ¡Cuánto deseaba él poder olvidarla y, a la vez, no podía! “¿Entendería Simón eso?”

—Yo sé que ella es un poco descarada —dijo Nelson lentamente—, pero, a la vez, debo admitir que a veces no es fácil ignorarla.

—¡Oh, yo estoy seguro que no es fácil! —dijo Simón con sensibilidad—. En los últimos meses he visto suficiente como para compadecerme de ti. Además, yo estoy preocupado por tu bienestar. Es que…, bueno…, no es correcto que una muchacha actúe como Telma actúa. Cuando un joven está enfrentando una de las decisiones más seria de la vida, le es más difícil escoger bien si una muchacha se involucra sin que se lo pidan.

—Especialmente si uno está muy joven como para estar pensando en eso —dijo Nelson fervientemente—. Con frecuencia me digo a mí mismo que quiero esperar hasta que sea más viejo, pero parece que me veo casi forzado a tomar una decisión.

—Yo sé —asintió Simón—. Y no creo que a Dios le agrade.

Si esa tarde Telma todavía esperaba recibir algunas sonrisas de parte de Nelson, ella terminó siendo decepcionada. Ya Nelson se había decidido en cuanto a tal asunto. Simón le había ayudado a ver que mientras Telma siguiera actuando así, ella no podría ser la muchacha para él. Por cierta razón, él no podía menos que pensar en la historia de Rebeca, la de los tiempos bíblicos. Él pensó en cómo ella se había puesto el velo al ver a Isaac dirigirse hacia ella en el campo. Sin duda, esa era la costumbre de antaño. Sin embargo, ¡qué contraste!    

***

—Roberto, ¿dónde aprendiste esa palabra? —preguntó el padre en tono de sorpresa—. Escucha, no debes volver a repetirla. No quiero volver a escucharla.

Del otro lado del granero, Nelson había escuchado todo lo sucedido y fue inundado por un sentimiento de culpabilidad.

“¿Será posible que, después de todo, Roberto haya visto la revista?” La memoria de esas fotos pasó ante su vista tan claramente como si tan sólo hubiese ocurrido ayer. Nelson nunca soñó que fuera tan difícil deshacerse de algo como lo era limpiar su mente de esas imágenes obscenas. Ellas siempre regresaban para tentarle. Aparecían en los momentos y lugares más raros y corrompían su mente, contaminando sus pensamientos.

Y en cuanto a Roberto, Nelson sabía que, de una u otra manera, él debía investigar cuánto él había visto aquel día. Ya él había echado ese asunto a un lado por demasiado tiempo. Ahora él tenía que hacer algo. Pero, para Nelson, el misterio estaba en cómo lograrlo. Entonces él se pasó el día entero meditando en el problema, pero al llegar la noche todavía no le había hallado solución. Sin embargo, todavía quedaba algo en su subconsciente. La respuesta sería hablar con su padre acerca del asunto. Sin embargo, aún Nelson no tenía valor para hacerlo. No obstante, esperar que él tuviera valor para contarle todo a su padre podría convertirse en más sufrimientos. La desgracia del asunto era muy real. Pero, ¿cómo podría él hablar de ello?

Nelson sabía que para esa tarde habían sido invitados a la casa de su abuelo para la cena, así es que él rechazó la idea de abrírsele a su padre esa noche. Entonces, él se prometió a si mismo:

“Quizá mañana, mientras cargamos estiércol.”

siendo que a Nelson siempre le gustaba visitar a sus abuelos él  se prometió olvidar sus problemas y actuar como antes. Después de la cena, los hombres se sentaron en la sala y Nelson se acomodó en el sofá para escuchar las historias del abuelo. Durante una pausa en la conversación, él tomó una revista del escritorio y la ojeó ociosamente. Parecía ser una revista cristiana, pero no de la clase de lectura que a Nelson le interesaba. Sin embargo, hubo una pequeña historia que atrajo su mirada. Al poco rato, él se halló tan absorto en la lectura que las voces de los demás fueron apagándosele.

—¿Qué lees, Nelson? —le preguntó el abuelo amablemente.

—¡Oh! Aquí hay una historia de una niña y una serpiente cascabel —contestó Nelson.

—Suena interesante —dijo su padre—. Qué tal si la lees en voz alta.

—Bueno... abuelo puede hacerlo —objetó Nelson—. No soy un buen lector para leer en voz alta —entonces se levantó de su asiento y le pasó la revista al abuelo.

—Muy bien —dijo el abuelo con una voz muy agradable. Luego él empezó a leer con su voz anciana, aunque muy clara.

Una muchacha estaba recorriendo el sendero de una montaña, tratando de llegar a la casa de su abuela. Hacía un intenso frío y el viento cortaba como cuchillo. Cuando ya ella podía ver su destino final, escuchó un susurro a sus pies.

Al mirar abajo, ella vio una serpiente. Y antes de ella poder moverse, la serpiente le habló diciendo:

—Me estoy muriendo. Hace demasiado frío y me estoy congelando. En estas montañas no hay comida y me estoy muriendo de hambre. Por favor, colócame bajo tu abrigo y llévame contigo.

—¡No! —le respondió la muchacha—. Yo sé qué tú eres. Tú eres una serpiente cascabel. Si yo te levanto, tú me morderás y tu mordida es venenosa.

—¡No, no! —le dijo la serpiente—. Si me ayudas, serás mi mejor amiga. A ti te voy a tratar diferente.

Entonces la muchacha se sentó en una piedra para pensarlo. Ella observó las hermosas pintas de la serpiente y tuvo que admitir que esa era la serpiente más hermosa que jamás ella había visto. De repente, le dijo:

—Te voy a creer. Te voy a salvar. Todo ser vivo merece ser tratado con amabilidad.

Luego la muchacha extendió su mano cuidadosamente... colocó la serpiente en su bolsillo... y se dirigió hacia la casa de su abuela. Pero, de repente, sintió un dolor agudo en uno de sus costados. Después de tan sólo unos pocos segundos en su bolsillo tan calientito, la serpiente la mordió.

—¿Cómo te atreves a hacerme esto? —gritó la muchacha—. ¡Tú prometiste no morderme si yo te protegía del punzante frío!

—Pero tú bien sabías quién yo soy desde antes de recogerme —siseó la serpiente y se fue deslizándose.

La lección de esta historia es clara. Si nos rendimos a la voz de la tentación y nos metemos el pecado al bolsillo de nuestros abrigos del corazón, indudablemente seremos mordidos por el mismo. No importa cuán atractiva y convincente sean las palabras de la serpiente: «Una cascabel es una cascabel y siempre lo será.»

Después que el abuelo hubo terminado su lectura, se escuchó un silencio total en la sala. Luego, el padre de Nelson habló:

—Esa es una pequeña historia que verdaderamente nos hace reflexionar. Satanás llega a la gente de la misma manera que lo hizo esa cascabel. Él trata de engañar y de atraer a la gente para que hagan lo que él quiera que hagan. Él enmascara sus propósitos con los placeres momentáneos o con las relucientes promesas de las cosas de este mundo. Pero lo único que él en verdad ofrece es angustia, culpa y una amarga cosecha.

—Eso es muy cierto —asintió el abuelo—. Las promesas de Satán son siempre engañosas. Y si le hacemos caso, tarde o temprano nos alcanzará con su mordida venenosa.

Nelson se estremeció a despecho de sí mismo. En su imaginación, él pudo ver a esa ingeniosa serpiente cascabel convenciendo y engañando a esa pobre muchacha con sus astutas mentiras. Y al mismo tiempo, sus pensamientos se dirigieron a cierta revista, en un viejo y polvoriento granero. Al igual que la muchacha de la montaña, él había sido tentado, engañado y hasta había caído en la trampa.

“¿Acaso yo no lo sabía que debí haber dejado esa revista quieta en aquel lugar? Pero yo la agarré y metí a la misma serpiente en el bolsillo de mi corazón. Y aunque traté de asegurarme de que tan sólo un poquito no haría ningún daño, en mi corazón, yo muy bien sabía que era una cascabel.”

Esa noche, ya en cama, todavía Nelson no podía olvidar la historia de la serpiente cascabel.

“La vida es tan seria”, pensó él. “Debemos depositar nuestra confianza en Dios, ya que Satanás es demasiado astuto para nosotros. ¡Oh, Señor! Protégeme a mí y a aquellos que yo amo de los dardos del maligno y guíanos seguros hasta donde Tú estás.”

 

***

Nelson se inclinó hacia delante y sintió que su garganta estaba seca. Su corazón palpitaba a toda velocidad. Él debía comenzar, pero ¡oh... cuánto valor le faltaba! ¿Qué pensaría su padre si él le dijera todo?

Hasta que por fin, él comenzó:

—Papá, ¿recuerdas la palabra que Roberto dijo ayer? Yo creo que sé dónde la aprendió.

El padre miró a su hijo mayor con el ceño fruncido y le preguntó:

—¿Dónde?

Nelson tragó con dificultad. Hasta que, poco a poco, la historia salió a la luz. Entonces, animado por la calmada reacción y amable aprobación de su padre, Nelson le contó todos los detalles, sin dejar nada encubierto. Esa fue una de las cosas más difíciles que había hecho en toda su vida, pero ya él había vivido suficiente tiempo con esa culpa.

—¿Podrías hacer el favor de hablar con Roberto sobre eso? —preguntó Nelson en tono de súplica—. Yo no sé qué sería mejor decirle.

—Trataré —le prometió su padre—. Como has dicho, puede que él no sepa lo que ha pasado. Pero, de lo contrario, él necesita saber cuán malo es contaminar nuestras mentes con tales cosas.

—Al leer la historia de la muchacha y la serpiente cascabel, yo tuve que pensar en este acontecimiento —dijo Nelson.

Entonces su padre contestó pensativamente:

—Tal vez podamos llevar la lección a un paso más. ¿Tú crees que esa muchacha fue hasta donde estaba su abuela y le contó todo lo acontecido? De no haberlo hecho, el veneno de la mordida de la serpiente cascabel recorrería todo su cuerpo enfermándola gravemente o causándole la muerte. ¿Entiendes lo que digo?

—Creo que sí —dijo Nelson tímidamente—. Ella podría decir que estaba muy avergonzada de la necedad que había cometido y que no se lo contaría a nadie.

—Ese es el error de muchos jóvenes —le dijo su padre—. Ellos no quieren confiarles a sus padres las cosas que han hecho, temiendo que sus padres no van a entender. Ellos se aseguran que ya que le han pedido perdón a Dios, eso basta. La Biblia dice que debemos confesar nuestros pecados los unos a los otros. Detrás de ese mandamiento hay una buena razón. El plan de Dios ha sido que su pueblo se ayude mutuamente. Además, aunque somos criaturas débiles y falibles cada uno de nosotros podemos aprender de los errores de los demás.

Entonces... su padre hizo una pausa como para pensar lo que deseaba decir:

—Nelson, yo sé que no te puedo culpar del todo. Puede que haya una razón por la cual no quisiste traerme tu problema. Es mi deseo mantenerme en contacto con mis hijos, pero no me es siempre fácil. Y eso es algo en lo que quiero seguir trabajando.

Mientras Nelson escuchaba, él sintió remordimiento manar de su cuerpo. ¿Por qué siempre había pensado que a su padre no le interesaba hablar de sus luchas? Entonces pensó:

“Si yo hubiera hablado con él más pronto, me habría ahorrado toda esta aflicción.”

Pero su padre aún no había terminado:

—El otro día, Rut habló con tu madre y le dijo que estaba preocupada por ti. Ella dijo que, últimamente, tú no eres el mismo y que te es difícil controlar tu temperamento. Yo, también, lo he notado.

Al escuchar las palabras de su padre, él hizo una mueca de dolor, pero escuchó atentamente mientras él hablaba.

—¿No crees que esto tenga que ver con lo acontecido en la primavera pasada? En lo más profundo de tu ser, tú no estabas en plena paz ni con Dios ni contigo mismo. Y, por supuesto, eso estorbó tu vida espiritual. El veneno de la mordida de la serpiente cascabel todavía estaba en tu cuerpo. ¿Comprendes?

Nelson no había pensado en eso, pero, a la vez, él pensaba que su padre tenía razón. Entonces, dijo lentamente:

—Yo sé que siempre me ha sido difícil controlar mi temperamento, pero me ha sido mucho más difícil hacerlo en estos últimos meses. Yo pensaba que iba a poder deshacerme del veneno por mí mismo. Olvidar esas fotos es mucho más difícil que lo que yo pensaba. Todavía tengo que luchar con eso.

Entonces su padre, poniendo un brazo compasivo en el hombro del muchacho, le dijo:

—¡Oh, Nelson! Yo sé que no es fácil. Y a veces me pregunto que porqué las tentaciones de esta vida tienen que ser tan fuertes. Pero, a la vez, ¿acaso no es el hombre que se mantiene firme en la batalla el que verdaderamente es un hombre al final? No es sino a través de todos nuestros fracasos, nuestras luchas y nuestro anhelo por la victoria que aprendemos a depender del todo en Dios para que él nos ayude ─reconociendo que por nosotros mismos no somos nada.

Nelson asintió. Él sabía que su padre tenía razón. Ahora se sentía como si un gran peso hubiera sido quitado de su espalda. Entonces, desenvolviendo las riendas del caballo, él se subió en el asiento del carretón y se dirigió a la finca con un viaje de estiércol.

Durante todo el recorrido, Nelson iba pensando:

Me pregunto cuándo fue la última vez que me sentí tan libre y alegre. Hoy he aprendido algo que espero nunca olvidar. Si algo me molesta, ya yo sé que no tengo que temer ir a hablar con mi padre. En primer lugar, quiero poner toda mi confianza en Dios. Aunque, a la vez quiero depender de la ayuda de otros, tal y como Dios lo ha planeado. Además, yo estoy seguro de que, con la futura ayuda de Dios, podré deshacerme de esa mordida de la cascabel.